miércoles, 5 de noviembre de 2014
CAPITULO 254
PEDRO
Bajo las escaleras con un extra salto en mi paso. No solo tuve una noche fantástica con Paula y hasta me las arregle para evitar una discusión con Luciano,esta mañana, Damian y yo vamos a ir hasta el MGM Grand para tener una idea de la arena. He luchado allí antes, pero Damian piensa que ver el lugar en el que perdí la última vez aumentará mis tiempos.
Estoy todo emocionado no porque creo que vaya a ayudar a mantener Dom fuera de mi cabeza, sino porque quiero ver la jaula donde tomé a Paula. Quiero ver la jaula que cambió mi vida para mejor y luego para peor. Me ayudará a decidir si esto es lo que quiero. Ayer por la noche, no pude dormir.
Estuve mirando al techo, tratando de encontrar la manera correcta de decirle a Damian y Luciano que quiero salirme.
No quiero pelear más... Quiero ser como Ricardo. Quiero dirigir un gimnasio y ayudar a los demás. No quiero el exceso de estrés. No quiero seguir poniendo mi cuerpo en la línea de fuego por dinero y una habitación de extraños sanguinarios aplaudiendo como si fuera una especie de animal. Sobre todo... Quiero salir por el bien de mi familia, la familia que creo que estoy listo para comenzar.
Aprieto las cuerdas de mis pantalones y saco mi sudadera con capucha. Mis zapatillas rechinan en el último escalón mientras camino en la alfombra. Antes de que me encuentre con Damian, quiero ir a correr y tener tiempo para mí mismo, manteniéndolo fuera de los libros y lejos de los ojos de juicio.
―¿Estás libre? ―llama Luciano desde la cocina―. Iba a preparar el desayuno para compensar por lo de anoche.
Me paseo a la habitación y por supuesto, Jackson tiene todos los ingredientes para un buen desayuno en el mostrador. Mi estómago gruñe ante la visión de tocino.
Mieeerdaa. No he tenido el tocino en una semana. Él se mueve sobre la tapa de la estufa y pone su brazo sobre su frente, con la cabeza hacia abajo, en ángulo lejos de mí.
―Pensé que debería pedir perdón por lo que pasó.
Saco un taburete cercano y caigo en él con una risita.
―¿Preparando el desayuno en la misma cocina donde tenías tu pene fuera?
Estoy seguro de que Paula va a encontrar eso muy apetecible.
Niega antes de mirarme. Un oscuro, negro moretón rodea su ojo izquierdo y su labio esta partido. La última vez que vi su rostro tan reventado era cuando él estaba saliendo con Amelia... la mierda que ella le hizo hacer terminó con él luchando el noventa y nueve por ciento del tiempo.
―Jesucristo, ¿qué te pasó en la cara? ―pregunto, tirando de una rebanada de pan de centeno en el plato blanco grande en frente de mí y rasgándolo por la mitad.
―Nada ―dice, quebrando un huevo y vertiendo su contenido en la sartén―. Fui a uno de nuestros antiguos territorios, una visita, eso es todo.
Me rio, metiéndome un trozo de pan en la boca.
―Te anotaste, ¿no?
Se encoge de hombros.
―Algo por el estilo.
Se siente como si hubiera pasado toda una vida, pero Luciano y yo solíamos pelear en estos clubes subterráneos de mal estado por dinero. No fuimos lo suficientemente mayores como para unirnos a cualquiera de los torneos reales, así que fuimos de bajo perfil y participamos en unas cuantas rondas de vez en cuando, cogiendo dinero extra aquí y allá. El de Las Vegas estaba debajo del Bar Lucky's. Luciano y yo nunca perdimos una pelea allí. Cuando dejé de aparecer, Luciano no lo hizo. Estaba pasando por una fase muy oscura con Amelia y participó en cualquier pelea de clubes que lo dejaran entrar. Era su forma de expresar sus frustraciones... esa era su manera de hacer frente a su relación jodida.
―¿Conseguiste que te patearan el culo? ―pregunto en voz alta.
Frunce el ceño, claramente ofendido.
―¿Yo? ¿Conseguir que me patearan mi culo? ¡Fuera de aquí! Nunca he perdido una pelea.
―¿Qué pasa con aquella vez…?
Él me lanza una cáscara de huevo, la esquivo, y navega por encima de mi cabeza y se estrella en el azulejo.
―Vete a la mierda, tenía dieciséis años, y en mi defensa, me tuvo con gas pimienta.
―Lo que tú digas, hombre. ―Niego―. Pero si Vanesa te está haciendo volver de nuevo a estos lugares, termina con ella. No sé lo que le ves, de todos modos.
Luciano me sonríe, sus ojos verdes oscureciendo una fracción.
―No las has visto desnuda.
Sonrío. Es una respuesta típica de Luciano. Siempre físico con él. Dios no quiera que tenga una chica con un buen corazón.
―No, supongo que no lo he hecho.
