Son bien pasadas las once de la Mañana cuando me despierto. Pedro todavía está durmiendo profundamente a mi lado y no me muevo, en vez de eso lo miro por un momento. Mis sábanas blancas están cubriendo sus caderas, exponiendo todos sus músculos y tatuajes. Nunca he querido un tatuaje. Siempre me han parecido tan… sucios, pero complementan a Pedro.
Su rostro está libre de cualquier intensa emoción, parece tan tranquilo y quiero tocar su hermosa cara, pero no lo hago. Odiaría despertarlo.
Puedo sentir mi vejiga apretarse dentro de mí. Realmente necesito hacer pis, pero no hay forma de que vaya a dejar esta habitación por mi cuenta. No quiero ver a Luciano y Vanesa todos juntos enredados en una gran bola de recientes relaciones sexuales en mi sofá.
Juntando mis piernas, alcanzo debajo de mi cama y saco mi portátil, lo enciendo y pronto estoy mirando el salvapantallas de Ramiro y yo. Realmente necesito cambiarlo… y lo hago. Lo cambio por una foto de un gatito intentando comerse un gran ovillo de lana. Es monísima.
Puedo seguir escribiendo mi relato, pero la necesidad de orinar es demasiado fuerte y no puedo pensar en ninguna otra cosa. Cierro la tapa y lo deslizo debajo de mi cama.
Tendré que ser valiente y dejar mi habitación.
Me pongo la camisa de Pedro encima de mi piel desnuda y mis pies abandonan la cálida alfombra a medida que doy un paso hacia el frío suelo de madera. En puntillas, lentamente camino hacia el baño.
Mantengo mis ojos en frente de mí todo el tiempo, no atreviéndome a dejarlos vagar hacia el salón. Después de hacer pis, me siento un millón veces más ligera. Y cuando entro en mi habitación el rostro adorable y adormilado de Pedro me está mirando.
―¿Sabes qué hora es? ―Apunta a mi despertador blanco.
―Sí… nos quedamos dormidos.
Él pasa sus grandes dedos por encima de su cara y después por su cabello.
―Damian me va a matar. Me perdí el entrenamiento.
Oigo un golpe seco venir del salón y luego unos pasos pesados.Luciano entra en nuestra habitación, abrochándose sus pantalones.
―¡Mierda, Pedro!
―Lo sé. ―Pedro gime, balanceando sus piernas al borde de la cama y agarrando sus jeans. Saca su teléfono del bolsillo trasero y maldice en voz baja. Lo pone en su oreja―. Sí, Damian… lo sé. Sí. Bien.
Deja su teléfono en el suelo y cae hacia atrás en la cama.
―¿Qué dijo? ―pregunta Luciano, pasando sus dedos por su cabello.
―Los directivos están enojados y tengo que hacer el doble esta noche antes de marcharnos a Concord.
―Bastante fácil. ―Luciano se encoge de hombros y frunzo el ceño.
¿Bastante fácil para quién? Pedro será el único haciendo todo el trabajo.
―Hey, estoy hambriento, ustedes chicos, ¿quieren tomar algo de desayuno?
―Sí, danos unos pocos minutos.
Luciano deja la habitación y cierra la puerta detrás de él.
―Lo siento ―digo, a pesar de que lo de salir no fue mi idea. En absoluto.
―No es tu culpa ―responde, irguiéndose hasta una posición sentada.
Sus ojos me repasan en su camiseta y jala de la parte baja, arrastrándome más cerca―. Te ves bien en mi camiseta.
Sonrío cuando me da la vuelta, empujándome contra mi espalda. Sus manos acarician mi cadera y luego suben por mis pechos, levantando la camisa cuando avanza. Su boca me reclama y su lengua se desliza por mis labios. Abro mi boca para él, y así me toca y saborea con su lengua. Pronto su boca se aparta de la mía cuando llega a ser distraído por la vista de mis pechos. Toma mi pezón en su boca y me estremezco por la sensación.
―Pedro… ―gimo entrecortadamente.
―¿Mm?
―¿Pensaba que no podías?
Sus labios liberan mi pezón para besarme por todo mi pecho. Hizo un ligero rastro bajando por el centro de mi cuerpo, parando en mi ombligo.
―No puedo pero tú puedes.
Mis manos se abren paso por su cabello, y dejo que sus suaves hebras se deslicen entre las puntas de mis dedos. Pedro me mira, sonriéndome y haciendo que mi estómago se contraiga. Sus ojos están entrelazados con los míos cuando llega con su lengua, corriendo el borde caliente de ésta a lo largo de la línea de mi bikini. Tiemblo y sonríe mientras sus manos acarician cada parte de mi muslo antes de enganchar por debajo el dobladillo de la tela de mi ropa interior y arrancármelas. Me pongo tensa cuando su mano se desliza bajo mi pierna, y luego la enrolla alrededor de mi rodilla. Mi respiración queda atrapada en mi garganta cuando alza mi pierna,tendiéndola encima de su hombro. Sus ojos color chocolate se oscurecen y permanecen en mi rostro.
―Relájate ―gruñe entre mis muslos.
Un grueso dedo se desliza entre mis húmedos pliegues y gimo tan bajito como puedo. Sus dedos empujan dentro de mí se curvan, forzando el aire desde mis pulmones.
Él baja su boca y tan pronto como su lengua toca mi centro… estoy perdida.