lunes, 5 de mayo de 2014

CAPITULO 107



Rodamos en frente de la Estación de Policía y subimos. No hay un cuartel ni nada, sólo es una pequeña estación. Los dedos de Pedro se entrelazan con los míos mientras tira de mí a su lado a lo largo del camino.


En el interior, la estación huele a cerveza y a limpiador de hospital. Algunas personas cansadas están en la sala de espera y nos miran mientras caminamos hasta la mesa de servicio.


―Hey, Pedro―El oficial le extiende su mano a Pedro y él la toma―. Tu mamá está más molesta que de costumbre.


Pedro se ríe nerviosamente.


―Mejor me la llevo a casa entonces.  


―No hay problema. Ha estado dormida durante el último tiempo. 


El oficial sale de detrás del mostrador y le hace gestos a Pedro para que lo sigua. Él se vuelve hacia mí.  


―Espera aquí, ¿de acuerdo?  


Asiento. 


Pedro y el oficial desaparecen al doblar la esquina, dejándome sola.  


Estoy incómoda. Nunca he estado en una comisaría antes y esperemos que nunca tenga que volver. No me gusta sentirme como si hubiera hecho algo malo. Incluso me pongo nerviosa cuando camino junto a un oficial de policía
en el centro comercial o en la calle.  

Soy débil, lo sé. 


Pedro reaparece acunando a su madre dormida. No lleva la misma ropa con que la vi esta tarde. Ella ha cambiado el traje de etiqueta por un par de pantalones negros, una blusa de seda púrpura y un par de zapatos de tacón de color violeta asesinos. Su largo cabello negro cae como cascada sobre el brazo de Pedro y cuelga libremente en el aire. Pedro pasa junto a mí, moviendo la cabeza hacia la señal de salida. Lo sigo muy de cerca y abro la puerta de
atrás de él para que pueda poner a su madre en el asiento trasero. 

Nos tomó un poco de tiempo volver a la casa de Pedro. Él iba por debajo del límite de velocidad para no despertar a su madre. Dio igual. Una vez que llegamos a la calzada y el coche se apaga, su mamá habla.

―¿Pedrito? ―susurra―. ¿Has tenido que buscarme otra vez?


Mi corazón se derrite por su apodo. Es adorable y me imagino que lo ha estado llamando así desde el día en que nació. Miro a Pedro. Su rostro es tormentoso y frustrado.  

―Sí ―responde. Su tono es frío y carente de empatía.


―Lo siento mucho ―solloza―. Estaba de camino hacia el programa.Te juro que iba a ir esta vez.


Pedro sale del coche sin responder. Abre la puerta de atrás y le extiende la mano a su mamá. Abro mi puerta y salgo. Cuando camino hacia el otro lado, su madre ya está la mitad fuera del coche.


Ella sonríe con sonrisa borracha.  


―¿Natalia?


―Paula ―la corrige Pedro, poniéndose cada vez más frustrado.  


Pedro, está bien ―murmuro. 

―Paula ―balbucea―. ¡Bien!


Su madre lo mira mientras desliza el resto de su cuerpo fuera del coche. Pedro envuelve un brazo alrededor de su cintura apoyando su peso como si ella no pesara más que un niño. Ella se vuelve hacia mí.


―Soy Julia ―Hace un gesto hacia su rostro y cuerpo―.
Normalmente no soy así.


La expresión de Pedro se oscurece y niega. Él es un experto en sostener su lengua. Está por decir algo para molestarla.


―Vamos a llevarte a la cama ―dice, tirando de ella hacia la casa.


Cuando pasamos dentro, me quedo detrás de ellos, todo el camino hasta la escalera y la habitación de su madre. Yo no entro. He invadido el espacio personal de ella lo suficiente por esta noche. Me apoyo en la pared por el marco de la puerta, mi mirada se centra en una linda pintura de un árbol de bambú.


―¿Pedrito? ―Escucho cuando ella lo llama―. Estaba planeando mejorar esta noche… ―dice con voz baja.

―¿Y qué pasó?


―Yo… llegué a las puertas y no pude entrar… Me entró el pánico. No quería admitir que he sido un fracaso.


Me esfuerzo por oír su respuesta, pero no viene.  

―Iré mañana… Lo prometo.  

―Está bien, buenas noches.

Pedro sale de la habitación y cierra la puerta tras de sí. No le doy ninguna indicación de que he oído todo. No quiero que se sienta avergonzado. Envuelvo mis manos alrededor de su brazo y me acurruco estrechándome a él a medida que caminamos hacia su habitación. Cuando estamos dentro y metidos de nuevo en la cama, me tira en su pecho desnudo.


―Espero que estés bien con esto ―murmura al oído.  


Después de todo eso, ¿cómo puede posiblemente estar preocupado por mí?


―Lo estoy. Me alegro de que esté en casa y segura.


Sus manos me aprietan mientras él coloca su cabeza más cerca de mi cuello.  


―Yo también.

