sábado, 17 de mayo de 2014

CAPITULO 147



Se siente raro conducir a la oficina de Carlos. Ha pasado un largo tiempo desde que he estado en cualquier lugar cerca de ella. A propósito la he evitado por miedo a encontrarme con él. Terminamos las cosas en malos términos... y teniendo en cuenta que todavía estoy haciendo las cosas que nos hicieron pelear en primer lugar, no creo que esto vaya a ser fácil. Estaciono en el frente, feliz de que hay un espacio disponible. Reviso mi cuello en el espejo retrovisor y suspiro de alivio cuando veo la mordedura desvaneciéndose. Me tomo unos momentos para agrupar mis pensamientos. No sé por qué me siento tan nerviosa… entonces,tal vez no son nervios... tal vez es culpa. Me siento culpable porque era una empleada de mierda. Era una gran empleada antes de que cierto alguien llegara.
Llegaba al trabajo en el momento adecuado y nunca faltaba... entonces conocí a Pedro y mi mundo se volvió al revés. Dejé que me consumiera, lo dejé hacerse cargo de todos los aspectos de mi vida y me encantó. Me encanta la forma en que me hace sentir... tomar una oportunidad con él valía más para mí que trabajar de nueve a cinco.


Dejo caer mi cabeza hacia atrás contra el apoya cabeza y tomo dos respiraciones profundas. Bien podría acabar de una vez y terminar con esto.
Desabrocho el cinturón y salgo del auto. Diez minutos, me digo. Diez minutos y luego me voy de aquí. 

—¿Paula? —La voz de Mason suena a través de mis oídos y me giro de manera abrupta, casi cayendo contra mi auto. No estoy preparada para esto.

Está a punto de entrar en su oficina con un pequeño café en la mano y agito la mano tímidamente hacia él. Fuerzo mi piernas una delante de la otra, me las arreglo para caminar alrededor de mi auto y dar un paso a la acera. No puedo decir que esperaba que estuviera fuera y solo tuviera que hacerle frente a su recepcionista... la mierda sucede, supongo.


—Hola, Carlos... vine a recoger algunas de mis cosas —le digo, con nerviosismo tirando del dobladillo de mi camiseta.
Se ve bien en su traje gris claro con una corbata azul brillante, abrochado hasta el último botón. Sonríe y creo que es tanto genuino como obligado, si eso es siquiera posible.
—Claro, entra.


Mis sandalias abofetean el hormigón mientras lo sigo a su oficina. Mi mirada se arrastra sobre el familiar entorno antes de pararse en mi viejo escritorio. Una incómoda punzada de nostalgia me atraviesa y cierro mis manos en puños ansiosos. Tal vez sí echo de menos trabajar aquí... 

—Fatima, ella es Paula. Es tu predecesora —le informa Carlos con una sonrisa juguetona.

Miro a la chica pequeña detrás del escritorio. Fae es el nombre adecuado para su apariencia. Es pequeña, con cabello dorado y una pequeña nariz puntiaguda… como Campanita. Ella me mira a través de su corto flequillo. 

—No te preocupes —le digo, frotando mis palmas húmedas en mis pantalones vaqueros—. Si llegas a tiempo o te presentas siquiera, entonces ya lo está haciendo mejor que yo.

Coloca un mechón suelto sobre su oreja tímidamente y se ríe, claramente nerviosa sobre mi repentina llegada. 

—¿Algún paciente? —le pregunta Carlos y Fatima niega.
—No hasta dentro de media hora.

Carlos me hace señas para que lo siga a su oficina y le sonrío a Fatima antes de deslizarme en la habitación y cerrar la puerta detrás de mí. Sin mirar a Carlos, me dejo caer en el asiento frente a su escritorio. Por suerte, él se sienta en su silla detrás de la mesa y no en el borde de su escritorio, como lo hacía antes.

—¿Cómo has estado? —pregunta, sin hacer contacto visual y me pregunto si realmente le importa. 

Entrelazo mis dedos, no lo suficiente relajada para inclinarme hacia atrás en la silla.

—Bien, he estado bien. ¿Y tú? 

Se encoge de hombros.

—Estoy bien.


Un incómodo silencio llena la habitación y lo observo hasta que finalmente levanta sus ojos azules de su escritorio a mi cara. 

