miércoles, 12 de noviembre de 2014

CAPITULO 273





PAULA



No sé lo que pasó. En un minuto Pedro está molesto porque estoy embarazada y al siguiente está haciendo lo imposible por mí. Fui al médico y me hicieron un ultrasonido. Tengo once semanas ahora y todo se ve bien. Por supuesto, Pedro preguntó si hay alguna forma de que él pueda decir si es un niño o una niña, pero el radiólogo no podía, obviamente. 


Cuando nos fuimos, Pedro estaba más emocionado de lo que yo estaba. Por otra parte, él no fue el que tuvo que aguantar su vejiga mientras el radiólogo untaba gel en su abdomen y empujaba en este.


Duro.


A partir de ahí, me llevó al centro comercial Fashion Show en el boulevard de Las Vegas para hacer algunas compras. 


Afortunadamente, logré disuadirlo de comprar todo un montón de cosas ridículas como canastillos para transportar
bebés y cunas (sí, en plural), monitores de bebé (sí, en plural de nuevo) y hasta orinales. No obstante, no protesté cuando quiso comprar un libro sobre el embarazo... y ahora estoy empezando a arrepentirme. Lo lee constantemente, y ahora que Damian ha parado el entrenamiento de Pedro a una semana de la pelea para evitar accidentes sin necesidad y la hinchazón, es todo acerca de lo que escucho. En la sección final del libro está un pequeño libro de recetas lleno de comidas seguras para el embarazo. 


Siguiendo eso, Pedro botó todo su tocino, todas las carnes procesadas que yo solía ser capaz de comer, la mayoría de su pescado, todo el pollo asado frío, los quesos semi-blandos, solo por nombrar unos jodidos pocos. Él ha llenado la nevera con aún más frutas frescas y vegetales, que deben impresionar a su nutricionista. Ella odiaba mirar en nuestra nevera la mayoría de las semanas.


―¡Pau! ―grita Pedro desde la sala de estar―. ¡Pau! ¡Tienes que escuchar esto!


Ruedo los ojos y salgo del cuarto de baño, arrastrando los pies. Camino a través de nuestro dormitorio y me apoyo contra el marco de la puerta en la parte superior de las escaleras. No puedo evitar sonreír cuando veo a Pedro tumbado en el sofá, con la nariz pegada al libro. Me mira desde las páginas y dulce madre de Dios, se ve bien con su nariz en un libro. Si viera porno, esto lo sería. Esta imagen justo aquí estaría en la parte superior de mi lista de libros marcados.


―¿Que no puedo hacer ahora? ―bromeo, cruzando los brazos.


―No puedes sentarte en superficies duras porque…


Pedro ―exhalo, interrumpiéndolo―. ¿Me puedes hacer un favor?


Olvidando su consejo, él asiente.


―Cierra el libro y ven acá.


Con un estúpidamente adorable y extremadamente sospechoso levantamiento de su ceja, cierra el libro y lo deja caer en el suelo. Golpeo mis dedos a lo largo de mi brazo mientras él hace su camino hacia mí, haciendo que la parte inferior de mis pies vibren mientras lleva su gran cuerpo por las escaleras.


Él espera, su cuerpo cerca del mío. El calor corporal que brota de él hace que mi pecho se hinche más y mi pezón se apriete contra el confinamiento de mi sujetador. Doy un paso hacia adelante y envuelvo mis brazos alrededor de su cuello, jalando su cara más cerca a la mía.


―¿Recuerdas lo que le dijiste a Vanesa la semana pasada?


Su cuerpo se tensa un poco, como siempre lo hace cuando menciono a Vanesa en estos días. Sé que ellos tienen una relación un poco difícil... pero últimamente parece que no hay esperanza de que se conviertan en amigos. Pedro niega.


―Le dijiste que estoy embarazada, no muerta.


Se relaja visiblemente.


―Eso fue diferente. Puedo cuidar de ti y puedo preocuparme por ti, ella no puede.


Por supuesto, solo Pedro estaría celoso de la mejor amiga de su esposa, no que jamás lo admitiría. No le gusta cuando alguien se ocupa de mí o me preguntan si estoy bien. En lo que a él respecta, es el único capaz de cuidar de mí y lo amo por eso, pero hay otras personas importantes en mi vida, también.


―No es diferente. Tú te estás pesando mañana, así que no te preocupes por mí. Preocúpate por lo que tienes que pasar.


