martes, 6 de mayo de 2014

CAPITULO 110



Nos damos la mano y nos acercamos a las barras. Luciano se une a nosotros, contando. Cuando la palabra "Partida" cae de sus labios, Damian y yo empezamos con las flexiones. Casi de inmediato mis brazos comienzan a quemar y mis músculos a temblar. Mis pulmones se queman con la falta de oxígeno porque estoy conteniendo la respiración cada vez que flexiono.

Puedo oír a Damian respirar rítmicamente y me doy cuenta de que esto es pan comido para él. Va a machacarme. Bajo y uso toda mi fuerza para tirar lentamente de mí misma. 

Luciano se está riendo, el mejor momento de su vida mirándonos. A mi lado, Damian está tirando de él hacia arriba y abajo rápidamente, como si fuera la cosa más fácil que haya hecho nunca. Mis brazos me van a dejar ir. Puedo sentirlo. A la mierda. Dejé caer mis manos de la barra y caigo en el suelo con los dos pies. Mis músculos tienen espasmos bajo mi piel y me acuesto de espaldas sobre las frescas colchonetas. Damian se inclina sobre mí, casi sin aliento.  


―Hice ocho. ―Me quejo con orgullo. 

Él extiende su mano hacia mí y la tomo. Mis brazos se sienten como gelatina. Se sienten como si se fueran a separar de mi cuerpo y a flotar de un momento a otro.  

―Bien hecho. ―Sonríe―. Ahora deja de hacer que mi chico llegue tarde.  

Pongo los ojos.   

―Tú y yo sabemos que nadie puede hacer que Pedro haga nada que no quiera.


La risa de papá me llama la atención, él y Pedro entran en la habitación. 
―Damian y Paula acaban de ir cabeza a cabeza en un concurso de flexiones en la barra ―anuncia Luciano, tirando de su camisa verde sobre su cabeza y exponiendo mucho más músculo del que se supuse que tenía―Paula perdió, obviamente. ―Se ríe y yo frunzo el ceño hacia él.

―Realmente no perdí ―declaro―. Puedo hacer ocho flexiones ahora en lugar de siete.

La risa estalla de todos y me enfado. Supongo que jactarse de siete no es digno después de todo.

―Como sea… ―comenta Damian―. Recibí una llamada de la MMAC antes anunciando que tu partido con Joshua Donskov es en siete días. Ya conoces las reglas. Nada de sexo. Nada de malas grasas y sin azúcares. La lucha será en Boston. Vences eso y lucharás contra Dom Russell por el contrato de profesional en Las Vegas una semana más tarde.  
―No puedo esperar a verte golpear a Josh Donskov en el culo. ―Los vítores de papá y el pavor me llena el estómago.
Mi papá no puede ir a Boston porque no puedo ir a Boston para mantener un ojo sobre él.Carlos me despedirá si pido más tiempo libre. Ya he pedido demasiado. Luciano, papá y Damian entran en una discusión acerca de Josh Donskov y su técnica de “luchador”. Aparto a Pedro a un lado. 
 
―Papá no puede ir a Boston… ―le susurro a él.  
Sus cálidas manos rozan mis brazos y mis hombros, masajeando.  

―Entre los dos podemos ser capaces de cuidar de él.
Casi me estremezco. Asume que voy a ir a Boston con él.  
Pedro, yo no voy a ir contigo a Boston…
Sus cejas oscuras se ciñen.

CAPITULO 109



No pasamos mucho tiempo en mi casa. Pedro esperó en el coche mientras yo corría dentro y agarraba un suéter, un par de pantalones negros y unos tacones negros bajos. Me aseguré de agarrar mi bolsa de maquillaje y un cepillo de cabello. También me las arreglé para meter unas leggins y una camiseta en mi mochila para poder ejercitarme.  

Cuando llegamos al gimnasio, el entrenador de Pedro, Damian estaba sobre él, castigándolo por haber llegado tarde y por lo poco profesional.

