viernes, 2 de mayo de 2014

CAPITULO 98



Al cabo de unos segundos y unas cuantas respiraciones largas y profundas me doy cuenta de que podría haber sido un poco dura. Froto mi frente, lamentando todo lo que dije. 

Lo siento por Luciano. Conversaciones serias como estas son algo que deben mantenerse en privado, no compartirlo.

 Él debe estar tan incómodo en estos momentos. Mis manos y mis piernas tiemblan nerviosamente todo el camino a casa. 

Ni una sola vez miro en la dirección de Pedro, incluso cuando siento su mirada en mi cara.

Cuando nos detenemos frente a mi casa, le digo un rápido adiós y me deslizó del coche. Apenas estoy empezando a caminar cuando oigo otra puerta del coche cerrarse. Por supuesto que me seguiría mientras no estoy de humor para su actitud. Me detengo de caminar y  me doy la vuelta.

―No vas a llegar lejos con ese adiós de mierda ―dice, mientras me acecha.  

―¿Qué es lo que quie…?

Sus manos circundan mi cintura y su boca se comprime contra la mía,tomando literalmente mi aliento. Él es cálido, es siempre cálido. Cuando se retira y me deja ir, casi me tropiezo hacia atrás. El beso fue tan intenso.

―Lo siento por hacer las cosas más difíciles para ti, pero no me arrepiento por presionar a ese idiota. ―Sonríe y juraría que no dije ni una palabra para molestarlo―. Ahora tengo que ir al entrenamiento, pero voy a estar de vuelta esta noche.

Sintiéndome desafiante, pongo mis manos en las caderas.  
―¿Qué pasa si estoy haciendo algo?  

Él arquea sus cejas una vez con engreimiento  

―Vas a estar.

Arqueo una ceja.


―Yo ―añade con un guiño―. Te veré más tarde.

Miro el coche desde la base de mis pasos hasta que desaparece de mi vista. Al igual que la frustración que siento hacia Pedro se ha ido. Sólo hacía falta un beso y lo había perdonado. Soy como masilla cuando se trata de él y sabe exactamente cómo moldearme.



CAPITULO 97



―Vamos, Luciano― Pedro lo llama despreocupadamente, caminando a su lado del coche. 

No pierdo el tiempo en abrir la puerta y subir en el coche. 

Tengo que salir de aquí. No puedo soportar ver la expresión de disgusto y depresión de Ramiro por un segundo más. 

Luciano endereza su camiseta negra y se dirige de nuevo hacia el coche. Dejo caer mi atención hacia mis piernas no me atrevo a hacer contacto visual con Ramiro.

―Lo siento ―se disculpa Pedro. Lo miro y me da una culpable, casi triste sonrisa―. No debí haberlo provocado.

―Guárdatelo. No lo sientes en absoluto.

Como lo esperaba, una sonrisa arrogante tiró de sus labios y fruncí el ceño hacia él. La puerta se cierra de nuevo y Luciano mete su cabeza entre los asientos por tercera vez.

―¿Puedes creer las bolas de ese tipo? Jesús. Iba a tratar de enfrentarnos a ambos.

Me burlo


―Él no hubiera hecho nada.

Pedro  arquea una ceja. ¿He dicho algo raro? 
―¿Lo estás defendiendo? ―se burla Luciano, echándose hacia atrás en el asiento―. Increíble. 
―Mierda ―gruñe Pedro ―. Tal vez él tiene una polla mágica.  

Luciano se ríe, pero no me resulta nada gracioso. En lo más mínimo.

―Él no tiene una polla mágica ―escupo―. Ustedes dos están simplemente siendo inmaduros. Pobre chico. Estaba tratando de devolverle su regalo y hacerlo más fácil para él tanto como pudiera.

―¿Él lo hizo más fácil para ti cuando te engañó Dios sabe cuántas veces? ―La voz de Pedro es difícil.

―No, pero…

―Pero nada. No le debes nada. ―Él pasa la mano por su cara,exhalando profundamente―. Si no hubiese estado en este maldito torneo, no sabría qué le hubiese hecho sólo por usar ese tono agresivo contigo. Es un pedazo de mierda. Te mereces algo mejor que eso.