Él envuelve sus brazos alrededor de mi cintura, sosteniéndome cerca.


―Solo quiero asegurarme de que todo va bien. ―Besa mi nariz luego suelta una sonrisa nerviosa―. Nunca he querido algo tanto en mi vida, que tener a este niño contigo.


Y justo así mi corazón se derrite por el fuego repentino que rasga a través de mis venas. Lo miro por debajo de mis cejas y sus ojos flamean.


―Cuidado, Sr. Alfonso, tus palabras están haciendo que mis hormonas quieran hacer cosas malas.


Sus manos se deslizan alrededor de mi cintura hasta mis pechos y pasa un pesado pulgar sobre mi pezón. Mi aliento se corta en mi garganta mientras dejo caer mi cabeza contra su hombro.


―¿Y mis manos? ―murmura él en voz baja y grave, al lado de mi oreja.


―Ellas no están cambiando la opinión de nadie, eso es seguro ―le digo, repentinamente sin aliento.


―Bien. ―Besa mis labios y mis ojos se cierran―. ¿Tienes hambre?


Asiento, con urgencia. Lo deseo tanto.


―Voy a prepararte algo ―dice con una sonrisa arrogante, entonces se retira y se dirige a las escaleras. Poco a poco, mi ingenio empieza a regresar a mí.


―¡Pedro! Eso no es lo que quise decir ―digo cuando llega a la parte inferior.


Me sonríe por encima de su hombro antes de desaparecer en la cocina. Tengo la sensación de que sabe que eso no es lo que quise decir―. ¿Dice tu libro algo acerca de burlarse de una mujer embarazada? ―grito tras él―. Echa un vistazo al glosario. Estoy segura de que lo encontrarás bajo los títulos para padres, “no está bien” y “en verdad no debe hacerse por padres potenciales, si quieren vivir”.


Su hermosa risa resuena en todo el hotel y me desplomo contra la pared, esperando a que mis rodillas dejen de tambalearse y mi sangre reduzca la velocidad. Qué. Molesto.


Sonrío para mis adentros mientras me alejo de la pared y me dirijo a bajar las escaleras. Supongo que podría ir por un sándwich...



En la cocina, Pedro está acumulando espinaca, lechuga, carne asada recién cortada y tomates sobre una rebanada de pan de centeno. No soy una gran fanática del pan de centeno, pero Pedro leyó que era el mejor tipo de pan para comer... lo que significa que es el único pan que se me permite comer. Me deslizo en el taburete y descanso mis codos mientras observo a Pedro preparar mi almuerzo.


―Se ve absolutamente delicioso ―digo, el sarcasmo goteando de mis palabras.


―Sigue hablando, Paula. Rogarás por más después de éste. ―Sus ojos miran los míos y relumbran brillantemente―. Siempre lo haces.


Mis mejillas se calientan mientras él sonríe y pone la pieza superior del pan.


Lo corta en dos triángulos, lo pone en un plato, y lo desliza sobre el mostrador.


―¿No tienes hambre? ―pregunto.


―Estoy pesándome mañana y estoy un poco por encima del peso esperado.


No puedo comer ni beber hasta que se termine.


Frunzo el ceño.


―Eso apesta.


―No es tan malo. Estoy acostumbrado a eso.


Me siento mal ahora, comiendo cuando él no puede. 


Mientras estoy sentada, contemplando una manera de evitar comer su bocadillo, hay un golpe en la puerta. Pedro se inclina sobre el mostrador, empujando el plato más cerca de mí.


―Come ―ordena antes de marcharse de la cocina.


Tomo un bocado mientras se ha ido y no voy a mentir, ¡sabe increíble! Hay un montón de cosas increíbles que Pedro puede hacer con sus manos y estoy agregando hacer sándwich a la lista. Mientras mastico, puedo oír la voz baja y susurrante de Damian en el fondo. Un par de minutos más tarde, ellos se unen a mí en la cocina. Damian tiene una amplia sonrisa estampada en su cara, mientras se fija en mi camisa con la palabra “PEDRO” y vaqueros.


―¿Emocionada por la pelea? ―pregunta Damian, dejándose caer en el taburete a mi lado.


―No. Solo me imaginé que una camisa holgada mantendrá a Pedro lejos el tiempo suficiente para que limpie el baño sin interrupción.


