miércoles, 30 de abril de 2014

CAPITULO 92


Conducir de regreso a Portland me deprime. Tuve un tiempo muy bueno en Concord con Pedro y su equipo.  

No fue mucho. La mayor parte del tiempo Pedro y todos los demás estaban en el gimnasio entrenando por ridículas cantidades de tiempo, dejándonos a Vanesa y a mí para pasear. Aunque la pasamos bien, fue definitivamente un muy necesitado descanso, pero ahora que estamos en casa, tengo que lidiar con todo lo demás, como Ramiro y Carlos.

La pequeña caja roja aterciopelada que Ramiro me dio todavía está situada sobre mi mesita de noche. No la he abierto, pero lo haré hoy cuando esté sola y se la devolveré esta tarde. Quiero a Pedro, no a Ramiro. No puedo tener a Ramiro interfiriendo y jugando con mi cabeza. Él me dio un anillo sin explicación. Esto apenas es romántico. Pedro no me ha dado nada y sin embargo ha logrado hacerme sentir que soy especial para él.

―¿Vas a devolverle el anillo a Ramiro hoy? ―pregunta Vanesa,sacándome de mis pensamientos. La mano de Pedro aprieta el volante brevemente y él mantiene sus ojos color chocolate sobre la carretera, pero sé que está escuchando. Le dije a Vanesa esta mañana que le devolvería el anillo a Ramiro. ¿Si tenía preguntas, por qué no me las hizo entonces? Odio conversar acerca de Ramiro delante de Pedro. Es incómodo. Echo un vistazo sobre mi hombro, Vanesa está masticando sus uñas de color rosa brillante y Luciano duerme profundamente con su cabeza en su regazo vestido de mezclilla. Devuelvo mi mirada a la carretera delante de mí, no prestando atención a ninguno de los edificios moviéndose rápidamente por delante.

― Sí, iré a verlo hoy.


―Iría contigo, pero papá llamó y me quiere en la oficina hoy.
Agito la mano prontamente.  

―Está bien. Probablemente debería hacerlo sola de todos modos.

Pedro apoya su codo en el descanso entre nuestros asientos y pregunta:

―¿Él es una persona violenta?

―No ―contestamos al unísono Vanesa y yo.

―Él no es violento ―Vanesa siente la necesidad de decirlo―, pero es persistente y despreciable. Siempre tiene mierda en su manga. He perdido la cuenta de cuántas veces estos dos han roto y milagrosamente terminaron de nuevo juntos.

Estoy frunciendo el ceño hacia ella por el espejo en mi visera de sol,pero ella no me mira. Su atención está sobre sus uñas rosadas de mierda.   
―Debe tener un pene mágico porque no hay manera de que siga saliendo con alguien que me engañaba cada semana.

―Está bien, Vanesa ―espeto, cruzando mis brazos sobre mi pecho―Lo entendimos.

―Mierda, lo siento. 
―Puedo llevarte ―ofrece Pedro, pasando un pulgar a lo largo de mi muslo, consoladoramente.  
Niego.   
―No, solamente empeorará las cosas. Él no coopera bien bajo presión.  
―Te llevaré ―dice y me doy cuenta que su oferta no era en realidad una oferta, sino una demanda. Abro mi boca para protestar, pero sus palabras me cortan―. Me quedaré en el auto con Luciano. Por lo menos tendrás a alguien ahí si se decide a hacer algo.

Sus ojos autoritarios bloquean los míos brevemente antes de que vuelvan a la carretera. No voy a pelear. Si quiere llevarme a la casa de Ramiro,entonces está bien.

CAPITULO 91



Mi labio inferior cae un poco ante sus palabras, dejando mi boca ligeramente abierta. Si tenía alguna reserva sobre entrar en una relación con Pedro antes, esta se ha ido completamente ahora. Lo quiero, no, lo necesito en mi vida. 

En el poco tiempo de conocerlo, él le ha dado vuelta a mi mundo,más de una vez. Puede hacerme enojar, entristecer y confundir todo en el mismo minuto, pero puede también hacerme más feliz de lo que alguna vez he sido. Estar alrededor de Pedro es apasionante y peligroso y me gusta esto… me gusta él. Nuestro reflejo se vuelve poco claro cuando el cristal se empaña otra vez y él cierra la ducha. Piel de gallina estalla sobre mi piel cuando empujo la puerta abriéndola y me paro sobre el suave felpudo, marrón.  

