lunes, 21 de abril de 2014

CAPITULO 61



Sonrío contra el pecho de Pedro. Tuvimos sexo y fue un millón de veces mejor de lo que alguna vez pensé que podría ser. Ahora sé por qué las chicas se niegan a dejarlo tranquilo después de esto.
Cuando he ganado suficiente aire para hablar, digo:  

―Tengo que volver al trabajo en quince minutos, y mi auto está descompuesto, por lo que eres el afortunado, tienes que llevarme de vuelta.

Pedro se burla y juega con las puntas de mi cabello. 

―Si fuera por mí nunca volverías allí. 

Me siento un poco, para poder ver su rostro. Me mira con ojos serios y coloca sus manos detrás de la cabeza. Los músculos de sus brazos sobresalen hacia afuera y quiero pasar mi lengua por encima de ellos. Quiero memorizar cada bulto y depresión. 

―Es un buen jefe, Pedro. 


Frunce el ceño. 
―Sólo porque quiere meterse en tus pantalones.
 
―Es cierto, pero incluso si ese no fuera el caso puedo decir que es una buena persona.  
Se encoge de hombros.  
―¿Cómo llegaste al trabajo esta mañana? ―Su cambio de tema no fue para nada sutil. 
―Bueno, iba a tomar un taxi, pero Ramiro me llevó en su lugar. 
Las cejas de Pedro se profundizan ante el nombre de Ramiro.  

―¿Lo llamaste? 
―No, él apareció de forma inesperada. ―Mi mente cae sobre todas las cosas que Ramiro dijo y creo que ahora es un momento tan bueno como cualquier otro para preguntarle al respecto―. Los vio anoche en Heaven’s…
te estabas besando con la chica morena del gimnasio.  
Necesito de toda mi fuerza para mantener mi cara neutra y no asumir.
Espero una mirada de sorpresa o al menos los ojos bien abiertos, pero lo único que consigo es una risa que retumba en el pecho de Pedro
 
―¿Te dijo que me estaba besando con ella?
Asiento.
―No. Ella se lanzó sobre mí y le dije a dónde ir. Entonces Vanesa me golpeó por tratar a Lorena como una mierda. ―Sacude la cabeza―. No puedo ganar. 
La morena con las tetas falsas se llama Lorena… Odio eso, pero le creo cuando dice que no la besó él primero. No sé qué haría si dijera que la había besado primero. 
―Vanesa sí que habla mucho cuando está borracha―añade. 
―Sí, le dijo todo a Ramiro… él sabe que no estamos juntos y me quiere de vuelta.
Los ojos oscuros de Pedro queman en los míos y parece casi enojado.

―¿Y qué le dijiste?

Miro alrededor y a su cuerpo desnudo, como si fuera obvio.
―Acabamos de tener sexo, por supuesto que mi respuesta fue no. 
La cara tensa de Pedro se funde en una sonrisa de exceso de confianza y me tira encima de él.

―Bien, porque creo que quiero repetir. 
Su lengua se abre camino entre mis labios y masajeo la suya con la mía antes de alejarme.
 
―No puedo. Tengo que ir a trabajar.
Me deslizo de la cama y me pongo toda la ropa de nuevo antes de agarrar mi teléfono de mi bolsillo y revisar la pantalla. Tengo una llamada perdida del trabajo. La pongo en mi oído y la escucho.

―Hola, Paula―murmura la voz deprimida de Carlos―. Cerré el trabajo temprano. Nos veremos de nuevo la semana que viene… lo siento,por lo de hoy. Sólo me tomó por sorpresa. Adiós. 
―Hm ―resoplo, bajándolo de mi oreja y cerrando la tapa de mi teléfono en la palma de mi mano―. Carlos cerró la oficina. 
No puedo dejar de sentirme mal. Es mi culpa… Pedro se estira en la cama y tira del borde de mi vestido, atrayéndome más cerca. Su boca se curva en una deliciosa sonrisa y sus ojos danzan con indecente entusiasmo. 
―Qué suerte la mía.