Me sonrojo. No tengo idea de por qué dije eso, a Damian especialmente.


Damian se ríe de mis mejillas rosadas y recojo mi sándwich para evitar mirarlo directamente.


―No con esa camisa. Pedro se ama demasiado.


Pedro se burla.


―Ustedes dos actúan como si querer hacer que una chica se venga es una mala cosa. Eso es material de calidad para marido justo ahí.


―¡Pedro! ―Damian y yo jadeamos al mismo tiempo. Si estaba ruborizada un tono claro de rosa antes, ahora estoy roja por completo.


―¿Alguna vez piensas antes de hablar? ―le pregunta Damian a Pedro, y él sonríe, con orgullo.


―Siempre.


―De todos modos ―comienza él, haciendo caso omiso de la respuesta de Pedro―. Pensé en venir y discutir algunas cosas sobre la próxima pelea de la semana que viene. Como ambos saben estamos haciendo algunos ajustes para evitar cualquier incidente como la última vez. ―Él mira a Pedro nerviosamente―. Una sugerencia es que pongamos a Paula en primera fila, conmigo y Luciano.


―Por supuesto que no. ¿Caminando a través de una multitud ruidosa? No, olvídalo. Paula puede quedarse en mi habitación y ver por la televisión.


―No lo creo ―anuncio―. Quiero estar ahí. Quiero ver a Dom perder en vivo, en persona, no a través de una maldita caja.


Hubo una vez un tiempo en que la sola idea de ver una pelea en vivo me revolvía el estómago, pero lo he visto todo ahora, y aunque la idea de estar tan cerca de la jaula, donde puedo sentir vibrar el suelo bajo mis manos, me hace querer desmayarme, tengo que verlo. No hay excusas.


―Me comprometí, Paula. Es eso o que te quedes en casa.


―No ―declaro con firmeza―. Voy a estar sentada en la multitud o voy a estar en primera fila. Elige uno.

CAPITULO 272



Cuando terminó el desayuno, envié a cada uno por su camino para que Paula y yo pudiéramos tener un tiempo a solas antes de mi sesión de entrenamiento de esta tarde. Me quedé recostado con cojines en el sofá solo viendo el rollo de las nubes por fuera de mi ventana. Soplan rápidamente. 


Debe ser un día de viento en Las Vegas.


Unos pasos atraen mi atención de nuevo a la habitación y mi mirada se centra en dos pequeños pies lindos con las uñas de color rosa. Se acercan más y más, y finalmente, levanto mis ojos a las manos de Paula y veo como lentamente deshacen el cinturón peludo que mantiene su bata atada. 


La abre, revelando su rosa y transparente babydoll, el cual ella se puso anoche, provocando nuestro segundo acto de pasión. Mis ojos se centran en su barriga plana y suben lentamente a sus alegres pechos hinchados... coincidiendo con la ropa interior a juego, que es el único tejido por el que no se ve. Una mujer ha diseñado el conjunto, obviamente. Ningún hombre jamás se burlaría de otro hombre tan horriblemente. Ellos saben exactamente lo incómodo que se siente al ser objeto de burlas.


La túnica cae por sus brazos y ella coloca su largo y chocolate cabello sobre sus hombros antes de deslizarse hacia mí. Su cuerpo se siente tan jodidamente bien contra el mío, tan cálido y perfecto. La miro con cautela, a la espera del truco.


Realmente no me ha hablado desde que le reclamé a Vanesa y ahora está toda sobre mí. Hay algo mal.


―¿Eres feliz con esto ahora? ―pregunta, su voz ligera y esperanzadora mientras ella pone una mano sobre su vientre.


―Absolutamente ―le contesto, alcanzando y metiendo un mechón de cabello detrás de su oreja―. Quiero decir, no voy a ser perfecto y probablemente lo voy a estropear un montón de veces, pero te tengo. Lo que quieras, lo que necesites y lo que se te antoje, tengo todo cubierto.


Poco a poco, ella se inclina hacia delante y sensualmente besa mi barbilla, despertando todas las células de mi cuerpo.


―Aprecio lo que hiciste por mí ―dice ella, esta vez besando mi labio inferior. De repente me doy cuenta de sus muslos desnudos presionando firmemente contra cada lado de mis caderas y siento mi polla despertarse.


―¿Con Vanesa? ―aclaro y ella asiente―. ¿Lo haces?


