viernes, 25 de abril de 2014

CAPITULO 75



Una vez terminado, Pedro nos acerca a casa y llego justo a tiempo para el mecánico.Vanesa se quedó haciéndome compañía, pero Luciano y Pedro tenían que marchase para prepararse para la noche en Concord.Pedro le pregunto a Vanesa si quiere venir a Concord y ella se vuelve completamente loca, gritando sí y besando a Luciano con todo lo que tiene.

Mientras el mecánico trabaja en mi coche, Vanesa me ayuda a escoger un atuendo apropiado para la noche. Saco los pantalones negros de mis grandes ocasiones y un top de seda blanco, pero Vanesa los desecha a un lado.

―No puedes jugar a la sofisticada y dura ahora que te ha tenido.Tienes que parecer sexy e inolvidable para mantenerlo.

Me burlo.  

―Vanesa, tú estás…

Levanta su mano.  

―Silencio. Sé exactamente de lo que hablo. 

Vanesa me empuja a un lado y se mete dentro de mi armario, en unos segundos saca un corto vestido negro.
 
―¿Por qué éste está en el fondo de tu armario y no al frente?

Porque Ramiro lo compro para mí.

―No lo sé. ―Miento―. Pero no me lo voy a poner.

Realmente es un vestido precioso. La tela de encaje se une en el hombro, diseñado con unas cortas mangas de encaje y es un ajuste fino.

Ramiro tiene una obsesión con el encaje y no tengo ni idea del por qué.

―Es sexy ―declara Vanesa, sujetándolo delante de ella.

Junto mis manos encima de mi cara.


―Bien, ponlo.

Chilla y pone mi vestido dentro de la bolsa de viaje. Nuestro viaje a Concord es sólo esta noche y mañana por la noche, así que no hay ninguna necesidad de empacar en cantidad. Me río una vez de la idea de tratar explicarle eso a Vanesa.

Llaman a mi puerta y voy a reunirme con el mecánico. Él me entrega una factura y asiente antes de marcharse. Miro el papelito amarillo.Dice que había un problema con mi alternador, el cual impedía que mi  coche encendiese. 

Afortunadamente lo arreglo y mi coche está listo para
arrancar.Vanesa sale de mi casa con mi bolso de viaje en sus manos.
―Dale, vámonos. ¡Necesito tiempo para pasar por mi clóset! Me reuniré contigo en el coche.  
Antes de cerrar con llave la puerta detrás de mí, me acuerdo que necesito llamar a Carlos y dejarle saber que no estaré en el trabajo ni martes ni miércoles. Marco su número y él contesta inmediatamente. 
―¿Hola?  
―Carlos, hola. Es Paula. Estoy llamándote para avisarte que no podré hacer el trabajo ni el martes ni el miércoles…
Él sopla. 
―Bien. Conseguiré a alguien que te cubra. ¿Está todo bien?

―Sí, sí, es que no voy a estar en el pueblo hasta después del miércoles por la noche.  
―Me lo suponía, te vas del pueblo con Pedro.  
Cierro mi puerta y le echo llave detrás de mí.  
―Y Vanesa.
 
―Paula, ¿no aprendiste nada desde el sábado? Pedro obviamente no es el tipo de chico que pueda estar ahí para ti. ¿Qué sucederá cuando encuentre a otra persona? No quiero que pases por las mismas cosas de nuevo. Te mereces algo mejor.

―Aprecio tu preocupación, pero puedo manejarlo por mí misma. Te veré el jueves. ―Le cuelgo y me subo a mi coche―. Hombre. ―Suelto el aire de mis mejillas―. Estoy tan harta de la gente que mete sus narices en mis asuntos. 
Dejo mi teléfono en el posavasos junto a mí y enciendo el coche. Sonrío ampliamente cuando ronronea devuelta a la vida.

―Bien entonces vas a odiar lo que tengo que decirte enseguida. 
Salgo de mi entrada y me dirijo en la dirección de la casa de Vanesa. 
―¿Cuando comenzaron Pedro y tú a tener sexo?  

―El sábado ―respondo de inmediato, ignorando la forma en que ella molesta con sus uñas.

―¿Y cuándo ibas a contármelo?

Me encojo de hombros.

―En algún momento. No hemos tenido sexo desde entonces. 
Ella pone sus manos en su regazo. 
―¿Por qué?

―Porque él no debe antes de una pelea, aparentemente. 
Vanesa se ríe para sus adentros.

―Eso debe ser horrible.

No opino porque es horrible. Es una mierda.

―¿Qué ocurrió con lo de esperar con Luciano? ¿No se suponía que fueran a cenar primero?

―Sí, pero la oportunidad se presentó anoche y la tome.

―Bien, gracias por eso. 
Sus manos cubren el rubor que se extiende por sus mejillas.
―Lo siento, Pau. No pensé que habíamos sido tan ruidosos.
―Lo fueron. ―Estoy sonriendo y puedo sentir una risa acercarse sigilosamente por mi garganta.conduci a carcajadas casi todo el camino a casa de Vanesa.

―Es muy divertido ―me imita y me saca el dedo medio.
―Lo siento, pero es que no puedo creer que tuvieras sexo en mi sofá. ―Lágrimas caen de mis ojos―. Como, ¿quién hace eso?   
No sé por qué lo encuentro tan gracioso, pero lo hago. Quizás es el hecho de que ellos fueron tan descarados sobre eso. 
―Lo hice ―declaro, cruzando sus brazos―. Vivo al límite.

CAPITULO 74



Él sujeta una pequeña caja roja en frente de él. La miro fijamente, pero no la tomo de sus manos. 
 
