miércoles, 5 de noviembre de 2014

CAPITULO 256



PAULA



Pedro regresó de la arena como una persona diferente a la que ha sido durante las últimas semanas. Parece feliz, genuinamente feliz. No lo he visto sonreír así desde nuestra luna de miel. Cualquiera cosa que hizo o dijo Damian funcionó de maravilla. No puedo interpretar lo que siente Pedro algunas veces, no como Damian o Luciano pueden.


Me acuesto perezosamente en la cama, sonrío a mi libro cuando su voz se filtra desde el baño. Está tarareando una canción que no conozco. Pedro se pasea hacia el dormitorio, tirando de una bonita camisa azul por encima de su cabeza.


La cual se aferra en su pecho y brazos, y se afloja en su estómago. Sus negros pantalones cortos hasta las rodillas y sus tenis blancos completan su atuendo casual pero sexy.


―Vaya ―le digo, mirando por encima del borde de mí libro―. Te ves muy bien.


―Y tú todavía estás en pijama.


Bajo la mirada a mis pantalones y camisa de cama demasiado grande. Una camisa de “PEDRO” que Vanesa me compró durante mi primera pelea en vivo.


―¿Se supone que debo usar algo más? Son las 7:00 p.m.


―Tengo un montón de comentarios inapropiados que puedo usar en respuesta a eso, pero solo lograrán excitarme, lo cual nos hará llegar tarde. Ahora mismo, voy a tomar el camino sin comentarios sexuales y humor hilarante y hacerte saber que vamos a salir para una última cena antes de que nos encierren aquí hasta la pelea.


¿Nos encierren? ¿Aquí? La idea es emocionante y absolutamente aterradora.


―Pero faltan meses para la pelea.


―Estoy consciente de eso, pero Damian piensa que es lo mejor y yo también.


Asiento, vacilante. Si Pedro piensa que va a ayudar, entonces quiero estar a bordo.


―De acuerdo. Si eso es lo que quieres, podemos hacerlo. ¿A qué hora es la cena?


―Tienes treinta minutos.


Me siento erguida, alarmada. Marañas de cabello caen por mi cara y los aparto mientras sacudo mi libro hacia él.


―¿Treinta minutos? ¡Pedro! ¡Tengo todo un capítulo que terminar!


Me mira con los ojos abiertos como si fuera la persona más loca en la tierra.


―Haz una pausa.


―¿Pausarlo? Es un libro, no una película. Hay ciertos detalles que voy a tener que volver a leer si paro ahora.


―Es solo un libro.


―Solo un li… ―Hago una pausa y tomo una respiración. 


Los no lectores simplemente no lo entienden. Cuando me meto en un libro no paro a menos que haya un tsunami, volcanes en erupción o un tornado girando directamente hacia mí. Estoy hablando de un verdadero final no de una maldita cena. ¿Qué es la comida cuando estás en medio de un buen libro?―. Esto es algo más que un libro.Es una historia acerca de vaqueros y damiselas en apuros.


Parpadea hacia mí. Claro que todo esto es lenguaje extraño para él.


―Están montando este caballo junto a un tren de vapor en movimiento, bien, no suena tan impresionante cuando lo digo así, pero el héroe y la heroína están a punto de declarar su amor por el otro. No me puedes apartar ahora.


Pedro cruza la habitación con una sonrisa inocente en su cara y eso me pone en el borde. Nada de Pedro es inocente.


―Cariño ―dice con una voz demasiado dulce para mi gusto ya que me arranca el libro de las manos―… deja que te ayude.


Pliega la esquina de mi página y cierra el libro. Mi boca se abre. ¿Está loco?


―No acabas de hacer eso.


¿Quién pliega ahora la esquina de una página? ¿No ha oído hablar de un maldito separador?


―¿Hacer qué?


Mantengo mi mirada sobre el libro en sus manos.


―Plegar la esquina de mi página.


Pedro frunce el ceño.


―No sé lo que eso significa.


Me lanzo de espaldas contra el colchón, exhalando.


―Por supuesto que no.


Sus grandes y cálidas manos agarran mis tobillos y chillo mientras me da un tirón hacia abajo de la cama, me detiene con las manos en las caderas antes de que me deslice completamente abajo. Baja su cara a la mía.


―Vamos a tener pizza para la cena.


Pizza, la palabra ilumina al instante mi estado de ánimo. Pensaba que iba a llevarme a algún lugar donde solo hacen salmón magro y otras cosas raras que no puedo pronunciar. No he comido comida chatarra durante tanto tiempo.


Cuando Pedro come bien, no se puede encontrar nada malo en casa, es no a todo, incluso el chocolate. Su nutriólogo trató de convencerme de que podemos sustituir el chocolate y hacer las cosas a partir de cacao, pero traté y sin duda no es chocolate. La mayoría de las veces me escapo a la habitación de Vanesa y me lleno de malos carbohidratos. Él se ríe cuando mis labios se estiran en una sonrisa.


―¿Pizza? ―pregunto, aumentando mi voz―. ¿En serio?


Espero que se ría de mí o admita que está jugando alguna especie de enferma broma retorcida. En cambio, Pedro planta un beso en mi boca. Es rápido, demasiado rápido para disfrutar y casi hago pucheros.


―En serio. Ahora levántate. Te espero abajo, en veinte minutos.


―Espera ―llamo en su lugar―. ¿Quieres decir pizza de verdad? No ese tipo raro de pizza saludable hecha a base de hojas de lechuga, ¿cierto?


―Sí, Srta. Piggy. ―Se ríe―. Quiero decir de verdad auténtica pizza-pan, carne, queso-todo el lote. Ahora vamos. Estás perdiendo tiempo.


Endereza su postura, lanza mi libro sobre la cama, y sale de la habitación.


Me deslizo fuera de la cama, aterrizando sobre mi culo. Duele, pero no podría importarme menos. ¡Voy a cenar pizza!

No hay comentarios:

Publicar un comentario