jueves, 13 de noviembre de 2014

CAPITULO 275



PEDRO



Mis rodillas están debilitadas. Mis brazos... demasiado pesados para que mi cuerpo 
los cargue, y hay un vacío en mi estómago que no puedo especificar. No puedo hacer esto.


Tengo que parar, pero no puedo. No puedo dejar que Dom gane. No esta vez.


Paula, Damian, y Luciano me miran desde su esquina... burlándose de mí como si no fuera bueno. La mayoría de ellos está usando sus camisetas de “DOM”, burlándose de mí como si nunca hubiéramos sido un equipo. Miro por encima de mi hombro, a mi esquina.


La única persona en ella es Vanesa, que llevaba una playera apretadísima de “PEDRO”. A parte de la gente que quiero, 
¿la única persona que me queda es la jodida Vanesa? Genial.


Simplemente genial.


Ella frunce sus labios color rojo cereza y sopla un beso hacia mí, pero no le correspondo. ¿Por qué demonios iba a hacerlo? Niego hacia ella, preguntándome por qué ella está mandándome besos. Volviendo mi atención de nuevo a la jaula, veo a Dom que está bailando alrededor del ring, burlándose de mí. Él tiene a la multitud coreando “Dom” y el sonido me revuelve el estómago. Dom no se merece su devoción. Él no es un modelo a seguir o alguien a quien puedes admirar. Por supuesto yo tampoco, pero soy mejor opción, eso es seguro.


Todo mi cuerpo vibra con motivación y odio renovado. Los siento consumir mi cuerpo hasta que supura de mis poros. 


Observo, construyendo mi ira mientras él hace alarde de lo feliz que es. Robó la felicidad de mí, igual que su lugar en la MMAC. Nada de lo que ha ganado ha venido del trabajo duro. Todo ha sido robado.


Dándome la espalda, Don hace señas para que Paula se acerque a él. Con una linda sonrisa, ella deja su asiento y alisa su sexy vestido rojo con las palmas de sus manos. Se
ve bien, como de costumbre, pero esta vez no es para mí. Es una mujer magnífica prácticamente envuelta en un gran lazo rojo y no soy el que va a conseguir desenvolverla.


Ella agarra la jaula y se impulsa hacia arriba, apoyando su figura contra el alambre. Dom se inclina, murmurando algo que no puedo oír. Lo que sea que dice hace que Paula suelte
una risita y sus brillantes ojos verdes parpadean hacia mí. 


Sus ojos permanecen anclados en mí mientras Dom se inclina. Cada vez más cerca hasta que llega a su perfecta boca, y me quedo inmóvil, esperando a ver si deja que la bese.


Lo hace.


Sus malditos labios tocan los de ella y cierra los ojos, abre su boca contra la de él. A partir de ahí, todo lo que veo es rojo, un rojo más oscuro que el vestido que cubre el cuerpo
de Paula. Me lanzo hacia delante, moviéndome más rápido y más duro que un tren de carga. Gruño mientras lo agarro del cuello, lo tiro hacia atrás y le doy un puñetazo en plena cara. 


Él cae al suelo con un ruido sordo, sacudiendo toda la jaula. 


Mientras se encuentra en el suelo, agarrándose el rostro y gimiendo, miro a Paula, que me mira a través de ranuras delgadas y no me gusta la forma en que hace que mi corazón duela. ¿Por qué ya no me ama? ¿Por qué él? Estoy gritando las palabras en mi mente, pero se niega a vocalizarlas.


―¿A ese es al que quieres ahora? ―exijo―. ¿Dom-jodido-Russell?


―Sí ―dice furiosa―. Ya no te amo.


Me estremezco. Es curioso cómo esas cuatro pequeñas palabras pueden destruir por completo físicamente un corazón humano. Es curioso cómo esas cuatro pequeñas, pequeñísimas palabras pueden hacer que una pieza suave de músculos y tejidos se sienta afilado, como hojas de afeitar.
―…Y eso es culpa tuya, no mía ―añade con desánimo―. Lo amo.