Vapor flota de nuestra piel caliente mientras Pedro agarra dos toallas y me da una para mí. Nos secamos en silencio, pero de tanto en tanto él me sonríe con una perezosa, adorable sonrisa, haciéndome reír. Cuando regresamos al dormitorio, encontramos nuestra ropa y nos la ponemos. 

Ahora, la cama doble extra grande me atrae. Mis párpados están pesados y todo lo que quiero es dormir.

―Déjame arroparte antes de que me vaya.  

―¿Quieres arroparme? ―pregunto con incredulidad.

―Desde luego. Cuido de lo que es mío. 

―Y yo soy tuya ―murmuro, retirando las sábanas y subiéndome. 

Pedro se acerca a mi lado de la cama, sonriendo con una sonrisa orgullosa.  

―Tú eres mía.


Él tira las pesadas mantas sobre mí y se inclina hacia abajo para besarme suavemente en los labios.  

―Te veré mañana. 
Asiento y sofoco un bostezo.  
―Nos vemos.

Antes de que él incluso haya dejado la habitación, mis ojos se cierran.

Intentar abrirlos otra vez causa dolores innecesarios entonces no me molesto. Mi corazón se hincha. Esta noche no era sobre sexo. Él estaba tan tierno y atento… quería que viera cuánto se preocupaba por mí. No estoy segura de cuánto tiempo después de que él se fue me dormí, pero sé que cuando el sueño me llevó, tenía una amplia risa sobre mi rostro.

CAPITULO 90



Todavía temblando por mi orgasmo, me pongo de pie y voy a la ducha.

Por suerte, las tres habitaciones tienen baño privado. La habitación de papá tiene una bañera de hidromasaje y una ducha mientras la mía y la de Vanesa solo tienen una ducha y un aseo. Todavía es hermoso y moderno con bancos de caoba profundos y azulejos color chocolate, y no digamos el estado de la ducha con paredes de cristal de arte, pero una bañera habría sido agradable.

Enciendo la luz y entro. Mientras me dirijo a la ducha, atrapo un vislumbre de mí en el espejo y esto me detiene en seco. 

Nunca me he visto tan… satisfecha antes. Los hilos delgados de mi largo cabello chocolate flotan alrededor de mi cabeza y mis mejillas son de color rosa, como si hubieran sido pellizcadas. Sonrío ante mis también brillantes ojos y paso mi mano sobre mi rostro. Podría acostumbrarme a esto.


Doy un paso hacia la ducha y la pongo tan caliente como puedo tolerarla, dejando a las delgadas láminas de fuego golpear a través de mi espalda. Cuando salgo de la ducha estoy tan cansada que solo dormiré. La puerta del baño se abre y apenas puedo distinguir la gran silueta de Pedro a través del cristal empañado. Cuando la puerta de la ducha se abre, el aire frío entra precipitadamente haciendo mis pezones endurecerse al punto máximo. Tiemblo y lo arrastro dentro, rápidamente. En cuanto la puerta se cierra logro calentarme otra vez. Pedro llega alrededor de mí por la esponja de exfoliación y vierte un extraño jabón rosado que huele como pepino y sandía sobre esta.

Sus grandes manos masajean la esponja hasta que ésta echa espuma y luego me gira lejos de él. Jadeo cuando siento su cuerpo mojado, desnudo prensarse contra mi espalda. Enjabona la esponja y sus dedos se arrastran a lo largo de mis hombros mientras él pone mi cabello a un lado. Todavía siento sus dedos sobre mi piel desnuda cuando desaparecen y son substituidos por la almohadilla áspera y cálidas burbujas. La esponja se desliza sobre la base de mi cuello antes de deslizarse en movimientos circulares sobre mis hombros y entre mis omóplatos. Cierro mis ojos cuando la desliza abajo al medio de mi espalda, deteniéndose justo antes de que comience mi trasero.

Pedro arrastra la esponja en rítmicas caricias de vuelta a mi cuello y lo conduce a lo largo de mis brazos. Pronto, siento que la esponja se cae al piso de la ducha y abro mis ojos cuando desliza sus manos jabonosas alrededor de mi cintura. Fácilmente van a la deriva a través de mi estómago y luego debajo de mis pechos. 
Felizmente cierro mis ojos otra vez y descanso mi cabeza contra su pecho. Nunca he sido lavada por alguien más antes y el pensamiento de alguien como Pedro haciéndolo me emociona. Puedo sentir todo mi cuerpo superior enjabonado y limpiado a fondo. Él me retira hacia atrás un poco y el agua lava el jabón de mi cuerpo. Da un paso adelante otra vez y desliza sus manos más abajo, rozando mi muslo interior. Instintivamente, mis ojos se abren y me encuentro con mi propio reflejo en el gran espejo del baño. 
Pedro ha limpiado el vapor del cristal y ni siquiera lo había notado. Mi cabello se adhiere a mi piel, cubriendo la parte izquierda de mi hombro. Siento la subida de calor extra en mis mejillas bajo su mirada y creo que no lo nota.