CAPITULO 60



Se desliza fuera de la cama y se desabrocha sus jeans. Tira de sus boxers y se agrupan en torno a sus pies. El deseo hace un charco entre mis muslos una vez más cuando mi vista cae sobre su gran pene erecto. Me nota mirándolo sin vergüenza y se queda parado delante de mí un poco más permitiéndome admirar su increíblemente hermoso cuerpo.


―Ahora es tu turno.

Hace un gesto para que vaya a él y como una cobra hipnotizada por una flauta, me arrastro hacia él. Mis pies descalzos golpean la alfombra y Pedro me tira hacia él. Sus manos se deslizan a mi nuca y presiona sus labios suavemente en los míos. Me derrito contra él, pasando mis manos por todas partes y disfrutando del calor de su piel debajo de ellas. Se aleja, dejándome sin aliento y me da la vuelta. Sus dedos bajan la cremallera del vestido y cae a mis pies. Se las arregla para desenganchar mi sujetador en tiempo récord y me gira de nuevo, por lo que estamos cara a cara. Me estremezco ante la sensación del aire libre rozando mi pecho, siento que mis pezones se aprietan inmediatamente cuando la piel de gallina rompe en cada centímetro de mi carne. 
Los ojos de Pedro revolotean hasta mis pechos, y sus labios se retuercen al ver mis picos duros.
―¿Tienes protección? ―pregunta, presionando su boca en mi cuello.

Me deslizo lejos de él y tomo un condón del cajón de mi mesita de noche. Lo agarra de mí mientras sus ojos se pierden en mi pecho de nuevo.
Me acuesta en la cama y con las dos manos saca mis bragas. Mi reacción inicial es apretar y cerrar las piernas, pero él atasca su mano entre mis rodillas.
 
―Ábrelas. 
 
No las abro por completo, pero lo suficiente para que él vea exactamente lo que tengo. Inhala profundamente.

―Ese tiene que ser el coño más bonito que he visto en mi vida.

Cierro mis piernas. Mis nervios se están construyendo más alto,dejando una sensación de malestar en la boca de mi estómago. Oigo romper el envoltorio y unos segundos más tarde, se está inclinando sobre mí,separando mis muslos con su rodilla. Su longitud presiona contra mi entrada y me estremezco cuando las manos de Pedro corren sobre mí,pellizcando y apretando mi carne. Unos minutos más, estoy gimiendo y balanceando mis caderas contra su longitud. Sus ojos permanecen en mi cara mientras se alcanza y se frota sobre mí, probando mi humedad. Una sensación de quemazón irradia en mi entrada, me estira hasta mis límites. Mi aliento se detiene y su boca me reclama cuando la quemazón se vuelve cada vez más agradable. Empuja duro y profundo, un hormigueo de placer me atraviesa. Gimo en su boca y muerde mi labio inferior antes de dejar caer su boca en mi pecho, capturando mi pezón entre los dientes.
―Mierda… ―Se queja, mordiendo y haciéndome jadear―. Eres tan…

Gruñe, dejando la frase sin terminar. Oírlo hablar durante el sexo es la cosa más excitante que he oído nunca. Tiene una de esas voces que hacen que cada cabello se erice con atención. Empuja más fuerte y más rápido,grito cada vez que la punta de su pene llega a su punto máximo.  
―Esto es justo lo que querías, ¿no?

