martes, 4 de noviembre de 2014

CAPITULO 253



PAULA


Placer emana de mi centro y se envuelve alrededor de mis órganos. Se acurruca en mi columna, envolviéndose firmemente alrededor de cada vértebra y se apodera de mi pecho. Puedo sentir su dura longitud contra mi trasero mientras los dedos gruesos y ásperos de Pedro se deslizan con habilidad por cada centímetro de piel expuesta. No me veo, pero no es porque sea tímida. No me veo porque tengo miedo de darle un vistazo a su devastadoramente hermoso rostro con miedo de que todo esté desapareciendo. Me temo que él vaya a desaparecer. Poof. Todo hecho nada en una nube de humo y esté de vuelta donde empecé... en un pequeño apartamento con ningún propósito, sin ambiciones reales y nadie que me ame tanto como lo hace Pedro.


Otro pulso de placer caliente y blanco sacude a través de mi cuerpo y mi aliento se engancha en mi garganta. Su boca explora mi cuello. Centímetro a centímetro sus labios se mueven como si estuvieran señalizando a todos los poros y los folículos pilosos. Realmente sabe cómo hacer que una chica se sienta especial, como si cada célula de su cuerpo debiera ser apreciada por simplemente existir. Sus dedos cambian entre las presiones y velocidades. Suave y dura, duro y lento. Suave y lento, duro y rápido. Mi cabeza da vueltas en mi cráneo como si mi cuerpo se empujara a sí mismo al borde del caos total. Mi cuerpo entra en un estado de anarquía cada vez que me toca... se vuelve egoísta, indomable e insaciable. Él también lo sabe. Sabe exactamente cómo tocarme, cómo someterme a todos sus caprichos. No voy a mentir, no se necesita mucho. Todo lo que tiene que hacer es mirarme con esos ojos intensos de chocolate negro o darme su sonrisa matadora y me vuelvo masilla en sus manos.


Pedro... ―Su nombre se cae de mis labios con voluntad propia. Cuando sus manos están en mí, no tengo control sobre mi cuerpo. Hace y dice lo que cree Pedro quiere oír para que siga haciéndome temblar, jadear y sacudirme en éxtasis.


En contra de mi espalda, siento el cuerpo de Pedro vibrar con un gruñido y sus dedos caen de mí y me levanta, deslizando su polla hacia adelante hasta que se presiona contra mi abertura. Acomodo mis caderas lo suficiente para que la cabeza se presione en mi entrada y expulso una respiración pesada. La fricción de por sí es suficiente para enviarme al abismo.


―Dios, bebé ―gime, flexionando sus caderas muy ligeramente. Está apenas en mí y ya me siento completa―. No tienes idea de lo que me estás haciendo.


Muevo mis caderas en círculos, hundiéndome más en su inferior. Levanto mi cabeza lo suficiente para ver en el reflejo como su polla hermosa y limpia empuja en mí, extendiéndome hasta mis límites. Mi mirada se encuentra con la suya en el reflejo y contemplo su hermoso rostro. Sus labios se separaron y sus ojos se estrechan en hendiduras llenas de lujuria. Las comisuras de sus labios se vuelven hacia arriba en una sonrisa diabólica y sus dedos se clavan en mis caderas antes de que me traiga con fuerza sobre él, llenándome al punto de ruptura.


Pedro ―grito cuando el placer del tirón casi hace que mi cuerpo se vuelva inútil.


―Te gusta que sea duro, ¿no? ―susurra en mi oído mientras me detiene de nuevo. No tengo la oportunidad de responder antes de que más o menos me tire hacia abajo de nuevo.


―Sí, oh, mierda ―lloro, con una mano sujetándome fuertemente en el posa brazos, la otra arañando su pierna.


Miro a mi propio reflejo y apenas me reconozco. Hay una mirada de determinación en mi cara, así como una mirada de excitación total y absoluta. Uno podría pensar que mirarte a ti misma mientras tienes relaciones sexuales te haría sentir, bien, cachonda. Pero no lo hace, o por lo menos no me siento cachonda. Me siento... poderosa. Me siento sexy, me siento deseada y un millón de otras cosas.


Pedro empuja más y más fuerte, una y otra vez, veo mi senos agitarse y mi cuerpo sobresaltarse con cada movimiento. De repente, siento como si el suelo sólido hubiera sido arrancado de debajo de mí y vamos a mantener el equilibrio sobre el agua.