Antes de Paula, solía decir ese dicho también. Pero ahora sé que el valor de una mujer no se mide por el aspecto o la forma de su cuerpo. Se mide por su corazón, su compasión y su fuerza. Todas estas cosas que no se pueden ver en el exterior, desnuda o no.
Él rompe otro huevo y luego otro.
―Ella es una persona difícil con quien estar ―dice―. Es de carácter fuerte, apasionado, y tiene un gran corazón.
―¿Pero?
―Pero no lo entiende. No entiende por qué soy como soy.
―Él lanza una cáscara de huevo que gotea en la bolsa de plástico en el mostrador―. Ella no me deja en paz. Hay un flujo constante de preguntas que caen de su boca, las preguntas que he estado presionando a la parte trasera de mi mente y no me las he contestado a mí mismo todavía. ¿Me sigue gustando la otra chica? ¿Todavía pienso en ella? ¿Me metería de nuevo en esa relación si me dieran la oportunidad?
―¿Lo harías? ―pregunto, apretando el puño, listo para golpear algo de sentido en él si contesta mal. La mirada verde de Luciano cae en mi cara.
―No lo sé. Vanesa es la única cosa que me hace pensar con claridad. Sus sentimientos son lo único que me impide responder a las llamadas de Amelia y responder a sus textos.
―¿Por qué?
Sus hombros se enderezan.
―Porque la jodí a ella. La cambié... Soy su Amelia y no puedo dejarla sabiendo que la he destrozado para alguien más. Lo que he hecho con ella, lo que me dejó hacer con ella, no sería justo dejarla.
Mi pecho se aprieta y la repentina urgencia de defender a Vanesa posa sobre mis hombros.
―No puedes arrastrarla, Luciano. Si no la amas, dejarla ir. Ella te ha dado un ultimátum. Sé un hombre y dale una maldita respuesta.
―No soy como tú, Pedro. No puedo sentar cabeza y jugar a las familias felices.
Necesito emoción. Necesito tener emoción constante a través de mi pecho o dejo de moverme.
―¿Así que eso es todo? ¿En lugar de tomar el control de tu propia vida vas a arruinar la vida de otros? ―Saco mi taburete y me levanto a mis pies. Luciano apenas se estremece. Él es una de las pocas personas que no puedo intimidar―. ¿Sabes lo que haces, Luciano? Te sientas y te pones de mal humor, escondiéndote detrás de tu máscara. ¡Esto no eres tú!
―¿Pedro? ―La voz de Paula resuena a través de la cocina, pero lo ignoro.
Luciano necesita escuchar esto.
―No has sido tú mismo durante mucho tiempo. ¡Antes de que la conocieras eras un puto imparable! Hacías lo que querías. Tuviste sueños y ambiciones. ¿Y ahora qué? Te sientas a esperar por mí. ¡Estoy viviendo tu vida, Luciano! Lucho las peleas en las que deseas estar. Tengo todo esto de la fama y dinero, la esposa y la casa, tengo todas las cosas que querías y las cosas que siempre dije nunca querer.
Sus iris verdes se oscurecen mientras su agarre con los dedos en el mostrador se vuelven blancas con tanta fuerza.
―Así es, idiota. Es posible que hayas olvidado tus ambiciones, pero yo no.
Me acuerdo de la persona que eras y te necesito para empezar a recordar también, porque una vez que he terminado de luchar contra Dom, quiero salir de esta vida superficial.
Sus cejas surcan el rostro ante un deslumbramiento.
―Si quieres estar en el lado del ring, si quieres sentir el alambre de una jaula y estar entre multitudes gritando, entonces lo haces, porque yo no quiero esto. He vivido mi sueño y lo odio. ―Me dirijo a Paula y me siento aliviado de verla en pantalones deportivos negros y una camiseta―. Ponte tus zapatillas de deporte. Vamos a correr.
Sus soñolientos ojos verdes se ensanchan.
―¿Una carrera? ¿Ahora?
Antes de responder, ella desaparece de la habitación y miro hacia atrás a Luciano.
―Necesitas despertar y decidir lo que quieres. ―Mi voz es más baja cuando hablo esta vez y Luciano se niega a mirarme―. Eres feliz con Vanesa, lo más feliz que te he visto en mucho tiempo, y si significa o no algo para ti, eso no lo sé, pero termina con ella si solo vas a perder el tiempo.
Vanesa puede ser un dolor en el culo y yo podría no gustarle mucho, pero Paula lo hace, y eso me es suficiente para saber que ella es una buena chica en el fondo y se merece algo mejor que tú.
Salgo de la cocina y me dirijo por el pasillo. Paula está esperando junto a la puerta, con los ojos ahora amplios y alerta. Hay una curva de preocupación en sus cejas, pero no voy a sumergirme en lo que pasó en la cocina con ella. Hay demasiado ahí. Para entender lo que pasa tiene que saber todo acerca de Amelia, y por desgracia, Luciano es el único que realmente conoce esa historia.
―¿Desayuno para uno, entonces? ―grita Luciano detrás de nosotros y yo cierro la puerta.
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