Estoy ya en un ligero tono de rosado debido al calor del agua. La humedad brilla sobre mi piel a medida que más zarcillos de agua ruedan sobre mi hombro y bajo mi pecho. Pedro está de pie bajo la ducha, dejando a la corriente caliente golpear la parte posterior de su cuello y caer rodando a ambos lados. Sus ojos chocolate están sobre mi rostro mientras sus manos vagan libremente sobre mi piel lisa.

―Eres hermosa ―susurra en mi oído, enviando a un escalofrío hacia abajo por mi espalda.

No puedo evitar la sonrisa que se extiende a través de mis labios.  

―Estas siendo un tonto. ―Me río nerviosamente, colocando mis manos sobre las suyas mientras masajean mi estómago y mis caderas―. Has visto a muchas mujeres desnudas… 
―No como tú. ―Baja su boca a mi cuello y besa mi carne caliente―Nunca como tú.

CAPITULO 89



Asiento confirmando, abriendo mis muslos para que se posicione entre ellos. Su mano se interpone entre nosotros y la usa para dirigirse directamente a su objetivo. Empuja despacio y una corriente eléctrica se dispara a través de mí. 

Empuja un poco más fuerte ante mi jadeo causando que mis dedos se claven en sus omóplatos. Se retira y entra dolorosamente lento otra vez. Presiono mi frente contra su hombro y amortiguo mis gemidos contra su piel. Una explosión ardiente de necesidad explota dentro de mi estómago y muerdo de vuelta un grito, cerrando mis tobillos alrededor de su cintura. El gemido profundo que arranca de Pedro es la cosa más erótica que alguna vez he escuchado y sus movimientos se intensifican mientras se mueve más profundo dentro de mí. Él gime su placer en mi cuello mientras desliza su mano entre nosotros otra vez, esta vez su pulgar rueda sobre mi suave clítoris. Cierro mis ojos y oprimo mis caderas contra él.

―¿Te gusta eso? ―Medio jadea, medio gime en mi oído. 

―Sí ―contesto, casi jadeando. Su respiración se traba ante mi confesión y reclama mi boca con la suya. Sus embestidas lentas se vuelven frenéticas y necesitadas. Después de unos momentos, saca sus labios de los míos para dejarme respirar y rápidamente impulsa su cabeza abajo para provocar mis pezones con su lengua. Me trago una sonrisa. Es definitivamente un hombre de bubis. Su dedo rueda sobre mí más rápido mientras empuja más profundo. Siento mi liberación acercándose cada vez más, y apenas puedo impedir a mis caderas retorcerse.


―¡Pedro! ―jadeo, pasando mis dedos a través de su cabello―. Joder… oh, Dios.

―Sí… ―exclama en tono áspero.

Mis resoplidos y jadeos amenazan con convertirse en gritos ruidosos y gemidos, pero cuando mi punto culminante se desborda, Pedro cierra de golpe su boca en la mí,besándome profundamente y absorbiendo todos mis ruidos. Muerdo su labio inferior y libera un poderoso gruñido de su pecho y yo sabía que él, también, había sido enviado al borde. Cada célula en mi cuerpo está viva con mi efímero placer, y me mezo una vez más contra él mientras deja caer su cabeza en mi hombro.

Después de unos segundos, él se pone rígido y rápidamente se desliza fuera de mí. Estoy asustada y agarro su brazo, pero este se desliza inmediatamente.  

―¿Qué pasa? 
Sus dedos pasan a través de su cabello.

―Estaba tan inmerso… que olvidé completamente la protección. ―Sus ojos marrones son amplios y después, el brillo del sexo no está en ningún lado―. Esto nunca me ha pasado antes… nunca lo olvido. Lo siento tanto.
―Está bien ―digo, sentándome―. Estoy tomando la píldora y sé que te revisas para las enfermedades de transmisión sexual todo el tiempo debido a tu trabajo.
Él frunce el ceño. 
 