―No ―grito, aumentando mi agarre―. No te detengas.


Mis paredes se contraen y mis muslos se aprietan juntos mientras mi orgasmo se construye. Empuja duro, golpeándome sin descanso antes de que serpentee su mano entre mis piernas y frote mi clítoris. Tan pronto como la piel áspera de su pulgar me roza, me corro. Me manda disparada sobre la línea de la excitación controlada y directa a un abismo de caos total. Me corro. Me corro tan
jodidamente fuerte que no puedo contener mi lengua y su nombre cae varias veces de mis labios.


―Mierda,Pau ―gruñe, mientras muele mis caderas contra él―. Eres increíble.


Apenas me recupero de mi orgasmo cuando me agarra y me obliga a ponerme de pie. Su pene se cae de mí y me siento vacía. No estoy en ninguna parte cerca de terminar con Pedro, no todavía. Muevo mis pies lo mejor que puedo, mientras me obliga a el lavabo del baño. Mirar mi cara enrojecida en el espejo es diferente a la reflexión en el vidrio. El vidrio no mostró la profundidad de mi excitación... no como el espejo hace. Veo mis ojos brillar y mis mejillas se colorean de rosa. Antes de que pueda mirar a Pedro, agarra la parte de atrás de mi cuello y me obliga a inclinarme sobre el lavabo. Emoción burbujea en mi pecho y la excitación se impulsa entre mis muslos ante el pensamiento de él siendo tan contundente. No soy fanática del normalmente sexo contundente, pero le doy una mirada a los brazos de Pedro y quiero ser sostenida por ellos. Las cosas que unos músculos le pueden hacer a una chica...


Obliga a mis piernas a abrirse y se frota sobre mí. Cuando baja sus manos a mis caderas, me agarro del borde del mostrador, ignorando el dolor en mi muñeca, y nos miramos en el espejo. Al instante los ojos oscuros de Pedro están en los míos y sin previo aviso, se impulsa a sí mismo dentro de mí. Mi boca se abre cuando un suspiro ahogado se me escapa. Agarra mis caderas con fuerza, tan increíblemente duro que no puedo mover mi cuerpo hacia él o lejos de él. 


Me está anclando a ésta posición, para ir tan rápido o tan lento como le plazca.


―Te sientes tan bien ―jadeo, sosteniéndome de la porcelana para salvar mi vida.


―Si sigues hablando así, bebé, voy a explotar.


Lamo mi labio inferior antes de cogerlo entre mis dientes.


―Hazlo.


Sacude la cabeza, apretando la mandíbula.


―No hasta que te corras de nuevo.


A medida que las palabras salen de su boca, una sensación familiar amenaza con apoderarse de la mitad inferior de mi cuerpo.


―¿Quieres que lo haga?


―Sí, nena. Quiero sentir que me aprietas de nuevo. 
―Inclina un poco sus rodillas, acomodando su cabeza directo contra mi techo. Una fuerte urgencia por orinar se acumula, cada vez más fuerte y más fuerte hasta que le estoy pidiendo que vaya más y más rápido. Lo hace, también. Agita sus caderas rápidamente, tirando de las mías junto con él. Sus ojos están sobre mi cara, puedo sentirlo. Los míos están fuertemente cerrados mientras le ruego a mi cuerpo que se deje ir. Lo necesito. Necesito correrme otra vez más de lo que necesito aire. Mis pulmones no me creen. Están inhalando y expulsando aire demasiado rápido como para dejarse engañar por mi línea de pensamiento, pero por una fracción de segundo, contengo mi aliento y una luz ciega mis ojos mientras mi cerebro gira en mi cráneo. Oigo a Pedro jadeando y gimiendo mi nombre, pero suena muy lejos, en la distancia. Siento que su cuerpo se pone rígido mientras su polla se impulsa salvajemente dentro de mí y poco a poco me vuelvo al ahora, siento un par de labios calientes arrastrarse por mi espina dorsal. Sus cálidas, y de repente suaves, manos vagan por mi cuerpo, acariciando todos los lugares a los que recientemente se apoderaron. 


Abro los ojos y al instante mi visión es borrosa por las
lágrimas. ¿Qué demonios?


Me enderezo y paso mi brazo por encima de mi cara. No hace nada. Me doy la vuelta para hacer frente a Pedro y a medida que pasa sus manos por encima de mi estómago, una lágrima traicionera cae en mi nariz y en mi brazo. Hace una pausa y la mira antes de mirarme a la cara. Me asomo hacia él y la visión de su expresión de preocupación hace que mi corazón tartamudee.


