No pasamos mucho tiempo en mi casa. Pedro esperó en el coche mientras yo corría dentro y agarraba un suéter, un par de pantalones negros y unos tacones negros bajos. Me aseguré de agarrar mi bolsa de maquillaje y un cepillo de cabello. También me las arreglé para meter unas leggins y una camiseta en mi mochila para poder ejercitarme.
Cuando llegamos al gimnasio, el entrenador de Pedro, Damian estaba sobre él, castigándolo por haber llegado tarde y por lo poco profesional.
Luciano también está aquí, apoyado en la pared moviendo la cabeza en señal de desaprobación hacia nosotros. Me alejé, dejando que Pedro lidiara con su enojado equipo y me dirigí a la sala de ducha. Me pongo mi ropa y vuelvo a salir.
Pedro está en el ring de boxeo con su compañero de entrenamiento.
Aparto mi mirada, mientras el puño de Pedro está a punto de conectar en el rostro del otro chico. No lo veo, pero oigo cuando el hombre cae al suelo y me estremezco,imaginando todo en mi cabeza.
―¡Paupy! ―me llama papá desde su ventana. Miro hacia arriba y lo veo colgando a mitad de camino por la ventanilla para hablar conmigo. La idea de una caída me pone nerviosa.
―Hola, papá.
―Un momento ―dice sonriendo―. Voy bajando.
Pisoteo mis zapatos a lo largo de la alfombra mientras espero por él.
Rodea la esquina viéndose alegre y alerta
―Ha pasado un tiempo desde que has venido al gimnasio ―dice,tirando de mí en un abrazo.
―Sí, he estado ocupada. Pero estoy aquí hoy.
Papá pasa un pesado brazo sobre mi hombro, caminando hacia el ring.
Miro de reojo y veo una fritura francesa asomando de su bolsillo. Lo saco y él me mira ferozmente.
―Se supone que debes estar comiendo sano. Ya sabes, por el bien de tu corazón.
Él agarra de mi mano sus frituras y cambia de tema.
―Tu madre y yo fuimos a tu casa anoche, pero no estabas en casa.
Mis mejillas se calientan y me siento incómoda diciéndole que estaba en casa de Pedro.
―Lo siento, Ricardo ―dice Pedro jadeando, sonriendo con confianza hacia nosotros desde el ring―. Ella estaba conmigo.
¿No debería estar aquí Damian asegurándose de que Pedro está prestando atención al entrenamiento, en lugar de entrometerse en mis conversaciones?
Miro a mi alrededor por el gimnasio. Damian está hablando en su teléfono,con el rostro serio centrado en un punto en el tatami. Luciano está inclinando sobre Damian, tratando de entrar en la conversación. Dirijo mi atención a Pedro y papá.
―Bueno, ¿quieres decirle? ―pregunta Pedro―¿O debería hacerlo yo?
―¿Decirme qué?
―Que estamos juntos, oficialmente.
Sonrío, tímidamente.
―Oh, cierto. Sí. Papá estamos saliendo ahora, así que…
Los finos labios de papá se extienden en una amplia sonrisa y, a su vez me hace sonreír. Él parece tan joven, tan feliz.
―¡Eso es genial! ―Papá se ríe, palmeándome en el hombro―. Tal vez algún día pronto tendré a Pedro Alfonso como mi yerno.
Pedro y yo nos reímos nerviosamente incluso creo que ambos nos sonrojamos. Ninguno de nosotros estamos pensando en un futuro tan lejano.
Me alejo de los dos y me dirijo a la cinta de correr. Si me quedo a charlar,nunca conseguiré en cualquier momento ejercitarme y Dios sabe que mi papá puede hablar para siempre, si realmente quiere. Me estiro un poco, pongo en marcha la máquina de correr y troto a un ritmo acelerado.
De vez en cuando miro por encima el entrenamiento de Pedro con su equipo.