—¿Cómo está tu mamá?  

Me estremezco por dentro ante la conversación poco natural desarrollándose entre nosotros, pero me fuerzo en atravesarla, esperando que termine en que yo obtenga mis cosas y me vaya. 

—Está mejor ahora que me he mudado de nuevo con ella. 

—Oh, bien.


Se inclina hacia atrás en su silla, arrastrando los dedos por su cabello.


—Lamento lo de tu padre... cuando lo leí en el periódico, no podía creerlo.


—Gracias, fue una conmoción... pero estamos lidiando con ello.


Él asiente.


—¿Y Pedro? Están ustedes todavía…

—Sí, Pedro y yo estamos todavía muy... juntos. 

Carlos niega ligeramente y yo frunzo el ceño. ¿Por qué piensa que vine aquí?
¿Para rogar por mi trabajo de vuelta? ¿Para decirle que estaba equivocada y que debería haberlo elegido a él por encima de Pedro?


—Solo vine a recoger mis cosas, Carlos. 

—¿Y eso es todo? ¿Ninguna disculpa? ¿Nada? Has estado evitando mis llamadas por las últimas ocho semanas, pero me da la sensación de que no tiene nada que ver contigo. 

Exhalo. Tiene razón.Carlos no me hizo nada a mí. Yo fui quien le hizo daño.


—Lo siento, he estado ocupada administrando el gimnasio y sabes cómo se siente Pedro sobre ti... yo… 

—Pedro no es más que un playboy con exceso de confianza,Paula. No le tengo miedo. No puede decirte con quién puedes y no puedes hablar. Pude haber sido tu jefe, pero también era tu amigo, soy tu amigo.

Saco mi labio inferior de entre mis dientes.Carlos no puede ser mi amigo.
No puedo vernos exactamente yendo a tomar un café o juntos de compras, al menos no sin poner en peligro mi relación con Pedro. Carlos también tiene, tenía,sentimientos románticos hacia mí, haciendo cualquier tipo de relación con él,inalcanzable. Tenía que cerrar este capítulo de mi vida. Para seguir adelante con Pedro, Carlos y mi antigua vida se tienen que ir.

—Carlos, siento haber elegido a Pedro sobre mi trabajo, siento haberte abandonado y a este consultorio, pero hasta ahora esa decisión me ha llevado a donde estoy ahora... y me gusta donde estoy.

La decepción aparece en todo su rostro y me frustra. ¿Por qué nunca puede hacer las cosas fáciles para mí? ¿Qué más quiere que diga? 

—Odio ver que te hagas esto —admite, enviando afiladas flechas de frustración justo a la boca de mi estómago—. Tu relación con Pedro es una bomba de tiempo. Tú lo sabes, yo lo sé… todos lo saben. Estás perdiendo tu tiempo.Me río.

—¿Qué estoy perdiendo el tiempo con Pedro? No. Estoy perdiendo mi tiempo aquí contigo. Cada milésima de segundo que estoy con él es tiempo bien gastado.


Él me hace feliz, Carlos, lo más feliz que alguien me ha hecho alguna vez. ¿Eso no te importa? Dices ser mi amigo pero solo tomas tu propia felicidad en consideración, no la mía. Sé exactamente qué tipo de persona es Pedro. Sé lo que ha hecho y cómo es él, pero eso no me hace quererlo menos.

Carlos se pellizca el puente de la nariz brevemente antes de empujarse de su silla. Se vuelve y abre el armario de arriba de su cabeza. Alcanzando el interior saca una pequeña caja verde y cierra la puerta. Antes de entregármela, golpea sus dedos en el lado de la misma, como si quisiera decir algo más. Decidiéndose contra ello, sus cejas se arrugan y desliza la caja sobre su escritorio. 

—Aquí están tus cosas. La foto de tu padre, algunos de tus recibos, tu cheque de pago y un brillo de labios.

Agarro la caja y me paro. Doy un paso hacia la puerta y la voz de Carlos detiene mis pasos. 

—Voy a estar esperando a que me digas que tengo razón y lo harás, con el tiempo.


Giro la cabeza para darle una mirada de muerte. Sus ojos son claros, casi de disculpas y lo fulmino con la mirada. 