―¿Qué demonios es esto?

―Ábrelo.

―No lo voy a abrir.

Él resopla y toma mi mano. Pone la caja de terciopelo en ésta y se para delante de mí.

―Ábrela cuando no esté entonces. ―Me da un abrazo y yo me tenso debajo de él.

Probablemente Pedro está echando chispas ahora mismo. 

Sin decir otra palabra Ramiro se aleja de mí, cruza la calle y se sube en su coche blanco. 

Arrastro mi mirada desde el coche de Ramiro hasta la mesa. Cada una de sus miradas están puestas en mí y en la pequeña caja roja en mi mano. Mis zapatillas se arrastran contra el hormigón cuando lentamente camino de vuelta a la mesa.

―¿Qué mierda es esta? ―pregunta Vanesa tan elegantemente.

―No lo sé, no la he abierto. ―Me dejo caer en mi silla.

―Entonces ábrela ―demanda.


―En realidad no quiero hacerlo. Voy a ponerlo en su buzón más tarde.No lo quiso tomar de vuelta.  
―Creo que sé lo que es ―murmura Vanesa―. Capullo manipulador.

Asiento. Lo hago demasiado… Es un anillo. Meses atrás, le dije a Ramiro que pensaba que ya estaría comprometida o casada, quizás hasta embarazada. Él se rió de mí y me dijo que estaba de todas formas muy joven para ello. Le hable a Vanesa sobre ello el mismo día.

No tengo ni idea de qué pensar sobre el anillo. No dijo específicamente que es para matrimonio o lo que sea. Aun si lo fuera, la opción está tan alejada de él que incluso no es gracioso. No quiero salir con él por no hablar de casarme. 

Finalmente, miro a Pedro. Está inclinado hacia un lado de su silla,frotando un dedo a lo largo de su labio inferior, claramente reflexionando.

―No me importa lo que es ―le digo a Vanesa―. No lo quiero.

Empujo la caja dentro de mi bolso y sigo comiendo mi desayuno.

―Quema ese jersey cuando llegues a casa. ―Luciano rió, empujando una tostada en su boca.

Él encontró esto muy divertido, pero en mi opinión todo lo demás del desayuno feliz que tuvimos antes se esfumo. Comimos en silencio, haciendo cualquier pequeña charla cuando lo consideraban necesario.

CAPITULO 73



El camarero trae nuestros desayunos y nos mira de manera extraña porque son las 12.30 de la tarde. Vanesa y Luciano ordenaron un plato de huevos Benedict cada uno y yo pedí muesli, yogur y un combinado de arándanos. El desayuno siempre me ha parecido ser algo afrutado. El enorme plato de bistec, ensalada y huevos duros de Pedro está puesto sobre la mesa y yo alzo mi nariz hacia éste. Cómo alguien puede comer carne antes de la 1 p.m. es incomprensible para mí.

―Tu piel se ve increíble, Paula. Estás deslumbrante. ¿Estás usando esas cremas que te di?

Rápidamente reúno arándanos y muesli dentro de mi boca para ganar algo de tiempo. No le he contado a Vanesa que Pedro y yo hemos tenido relaciones. Un poco de jugo de arándanos cae en mi jersey de color caramelo.  

¡Maldita sea! Observo a Pedro quién me mira debajo de sus cejas, sonriendo con esa maldita sonrisa, por supuesto que se atribuiría gustosamente el mérito por mi rubor. Contengo mi propia risa nerviosa y trago mi comida.

―No, no estoy utilizando aquellas cremas. Me siento bien.

Sus ojos verdes se mueven rápidamente entre Pedro y yo y luego se ensanchan. ¡Mierda! Ha sumado dos y dos y va a patear mi trasero.


Incluso Pedro no está intentando ocultarlo. Él se sienta delante de mí con la camisa qué me quito y ésta está arrugada aunque no le importa en lo más mínimo. Puedo sentir el calor subiendo por mis mejillas y bajo mi mirada a mi desayuno. Realmente no quiero hablar sobre mi vida sexual durante el desayuno, o almuerzo, técnicamente.

―Hey, Paula. ―La voz de Ramiro hace que me gire en mi silla.
Oh, cielos.

Protejo mis ojos del sol. 
―¿Ramiro?

Me pongo nerviosa cuando mi mirada cae en su pecho y veo que llevamos puesto el mismo color de jersey. ¿Qué importa?

―¿Puedo hablar contigo un momento? ―pregunta,echando un vistazo a mi jersey y sonriendo con satisfacción.

―Estamos desayunando ―protesta Vanesa mientras tira de mi muñeca.

―Puedo ver eso ―contesta impávido―. Solo serán unos segundos, lo prometo

Miro hacia atrás a la mesa. Los ojos de Pedro se estrechan en Ramiro, Vanesa está lanzándome una mirada asesina y Luciano está comiendo felizmente su comida, ignorando todo lo que ocurre a su alrededor. Echo mi silla hacia atrás y el brazo de Ramiro se envuelve alrededor de mí cuando me aleja de la mesa.

Cuando está seguro que estamos fuera de alcance de cualquier oyente,habla. 
―Hablé con tu padre. ¿De verdad, vas a ir a Concord?
Asiento.  
―Sí, nos marcharemos hoy.  
―Paupy, no creo…

―Por favor dime que no me localizaste para pedirme que no me vaya del pueblo con Pedro. Solo son dos noches.
 
Elevo sus palmas hacia mí en rendición.  
―No te localicé, te encontré por casualidad. Lo juro. De todas maneras,esto no es por lo que quiero hablar contigo.
Cruzo mis brazos encima de mi pecho. 
―¿Entonces, qué quieres?