Luciano también está aquí, apoyado en la pared moviendo la cabeza en señal de desaprobación hacia nosotros. Me alejé, dejando que Pedro lidiara con su enojado equipo y me dirigí a la sala de ducha. Me pongo mi ropa y vuelvo a salir. 

Pedro está en el ring de boxeo con su compañero de entrenamiento.
Aparto mi mirada, mientras el puño de Pedro está a punto de conectar en  el rostro del otro chico. No lo veo, pero oigo cuando el hombre cae al suelo y me estremezco,imaginando todo en mi cabeza.  
―¡Paupy! ―me llama papá desde su ventana. Miro hacia arriba y lo veo colgando a mitad de camino por la ventanilla para hablar conmigo. La idea de una caída me pone nerviosa.  
―Hola, papá.

―Un momento ―dice sonriendo―. Voy bajando.

Pisoteo mis zapatos a lo largo de la alfombra mientras espero por él.

Rodea  la esquina viéndose alegre y alerta

―Ha pasado un tiempo desde que has venido al gimnasio ―dice,tirando de mí en un abrazo.
 
―Sí, he estado ocupada. Pero estoy aquí hoy.

Papá pasa un pesado brazo sobre mi hombro, caminando hacia el ring.

Miro de reojo y veo una fritura francesa asomando de su bolsillo. Lo saco y él me mira ferozmente.  

―Se supone que debes estar comiendo sano. Ya sabes, por el bien de tu corazón.

Él agarra de mi mano sus frituras y cambia de tema.  
―Tu madre y yo fuimos a tu casa anoche, pero no estabas en casa.

Mis mejillas se calientan y me siento incómoda diciéndole que estaba en casa de Pedro.  

―Lo siento, Ricardo ―dice Pedro jadeando, sonriendo con confianza hacia nosotros desde el ring―. Ella estaba conmigo. 
¿No debería estar aquí Damian asegurándose de que Pedro está prestando atención al entrenamiento, en lugar de entrometerse en mis conversaciones?
Miro a mi alrededor por el gimnasio. Damian está hablando en su teléfono,con el rostro serio centrado en un punto en el tatami. Luciano está inclinando sobre Damian, tratando de entrar en la conversación. Dirijo mi atención a Pedro y papá.
―Bueno, ¿quieres decirle? ―pregunta Pedro―¿O debería hacerlo yo?

―¿Decirme qué? 
―Que estamos juntos, oficialmente.
Sonrío, tímidamente.  

―Oh, cierto. Sí. Papá estamos saliendo ahora, así que…

Los finos labios de papá se extienden en una amplia sonrisa y, a su vez me hace sonreír. Él parece tan joven, tan feliz. 
―¡Eso es genial! ―Papá se ríe, palmeándome en el hombro―. Tal vez algún día pronto tendré a Pedro Alfonso como mi yerno. 

Pedro y yo nos reímos nerviosamente incluso creo que ambos nos sonrojamos. Ninguno de nosotros estamos pensando en un futuro tan lejano.

Me alejo de los dos y me dirijo a la cinta de correr. Si me quedo a charlar,nunca conseguiré en cualquier momento ejercitarme y Dios sabe que mi papá puede hablar para siempre, si realmente quiere. Me estiro un poco, pongo en marcha la máquina de correr y troto a un ritmo acelerado.

 De vez en cuando miro por encima el entrenamiento de Pedro con su equipo. 
Mientras su compañero de entrenamiento, y mi papá están en el ring con él.

Sus ojos grandes como un niño en una tienda de dulces mientras habla con Pedro. El compañero de entrenamiento se encuentra en el suelo a los pies de Pedro y él le da su brazo. Miro con curiosidad mientras mi papá dice a Pedro qué hacer de manera inaudible.