—No contengas la respiración. 

Salgo hecha una furia dando los últimos pasos hacia la puerta y la abro. Sin mirar en dirección a Fatima, me marcho de la oficina y salgo a la calle. Esquivo una vieja mujer empujando una cesta de compras y desbloqueo mi auto antes de dejarme caer en el asiento del conductor y dar un portazo. 

—¡Estúpido! —grito, golpeando el volante con la palma de mi mano. 

¿Cómo se supone que voy a tener una perspectiva positiva en mi relación cuando todo el mundo es tan condenadamente negativo? Todo lo que quiero es que alguien sea feliz por mí, como lo era papá o lo es Vanesa. No puedo darle a todos lo que quieren. No puedo dejar a todos contentos así que, ¿qué diablos se supone que debo hacer? ¿Cómo puedo ser feliz cuando la gente se niega a dejarme serlo? Arrastro una lenta inhalación a través de mi nariz y la expulso a la misma velocidad. Saco el teléfono de mi bolsillo y decido saltarme la llamada telefónica a Pedro. Si descubre que Carlos me disgustó, probablemente vendrá aquí y Dios sabe qué, así que le envío un texto en su lugar.

PARA:PEDRO. HORA: 08:00 a.m.
Hecho. En mi camino a casa para ayudar a mamá. Te llamaré más tarde.  
Te quiero. xx

 
Dejo caer mi teléfono en un soporte para vasos y pongo las llaves en el contacto. Cuando me alejo de mi antiguo lugar de trabajo, no puedo evitar sentir un poco de alivio bajo la enorme pila de preocupación y culpa. He cerrado oficialmente el capítulo “Carlos” de mi vida... está terminado. Nunca más tendré que ver sus ojos juzgándome o escuchar sus comentarios no deseados. Cerrar ese
capítulo en mi vida fue sorprendentemente fácil... tal vez es porque sé que cada nuevo capítulo que empiece de aquí en adelante traerá nuevas oportunidades,


nuevos recuerdos, nuevos finales, y con suerte, todos ellos contarán con Pedro.

CAPITULO 146



Mamá mira por encima de su hombro hacia nosotros, escuchando.
Realmente no quiero tener esta conversación a su alrededor. Sé cómo se siente Pedro en relación a Carlos. Hemos tenido esta discusión un millón de veces antes y de acuerdo con él, no le preocupa que yo vaya a dormir con Carlos, le preocupa que Carlos vaya a dormir conmigo… como si eso tuviera algún sentido. Deslizo mi silla hacia atrás. 


—Voy a vestirme, mamá y luego volveré a comer algo más.
Me deslizo pasando a Pedro y cuando camino por el pasillo, oigo su silla raspar contra el suelo. Aprieto los ojos,cerrándolos brevemente. Aquí vamos. Entro en mi habitación y Pedro me sigue de cerca, cerrando la puerta detrás de él.
Camino directamente hacia mis cajones, saco un par de jeans y una camiseta mientras él empuja mis cajas a un lado y busca en el lío de telas, ropa interior y un sujetador. Espero pacientemente mientras empuja pasando todas mis hermosuras de encaje y finalmente, me lanza una prenda de algodón negro. Trato de no sonreír ante el hecho de que eligió el par menos revelador de la ropa interior que poseo.
Maldito Pedro.


Se inclina contra la pared, con la pierna doblada en la rodilla, observa cómo me abrocho el sujetador alrededor de mi estómago y me saco mi camisa por encima de la cabeza. Rápidamente subo el sujetador y deslizo mis brazos debajo de las correas, ajustándolo de tal manera que se sienta cómodo.

—¿Quieres que vaya contigo? —pregunta. 


—No, Pedro, no es necesario que vengas conmigo. Damian se molestará si llegas tarde al entrenamiento.


Cruza los brazos.


—¿Y si Carlos quiere que vuelvas y trabajes para él? 

Deslizo mis pantalones hacia abajo, ignorando la forma en que los ojos de Pedro me miran.


—Le voy a decir que no gracias, ya tengo un trabajo y me permite mirar todo el día a cierto hombre sexy y sudoroso con el que estoy particularmente encariñada.


