Rodamos en frente de la Estación de Policía y subimos. No hay un cuartel ni nada, sólo es una pequeña estación. Los dedos de Pedro se entrelazan con los míos mientras tira de mí a su lado a lo largo del camino.
En el interior, la estación huele a cerveza y a limpiador de hospital. Algunas personas cansadas están en la sala de espera y nos miran mientras caminamos hasta la mesa de servicio.
―Hey, Pedro―El oficial le extiende su mano a Pedro y él la toma―. Tu mamá está más molesta que de costumbre.
Pedro se ríe nerviosamente.
―Mejor me la llevo a casa entonces.
―No hay problema. Ha estado dormida durante el último tiempo.
El oficial sale de detrás del mostrador y le hace gestos a Pedro para que lo sigua. Él se vuelve hacia mí.
―Espera aquí, ¿de acuerdo?
Asiento.
Pedro y el oficial desaparecen al doblar la esquina, dejándome sola.
Estoy incómoda. Nunca he estado en una comisaría antes y esperemos que nunca tenga que volver. No me gusta sentirme como si hubiera hecho algo malo. Incluso me pongo nerviosa cuando camino junto a un oficial de policía
en el centro comercial o en la calle.
Soy débil, lo sé.
Pedro reaparece acunando a su madre dormida. No lleva la misma ropa con que la vi esta tarde. Ella ha cambiado el traje de etiqueta por un par de pantalones negros, una blusa de seda púrpura y un par de zapatos de tacón de color violeta asesinos. Su largo cabello negro cae como cascada sobre el brazo de Pedro y cuelga libremente en el aire. Pedro pasa junto a mí, moviendo la cabeza hacia la señal de salida. Lo sigo muy de cerca y abro la puerta de
atrás de él para que pueda poner a su madre en el asiento trasero.
Nos tomó un poco de tiempo volver a la casa de Pedro. Él iba por debajo del límite de velocidad para no despertar a su madre. Dio igual. Una vez que llegamos a la calzada y el coche se apaga, su mamá habla.
―¿Pedrito? ―susurra―. ¿Has tenido que buscarme otra vez?
Mi corazón se derrite por su apodo. Es adorable y me imagino que lo ha estado llamando así desde el día en que nació. Miro a Pedro. Su rostro es tormentoso y frustrado.
―Sí ―responde. Su tono es frío y carente de empatía.
―Lo siento mucho ―solloza―. Estaba de camino hacia el programa.Te juro que iba a ir esta vez.
Pedro sale del coche sin responder. Abre la puerta de atrás y le extiende la mano a su mamá. Abro mi puerta y salgo. Cuando camino hacia el otro lado, su madre ya está la mitad fuera del coche.
Ella sonríe con sonrisa borracha.
―¿Natalia?
―Paula ―la corrige Pedro, poniéndose cada vez más frustrado.
―Pedro, está bien ―murmuro.
―Paula ―balbucea―. ¡Bien!
Su madre lo mira mientras desliza el resto de su cuerpo fuera del coche. Pedro envuelve un brazo alrededor de su cintura apoyando su peso como si ella no pesara más que un niño. Ella se vuelve hacia mí.
―Soy Julia ―Hace un gesto hacia su rostro y cuerpo―.
Normalmente no soy así.
La expresión de Pedro se oscurece y niega. Él es un experto en sostener su lengua. Está por decir algo para molestarla.
―Vamos a llevarte a la cama ―dice, tirando de ella hacia la casa.
Cuando pasamos dentro, me quedo detrás de ellos, todo el camino hasta la escalera y la habitación de su madre. Yo no entro. He invadido el espacio personal de ella lo suficiente por esta noche. Me apoyo en la pared por el marco de la puerta, mi mirada se centra en una linda pintura de un árbol de bambú.
―¿Pedrito? ―Escucho cuando ella lo llama―. Estaba planeando mejorar esta noche… ―dice con voz baja.
―¿Y qué pasó?
―Yo… llegué a las puertas y no pude entrar… Me entró el pánico. No quería admitir que he sido un fracaso.
Me esfuerzo por oír su respuesta, pero no viene.
―Iré mañana… Lo prometo.
―Está bien, buenas noches.
Pedro sale de la habitación y cierra la puerta tras de sí. No le doy ninguna indicación de que he oído todo. No quiero que se sienta avergonzado. Envuelvo mis manos alrededor de su brazo y me acurruco estrechándome a él a medida que caminamos hacia su habitación. Cuando estamos dentro y metidos de nuevo en la cama, me tira en su pecho desnudo.
―Espero que estés bien con esto ―murmura al oído.
Después de todo eso, ¿cómo puede posiblemente estar preocupado por mí?
―Lo estoy. Me alegro de que esté en casa y segura.
Sus manos me aprietan mientras él coloca su cabeza más cerca de mi cuello.
―Yo también.