Su compañero de entrenamiento envuelve sus piernas alrededor del brazo de Pedro y tira con fuerza. Me estremezco, imaginando la tensión en el codo. Mi padre se agacha en el suelo, hablando, siempre hablando. Pedro asiente y levanta al chico del entrenamiento del suelo delante de él golpeando hacia abajo. El chico le suelta el brazo a Pedro y papá acaricia su espalda, feliz con el resultado. Damian y Luciano están preparando colchonetas en la sala de entrenamiento. Detengo mi cinta. 

Quiero ver lo que están haciendo. Sólo he visto el boxeo de Pedro con su compañero. Nunca lo vi realmente ejercitando. Me asomo por la puerta y me sorprende cuando veo unas barras para flexiones en la habitación.

―¿Qué, no hay neumáticos de tractor? ―le pregunto a Luciano.

Luciano niega y se endereza con esfuerzo del suelo.  

―No este año.

Pedro trabaja en un programa de peso corporal. ―Damian sale del ring―. Lo que significa que no levanta exceso de peso, sólo el suyo.

Eso sigue siendo una gran cantidad de peso.  

―Entonces, ¿qué hace?

―Todos los días, Pedro hace cinco series de tantas flexiones como pueda, repite hasta que llega a la fatiga muscular. Se recuperará durante sesenta segundos y luego comienza su siguiente serie de flexiones. ―Señala con el mentón, la barra. 
―Tres días a la semana hace cinco series de la mayor cantidad de flexiones y algunas sentadillas con su peso corporal. Correr, saltar y otros ejercicios se practican,también.

―Así que no hay pesas, ¿sin campanas o máquinas? ¿Eso es un poco simple para un luchador, no? ―No tengo ni idea. Sólo sé lo que he visto de los DVDs de mi padre.

―A Pedro le gusta algo más… del tipo de trabajo de “Rocky”, a pesar de su sencillez, es un programa muy equilibrado. Si continúa siendo favorable, podemos fijarnos en introducir las máquinas.

Damian lo tiene todo resuelto y estoy impresionada.  

―Las flexiones no son tan difíciles sin embargo ―declaro―. Yo puedo hacer al menos siete.

Tanto Damian como Luciano se ríen a carcajadas, como si hubiese dicho la broma más divertida en el mundo. No era una risa amable, sus cabezas duras estaban dando vueltas, y mostrando los dientes en una especie de risa.

Estoy muy orgullosa de mi capacidad para hacer siete flexiones. Solía hacer cinco.

―¿Siete? ―Damian me aprieta el bíceps con el pulgar y el índice―. Eso es tres más de lo que supuse que podías hacer. 
Finjo sentirme insultada y cruzo los brazos sobre el pecho.
  
―¿Y cuántas puedes hacer tú? 
―Un infierno de mucho más de siete.

―Demuéstralo ―digo. A Damian no le gusta mucho. Claro que él es delgado y musculoso, probablemente bajo la camisa, pero no parece que tenga mucha fuerza en él.

―Está bien. ―Le entrega a Luciano su portapapeles y un cronómetro

―. Tú y yo. Vamos a hacer unas en la barra cada uno y el primero en dejarla pierde.

―Hecho.

―Espera. ―Extiende su mano hacia mí―. Vamos hacerlo más interesante. Si gano, dejas de hacer que Pedro llegue tarde al entrenamiento. Si ganas…

―Te pones un vestido para la próxima pelea. ―Las palabras volaron de mi boca antes de que tuviera la oportunidad de pensar.

Con labios oscuros me sonríe satisfecho.  

―Trato.

CAPITULO 108



La profunda voz de Pedro me despierta de nuevo.  

―Paula ―Casi canta en un tono feliz―. Hay que trabajar. 

Mis ojos se disparan abriéndose y me levantó sentándome, dejando que la manta caiga la mitad al suelo. ¿Cómo se me olvidó que tengo trabajo esta mañana?


―¿Qué hora es?