Mientras su compañero de entrenamiento, y mi papá están en el ring con él.
Sus ojos grandes como un niño en una tienda de dulces mientras habla con Pedro. El compañero de entrenamiento se encuentra en el suelo a los pies de Pedro y él le da su brazo. Miro con curiosidad mientras mi papá dice a Pedro qué hacer de manera inaudible.
Su compañero de entrenamiento envuelve sus piernas alrededor del brazo de Pedro y tira con fuerza. Me estremezco, imaginando la tensión en el codo. Mi padre se agacha en el suelo, hablando, siempre hablando. Pedro asiente y levanta al chico del entrenamiento del suelo delante de él golpeando hacia abajo. El chico le suelta el brazo a Pedro y papá acaricia su espalda, feliz con el resultado. Damian y Luciano están preparando colchonetas en la sala de entrenamiento. Detengo mi cinta.
Quiero ver lo que están haciendo. Sólo he visto el boxeo de Pedro con su compañero. Nunca lo vi realmente ejercitando. Me asomo por la puerta y me sorprende cuando veo unas barras para flexiones en la habitación.
―¿Qué, no hay neumáticos de tractor? ―le pregunto a Luciano.
Luciano niega y se endereza con esfuerzo del suelo.
―No este año.
―Pedro trabaja en un programa de peso corporal. ―Damian sale del ring―. Lo que significa que no levanta exceso de peso, sólo el suyo.
Eso sigue siendo una gran cantidad de peso.
―Entonces, ¿qué hace?
―Todos los días, Pedro hace cinco series de tantas flexiones como pueda, repite hasta que llega a la fatiga muscular. Se recuperará durante sesenta segundos y luego comienza su siguiente serie de flexiones. ―Señala con el mentón, la barra.
―Tres días a la semana hace cinco series de la mayor cantidad de flexiones y algunas sentadillas con su peso corporal. Correr, saltar y otros ejercicios se practican,también.
―Así que no hay pesas, ¿sin campanas o máquinas? ¿Eso es un poco simple para un luchador, no? ―No tengo ni idea. Sólo sé lo que he visto de los DVDs de mi padre.
―A Pedro le gusta algo más… del tipo de trabajo de “Rocky”, a pesar de su sencillez, es un programa muy equilibrado. Si continúa siendo favorable, podemos fijarnos en introducir las máquinas.
Damian lo tiene todo resuelto y estoy impresionada.
―Las flexiones no son tan difíciles sin embargo ―declaro―. Yo puedo hacer al menos siete.
Tanto Damian como Luciano se ríen a carcajadas, como si hubiese dicho la broma más divertida en el mundo. No era una risa amable, sus cabezas duras estaban dando vueltas, y mostrando los dientes en una especie de risa.
Estoy muy orgullosa de mi capacidad para hacer siete flexiones. Solía hacer cinco.
―¿Siete? ―Damian me aprieta el bíceps con el pulgar y el índice―. Eso es tres más de lo que supuse que podías hacer.
Finjo sentirme insultada y cruzo los brazos sobre el pecho.
―¿Y cuántas puedes hacer tú?
―Un infierno de mucho más de siete.
―Demuéstralo ―digo. A Damian no le gusta mucho. Claro que él es delgado y musculoso, probablemente bajo la camisa, pero no parece que tenga mucha fuerza en él.
―Está bien. ―Le entrega a Luciano su portapapeles y un cronómetro
―. Tú y yo. Vamos a hacer unas en la barra cada uno y el primero en dejarla pierde.
―Hecho.
―Espera. ―Extiende su mano hacia mí―. Vamos hacerlo más interesante. Si gano, dejas de hacer que Pedro llegue tarde al entrenamiento. Si ganas…
―Te pones un vestido para la próxima pelea. ―Las palabras volaron de mi boca antes de que tuviera la oportunidad de pensar.
Con labios oscuros me sonríe satisfecho.
―Trato.