Me quejo y asiento mientras su pene hinchado golpea algo muy dentro de mí, haciendo que mi estómago gire en la más deliciosa de las maneras. Él medio gime, medio se ríe de mi admisión y sus gruesos brazos se envuelven a mi alrededor. Tira de ambos poniéndonos en una posición sentada y estoy encima de él mientras su lengua traza una línea caliente de saliva a lo largo de mi clavícula. Sus caderas se mecen hacia adelante y hacia atrás mientras sus manos acunan mi trasero, obligándome a molerme en una rápida velocidad contra él. Lo agarro más fuerte mientras toma mi pezón en su boca de nuevo. La necesidad de tomar el control de este hombre grande y hermoso me envuelve, lo empujo hacia atrás, por lo que está tumbado debajo de mí. La mirada de pura lujuria y pasión en su rostro por mí casi me manda por el borde, pero me niego a dejarme ir hasta que diga mi nombre.
Pongo mis manos firmemente sobre su pecho y levanto las caderas, luego me hundo de nuevo sobre él con un fuerte grito. Se siente tan condenadamente bien.
Lo puedo ver en el rostro de Pedro. No va a ser capaz de mantenerlo por mucho tiempo y me duelen los músculos de hacer los mismos movimientos una y otra vez, pero sólo alimenta el orgasmo a la espera de salir de mí.

―Me voy a correr, cariño ―gruñe cuando me hace rodar fuera de él,rápidamente, presionando mi espalda firmemente contra el colchón. Su mano se desliza por mi muslo y lo engancha sobre su hombro. Sus bíceps se aprietan mientras se sostiene fuera de mí y su mirada pasa de mi rostro a mis pechos que rebotan mientras mi cuerpo se sacude bajo los poderosos movimientos de balanceo de sus caderas. El orgasmo que pacientemente esperaba en el centro de mi ser se construye cada vez más alto y ya no puedo contenerlo. Cuando se acerca más al borde, mi cuerpo se tensa y mis músculos comienzan a temblar.

―Joder, Paula ―gime en mi oído, y eso es todo lo que necesito.
Mis dedos se clavan en la piel de sus hombros y arqueo la espalda contra él, presionando mis pezones duros contra su pecho mientras poderosas explosiones de satisfacción se derraman en mí. Al instante siguiendo mi orgasmo, Pedro encuentra su propia liberación y gime cuando deja caer su cabeza sobre mi pecho, sus caderas se mueven en un empuje desigual. Cuando los temblores se ralentizan y puedo volver a respirar,envuelve sus brazos alrededor de mis hombros y rueda, tirando de mí sobre él. No hablamos por un rato. En cambio, escuchamos los jadeos del otro volviéndose parejos y tranquilos.

