domingo, 20 de abril de 2014

CAPITULO 58



Sorpresivamente, Pedro no se lanzó sobre Carlos y de alguna manera logré colocarme en medio de los dos hombres, presionando mis manos firmemente contra el pecho de Pedro. Bajo mis manos, sus músculos estaban enrollados, a la espera de saltar contra Carlos… pero por suerte, nunca lo hicieron.
―No vales la pena para que tire por la borda la competición ―gruñe Pedro―. Pero si hablas con tu ex esposa otra vez, dile que le mando saludos.
Se vuelve y sale enojado de la oficina, vuelvo mi atención a Carlos.
―¿Su padre? ¿En serio? Eso es bajo, Carlos.
―No, salir con alguien como Pedro es bajo. ―Carlos camina hacia su oficina y cierra la puerta. No pierdo tiempo en perseguir a Pedro. Está fuera caminando por la acera con las manos en su cabello. Su cara está enrojecida,casi como si estuviera demasiado caliente al tacto. Unas pocas personas paseando pasan a su alrededor esquivándolo con cautela, como si se fuera a quebrar en cualquier momento.
―¿Pedro? ―Mi voz sale más tranquila de lo que me propongo―.Podemos almorzar en mi casa… lejos de la gente.
Me lanza las llaves de su auto y lo sigo hasta él sin decir nada más. En el auto, Pedro mantiene sus ojos por la ventana.  
Pedro ―le digo, rompiendo el silencio.
No me responde.
―No me gustó eso. Nunca más me uses contra otra persona.
Todavía no responde y no me importa, siempre y cuando sepa que no estoy de acuerdo con lo que acaba de suceder. Miro a Pedro de soslayo. Su pecho sube y baja más rápido de lo normal, sus puños se mantienen apretados. Lo que Carlos dijo realmente lo ha afectado y no estoy segura si puedo ayudar esta vez.
Cuando llegamos a mi casa, hay una nota en la puerta de Vanesa diciendo que su padre la llamó para que fuera a trabajar y que tomó prestada un poco de ropa. Busco debajo de la maceta rota de la planta y recupero la copia de la llave. Está marcada con tierra, porque no la he utilizado en mucho tiempo. Abro la puerta y pongo la llave sucia en el bolsillo. Mientras me dirijo a la cocina para hacer sándwiches Pedro se sienta en el sofá, apoyando su cabeza hacia atrás. Sus ojos están cerrados, dándole un borde vulnerable. Saco mis zapatos en medio de la cocina y camino hacia él. Mientras permanezco encima de él, muerde su labio inferior, pensando.
Todavía está enojado… y tengo miedo de que tome su auto y vuelva allí.
―Lo que dijo… no le hagas caso ―le digo.
―Tiene razón ―responde Pedro sin abrir los ojos―. Mi padre estaba decepcionado de mí. ―Sus ojos se abren y mi corazón se aprieta ante su brillo triste―. No podía hacer nada bien… así que hice de mi misión todo mal. No soy una buena persona, Pau.
Agarro su cara entre mis manos, obligándolo a mirarme.
―Pienso que eres buena persona.
―Una chica de las millones de personas que he conocido piensa que soy bueno. ―Sacude la cabeza―. Esas probabilidades no son reconfortantes.
―Pero al menos es algo.
Saca la cara de mis manos.
―No tengas una idea equivocada de mí. No dejes que te seduzca pensando que soy bueno, porque no lo soy.
Me niego a ceder.
―Lo eres.
Hace un ruido frustrado en la base de su garganta y se inclina hacia adelante.  
―Me acosté con la esposa de Carlos cuando vivía en Seattle, años atrás. Es por eso que se divorciaron. Fui con mi padre a una de sus sesiones y entré en la oficina de Carlos para ver si estaba allí, pero estaba su esposa en su lugar. Ella me provocó, se burló de mí hasta que cedí. Estaba follando a su mujer sobre su escritorio cuando Carlos y mi papá entraron. ―Sacude la cabeza, disgustado consigo mismo―. No soy una buena persona, Paula.
Destruí un matrimonio… cientos de matrimonios, probablemente.