Ella asiente otra vez, tomando mis manos entre las suyas y colocándolas en su culo firme. Mete mis muñecas por debajo, obligando a mis manos a levantar su ligero babydoll y flexionar sutilmente sus caderas contra mí.


―Sé que lo hiciste por mi bien. ―Ella me besa una y otra vez―. Me encanta cuando me defiendes.


Pau baja su boca a mi cuello, capturando una pequeña fracción de piel entre sus dientes. Gimo, presionando su culo hacia abajo y empujándola directamente en contra de mi excitación a través de mis pantalones de chándal, sin duda va a estar sintiéndolo. Ella mueve sus caderas, presionando su núcleo contra mí, e incluso a través de la tela puedo sentir el calor irradiar de entre sus piernas. Muelo
mis caderas hacia ella y gime moviéndose contra mi polla oculta. Si no tengo cuidado, voy a arruinar mi par favorito de pantalones de chándal. ¿A quién estoy engañando? Venirme por ella moliéndose en mi polla no es la peor manera de perder un par de pantalones.


―¿Te gusta eso? ―gruño, tirando de ella hacia adelante, presionando su frente con la mía.


―Sí. ―Su respiración golpea mi cara en una explosión necesitada de aire.


Cierra los ojos y traga saliva, pero sus caderas nunca dejan de moverse. Se roza contra mí, moviéndose estratégicamente, con urgencia, y sé lo que quiere.


Quiere venirse ahora, no quiere todo el espectáculo, solo quiere venirse egoístamente, por sí misma. Sonrío. Voy a dárselo. Es lo menos que puedo hacer, de verdad.


Liberando su culo, tiro de su babydoll y lo saco por su cabeza antes de lanzarlo al suelo. Sus pechos están expuestos, saltando y moviéndose directamente en mi cara, y me miran hipnotizándome completamente. No hay lugar en el cual prefiero estar en estos momentos. Esto es jodidamente el cielo. Pellizco un pezón con mi pulgar y dedo índice mientras chupo el otro con mis labios. Ella arquea su espalda, sus ojos nunca dejando los míos. La miro de cerca, sus labios entreabiertos en rendijas, lujuria. Ella está cerca, puedo decirlo por la forma en que sus mejillas se vuelven de color rosa como una puesta de sol. Empujo con fuerza una vez que frota sus caderas.


―¡Pedro! ―gime en una voz ronca y cansada antes de que sus muslos aprieten mis caderas y su cuerpo se mueva de forma desigual contra el mío.


Ella se viene. Se viene sin ponerme en su interior y sin utilizar mis dedos para frotarla. Cuando desciende de su orgasmo, me mira con su pecho todavía en mi boca y jadea mientras tira con sus dedos de la cinturilla de mis pantalones.


―Sácate estos ―ordena ella en un susurro áspero y dejo ir su pezón con una sonrisa.


Bueno, mierda. Creo que me va a gustar esta cosa del embarazo.

CAPITULO 271




PEDRO



Me despierto por la mañana con Paula abalanzándose sobre mí haciendo rebotar el colchón, cuando de pronto hace una pausa para ir al baño agarrándose el estómago y tapándose la boca. Si eso no era suficiente para despertarme, estoy bien despierto el segundo que cierra de golpe la puerta del baño.


Pasándome una mano por la cara me vuelvo y miro el reloj, 8 a.m., supongo que me perdí el entrenamiento... Paula y yo nos quedamos hasta tarde anoche hablando, y después tuvimos sexo, y después hablamos un poco más. Ayer estaba seguro de que nunca querría volver a verme, especialmente después de todo eso de exigir que abortara a nuestro hijo. Ella me perdonó... dijo que entendía de donde venía, y luego me dejó tumbado aquí, preguntándome qué gran obra hice en mi vida para estar destinado a una chica tan jodidamente increíble. Incluso acordó esperar los quince días hasta después de la pelea... ¿qué clase de mujer espera voluntariamente quince días para descubrir un secreto de su cónyuge?


¿Una loca? Puede que una que está locamente enamorada de ti y confía en ti, idiota.


Niego y le doy una patada a las sábanas. Débilmente oigo a Paula gemir y luego escupir antes de que el grifo del baño se encienda. Le haré algo para desayunar, si va a estar vomitando el próximo par de semanas, lo menos que puedo hacer es mantener su estómago lleno.