Sus labios se contraen y se empuja fuera de la pared, dando unos pasos para acercarse a mí. Siento que mi interior ondula con cada paso y todo mi cuerpo se tensa. ¡Solo quiero que me toque, por el amor de Cristo! ¿¡Es mucho pedir!?


—Eso suena como un buen trabajo. —Sonríe, deslizando sus manos sobre mi nuca


—El mejor —le digo, presionando mis labios contra los suyos. 

Gruñe, deslizando una mano por mi cuello, por debajo de mi ombligo y en mi ropa interior. Mi respiración sube cuando sus ásperos dedos presionan contra mi calor y al instante, mi ropa interior nueva está empapada. Él se retira, con sus ojos ardiendo en mí. 

—¿Cuáles son las probabilidades de que tu madre entre mientras me encargo de ti? 

Vaya, vaya, hay un Dios después de todo. 

Hay un suave toque de nudillos en la puerta y Pedro exhala, quitando su mano y dando un paso atrás. Cálmense chicas, falsa alarma. No hay un Dios.


—Paula, también hice batidos —dice la voz de mamá a través de la madera. 

¿Batidos? ¿Ahora?  Me ahogo con una risa mientras me pongo una nueva camiseta por encima de la cabeza. 

—¡Gracias, mamá!


Dios, ella puede ser tan inoportuna a veces. Empujo mis piernas en mis pantalones vaqueros, tiro de ellos hacia arriba y los abotono. Alcanzo un lazo para el cabello fuera de mi armario y recojo mi cabello en un moño desordenado mientras paso más allá de Pedro y salgo de la habitación. Pedro me sigue, demasiado cerca para que yo pueda pensar con claridad, cuando nos sentamos de nuevo en nuestros asientos, se inclina y me besa la mejilla. No quiero sonreír, pero no puedo evitarlo y termino con una sonrisa de oreja a oreja como el maldito gato de Cheshire. Mamá nos observa con curiosidad desde el otro lado de la mesa.

—¿Así que entiendo que ustedes dos todavía están bien?
Pedro se ríe, lanzando un brazo por encima de mi hombro.
—No se vea tan acongojada, Sra. Chaves. No voy a ninguna parte. 

Mamá da sorbos a su café, estrechando sus ojos hacia él sobre el borde de la taza. Mamá actúa toda “malhumorada” y “difícil de complacer” cuando se trata de Pedro, pero en el fondo lo ama. Tiene que hacerlo... porque papá lo hacía. 

—Está bien —suspiro, después de veinte minutos de comer en silencio—Tengo que ir a la oficina de Carlos y recoger algunas cosas. Cuando vuelva,podemos trabajar en el jardín, si quieres. 

Mamá asiente con entusiasmo y una sonrisa curva sus labios.


—Eso sería maravilloso. Compré unas petunias rosadas y van a lucir hermosas en el jardín delantero. 

Papá siempre quiso poner petunias rosadas en el jardín delantero, pero mamá odiaba la idea de que el color rosa chocara con los amarillos. Ahora que él se ha ido, ella quiere poner el color rosa en la parte delantera... tal vez es para honrar su memoria, o tal vez porque se siente culpable. De cualquier manera, me alegra que la idea de ponerlas en el jardín delantero la haga feliz. Empujo hacia fuera mi silla y Pedro sigue mi ejemplo. 

—Te acompaño a tu auto —dice, no me ofrece.


—Claro.


Me deslizo en un par de sandalias junto a la puerta y saco las llaves de mi auto del gancho. Pedro tiene la puerta abierta para mí y salgo al patio. El aire de la mañana es refrescante y el bajo sol dorado calienta mi piel, mientras que la fría brisa lo roza. 

—No tienes que ir, ya sabes. Yo podría ir por ti después del entrenamiento. 

Me río una vez ante Pedro destruyendo su cerebro para sugerir algo que me detenga de ir allí. 

—Sí, puedo ver eso terminando bien. 

Sus dedos se enlazan con los míos y caminamos de la mano por el crujiente camino de guijarros. La tensión irradia fuera de él en ondas, puedo verlo en la forma en que camina y sentirlo en el agarre extra duro que tiene en mi mano. 