CAPITULO 57



―Ha pasado un largo tiempo. ―Carlos se aclara la garganta.
El aire está tan tenso aquí que se podía cortar con un cuchillo. Pedro asiente secamente antes de volver su oscura mirada a mí.
―¿Estás lista?
Doy un paso hacia Pedro pero la voz de Carlos me detiene de hacer todo el camino a él.
―Pedro Alfonso ―escupe el nombre de Pedro como si fuera veneno en su lengua y me asusta―. ¿Este es el tipo que estás viendo?
―Eso no es asunto tuyo ―Pedro corta por mí. Todas sus facciones se dibujan en líneas apretadas y lo veo trabajando la mandíbula.
Pedro, no ―murmuro, dando un paso más cerca de él.
Dejo que mis dedos rocen con dulzura su muñeca. Carlos ignora la agresividad de Pedro y sus ojos azules se cuadran en mí. 
Pedro es la razón por la que me mudé a Portland ―me dice.
Mis cejas se juntan cuando recuerdo que Carlos me dijo que se mudó a Portland después del divorcio con su esposa de doce años.
―Vamos, Paula ―exige Pedro cuando me toma por la muñeca y se vuelve hacia la puerta.
―Paula―Carlos me llama. Nunca he oído que su voz tomara un filo tan peligroso antes. Es escalofriante, profunda y me detiene en seco. Pedro deja caer mi muñeca y le espeta a Carlos.
―¿Cuál es tu maldito problema?
Carlos se destaca unos cinco centímetros más alto que Pedro, pero he visto a Pedro en acción. Carlos no tendría ninguna oportunidad.
―Estoy cuidándola.
―¿Por qué?
Los ojos azules de Carlos se disparan a mi cara aterrorizada y Pedro sigue su vista. Pedro sonríe su sonrisa confiada antes de volverse hacia Carlos y yo trago saliva.
―¿La quieres? ―asume Pedro y cuando la dura mirada de Carlos se tambalea ante su presunción, la sonrisa de Pedro se ensancha en una sonrisa
lobuna y su enorme cuerpo se desliza detrás de mí.
La parte delantera de su cuerpo duro presiona contra mi espalda. Las manos de Pedro se deslizan por mi cintura hasta mis caderas y las agarra con fuerza, tirando de mí con más fuerza contra él. Mi mirada se desliza a mi mesa de trabajo, a través de la lisa pared blanca y luego a un pequeño reloj de plata por encima de la puerta de Carlos. Miro a todas partes, excepto directamente a los ojos azules de Carlos.
―No te culpo ―comienza Pedro cuando sus manos se deslizan hasta mi cintura.
Mi cuerpo salta con atención cuando el calor empieza a estancarse entre mis piernas. Me estremezco. Ahora no es momento de excitarse por su toque. Pedro se ríe oscuramente contra mi oído cuando se da cuenta de que mi respiración se hace poco profunda.
―Ella sí que es algo.
Pedro―espeto en un susurro apremiante, pero él me ignora sumerge su cara en mi cabello mientras sus manos se deslizan hacia el norte hasta que sus pulgares fluyen sobre la base de mi pecho. Él inhala y gime, enviando ondas calientes de deseo a través de mí, así como inclina mi medidor de ira al punto de ebullición.
―Confía en mí cuando digo que ella sabe tan bien como huele.
Carlos arranca furioso hacia delante y Pedro tira de mí, metiéndome con seguridad detrás de su espalda.
―¿Qué vas a hacer, Carlitos? ¿Luchar conmigo? ―Puedo oír la sonrisa sarcástica en la voz de Pedro―. Hazlo. Te reto.  
Pedro y Carlos están cara a cara y no parece que vayan a dar marcha atrás en el corto plazo. Mi corazón golpea incómodo en mi pecho cuando una sonrisa tira de la esquina de los labios de Pedro y dice:   
―Sabes, una de las ventajas de ser un psicólogo es aprender cómo conseguir meterse dentro de las cabezas de la gente y averiguar lo que los motiva.
Siento que Pedro se vuelve de piedra.  
―¿Quieres saber lo que motivaba a tu padre? ¿Cuál era su mayor decepción?
Mi corazón se vuelve frío. ¿Carlos era el psicólogo del padre de Pedro en Seattle? Seguro que parece que sí. Hablar sobre el padre de Pedro es un gran no-no para Pedro. Él casi no me habló de él a mí y confía en mí. Sólo puedo
imaginar lo que le está haciendo, escuchar a Carlos mencionarlo.
Pedro, vamos ―digo, tirando de su camisa. Da un paso hacia atrás.
Ahora todo lo que necesito es tres o cuatro más de ellos y estaremos fuera de la puerta. Sigo tirando de él, y cuando llego a la puerta. marcos lo dice, las palabras que he estado orando para que las mantenga para sí mismo.
―Tú. Su mayor decepción eras tú.