Algo en mí se dispara, enviando mi medidor de ira como cohetes al cielo.

―¿Quieres decir que me merezco a alguien como tú? ¿Alguien del que no sé nada y que no tiene que pelear para follarme, pero tiene un gran problema con las relaciones? Sí, tengo todo lo que me merezco allí mismo.

CAPITULO 96



―¿Lo has follado? ―suelta sobrecogiéndome de mis molestias pasadas.

Mi voz sale mucho más tranquila de lo que me propongo.  

―Eso no es de tu incumbencia.

Ramiro pasa delante de mí, casi golpeándome a su paso. El pánico arde en mí, esto es exactamente lo que quería evitar.

 Mis piernas tiemblan y amenazan con ceder cuando salto de las escaleras y persigo a Ramiro. Esto es demasiado drama para manejarlo. Una leve sonrisa tira de los labios de Pedro y su gran cuerpo abandona el auto mientras Ramiro se acerca.

―¿La has follado? ―exige Ramiro, deteniéndose muy cerca de Pedro. Hay un destello artero en los ojos de Pedro y me doy cuenta que lo he visto antes.

Tiene la misma mirada que tenía ese día en mi trabajo.


―He hecho más que eso. ―Pedro sonríe con satisfacción. 
Luciano se abre paso entre los dos hombres y sus manos vuelan al pecho de Ramiro, causando que su camiseta amarilla se frunza. Lo hace retroceder un poco.  
―No hagas nada estúpido, hombre ―le advierte Luciano en voz baja.  
Ramiro lo ignora y lo empuja hacia atrás.  
―Tú probablemente la has follado también.

Me estremezco. Escucharlo hablar de mí con un tono tan disgustado hace que mi pecho se apriete. Miro a Pedro, él fulmina con la mirada a Ramiro ahora, sus ojos brillan con un destello oscuro y letal. Trago duramente, sintiendo mis manos comenzar a temblar con pánico.
―Nah, hombre ―le asegura Luciano, casualmente―. Ella es suya.  
―¿Suya? ―Él casi escupe la palabra y hunde sus ojos azul hielo hacia mí―. ¿Suya?

Trago con fuerza.  

―Sí. 
 
Pensé que estaría feliz restregándole a Pedro a Ramiro en la cara, pero lamentablemente… me hace sentir como una mierda.

―Pero te vi en Internet. Parecías tan incómoda y llevabas el vestido que compré para ti. Pensé…

―Eso no quiere decir nada…  Vanesa me hizo tomar el vestido.

Dirijo la cajita roja de nuevo hacia él. Su mirada cae a la misma y luego de vuelta a mi cara. En mis seis años de noviazgo con Ramiro, nunca lo había visto tan herido… y es demasiado para mí. Tengo que irme.

―Tómala ―dice Pedro, recostándose contra el coche―. Ella no lo quiere.

Los dedos largos y delgados de Ramiro alcanzan y se enrollan alrededor de la caja. Sus dedos fríos permanecen en los míos por un tiempo más largo y se me cae la mirada al concreto antes de tirar de mi mano. Ramiro se mueve hacia un lado y sin mirarlo me dirijo hacia el coche. Cuando estoy al lado de Pedro, su voz rompe el silencio incómodo.
―¿Sabes lo que hice después de la pelea? ―le dice Pedro a Ramiro con una sonrisa sardónica.

Oh, mierda. Mis ojos se abren y la sangre se drena de mi cara. 
 
Pedro

―Arruiné el vestido.

Él no dijo eso. Miro a Ramiro, su rostro no se puede leer, pero encarna la justa ira por el modo en que su cuerpo se vuelve tenso.  Abro la boca para hablar, para decirle que Pedro está mintiendo, que no arruiné el vestido y sólo está tratando de conseguir estar por encima de él, pero el gruñido enojado de Ramiro me obliga a apretar la boca cerrada.

―¡Hijo de puta!