Salto de la cama y los dedos de mis pies cavan en la exuberante alfombra mientras corro al baño. Realmente necesito hacer pis.  
Cuando me lavo las manos y vuelvo a la habitación, Pedro está acostado boca arriba en su cama en un par de sus pantalones cortos de pelea de los que tienen las aberturas a los lados y una camiseta blanca. 
―Relájate ―dice sonriendo―. Todavía es temprano. Estaba pensando que podíamos desayunar, e ir al gimnasio y luego llevarte a trabajar.

Wow. Lo tiene todo planeado.

―¿Tengo tiempo para todo eso? ―pregunto, buscando en una de sus paredes un reloj. No encuentro nada.

Él se sienta.  
―Sólo son las cinco. Tienes cuatro horas antes del trabajo y ya voy tarde para el entrenamiento ahora vámonos.  
Lo sigo a la planta baja y el olor de la carne y los huevos es abrumador; nauseabundamente abrumador. Efectivamente, hay dos grandes filetes sangrantes uno encima del otro en la sartén y un plato fresco de huevos revueltos que están en el medio de la barra de desayuno junto a una jarra de jugo de naranja y una pila de tostadas con mantequilla.  
―¿Tienes hambre? ―me pregunta con orgullo, haciéndose cargo de la estufa y moviendo los bistecs alrededor. Por supuesto que está emocionado acerca de cocinarme el desayuno, me hace sentir aún más como una idiota.

―¿Carne? Pensé en bebidas de luchador y en esos batidos hechos sin pensar.  
Él se ríe.  
―Hacemos eso también.

Desliza una espátula debajo de la gruesa capa de la carne y el jugo y la sangre corren fuera de él cuando lo pone en un plato y lo desliza a través del mostrador. Oh, Dios. Se detiene justo en frente de mí y casi me atraganto.

Pedro―gimo empujando el plato―. ¿Tienes algo de fruta o yogur? ¿Cualquier cosa que no sea carne y huevos? ―Me siento grosera.  

Él, obviamente, se levantó temprano para hacer esto por mí. 

Sus ojos marrones se ensanchan y me mira como si estuviera loca. 
 
―¿No te gusta la carne?

―Lo hago, pero no tan temprano en la mañana.

―Bueno ―dice abriendo la nevera―. Estás de suerte porque tengo un montón de fruta fresca y yogur. 
Coloca manzanas, naranjas, y un contenedor de arándanos y algunas fresas en el mostrador. Llega de nuevo a la nevera y saca un bote de yogur griego. Lo veo maniobrar sin esfuerzo caminando alrededor de la cocina mientras saca el recipiente de un armario y me lo trae. Pongo yogur y
arándanos en mi plato mientras Pedro se come su carne. 
 
―¿Tu madre se unirá a nosotros para el desayuno? ―pregunto cuando estoy a mitad de mi comida.
Niega.  
―No aparecerá hasta esta tarde. 
Mete en su boca el último trozo de carne y toma su plato, dejándolo caer en el fregadero. Se lava la boca y deslizo mi plato hacia él.

Me pongo los zapatos de tenis y me uno a Pedro en el coche.  

―¿Se puede pasar por mi casa, para poder tomar un cambio de ropa para el trabajo?

―Se puede hacer, nena. ―Se ríe, saliendo hacia el camino de entrada.

Está muy feliz esta mañana, muy optimista. Después de anoche supuse que hoy estaría deprimido.

―Estás feliz ―declaro―. Me gusta. 
―No tengo razones para ser infeliz hoy. Normalmente, cuando busco a mi madre en la estación de policía me voy al gimnasio tan pronto como abre y golpeo la bolsa por un tiempo. Esta mañana, sin embargo, me desperté con tu cara bonita y me acordé de que eres mi novia. ―Sonríe de lado y llega a través a mí exprimiendo por mi muslo―. Va a ser un buen día.

El calor se propaga a lo largo de mi pecho y en mis mejillas ante la idea de despertarlo tan feliz, y no por otra razón que no sea que soy su novia. Es dulce. Es asquerosamente dulce y me encanta. Me hace sentir especial y, ¿a quién no le gusta sentirse especial?