No bajo mi maldita guardia. Me lanzo hacia adelante y agarro sus dedos, apretando el alambre con ellos. Ella no puede amar a nadie más, no voy a dejarla.


―No te dejaré.


―Déjame ir ―dice ella de golpe, arrebatando sus dedos―. No puedes detenerlo,Pedro.


¿Ah sí?


―Jodidamente obsérvame.


Paula grita, rogándome que me detenga, mientras me giro y me sumerjo en Dom.


Aprieto sus caderas entre mis piernas para que no pueda moverse y envío mis puños lloviendo sobre él. Sigo golpeando, forzando mis nudillos contra su cara hasta que se tiñó de sangre. Todo lo que puedo oír es el sonido de la carne contra carne y Paula gritando en mi oído. Debajo de mí, Dom deja de moverse. Tiro una última vez, y mientras dejo volar mi puño, Dom desaparece y golpeo el suelo. Me quedo mirando el espacio vacío debajo de mí... no está ni siquiera manchado con una sola gota de mi venganza. Miro a mi antiguo equipo y han desaparecido. Toda la completa arena está vacía. El único sonido que oigo es el ruido sordo de unos tacones en la colchoneta. Jadeante, giro lentamente mi cabeza en la dirección del ruido. Todo mi cuerpo se tensa cuando veo a Paula, pareciendo furiosa como el infierno, haciendo su camino hacia mí. Las lágrimas en sus ojos brillan y se reflejan en sus mejillas bajo la luz brillante. Se detiene a dos metros de mí y me asomo hacia ella. Ella
solloza, enjugándose una lágrima, y mi corazón se retuerce en la boca de mi estómago.


―¿Por qué me haces esto, Pedro? ―exige, su voz fuerte y estresada―. Ya hemos pasado por esto. ¡Deja de arruinar mi vida!


―¿Yo estoy arruinando tu vida?


―Esto no es mi culpa ―chasquea ella―. Tú elegiste a Vanesa.


Niego, suplicando de rodillas.


―Nunca habría elegido a nadie sobre ti. Pau, ¡Te amo!


De la nada, ella me golpea con fuerza en la cara. Arde, jodidamente pica, pero no me atrevo a alejar mis ojos de los de ella.


―Tú ya no tienes el derecho a decirme eso. No soy tuya.


No me importa que me golpeara. Solo quiero que me ame de nuevo. Quiero que me mire como antes, que me toque como solía hacerlo.


―Estás loca si crees que voy a dejar que seas otra cosa aparte de mía ―le digo―. Siempre serás mía. Tú lo sabes, yo lo sé.


Ella levanta su mano de nuevo, pero esta vez la atrapo antes de que me golpee y la tiro hacia abajo sobre sus rodillas. Ella se desploma sobre sí misma, derrotada. Las lágrimas caen libremente por sus mejillas mientras levanta sus manos para acunar mi cara.


―Jodidamente te odio.


Deslizo mis manos por su brazo y en sus manos frías y pequeñas que descansan sobre mis mejillas.


―Tú jodidamente me amas.


Y así como así, ella estrella su boca en la mía. Se aferra a mi cuerpo, tirando de mí tan cerca como es físicamente posible. La extraño... mentalmente, no tengo idea de cuánto
tiempo se ha ido y nada de esto tiene sentido, pero la extraño independientemente de eso.


La inhalo. Ella huele exactamente como recuerdo, como el jabón corporal frutal que utiliza y que amo tan malditamente mucho.


Su lengua choca con la mía y ella es la cosa más dulce que he probado, como los Skittles morados.


Mis manos caen de las de ella y tiro de su vestido. No tiene cremalleras, ni botones y ningún maldito lazo para que rasgue la maldita cosa de su magnífico cuerpo. Ella jadea
en mi boca, pero no se atreve a despegar sus labios de los míos. No me importa su vestido, lo único que sé, es que la necesito más que a nada en el mundo, y la tendré.