—Mira, Pedro, sé cómo te sientes sobre Mason, pero necesitas relajarte. Estaré allí cinco minutos como mucho.
Sus ojos buscan en los míos y después de un largo par de segundos, inhala una respiración profunda, expulsándola por su nariz.

—Bien, pero llámame cuando hayas terminado. Tal vez podamos almorzar.


—¿Qué pasa con Damian y el entrenamiento?


Damian tiene a Pedro entrenando tres veces al día casi todos los días ahora. Eso deja poco tiempo para que pasemos juntos, eso es probablemente parte del enfermo plan de Damian, también.

Se encoge de hombros


—No te preocupes por eso, lo arreglaré.


Me estiro y planto un beso rápido en sus labios. Antes de que me aleje, sus dedos se clavan inesperadamente en la parte baja de mi espalda y me tira con fuerza contra él. Su boca cae a mi cuello y tira de la piel entre sus gruesos labios, chupando fuerte y obteniendo un gemido involuntario de mí. La piel comienza a picar, entonces me doy cuenta y me apartó bruscamente. Pedro me suelta con una sonrisa divertida en sus labios y doy un par de pasos hacia atrás. 

—¿Me estás tomando el pelo? —jadeo, apretando mi cuello.
Se pasa la lengua por su labio inferior, como si yo fuera la cosa más deliciosa que ha probado nunca.


—¿Qué?  

—¿Qué? —me burlo, haciéndolo sonreírme. Es una de esas sonrisas de “haré lo que jodidamente quiera y no podrás hacer nada al respecto”. Es el tipo de sonrisas que penetra la tela y lame justo donde tus muslos se encuentran, es por causa de esa sonrisa que no puedo estar enojada con él por querer dejar su marca allí donde Carlos la verá. 

—Eres un animal —protesto, sin estar segura de cómo reaccionar frente a él y a su flagrante posesividad. 

—Gracias. 

Lo fulmino con la mirada, pero es una mirada confusa que lucha contra una sonrisa.


—No era un cumplido. 

Levanta una ceja. 

—No estoy de acuerdo.

Me doy la vuelta sobre mis talones, empujo a través de la puerta lateral y hacia la calzada. Pedro se inclina en contra de la pequeña puerta blanca y me mira mientras entro en mi auto, me abrocho en el cinturón de seguridad y lo enciendo.
Antes de poner marcha atrás e irme, bajo mi ventanilla.
—¿Vas al gimnasio ahora? —pregunto por curiosidad. 

Si necesito algo de él más tarde, será más fácil para mí si sé dónde está.Sonríe, pasándose los dedos por el cabello.
—Lo haré dentro de un rato. Pensaba quedarme por aquí y molestar a tu mamá por un rato más. 
Pongo los ojos en blanco y niego. 
—Hasta luego.


Retrocedo por el camino de entrada y saludo con la mano una vez, antes de girar en la esquina y alejarme.

CAPITULO 145



Paula

A menos de seis días para las Vegas
 
Palmeo mis dedos a lo largo de mi brazo, esperando a que suene mi alarma.
He estado despierta por un tiempo, y si soy honesta, no creo que anoche haya dormido mucho. Desde el gimnasio con Pedro (más específicamente, las duchas), mi cerebro y mi cuerpo han estado conspirando contra mí. Mi cerebro se niega a dar algún pensamiento racional o respuesta, lo único en lo que he conseguido pensar es el duro cuerpo de Pedro y el duro... todo lo demás. En cuanto a mi cuerpo, no puedo mantenerme quieta. Constantemente me muevo y me retuerzo,trabajando con los pensamientos menos íntegros que se le ocurren a mi cerebro.
Mi alarma suena con su pitido molesto, me doy la vuelta y golpeo el botón para que deje de sonar.
¿Las chicas pueden tener bolas azules?  Pongo los ojos en blanco a mí misma,allí voy de nuevo. Con un resoplido, me siento y empujo la manta fuera de mis piernas. Paso mis dedos por mi cabello y luego por encima de mi cara.Pedro me dijo que lo llamara si lo necesitaba (y vaya que lo necesito), pero no puedo, por el bien de Damian. Damian quiere una última oportunidad para entrenar a Pedro a su manera antes de que los funcionarios de la MMAC comiencen a dictar la manera en que él debe entrenar a Pedro. No quiero ser quien tome eso de él. Además, son solo tres semanas más hasta su pelea, luego Pedro y yo podremos hacer lo que sea que queramos el uno con el otro. Oh, las interminables posibilidades. Vívidamente en mi mente, recorro su pecho con mi lengua, sintiendo todos sus músculos temblando debajo de mi boca. Un suave golpe suena en la puerta de mi dormitorio, sorprendiéndome de mis pensamientos. Sacudo mi cabeza. Apenas logré dos segundos antes de comenzar a pensar en él de nuevo. Me deslizo de la cama y estirando mis manos hacia el techo, arqueo mi espalda como un gato.