―¿Estás llorando? ―Agarra mi cara, tirando de ella cerca de sí. Su nariz roza la mía y el toque sensual envía más lágrimas a surcar por mi cara―. ¿Te he hecho daño?


Niego y me trago una risa.


―No, no me heriste.


―Entonces, ¿por qué lloras? ¿Hice algo? ―Sus labios se abren, casi en pánico―. ¿He dicho algo?


―No, eres perfecto. ―Me limpio la nariz, sollozando―. No sé por qué estoy llorando.


Incluso me doy cuenta de lo estúpida que sueno. Sus cejas se arrugan.


―¿No lo sabes?


―Golpeé a alguien en la cara y me lastimé la mano. Entonces, llegué a casa y fui testigo del nov… lo que sea de mi mejor amiga, recibir una mamada en la cocina y luego tuve sexo épico con mi marido... Supongo que mis emociones están un poco a flor de piel.


Pedro lucha con una sonrisa arrogante y falla.


―Sexo épico, ¿eh?


Me desplomo contra la pared, luchando contra mi propia sonrisa.


―¿Eso es todo lo que captaste de lo que dije?


Agarra mi hombro y me tira en un abrazo.


―Eso no es todo lo que capté... para ser honesto, llamaste mi atención con mamada.


―Por supuesto que sí. ―Me reí contra su piel húmeda.


Suelto un chillido cuando me acuna en sus brazos de forma inesperada.


―La hora del baño, señora Alfonso.


Nunca me canso de escuchar eso. No sé cómo lo hace, alzarme sin esfuerzo,quiero decir. En sus brazos me siento ligera, como una almohada llena de plumas. Cuando entro en el cuarto de baño antes, burbujas prácticamente se desbordaban desde la bañera. Ahora, están repartidas escasamente por encima del agua tibia, agrupándose en los laterales. Me baja en el agua.


―El agua estaba caliente antes, te lo juro. ―Pedro se ríe, dando un paso y se baja a sí mismo en el agua justo al lado del grifo.


Observo como el nivel del agua lame su piel bronceada por encima de sus pezones. Me relajo contra la bañera, bostezando cuando Pedro saca el tapón y se enciende el agua caliente del grifo. El agua tibia se drena por el tubo mientras nueva agua caliente llena el baño. Cuando mi piel se vuelve rosada y mi pecho se siente pesado, cierra el grifo de agua caliente. El agua salpica contra mi clavícula mientras se desplaza en el baño, tirando de mis piernas entre las suyas. Sus grandes manos rozan mi tobillo izquierdo y luego mi pantorrilla. Cierro los ojos, disfrutando de la forma en que sus dedos se clavan en mis músculos.


Pedro, ¿quieres hijos? ―Mis ojos se disparan abiertos ante el sonido de mi propia voz que hace la pregunta. No sé qué me ha pasado... fue un pensamiento pasajero que se cayó de mi cerebro y en mi lengua. Nunca tuve la intención de decirlo.


Su mirada se agita hacia la mía antes de caer de nuevo a mis piernas.


―Sí... con el tiempo.


Mi pecho se exalta, hinchándose como un globo y me las arreglo para evitar mi expresión. ¿Desde cuándo el pensamiento de los niños me pone emocionada y saltarina?


―Nunca antes había querido hijos ―murmura―. Pero eso fue antes. Ahora... bueno, ahora quiero tres.


No puedo evitarlo. Esta vez sonrío. La manera en que las mejillas de Pedro se sonrojan rápidamente con rosa no se me escapa, tampoco. Por supuesto que es guapo, fuerte, protector y se sonroja cuando se trata de niños.Pedro Alfonso es oficialmente una bomba atómica a mis ovarios.


―Un niño y dos niñas ―le digo, asintiendo. Esa es la combinación que quiero. Un niño primero para que pueda proteger a sus hermanas. Pedro niega.


―Tres chicos.


Me siento un poco hacia delante.


―¿No chicas?


—De ninguna manera en el infierno. Si piensas que al Karma le gusta tu sabor, espera hasta que se entere de que tengo hijas. Ella va a asegurarse de que traigan a casa Pedro tras Pedro, idiota tras idiota.