Frotando el sueño de mis ojos me tambaleo sobre la ropa desechada y me dirijo a la puerta, la abro y me detengo cuando el olor distintivo de zumo recién exprimido y huevos asalta mis sentidos. Al cerrar la puerta detrás de mí, desciendo las escaleras y entro en la cocina.


―Buenos días ―dice Damian efusivamente, levantando un vaso de jugo de naranja.


Asimilo la escena delante de mí, Luciano está preparando tocino para freír en la sartén y Vanesa está poniendo apio a través de un extractor de jugos. ¿Qué diablos está pasando?


―Uh... buenos días.


―Estamos haciendo el desayuno ―me dice Vanesa indicando lo obvio.


―Mierda ―maldigo, dando un paso hacia Damian, que está sentado en un taburete de la barra por el banco―. ¿Se me olvidó el cumpleaños de alguien?


―No, es por... ―Las cejas de Vanesa se fruncen―. Es por... no sé por qué es, pero fue idea de Luciano.
.

Miro a Luciano, que me mira y se encoge de hombros rápidamente.


―No es nada, solo un buen desayuno en familia.


Un desayuno en familia... Me gusta el sonido de eso.


―¿Pedro? ¿Estás cocinando? ―grita Paula desde lo alto de las escaleras, por lo que Vanesa salta. Me da una mirada inquisitiva sobre el hombro preguntándome: ¿le dijiste?


Realmente me gustaría dejarla flipando y mirándome con esos ojos grandes y preocupados. No es que estemos teniendo un romance secreto, fue un beso, dos besos, y no he pensado en ello desde entonces. Niego.


―¿No se lo has dicho? ―espeta Damian en voz baja.


Vanesa gira la licuadora, ahogando el sonido de Paula bajando las escaleras.


―No, no lo hice. Le dije que se lo diré después de la pelea. Gracias por tu pequeña participación anoche, por cierto.


―Tienes que… ¡buenos días! ―vitorea Damian encima de mi hombro, volviendo a caer en su felicidad y siendo una persona alegre―. ¿Cómo te sientes?


―Estoy bien ―responde ella, deslizando sus manos alrededor de mi cintura desnuda y presionando su cara caliente en mi espalda. Ella me besa dos veces antes de escabullirse y arrastrarse sobre el taburete de la barra.


―¿No más intoxicación alimentaria? ―pregunta Vanesa, apagando la licuadora y sirviéndole a Paula un jugo fresco.


Un silencio incómodo cae y Paula, Luciano, Damian y yo intercambiamos miradas. Vanesa es la única que no sabe que Pau está embarazada.


―Nop. No más intoxicación alimentaria.


Ella le da a Paula el vaso y todos curiosamente observamos el intercambio entre las dos.


―Ya me lo imaginaba. Estás brillando esta mañana.


Me di cuenta también, y tengo que admitir que me pregunto si es porque está embarazada o mis habilidades en el dormitorio son así de buenas. Perdí la cuenta de cuántas veces la hice venirse en mis manos y me río vanidosamente, lo que desencadena una reacción en cadena con Damian y Luciano.


Vanesa arruga la nariz.


―Oh, ew.


Con un rubor rojo como la cereza, Paula lleva la copa a sus labios y bebe el jugo, a la vez que sacude su cabeza hacia mí.


―¿Qué? ―Me río―. No fue mi intención.


―Si claro, supéralo, Paula. ―Luciano se ríe, echando lonchas de tocino en la sartén.


Estas chisporrotean y hacen pop, llenando la habitación con el más delicioso olor. Descanso contra el banco junto a Paula, que inclina la mayor parte de su peso sobre mis codos. Ella se mueve incómodamente y toma un largo y nervioso trago de su jugo. Se inclina sobre el mostrador y apoya su boca contra el lado de su mano. Siento que mis ojos se abren al darme cuenta de que está a punto de
vomitar, y justo a tiempo, Paula se gira en el taburete y hace una carrera por las escaleras. Vemos hasta que ella cerró la puerta del dormitorio y escuchamos el segundo golpe del cuarto de baño. Vanesa me mira y Luciano deja caer su mirada a la sartén, fingiendo que está entretenido con el tocino. Si miro de cerca, estoy seguro de que puedo ver sus oídos intentando oír quién va a ser el que le diga Vanesa. 


Damian levanta una revista cercana y tira de ella para cubrir su rostro.