CAPITULO 56



Desaparece de nuevo en su oficina y yo pongo mi cabeza en mis manos antes de rastrillar los dedos a través de mi cabello largo y suave. ¿Qué demonios voy a hacer? No me siento cómoda sacando este tema con Pedro. Saco mi teléfono del bolsillo y busco al nombre de Pedro. Mi pulgar se cierne sobre botón de “llamada”, pero no me atrevo a presionarlo. Toda esta situación podría haberse evitado si Pedro dormía conmigo cuando yo quería y luego me dejaba sola. En su lugar, enterramos nuestro camino bajo la piel del otro… y  se desarrollaron sentimientos. Esos mismos sentimientos están actualmente heridos porque Pedro besó a alguien más. Niego. No sé eso a ciencia cierta.  
Ramiro juega sucio y está celoso. Si hago suposiciones y Ramiro mintió, voy a quedar como una idiota. Mi teléfono vibra en mis manos y el nombre de Pedro aparece en mi pantalla.
 
DE: PEDRO. HORA: 8:37 A.M.  
¿Almuerzo?


PARA: PEDRO. HORA: 8:38 A.M.
No puedo. El auto no arranca, y estoy en el trabajo.
 
DE: PEDRO. HORA: 8:38 A.M.
¿Cuándo es tu descanso? Voy por ti.
Vamos a almorzar.
 
Me siento como una tonta cuando una sonrisa tira de mis labios.
 
PARA: PEDRO. HORA: 8:39 A.M.
El descanso es a las 11.
Te veo entonces.
 
Antes de regresar mi teléfono a mi bolsillo, vibra de nuevo.

DE: PEDRO. HORA: 08:39 A.M
No puedo esperar. :)
 
No puedo esperar…
No puede esperar a verme. Me siento aturdida y emocionada a su vez  lo que me hace sentir estúpida. Pedro me afecta. En cuestión de segundos,puede hacer que me enfade cuando estoy contenta y feliz cuando estoy enojada. Pongo mi teléfono de nuevo en mi bolsillo y tomo una respiración por la nariz. Le preguntaré a Pedro directamente lo de anoche y actuaré como si no fuera gran cosa.
Esperar para que lleguen las once fue una tortura, pero cuando finalmente llegaron me gustaría tener más tiempo para pensar cómo voy a abordar el tema.
―Voy a estar de vuelta en una hora,Carlos ―digo desde mi escritorio.
Me levanto de mi silla mientras Carlos pasea fuera de su oficina con un bonito traje marrón con una bonita corbata amarilla que se apoya contra su camisa blanca. Su atuendo combina muy bien con su cabello dorado y ojos claros. En su mano, mueve nerviosamente las llaves de la oficina.
―¿Vas a comer? ―pregunta, apoyándose en mi escritorio. Su largo dedo índice acaricia la esquina de una hoja suelta de papel.
―Sí.
―Genial, iré contigo.
―Oh ―le digo, poniéndome de pie―. En realidad me estoy encontrando con alguien. ―Las palabras son torpes en mi lengua.
―¿Vanesa? Estoy seguro de que no le importaría si me uno a los dos.
―No, no es Vanesa. ―Enderecé el fondo de mi vestido―. Estoy almorzando con…
Dejo de hablar cuando la puerta se abre y Pedro entra luciendo tan guapo como siempre con una camiseta negra que se aferra a su pecho y brazos, como una segunda piel. Su cabello oscuro está húmedo y rebelde,como si acabara de pasar sus dedos a través de él.
Pedro ―afirma Carlos, terminando la frase por mí.
La mandíbula de Pedro se aprieta.  
―Carlos.
Mi mirada se desplaza de Carlos a Pedro, de Pedro a Carlos. Esto no esta ocurriendo en estos momentos. Ellos no se conocen entre sí.