CAPITULO 106



―¿Pau?


Oigo el sonido de mi apodo y abro los ojos, pero no acaba de registrarse en mi cerebro. Cierro los ojos de nuevo. Estoy cálida, con sueño y satisfecha. No quiero estar haciendo cualquier otra cosa. Un dedo roza suavemente sobre mi mejilla.  



―¿Paula? ―Oigo de nuevo.


Abro los ojos por segunda vez. Está oscuro, pero sólo puedo distinguir la silueta de Pedro por encima de mí. Sus nudillos acarician suavemente mi mejilla y tiré de mí misma a una posición sentada. Después de unos segundos mi visión se ajusta a la oscuridad y me doy cuenta de que Pedro está completamente vestido con las llaves del coche en la mano.  

―¿Está todo bien? ―le pregunto, mi voz ronca por el sueño.


―Quiero que vengas conmigo a recoger a mi mamá. ―Hay un hilo de frustración en su tono―. Nunca te lo hubiese pedido, pero viendo que somos una pareja ahora…debemos hacer las cosas juntos, ¿verdad? ¿No importa qué tan mierda sea?  

¿Su mamá? ¿Está bien? Me trago mi creciente preocupación y afirmo.


―Así es.  

Lanzo las mantas. Y me deslizo fuera de la cama. Pedro se acerca a la pared y enciende la luz haciéndome entrecerrar los ojos bajo la dureza repentina.


―Puse la ropa sobre el respaldo del sofá. ―Me sonríe mientras estoy desnuda.

Me pongo mi ropa pieza por pieza y me paso los dedos por el cabello, apenas logrando sacar todos los nudos.   

―¿Dónde está tu mamá?


Da unos golpecitos con los dedos sobre sus pantalones vaqueros.  


―Está en la estación de policía.


Me pongo rígida.
  

―¿En la estación de policía? ¿Qué hacemos? ¿Necesitas llamar a un abogado o…?


―Esto es normal. Conozco al comisario de la estación. Voy a recogerla y llevarla a casa.


―¿Y eso es todo?


Me da una sonrisa tensa.  

―Eso es todo. 

―¿Así que esto no es nuevo? ―exhalo, relajándome un poco.


―Lamentablemente, no. Esta será la cuarta vez desde que me mudé a Portland que he tenido que recogerla en una estación de policía. 

―¿Y el comisario sólo te llama?


―Sí.


Recuerdo que Pedro tomó una  llamada de teléfono antes de… y  una vez en la noche en que se negó a tener relaciones sexuales conmigo y una vez en la noche que fuimos a cenar. Tuvo que salir a toda prisa. Lo siento por él. 


No debería tener que dejar de hacer lo que esté haciendo con  su vida para recoger a su madre borracha. Eso no está bien.


Lo sigo de cerca detrás a medida que caminamos a través de la gran casa y por la puerta principal. Pedro no habla en todo el camino a la estación de policía. Cuando lo miro, su mandíbula está siempre tensa, siempre trabajando en contra de sí mismo.


―¿Por qué lo aguantas? ―le pregunto.


―Porque es mi madre… ―Se pasa los dedos por el cabello―. Siento que se lo debo, supongo. Yo no era el mejor chico.


Sus palabras me molestan. Sigue siendo el hijo, no el padre. Su madre debe cuidar de las finanzas y de la casa. No Pedro. 

CAPITULO 105



Él trae su boca a la mía y mis latidos se elevan a un nivel superior. Mis entrañas se aprietan por la anticipación, a la espera de que Pedro ponga sus manos sobre mí.

―Eres insaciable. ―Se ríe, sus labios ligeramente rozando el mío. 

―Lo soy en lo que se refiere a ti. 

Hay llamas en sus ojos oscuros, satisfecho con mi respuesta y estrella sus labios con los míos. Sus dedos se mueven constantemente hacia arriba acariciando la delicada piel de mis costados mientras su lengua húmeda barre a través de mi labio inferior. Con una caliente oleada de excitación, mi boca se abre instantáneamente para él, y no pierde el tiempo en lanzar su lengua dentro. Mi pulso martillea por mis venas como siempre lo hace cuando estamos intimando.
Las manos de Pedro exploran la curva de mi cintura antes de agarrar mi culo y tirar de mí encima de él. La sensación de sus duras y firmes manos contra mi cuerpo me vuelve loca, y no hay manera de que pueda detener el gemido que se me escapa. El sonido de mis gemidos hace eco contra las paredes, flotando a nuestro alrededor y puedo sentir lo duro y listo que está entre mis muslos. Saber que está así me hace temblar de placer y empujo mi cuerpo con más fuerza contra él mientras su mano se desliza por mi cuerpo, apretando alrededor de mi cadera.