La empujo sobre su espalda, bajando mi cuerpo encima de ella. Las luces por encima de nosotros son brillantes y cálidas en la piel. Hacen que aparezcan perlas de sudor entre nuestros torsos desnudos al instante. Paula empuja desesperadamente mis shorts hasta que mi polla dura salta libre. Alineándome yo mismo, la penetro con impaciencia y en el segundo que siento su túnel suave y aterciopelado confinándome, apretándome más allá de lo creíble, retiro mis labios de los de ella y la miro a los ojos. Una sola lágrima rueda por el rabillo de su ojo y me sonríe.


―Te am…



Jadeo y mis ojos se abren después de que un fuerte aumento de excitación 
haga a todo mi cuerpo temblar. Mi respiración es pesada y rápida, llenando una habitación de otra manera silenciosa. Otro golpe de placer arrasa todo mi ser mientras trato de orientarme. Estoy apretujado con Paula... estamos desnudos y mi erección está justo entre sus piernas, presionando contra sus labios. Ella está húmeda y goteando sobre mí.


―¿Paula? ―le susurro meciendo su hombro ligeramente. 


No hay respuesta―. ¿Paula? ―vuelvo a intentarlo... aún nada.


―Pedro―gime ella aún a la deriva en la tierra del sueño.


Me encuentro a mí mismo sonriendo ante el hecho de que ella me desea, incluso cuando está durmiendo y luego me sorprendo y trago duro. No quiero que piense que yo deliberadamente me puse ahí... eso sería extremadamente incómodo y dudo que pueda ser capaz de sonreír para salir de esta. Agarro su muslo y lo levanto ligeramente, lo suficiente para retirarme sin rozar cualquier parte de su piel. 


Mientras levanto su pierna, ella agarra mi brazo y me congelo, atrapado en una posición aún más comprometedora. Sin decir una palabra, ella libera su pierna y planta mi mano en su cadera mientras se empuja de nuevo contra mí.


―Quédate así ―murmura―. Me gusta.


Ella se acurruca en mí y al instante vuelve a caer dormida dejándome mirando a la oscuridad. Hay peores posiciones para dormir, supongo. Cierro los ojos tratando de no centrarme en lo duro que estoy, lo cálida que es, o en mi pesadilla.


Las dos primeras me las arreglo para bloquearlas, pero la última... no puedo.


Eso fue todo.


Mi primer sueño culpable por lo que hice a espaldas de Paula. Fue una pesadilla para competir con cualquier pesadilla... porque hay una posibilidad de que se vuelva realidad. Hay una posibilidad de que ella me odie... que ella me deje. Tiro de ella aún más cerca. No puede dejarme, no voy a dejarla.

CAPITULO 274




En mi bolsillo delantero suena mi teléfono, vibrando toda mi pierna. Sin pensar lo respondo y lo pongo en mi oído.


―¿Hola?


―¿Paula?


Me estremezco mientras la voz de mi madre suena a través de mi oído.


―Hola, mamá ―la saludo, forzando la alegría en mi voz.
Con eso, Damian me aprieta el brazo y susurra:
―Voy a dejar que ustedes dos resuelvan lo que quieren hacer.


Él se va. Marco el altavoz en mi teléfono y lo bajo al mostrador. Pedro se inclina hacia delante, cruzando los brazos y apoyándolos en la superficie. En esa posición, las líneas y crestas en sus brazos son prominentes, haciéndome tomar nota de la palpitación entre mis piernas.


―¿Paula? ¿Estás ahí? ―dice mamá a través del teléfono.


Oh. Llamada telefónica. Mamá. Correcto.


―Sí, estoy aquí.


―Respóndeme. ¿Estás embarazada?


Controlo el impulso de rodar mis ojos, aunque que sé que ella no puede verlo. No quiero hablar de esto. Tengo que convencer a Pedro de que voy a estar bien en primera fila con él.


