El aire está cargado como una tormenta eléctrica. Casi puedo saborearlo, así como puedo sentirlo. ¿Qué trago es este? El ocho. Tal vez el siete. Me lo tomo de un trago y aprieto los ojos cerrados contra el sabor a regaliz que quema en la parte posterior de mi garganta. Hay música a todo volumen en rápidos y resonantes ritmos. Estoy muy por encima de mi límite y mi cerebro está demasiado difuso para registrar la música, pero puedo sentirla hacer vibrar el taburete de metal en el que estoy sentada mientras zumba a través de mi cuerpo.
No sé en qué casino estoy. Donde quiera que sea, es ruidoso, lleno de gente y bailarinas exóticas en diminutas jaulas y cajas de vidrio. Me encanta el ambiente y la forma en que el entusiasmo y la anticipación cuelgan pesadamente en el aire.
—¿Quieres otro? —Pedro grita en mi oído y le miró por encima de mi hombro.
Ha tomado tantos tragos como yo, pero parece poco afectado por el alcohol,a diferencia de mí. Mi vista se balancea y veo a dos de él antes de que se fundan de nuevo en uno. Si sólo hubiera dos de él... las cosas que haría... Me sonríe, divertido,y me doy cuenta de que no he respondido a su pregunta. Abro la boca, pero me interrumpe.
—Tal vez no. —Su mano caliente envuelve mi codo—. Vamos.
Me aferro a él mientras me dirige hacia Damian, que está sentado en un sofá que parece de color rosa púrpura, o tal vez es rosado. Demonios, podría ser rojo por lo que sé. Mis ojos no son exactamente mi fuente más fiable en este momento y la iluminación oscura hace que sea un poco más difícil. Mi cabeza se balancea y mis ojos pesados amenazan con cerrarse por lo que me siento en un pequeño sillón compacto, mientras que Pedro se une a Damian en el sofá.
Damian desliza un vaso hacia mí.
—Para ti.
La idea de tomar otro trago mientras que el último perdura tan recién en la parte posterior de mi garganta me da náuseas, pero no puedo parar ahora.Pedro se recuesta en el sofá, con los brazos extendidos sobre la parte posterior.
Me mira durante unos segundos antes de asentir. Tal vez no me veo tan borracha por aquí como lo hacía en el bar. Sin dudarlo, me tomo la bebida y sorprendentemente no quema mi garganta. Regreso el vaso a la mesa y dejo que mi cabeza ruede a un lado para descansarla contra la tela de terciopelo. Me siento con sueño, mis ojos pesados por los efectos del alcohol. Dormir sería genial en este momento, pero en lo que tiene que ver con todos los demás, la experiencia en Las Vegas no ha hecho más que empezar.
Todavía tenemos grandes vasos de los cuales beber, casinos en los cuales tirar el dinero, y taxis que tomar a un lugar cualquiera. Ellos sienten que combinar todas sus experiencias en una enorme experiencia es necesario,pero estoy lista para ir a casa, no es que alguna vez admitiría eso. Yo quería esto.
Todos están bebiendo debido a mí, incluso Pedro y Vanesa.
Tengo que pasar por esto. Soy mujer de veintitrés años bebiendo alcohol porque se siente mal de que sus amigos lo estén haciendo, ¿cuán patética sueno? Creo que lo principal es que me siento mucho mejor ahora que estoy muy bien bajo la influencia.
De la nada Luciano y Vanesa se pasean hasta nuestra mesa con más bebidas,todas en vasos de un solo trago, algunos con cuñas de limón y un salero. Vanesa pone un trago en la mesa de madera delante de mí y el pensamiento de beberlo me pone enferma. Me mira con entusiasmo, disfrutando cada segundo de mi embriaguez. Sin estar dispuesta a fallar, me obligo a ir hacia adelante y me estiro para alcanzar la pequeña copa de poción adormecedora de mente, que hace girar la cabeza y que induce nauseas. Antes de que mi dedo llegue a unos centímetros de la copa, Pedro se inclina hacia adelante, toma el trago para él y me compra un par de segundos más de consciencia. Le ofrezco una pequeña sonrisa y me la devuelve.
—La última parada de la experiencia de Las Vegas, El Spearmint Rhino.
Pasaremos el resto de la noche allí y luego caminamos de vuelta al MGM.
—¿El Spearmint Rhino? —pregunto, sin estar segura de si mi voz está saliendo en un balbuceo o si me lo estoy imaginando.
—¡Es sólo el más grande club de striptease de Las Vegas, muy posiblemente del mundo!
Nunca me he sentido tan fuera de onda. Paso mis dedos por mi cabello en un intento de despertarme.
—Ese es difícilmente un nombre atractivo para un club de striptease...
—No. —Pedro se entromete, reclinándose en su asiento—. Sin clubes de striptease.
Vanesa se pavonea hacia mí y poco a poco se deja caer en mi regazo. Apoyo la cabeza contra la de ella y miro mientras Luciano cruza sus brazos sobre su pecho.
—Paula quiere la experiencia de Las Vegas. ¿Qué es Las Vegas sin un viaje al Spearmint Rhino?
Juro que si oigo las palabras "La experiencia de Las Vegas” una vez más voy a vomitar.
Pedro se ríe una vez.
—No estás en posición de decirme lo que ella quiere, Luciano.
Hay una pequeña sonrisa en los labios de Pedro, pero sus ojos están completamente muertos. Tanto Vanesa como yo gemimos al mismo tiempo,rodando nuestros ojos. Aquí vamos.
—Podemos ir —me entrometo, atrayendo las miradas conmocionadas de todos, incluso la de Pedro—. No vale la pena la discusión. Dije que haría todo y si ir a un club de striptease está incluido, entonces lo haré, pero juro por Dios que si una stripper me toca, estoy fuera de allí.
No sé por qué los clubes de striptease y las strippers me asustan. No es nada contra ellas o su profesión… creo que es bastante valiente levantarse y bailar para hombres de mala muerte, aunque yo nunca lo haría.
Nunca. No me gusta que la última stripper invadiera mi espacio personal por dinero. La stripper en Boston nunca me preguntó si estaba bien que me tocara o me besara. Ella tomó el dinero e hizo lo que le dijeron sin mi aprobación.
Tampoco soy una homofóbica. No me estremezco alejándome de las lesbianas en la calle o las trato diferente debido a sus preferencias, pero si una fuera a besarme,me asustaría, porque eso no es lo mío. No beso chicas para impresionar a los chicos. No miro a mujeres, sin importa qué tan caliente sean, y pienso hombre, la besaría. Simplemente no va conmigo.
Ellos tres, Luciano, Vanesa y Damian, están entusiasmados con mi voluntad de ir al Mintyfresh Rhino, o cómo demonios lo llamó. Pedro, sin embargo, me observa desde debajo de sus cejas, sus ojos oscuros e interrogantes.
—¡Nos encontraremos afuera! —chilla Vanesa y se van, todos ellos, me dejan a solas con Pedro y su estado de ánimo menos que feliz.