—Adelante —bostezo, dejando caer mis brazos y tirando de mi pequeña camiseta hacia abajo.


No hace nada para realmente cubrir mi ombligo y si levanto mis brazos un poco más alto, estoy segura que la parte inferior de mis pechos se asomaría. La cara de mamá se asoma alrededor del borde de la puerta y me sonríe cálidamente.


—Hice el desayuno.


Cuando termina su oración, el delicioso olor de la mantequilla y pan tostado se filtra en mis fosas nasales, haciendo que mi estómago gruña. Sonrío hacia ella.


—No tenías que hacer eso.


Mamá está volviendo poco a poco a ser ella misma. Después de la inesperada muerte de mi padre hace ocho semanas, las cosas se pusieron bastante agitadas con mamá. Con cada día que pasaba comenzó a romperse, solo una astilla por vez, hasta que se rompió emocionalmente. Por ella, me mudé de nuevo.
La idea de que estuviera sola en la casa familiar con todas las fotos y los recuerdos de su difunto marido me aplastó. No todo es desinteresado, mudarme de nuevo también ayudó a Pedro a mantener sus manos fuera de mí, a pesar de que ha habido más de una ocasión en la que él se impuso en mí con mi madre en la habitación de al lado.


—Voy a hacer mi cama y saldré.


Con un gesto rápido, ella cierra la puerta. Tiro de mi cabello sobre un hombro y toco mi dedo índice en mi cadera desnuda mientras miro alrededor de la habitación. Tal vez hoy es el día en que saque todas mis cosas fuera de sus cajas. Todos mis grandes artículos, como mi nevera, cama y sofás están actualmente en un cobertizo de almacenamiento en algún lugar, pero todo lo demás está embalado en cajas, apiladas en esta habitación. No hay espacio para nada y no tengo ni idea de por dónde comenzar. Exhalo y me encojo de hombros.
Me encargaré de las cajas mañana, pienso por quinto día consecutivo.
Salgo de mi habitación, disfrutando de sentir las frías baldosas sobre la base de mis pies calientes cuando entro en el comedor y caigo en una silla. Mamá definitivamente se salió por la borda esta mañana: ensalada de frutas, yogur,tostadas con mantequilla derretida, panqueques y diversos cereales.


—¿Esperas compañía? —pregunto, alcanzando un plato. 

—No, pero imaginé que podíamos tomarnos un tiempo y conversar, ya sabes, como solíamos hacerlo cuando eras más joven. 

Aunque tengo cosas que hacer, tomo unas cucharadas de ensalada de frutas para ponerlas en mi plato de todos modos.

—Me parece bien.


Una amplia sonrisa se curva en sus labios, toma dos trozos de pan tostado con mantequilla y los coloca en su plato.
—Así que, ¿cómo van las cosas con el gimnasio?


Casi me estremezco. Mamá nunca habla sobre el gimnasio, de hecho cada vez que Pedro y yo hablamos sobre ello, ella sale de la habitación.


—Bien —digo con cautela—. Están poniendo los carteles sobre Pedro hoy. 

—¿Y cómo van las cosas con él?


Pongo un trozo de manzana dulce y jugosa en mi boca.
—Genial. Está entrenando para su primera pelea profesional en Las Vegas.


Cuando termino mi oración, hay un golpe en la puerta delantera y mamá se levanta.

—Espero que sea el hombre de la entrega con el nuevo juego de cortinas que pedí en línea. Tenían que venir hace dos días.