Maricas. Por supuesto que van a hacer que lo haga yo.


 Alcanzo el vaso de Paula y tomo un largo trago. El apio, manzana, limón y jengibre le hacen cosquillas a mis papilas gustativas. Lamo mis labios y dejo el vaso sobre el mostrador.


―No creo que tu jugo sepa tan mal. Solo está exagerando.


Vanesa cruza sus brazos con fuerza sobre su pecho mientras miradas divertidas vienen de Luciano y Damian. Me muerdo el labio, tratando de no unirme a ellos.


―¿Recalentaste el pollo salteado?


―¿Qué? ―Me río tan duro que hasta mi estómago duele y estoy seguro de que voy a morir. Luciano y Damian también lo hacen―. Paula ha estado vomitando por la mañana durante los últimos días, está brillando, no puede manejar el olor del tocino, ¿y asumes que recalenté tu salteado y la alimenté con eso? ―Me río de nuevo―. Mierda, Vanesa, tienes suerte de no haber seguido la carrera de leyes. No puedes sumar dos más dos


Ella pone mala cara con sus labios fruncidos, cada vez más frustrada.


―No lo entiendo...


Jesús. No creo que lo entendiera ni aunque se lo escriba todo para ella. Luciano debió haber llegado a la misma conclusión que yo también, porque él gime:


―Pedro preñó a Paula.


―Pedro y Paula están empezando una familia juntos ―le corrige Damian con ojos severos, haciendo toda la cosa sonar un infierno mucho más elegante que la forma en que Luciano lo puso.


Los ojos de Vanesa se ensanchan y se tapa la boca con la mano.


―¿Hablas en serio?


Asiento, incapaz de evitar a una pequeña sonrisa.


―¿Contigo?


Bueno, ahí va mi sonrisa.


―Por supuesto que conmigo. ¿De quién más sería?


Sus mejillas se ruborizan de color rosa y ella sacude la cabeza rápidamente, haciendo sus rizos rebotar.


―Bien, lo siento. ―Cae contra el armario, me mira con incredulidad―. No puedo creerlo. ¿Está bien?


―¿Se veía bien para ti?


―Sí...


―Entonces está bien.


Mientras término, Paula se pasea de nuevo en la sala, llamando la atención de todos. Ella se mueve lentamente a medida que asimila todo.


―Bueno... esto es un poco espeluznante ―murmura.


―¿No me lo dijiste? ―demanda Vanesa, empujándose fuera del mostrador.


Aprieto la mandíbula. Vanesa no tiene derecho exigir nada de Paulateniendo en cuenta que está manteniendo sus propios secretos.


―No te enojes ―le suplica Paula a Vanesa. Tiro del cinturón de la bata de Paula y la abrazo, metiéndola bajo mi protección. Incluso sobre el tocino, puedo oler la menta en su aliento―. Acabo de enterarme ayer, y Pedro y yo teníamos algunas cosas que resolver primero.


―Si alguien tiene el derecho de estar enojado, es Paula. Ahora tiene que dejar de comprar tocino ―interrumpe Luciano, moviendo de un tirón la primera pieza crujiente de tocino en un plato.


Me río, pero rápidamente dejo de hacerlo cuando las cejas de forma perfecta de Vanesa se fruncen. Rápidamente, sus características enojadas se suavizan convirtiéndose en preocupación genuina, preocupación por su mejor amiga y como que me molesta.


―¿Estás bien? ―Da un paso hacia adelante y toca la frente de Paula, al igual que lo hace una madre cuando su hijo está enfermo. A mi lado, Damian jura por lo bajo. ¿Es Vanesa siempre tan dramática?


―Está embarazada ―le dije, sintiendo una oleada de orgullo en mi pecho―. No muriendo.


Vanesa deja caer su mano, sosteniéndola contra su pecho. Una mirada de simpatía cruza sus características y aprieto a Paula aún más.


―¿Sabes qué tan avanzado está?


Paula se encoge de hombros.


―Traté de descubrirlo, pero no sé con exactitud... tal vez diez semanas.


Ella apenas absorbe la información de Pau antes de preguntar otra cosa invasiva:


―Pero sigues siendo tan joven... ¿lo vas a conservar?


―¡Vanesa! ―Luciano y Damian gritan a la vez. No los culpo, incluso mi cuerpo se puso rígido por la manera en que lo dijo. Entiendo que esto va a afectarla, va a perder a su mejor amiga, incluso más de lo que ya lo hace y no puede ser fácil, pero Jesucristo, que tenga algún tipo de sensibilidad.