No me gusta cuando se resta importancia, hablando como si no fuera una buena persona. Bien, Pedro no era exactamente un contendiente para el Sr. Cariñoso cuando nos conocimos, todo el mundo lo sabe, pero no era una mala persona. Aún no lo es. Peor de los casos; mis hijas traen a casa un chico como Ramiro. Claro, todo lo que Pedro quería era sexo, pero al menos era honesto al
respecto. Ni una sola vez me dio una falsa sensación de seguridad. Sabía exactamente en lo que me estaba metiendo. Pedro siempre ha sido honesto, tal vez incluso un poco desagradable, pero siempre honesto. Con el ceño fruncido, le digo:
―Tendrían suerte de encontrar a alguien como tú.


Pedro saca mi pie del agua y lo presiona contra su pecho mientras sus manos masajean el punto debajo de mis rodillas.


―Tres chicos ―repite, ignorándome―. No chicas.


Dirijo mi lengua rápidamente sobre mi labio inferior para evitar responderle mal. No es que tengamos control sobre los sexos, de todas formas.


―Dicho esto ―continúa―, no quiero tener hijos hasta que haya terminado con mi carrera. No sería justo ponerlos en nuestra vida cuando vivimos así.


Echo un vistazo alrededor del cuarto de baño grande. El baño en sí mismo es más grande que el dormitorio en el que crecí.


―¿Cómo qué?


―Un hotel en Las Vegas no es exactamente un lugar para los niños. ―Frunce los labios antes de hablar de nuevo―. El entrenamiento, la lucha, las fiestas, las peleas en los clubes... no es el tipo de vida en la que quiero estar viviendo cuando traigamos un bebé a este mundo.


―¿Qué vida es la que quieres para tu hijo? ¿Estarías dispuesto a renunciar a todo por lo que has trabajado tan duro? ―pregunto.


Parece que Pedro ha meditado realmente todo esto y el pensamiento de él pasando horas reflexionando calienta más mi corazón.


―¿Cómo puedo criar a mi hijo a seguir sus sueños cuando estoy ocupado persiguiendo los míos? Quiero que su sueño se haga mi sueño, también. Quiero apoyarlos, ser el padre que el tuyo era, el que el mío nunca le importó ser. ―Sus ojos vuelven a los míos y se quedan en su lugar―. A mi hijo, le daría todo lo que tengo.


―Ya sabes ―ronroneo, tirando de mis piernas. Aprieto mis manos hasta el fondo de la bañera y me esfuerzo para estar más cerca de él. Sigo yendo hasta que me meto muy bien entre las piernas y mi cara está a un centímetro de la suya―. No te doy el suficiente crédito por ser tan asquerosamente dulce como eres.


―Suenas sorprendida. ―Cuando habla, su voz es baja y áspera. Juro que vibra a través del agua, creando ondas contra mis partes sensibles.


―Lo estoy. A veces me olvido de lo perfecto que puedes ser.


No suelo usar la palabra perfecto alrededor de Pedro, eso tiende a írsele a la cabeza. A juzgar por la forma en que sus ojos estallan y sus labios se curvan en una sonrisa de confianza, hace exactamente eso.


―No soy del todo malo ―responde, plantando un beso suave contra mi labio inferior―. Tú me enseñaste eso.


Me besa de nuevo, en voz baja.


―Te voy a dar niños, Paula, pero no todavía.


Sus carnosos labios se moldean en los míos una vez más y me sostiene en su lugar. Mis ojos revolotean cerrándose por instinto y mi mente se vuelve aturdida. Después de la muerte de papá, mamá me dijo que si tenía suerte, me encontraría con alguien que encajara perfectamente en mi mundo. Que uno se une entre sí, por las caderas, y no puedes imaginar tu vida sin ellos. Pedro es esa persona para mí. Él es mi alma gemela, mi otra mitad. Es el amor de mi vida, la única persona que irrumpió en mi mundo exigiendo atención y me salvó de mí misma. Puedo sentirlo ahora... Soy diferente.


No soy más Paula Chaves, la chica insegura que no podía defenderse a sí misma. Soy Paula Alfonso, la fuerte esposa de un luchador que haría cualquier cosa para proteger a su propia familia.


Y voy a hacer mi mejor esfuerzo para recordar eso la próxima vez que me cuestione a mí misma.

2 comentarios:

  1. Qué hermosos caps Carme!!! Sos una genia eligiendo historias nena.

    ResponderEliminar
  2. Muy buenos los 2 capítulos! q bueno q puedan proyectar su futuro, me encanta q Pedro piense así!

    ResponderEliminar