―Esas cosas siempre fallan, la píldora, quiero decir. 
Me encojo.   
―Han funcionado por los últimos seis años de mi vida. No voy a comenzar a preocuparme ahora y tú tampoco deberías

CAPITULO 88



Pedro se encoge fuera de su sudadera negra quitándose su propia camisa, luciendo su cuerpo hermoso. Me lo como con los ojos descaradamente mientras dejo a mi visión trazar las líneas de su cincelado torso. Su mano acaricia mis tobillos luego a lo largo del borde recto de mi espinilla, a través de las subidas y caídas de mi rodilla, la parte delantera de mis muslos, haciéndome temblar, hasta que finalmente se asientan en mi cadera. Se recuesta a mi lado, tirando de mí y forzando a mi frente contra el suyo. Trago fuerte mientras sus dedos dibujan círculos pequeños en mi cadera desnuda.

―Me preocupo por ti ―susurra, rozando su nariz contra la mía―. No quiero que pienses por un segundo que no lo hago.

Lo beso de nuevo dulcemente, saboreando cada sentimiento que él estimula dentro de mí.

―Sé que hablo mucha mierda… pero lo digo en serio. ―Su pulgar caliente se desliza sobre mi mejilla y luego por mi labio inferior―. Y ya que no podemos ser ruidosos por el bien de tu papá, déjame ser amable. Déjeme demostrarte cuánto me importas.


―Pero esta noche estabas tan determinado… tan rudo. 
Él sacude su cabeza.  

―Lo sé. Te vi en ese vestido de mierda y no pude evitarlo. No quiero que me veas así todo el tiempo… No quiero que pienses que te estoy usando.  
Me río y aclaro mi garganta nerviosamente.   
―Sé que no me utilizas. Hemos hecho cosas algunas veces ahora… y todavía estás aquí.

―Esto es un record, por cierto.  
Le doy un codazo juguetonamente y él sonríe con satisfacción.
  
―Intento cambiar,Pau. Quiero estar allí para ti como tú estás para mí aun cuando me cierre y te deje fuera.

Sus ojos atrapan los míos y el destello de confianza no está allí. En cambio, hay una especie de incertidumbre en su mirada, como si estuviera incómodo… o nervioso.  
―Tócame. ―Las palabras salen de mi boca en un susurro apresurado, excitándome en cada sentido del término.
Los ojos de Pedro llamean con placer mientras sus manos abandonan mi rostro y se arrastran abajo al lado de mi cuerpo, haciéndome temblar cuando sus dedos pasan sobre mi cadera. Sus ojos marrones brillan y cuando los miro, es como si viera dentro de su alma.

―¿Dónde quieres que te toque? ―murmura, deslizándose un dedo en el medio de mi estómago y entre mis pechos.  
―Por todas partes.  
Pedro engancha su pierna vestida de jean sobre mí, sentándose a horcajadas sobre mis caderas. Sus manos acarician mis lados y luego viajan al norte para masajear mis pechos. Sus ojos permanecen sobre mi rostro mientras se inclina hacia abajo y toma un pezón ya duro entre sus labios. 
Gimo, arqueando mi espalda ligeramente y presionándome más en su boca.

Mi cuerpo tiembla con placer cuando la lengua de Pedro dibuja círculos calientes y húmedos alrededor de mis brotes hinchados. 
Su camino de besos suaves se mueve sobre mi clavícula y en la base de mi cuello mientras sus manos corren por los lados de mi cuerpo,haciéndome retorcer un poco debajo de él. Está siendo tan sensual, tan lento y esto es una tortura, dulce y sexy tortura. Mi piel hormiguea cuando se aleja y se pone de pie. Mira hacia abajo a mí y desabotona sus vaqueros. Se caen al piso y da un paso fuera de ellos antes de patearlos al lado. Pedro se queda allí un rato más, permitiéndome apreciar todo sobre él y la mera visión de él
y toda su fuerte gloria causa que el espacio entre mis piernas se ponga caliente con la humedad. Hay una pequeña sonrisa en sus labios mientras se baja sobre mí otra vez, presionando su grueso músculo del muslo entre mis piernas. Me retuerzo contra él, esforzándome por mantener mi calma. Él se sostiene a sí mismo por encima de mí, manteniendo sus ojos bloqueando los míos y puedo escuchar mi corazón palpitando en mis oídos mientras mi
respiración se vuelve superficial y rápida. Pedro, sin embargo, es la imagen perfecta de la tranquilidad. La única señal reveladora es su dura longitud que descansa sobre mi pierna.

Jadeo por la sensación cuando chupa mi pezón entre sus labios otra vez, corriendo su lengua caliente sobre este. Cuando lo libera, se mueve hacia arriba a mi boca y me besa hasta que me falta el aire. Muevo mis caderas debajo él, y sonríe hacia mí. No puedo esperar más y una risa tranquila cae de sus labios.  

―Estas impaciente.