CAPITULO 59



Su historia deja un sabor amargo en la parte posterior de mi garganta.Me imagino todo y en mi cabeza estoy celosa de que incluso alguien que estaba casada haya tenido a Pedro. No me mira cuando se desploma de nuevo en el sofá. Toma mis manos, las vuelve a poner sobre su rostro cálido y cierra los ojos.
―Necesito que me distraigas. Dime algo, cualquier cosa y luego te dejaré tranquila.
Sin pensarlo mucho, me deslizo sobre sus piernas, montando sus gruesos músculos entre mis muslos. Sus ojos se disparan y se abren, acaricio su rostro suave con mis pulgares. Todas sus líneas de preocupación desaparecen y cuando me inclino hacia delante, presionando mis labios contra los suyos, siento que su cuerpo se tensiona y se aleja.
―¿Qué estás haciendo?
―Distraerte. ―Mis manos se deslizan hacia arriba por su cara y hacia su cabello. Tiro de él, llevando sus labios a los míos de nuevo. Está tratando de luchar contra mí, puedo sentirlo. No abre su boca así que tomo su labio inferior entre mis dientes y lo muerdo. Jadea y su boca se abre. Meto mi lengua y paso mis dedos por su cabello mientras balanceo mis caderas ligeramente. Casi de inmediato lo siento a punto de reventar la costura de sus jeans debajo de mí.
―Paula ―gruñe en voz baja en un intento de alejarse de mí, pero no lo dejo.
―Por favor ―le susurro al oído.
Se mueve hacia mí por lo que estoy mirando directamente sus ojos.
Están llenos de demasiada emoción… deseo. Pasión. Odio. Miedo.
―Por favor ―repito, pasando mis manos por debajo de su camisa y por su pecho. Sus músculos tiemblan y se ponen un poco más húmedos.
Estoy dispuesta a cuidar de él y darle lo que necesita en este momento. No sé lo que se ha apoderado de mí. Hay una oleada de energía pulsando a través de mí y no puedo parar. Lo necesito. Lo necesito como necesito el aire.
―¿Quieres esto?
Tomo su mano y la empujo hacia abajo, a la parte delantera de mi ropa interior en respuesta a su pregunta. Inclina su cabeza hacia atrás, lanzando un gemido de su garganta. Me estremezco cuando sus dedos se desplazan hasta su posición y las yemas ásperas de sus dedos se contraen contra mi carne sensible. Su mirada oscura está en mi cara, tratando de analizar mis pensamientos y lentamente, empiezo a mecer las caderas contra su mano.
Los labios de Pedro chocan con los míos y gimo cuando hunde su lengua en mi boca, se las arregla para ponerse de pie. Envuelvo mis piernas con fuerza a su alrededor cuando uno de sus brazos me aplasta contra él, mientras el otro todavía acaricia mi centro húmedo. Cuando llegamos a mi habitación y sin apartar su boca de la mía, se saca los zapatos y caemos en la cama. Está entre mis piernas, acariciándome sin piedad ahora, estoy jadeando y gimiendo mientras instintivamente flexiono las caderas hacia su mano. Una sensación dolorosa e increíble se acumula en mi interior y cuando amenaza con desbordarse. Él se detiene.
Pedro ―me quejo, sin aliento―. Por favor.
Su cara se asoma directamente sobre la mía y está sonriendo con esa maldita sonrisa de Dios. Mete un dedo en mi interior y gimoteo, luego me estremezco cuando vuelve a hacer círculos en mi centro. Siento que mi estómago comienza a torcerse incómodo y cuando salgo disparada hacia mi clímax, se detiene de nuevo. Me quejo y él se ríe, el sonido bajo causa un repentino destello de fuego que se dispara por mi espalda. Lleva su boca a la mía y atrapa mi labio inferior entre sus dientes. Muerde y me estremezco cuando sus dedos empujan en mí, forzando mis caderas para que empujen hacia arriba. Pedro suelta mis labios, y antes de darme cuenta estoy rogándole que continúe en un jadeo desesperado, curva sus dedos, presionándolos contra mi techo. De repente, tengo una imperiosa necesidad de orinar y trato de deslizarme hacia atrás para alejarme de él. Riéndose oh… tan sexy, rueda la mayor parte de su peso sobre mí, clavándome a la cama mientras las puntas de sus dedos rozan implacablemente ese lugar. Con la voz que soy capaz reunir a través de la falta de aire, le ruego que se detenga, pero en cambio, me tira hacia él.
―Estás luchando contra él ―me dice con voz ronca―. Déjalo ir.
Aprieto los dientes en su camisa cuando un orgasmo rompe a través de mí. El calor de mi clímax me envuelve,reclamando cada centímetro de mi cuerpo por dentro y por fuera. Grito y gimo en su hombro, no deja de mover sus dedos hasta que estoy jadeando y apoyada perezosamente contra él.
Cuando la excitación se aquieta y lo miro a los ojos, me pongo colorada.
Nunca he tenido un orgasmo delante de nadie antes, mucho menos uno de ese calibre. Arrastra los dedos fuera de mí y me mira mientras pasa uno a lo largo de su labio inferior antes de chupar la punta de su dedo índice. Lo miro fijamente con incredulidad.
―Bueno ―dice, pasando su camisa sobre su cabeza y tirándola por el cuarto―. Tenía razón sobre una cosa.
―¿Y qué es eso?  
―Sí que sabes tan bien como hueles.