―Mamá, ahora no es un buen momento para hablar…


―… tuve que averiguarlo a través de Vanesa. Debes responder tu teléfono de vez en cuando. ―Me inclino sobre el mostrador. He estado evitando las llamadas de mi mamá por las últimas semanas. He estado tan ocupada y ella está poniéndose de nuevo toda “extraño a mi bebé”, como lo hizo antes de que papá muriera. Me estuvo sofocando todo el camino desde Portland. No puedo decir que estoy sorprendida de que ella llamara a Vanesa, sin embargo. Es un movimiento típico de mamá.


―Sí, mamá. ―Suspiro―. Pedro y yo vamos a tener un bebé.


―¿Pregúntale cuándo iban a decirnos? ―oigo a la madre de Pedro, Julia, gritar en el fondo.


Estoy feliz de que esas dos hayan congeniado y se hayan convertido muy cercanas desde que papá murió y Julia salió de rehabilitación, pero hombre, ellas realmente saben cómo conspirar contra mí y Pedro.


―Nunca, mamá ―dice Pedro al teléfono y ambas jadean. 


Estiro la mano y lo palmeo en el brazo, y él se ríe. Sabe que no debe atormentarlas. Cuando ellas están juntas, las llamadas telefónicas pueden durar horas. Literalmente horas. No atormentarlas significa menos tiempo en el teléfono. Gracias a Dios que no ellas saben cómo configurarse en Skype.


―Cuando lleguemos a la fecha límite ―les digo.


―A las quince semanas ―añade Pedro, sintiéndose superior sabiendo todas estas cosas del embarazo.


―¿Cuántas tienes?


―Once semanas.


Ellos jadean de nuevo.


―¿Ibas a esperar cuatro semanas más para decirnos? Paula Chaves, eso es indignante.


La mandíbula de Pedro se tensa ante el uso de mi mamá de mi antiguo apellido. Le digo que es una vieja costumbre de ella, pero él insiste en corregirla cada vez. Sencillo. Tiempo. 


Él me da esa mirada, la mirada intensa por debajo de sus cejas con la que no puedo discutir.


―En primer lugar, ya no es Paula Chaves y en segundo lugar, no queremos darle a nadie esperanzas.


Hay una pausa larga y tranquila antes de que las mamás estallen en un ataque de gritos y aplausos.


―Oh, Pau. Podemos convertir la habitación de Agustin en una guardería y… Pedro se ríe, cortando a mamá.


―No lo creo, señora Chaves.


Odio cuando Pedro se refiere a mi madre por su apellido. Ella lo odia también, pero él no va a usar su nombre de pila. 


¿Qué puedo decir? A él le gusta meterse bajo la piel de mi madre.


―Lo tengo todo bajo control ―le asegura.


―¿Lo tienes todo bajo control? ―pregunta ella, su voz mezclada con escepticismo.


―Bueno, iba a guardar la sorpresa hasta después de mi última pelea, pero ya  que está tan segura de que no he planeado nada, voy a decirle. ―Una sonrisa de orgullo se muestra en sus facciones y da la vuelta a la encimera de la cocina, llegando a pararse a mi lado. Trabo mi mirada con la suya, incapaz de apartar la mirada―. Compré otra casa en Portland. Paula y yo vamos a vivir allí con nuestro nuevo bebé.


Mi corazón se hincha en mi pecho y presiona contra mis pulmones que ahora se estrujan en mi caja torácica.


―¿Lo hiciste? ―Mamá y yo preguntamos al mismo tiempo.


―Lo hice.


Mamá está hablando en el fondo, algo acerca de convertir la habitación de Agustin en una guardería de todos modos, para cuando ella lo cuide, pero realmente no la escucho. 


Todo lo que oigo es el rápido y desigual ritmo de mi
hinchado corazón. Agarro a Pedro, tirando de él hacia mí y besándolo con fuerza.


Lo siento sonreír contra mi boca y la devuelvo. Voy a admitir que estaba un poco preocupada acerca de cómo íbamos a manejar toda la situación de la casa. Con Luciano, la madre de Pedro, y Vanesa prácticamente viviendo en la actual casa de Pedro, opté por seguir viviendo con mamá hasta que el resto encuentre una vivienda permanente. Él arregló eso. 