Desaparece alrededor de la esquina y la escucho abrir la puerta principal. La profunda voz que retumba en la casa y se pega a mí como el aire húmedo en una calurosa noche de verano, definitivamente no es la voz de un hombre de entrega,sino la voz del hombre que me ha mantenido sexualmente frustrada durante las últimas semanas. Mamá regresa a la cocina y estoy lo suficientemente segura que Pedro viene detrás de ella. Abruptamente cierro los labios alrededor de un trozo de mango para evitar jadear en voz alta. Él todavía tiene ese efecto en mí... Pedro tiene una de esas caras que hacen que tu corazón tartamudee y se pare antes de coger velocidad a un ritmo errático. Su mirada cae sobre mí y luego sobre mi pequeña camisa. Voltea el fino palillo sobre su labio inferior antes de que se curve en una sonrisa torcida y yo sutilmente cruzo los brazos sobre mi pecho cuando mis pezones se endurecen. De repente, me siento muy expuesta en mi corta parte superior y minúsculos pantalones cortos de raso.


—Mira quien se nos ha unido para desayunar —dice mamá inexpresiva.


Ella nunca está feliz con las apariciones aleatorias de Pedro, incluso cuando le trae flores los sábados. 

—No te preocupes por ella —le digo, riendo—. Simplemente está molesta porque no eres un par de cortinas.


Pedro se ríe mientras se sienta en el asiento de al lado.


—¿Tienes hambre,Pedro? —pregunta mamá—. He hecho comida más que suficiente.


Los ojos de Pedro escanean la mesa y sé que está luchando contra la tentación de responder con comentario obvio y listillo. En lugar de antagonizar a mi mamá tan temprano en la mañana, Pedro se quita el palillo de dientes y dice:  
—Un poco más de fruta no hará daño.


Deslizo mi plato hacia Pedro y agarro otro, llenándolo de frutas para mí. La tetera suena en la cocina y mamá nos da la espalda para preparar café. En el momento en que su espalda se volvió, siento la áspera mano de Pedro en el interior de mi muslo deslizándose más y más alto hasta que las puntas de sus dedos acarician mi centro caliente. Candente excitación explota a través de mí y casi me ahogo con mi mango. Mamá mira por encima del hombro, pero Pedro no quita su mano mientras se lleva un vaso de agua a la boca y lo oigo reír en voz baja en su vaso.


—Mastica tu fruta, Paula —me dice ella, volviéndose a su café. 

El dedo de Pedro se curva alrededor del borde de mis pantalones cortos y se detiene bruscamente cuando se da cuenta de que no estoy usando ropa interior. Él baja su vaso. 

Mierda.


Las cajas en mi habitación han bloqueado el cajón de mi ropa interior y usé mi último par limpio disponible ayer. A decir verdad, cuando me decidí a saltar la ropa interior anoche después de mi ducha, no esperaba que Pedro apareciera en el desayuno y tratara de acariciarme mientras mi madre estuviera de espaldas. Echo un vistazo de reojo a Pedro y él está mirándome, sus ojos están apretados en ranuras lujuriosas. Su lengua sale para humedecer su labio inferior y me encuentro mirándola, observándola de cerca. Si tan solo pudiera sentir esa lengua entre mis piernas durante cinco minutos…


—¿Cuáles son tus planes para hoy? —me pregunta, sus ojos queman. 

Miro sus ojos. Mierda. No pensaba ver a Pedro hoy hasta más tarde, así que hice planes para ir a la oficina de Carlos para recoger mi último cheque de pago de meses atrás.


—Uh... —Dejo caer la vista a mi plato y tomo una cucharada de fruta llevándola a mi boca. Pedro luce cansado mientras mastico y trago, ganado más tiempo—. Planeaba ir a la oficina de Mason para recoger alguna de mis cosas —le digo como si no fuera gran cosa.


Pedro frunce el ceño, sacando su mano de mí y me siento extrañamente desnuda sin sus dedos allí.


—¿Alguna de tus cosas?


Trago saliva, esperando que eso no traicione la sensación de ansiedad que tengo dentro. 

—Sí, he estado ignorándolo por las últimas ocho semanas, como tú querías que lo hiciera, pero necesito mi último cheque de pago y hay una foto de mi papá que tenía en mi escritorio, la cual me gustaría tener de vuelta.