―Por supuesto que voy a mantenerlo. No tiene sentido deshacerme de un niño que he creado con Paula. Estamos casados.


Vanesa presiona:
―¿No hay nada que quieras hacer antes de tener niños? ¿Cómo viajar o estudiar?


Paula niega y la miro detenidamente. Ella tiene una pequeña curva en sus labios que hace que mi corazón lata.


―Lo estás diciendo como si no pudiera hacer esas cosas con un niño. Un bebé no te restringe de hacer lo que quieras.


―Pero hay tantas cosas que pasan en tu vida ahora mismo. Vives en Las Vegas, Luciano vive en tu casa de Portland, y la carrera de Paula no es el tipo de carrera…


―A la mierda mi carrera. ―Me encojo de hombros, enderezando mi postura y cuadrando los hombros.


La cocina se queda en silencio y solo Vanesa y Paula me miran. ¿Cómo se atreve Vanesa a venir aquí y tratar de tirar esta mierda justo en frente de mi cara?


―¿Qué dijiste? ―murmulla Vanesa.


―Dije a la mierda mi carrera y vete a la mierda tú también, Vanesa. ―Mi voz sale más fuerte de lo que esperaba.


―¡Pedro! ―reclama Paula, alejándose de mí y acercándose a Vanesa.


―Sí, cuidado, Paula ―me advierte Luciano, pero no tengo miedo de él, o de cualquiera de ellos. No me atrevo a alejar mi mirada del ceño fruncido de Vanesa.


―No me voy a sentar aquí y dejarte intentar empujar a mi esposa hacia un aborto. Ella tomó una decisión y va a mantenerla. No trates de arruinar la felicidad de la vida de otras personas porque no tienes ninguna en la tuya.


La cara de Vanesa se contorsiona en ofensiva.


―No estoy tratando de empujarla hacia nada. Como su mejor amiga, estoy cuidándola, tratando de ayudarla a tomar la decisión correcta.


―¿La decisión correcta? ¿Qué otra opción hay para hacer? Pasó, está embarazada. La cosa está hecha.


―¡Muy bien! ―interrumpe Damian, poniéndose de pie―. Esto ha ido demasiado lejos. Así es como el resto de la mañana va a ser; Vanesa, te vas a ocupar de tus propios asuntos. Pedro y Paula han decidido mantener y criar a su bebé en Portland, con o sin tu permiso, y Pedro, vas a sentar tu culo y relajarte mientras Luciano sigue cocinando ese glorioso tocino. Tengo hambre, lo que significa que no estoy de humor para esto. ¿Entendido?


Manteniendo mis ojos centrados en Vanesa, caigo sobre mi taburete.


―Entendido.


Miro a Paula, y al verla todo linda en esa bata de mierda hace que la ira se filtre desde mis poros y se desintegre en nada más que amor. Solo estoy tratando de defenderla, de defendernos. Paula tuvo que aguantar suficiente charla sobre aborto por mí parte ayer y no quiero volver a oír la palabra de nuevo. Vanesa vuelve a su extractor y lo enciende ignorando el resto de la cocina. Para ser honesto, realmente no me importa. Me giro en mi silla invitando a Paula a venir a sentarse entre mis piernas. Lo hace sin decir una palabra, y no sé si es porque ella quiere estar aquí o porque no quiere hacerme enloquecer. Una vez más, realmente no me importa, siempre y cuando ella esté cerca de mí... donde puedo tocarla y protegerla.


Una vez que se sirve el desayuno, y Paula ha vomitado tres veces más, pasamos a la mesa del comedor para comer. Mientras todos los demás llenamos con huevos, tocino y pan nuestros platos, Paula llenó el suyo con frutas frescas y
pan tostado. Fue divertido observarla.


―De todos los alimentos tenía que ser el tocino. ―Ella puso mala cara, viendo a Damian y Luciano comiendo y embutiéndose.


―Conozco la sensación ―le digo con una sonrisa.


Los bastardos sádicos cocinaron mucho tocino, sabiendo bien y verdaderamente que no puedo comer. Mi lucha es en dos semanas y tengo que asegurarme de que tenga el peso correcto. Un solo y miserable pedazo era mi límite, y lo comí todo de un solo bocado.