Compró una casa completamente nueva solo para nosotros... para su pequeña, pequeñita familia.


―¿Paula? ―llama mamá―. Paula, ¿estás ahí?


Le doy una palmada a la pantalla de mi teléfono una y otra vez sin despegar los labios de Pedro, hasta que cuelga.


―Te amo ―le digo cuando me alejo.


Mis labios rozan los suyos mientras arrastro las yemas de mis dedos por su torso, amando la manera en que sus abdominales inferiores tiemblan bajo mi tacto.


―Y creo que acabo de demostrar que te amo, también.


No voy a negar eso.


―Lo hiciste.



Agarra mi cara, tirando de mí con fuerza contra él. Nuestros labios chocan y corrientes eléctricas surgen desde las yemas de sus dedos y hacia mi cuerpo.


Estamos intercambiando energía, subiendo y subiendo mientras la energía estática fluye a través de nosotros. Estoy lista para irme, lista para hacer lo que él quiera hacer, pero hay una cosa de la que tengo que ocuparme primero. 


Con Pedrono estoy por encima de usar el sexo para conseguir lo que quiero, así que meto mi mano bajo el dobladillo de sus pantalones y agarro su longitud semi-dura en la palma de mi mano. Él gime, mordiendo mi labio inferior y haciéndome jadear.


Abro la boca y él mete su lengua dentro, robando todo el aire de mis pulmones.


Me alejo de su boca y gruñe bajo en su pecho, apretando mi culo, y jalándome hacia adelante. No tengo más remedio que envolver mis piernas bajas en sus caderas. Mi frecuencia cardiaca aumenta, sonando como diez caballos golpeando rápidamente una pista.


―Tú me quieres, ¿no? ―bromeo, moviendo minuciosamente mi mano contra él.


Él me da una especie de oscura sonrisa, una que me hace atreverme a burlarme de él.


―¿Es obvio?


Devolviéndole su mirada diabólica, chupo mi pulgar en mi boca, mojándolo con mi saliva antes de bajar a sus pantalones y presionarlo en la misma punta de
su erección. Él expulsó una exhalación fuerte mientras yo giraba y giraba mi pulgar, mezclando mi saliva con su líquido preseminal. Sus dedos se clavaron en mis caderas, amenazando con amoratarlas si no dejaba de burlarme de él. Solo hay una pregunta que tiene que responder con el fin de que deje de burlarme. Si la responde correctamente, puede tenerme de cualquier manera que quiera.


Juzgando por cuan ansioso está dirigiéndome, asumo que follar en el mostrador de la cocina no es un grito lejano en la distancia. La idea me emociona sin fin, haciéndome humedecerme entre mis muslos al instante.


―¿Me quieres en primera fila, ¿verdad? ―pregunto, apretándolo con fuerza en mi mano.


Él aprieta sus dientes, negándose a contestar, así que envuelvo su punta y pongo mi boca más cerca de la suya. Va a besarme, pero apenas dejo que nuestros labios se rocen.


―Joder, Paula ―murmura en voz baja, su polla estirándose contra su propia carne.


―¿Quieres que esté en primera fila, contigo, Pedro? ―lo intento de nuevo, mi voz sonando muy ronca.


Él asiente, su rápida y necesitada respiración chocando con la mía.


―Sí ―dice en voz baja―. Sí, te quiero justo ahí a mi lado.


¡Victoria! Aplasto mis labios a los suyos y sus dedos se enganchan debajo de mis pantalones vaqueros. Él me levanta de la silla, aparta mi sándwich y me baja sobre el mesón. Jala mis vaqueros, bajándolos por mis piernas. Mi culo desnudo toca la superficie y puedo escuchar la voz de Vanesa en la parte de atrás de mi cabeza, haciéndome soltar una risita. “Asco. ¡Maldición, la gente come aquí!”


Cuando mis vaqueros son liberados, Pedro me ataca, poniendo su cuerpo sobre el mío. La electricidad fluye de nuevo, y esta vez, ni siquiera un pulso electromagnético puede salvarnos de nosotros mismos.