Un delicioso hormigueo comienza a extenderse a través de mi pecho, y gimo con avidez, mientras mi excitación comienza a palpitar sin piedad entre mis piernas. Pedro tira su boca de la mía y me centro en su cara mientras desliza una mano entre nosotros. Levanto mis caderas mientras acaricia mi centro con su erección. Mido el tiempo perfectamente y cuando pasa directamente debajo de mí, me dejo caer de rodillas introduciéndolo en mí hasta llegar a la base. 
―¡Joder! ―jadea Pedro, agarrando mis caderas con una presión devastadora. El agua salpica y se eleva alrededor de nosotros mientras rebota y rechina en sus caderas. 

Mantengo mis ojos en su rostro, totalmente hipnotizada por su oscura expresión, con hambre, y perversamente
satisfecho. 
Su atención está en mis pechos. Están llenos y brillan con la luz del cuarto de baño. Se inclina un poco hacia delante, tirando de mi pezón en su boca y mis espalda se arquea. 

Abruptamente libera mi pezón y vuelve su atención a mi cara. 
―Vamos a salir ―respira, clavando sus dedos en mis muslos―. Quiero tenerte en mi cama. 
Paso mi lengua por su labio inferior, meciéndome contra él lentamente.
Le beso la nariz a la vez que me deslizo fuera de él. El agua se escurre fuera de su cuerpo y el nivel del agua baja mientras sale. Me vuelvo hacia el grifo y lo sigo desde el baño. Mi cabello está aún seco, así que mi tiempo de secado con la toalla se reduce a la mitad gracias a Dios. 

La risa se me escapa cuando me levanta en sus brazos y me lleva de vuelta a la habitación. Miro su cara, maravillada por la fuerza apacible en su rostro. Me coloca en su gran cama y me apodero de su cuello con mis brazos, tirando de él hacia abajo encima de mí. Su risa y gruñidos posteriores aceleran los latidos de mi corazón, ya que pelea juguetonamente con los demás. Paso los dedos por su cabello suave, mientras su boca explora mi cuello y mis pechos. Envolviendo mis piernas alrededor de su cintura, tiro de él tan cerca de mí como puedo. 
―Por favor ―gimo, empujando las caderas hacia arriba. 

―¿Lo quieres? ―respira en mi cuello, colocándose en mi entrada. 

―Sí ―siseo.
Se ríe una vez mientras con fuerza empuja en mí, enviando una caliente sacudida de disparos de placer a través de mi cuerpo. No vacila entre estocadas, y en un momento está embistiendo dentro de mí, su cuerpo colisionando con el mío a un ritmo más rápido.


―Es tan bueno… ―gruñe, mordiendo la carne en mi clavícula.


Una familiar presión se acumula dentro de mí haciéndose cada vez mayor con cada golpe, haciéndome retorcerme debajo de él. Otra mala palabra cae de sus labios y se hunde justo abajo de mi vientre, empujándome más cerca del borde. 

―¡Pedro! ¡Sí! ―lloro mientras mi liberación se cierne sobre mí, haciendo que los dedos de mis pies se curven.


Él embiste más fuerte y mi clímax rompe de repente a través de mí. El calor insoportable de mi orgasmo pulsa sin piedad a través de mi centro. Al mismo tiempo, Pedro jura en voz alta mientras se clava dentro de mí una vez más y siento el pulso salvaje de su longitud dentro de mis profundidades.
Tan pronto como el calor nos libera, Pedro sale de mí y todo mi cuerpo se siente débil y blando. Se tumba a mi lado y mi cuerpo se relaja al instante en su contra. Coloca sus dedos en mi barbilla, volviendo mi cabeza para besarme. Sonrío mientras sus labios rozan los míos. Deja caer la cabeza, me sostiene en su cuerpo y siento su pecho subir y bajar con su respiración constante.


―Cuéntame ―respiro―. Después de todo lo que hemos hecho, ¿aún crees que soy una buena chica?


―No creo que eres una buena chica. ―Besa mi hombro―. Estoy convencido de que lo eres.


―¿Cómo es eso? 

Lo siento encogerse. 


―No te ves a ti misma como yo lo hago. No ves la forma en que tus mejillas se colorean de rosa cuando digo o hago cosas inapropiadas. No oyes el tono dulce e inocente en tu voz cuando dices cosas… pero yo lo hago.


Mi corazón se hincha en mi pecho. Pedro me conoce como nadie lo ha hecho. La cosa más dulce que Ramiro me ha dicho alguna vez me llegó en una tarjeta escrita por alguien de una fábrica. ¿Cómo he perdido esto? ¿Cómo me quedé con Ramiro durante tanto tiempo? El grueso dedo de Pedro dibuja formas en mi cadera sacándome de mis pensamientos.


―Gracias ―dice. 

―¿Por qué? 

―Por dejarme compensarte. Toda la tarde he tenido tu expresión de dolor atrapada en mi cerebro y me estaba destruyendo. 

Sonrío y cierro los ojos. Pronto, Pedro detiene el movimiento de su mano y su respiración se hace pesada. 


Posteriormente, encuentro mis propios pensamientos a la deriva, mientras que los fuertes brazos de Pedro me
arrullan para dormir.