martes, 4 de noviembre de 2014

CAPITULO 253



PAULA


Placer emana de mi centro y se envuelve alrededor de mis órganos. Se acurruca en mi columna, envolviéndose firmemente alrededor de cada vértebra y se apodera de mi pecho. Puedo sentir su dura longitud contra mi trasero mientras los dedos gruesos y ásperos de Pedro se deslizan con habilidad por cada centímetro de piel expuesta. No me veo, pero no es porque sea tímida. No me veo porque tengo miedo de darle un vistazo a su devastadoramente hermoso rostro con miedo de que todo esté desapareciendo. Me temo que él vaya a desaparecer. Poof. Todo hecho nada en una nube de humo y esté de vuelta donde empecé... en un pequeño apartamento con ningún propósito, sin ambiciones reales y nadie que me ame tanto como lo hace Pedro.


Otro pulso de placer caliente y blanco sacude a través de mi cuerpo y mi aliento se engancha en mi garganta. Su boca explora mi cuello. Centímetro a centímetro sus labios se mueven como si estuvieran señalizando a todos los poros y los folículos pilosos. Realmente sabe cómo hacer que una chica se sienta especial, como si cada célula de su cuerpo debiera ser apreciada por simplemente existir. Sus dedos cambian entre las presiones y velocidades. Suave y dura, duro y lento. Suave y lento, duro y rápido. Mi cabeza da vueltas en mi cráneo como si mi cuerpo se empujara a sí mismo al borde del caos total. Mi cuerpo entra en un estado de anarquía cada vez que me toca... se vuelve egoísta, indomable e insaciable. Él también lo sabe. Sabe exactamente cómo tocarme, cómo someterme a todos sus caprichos. No voy a mentir, no se necesita mucho. Todo lo que tiene que hacer es mirarme con esos ojos intensos de chocolate negro o darme su sonrisa matadora y me vuelvo masilla en sus manos.


Pedro... ―Su nombre se cae de mis labios con voluntad propia. Cuando sus manos están en mí, no tengo control sobre mi cuerpo. Hace y dice lo que cree Pedro quiere oír para que siga haciéndome temblar, jadear y sacudirme en éxtasis.


En contra de mi espalda, siento el cuerpo de Pedro vibrar con un gruñido y sus dedos caen de mí y me levanta, deslizando su polla hacia adelante hasta que se presiona contra mi abertura. Acomodo mis caderas lo suficiente para que la cabeza se presione en mi entrada y expulso una respiración pesada. La fricción de por sí es suficiente para enviarme al abismo.


―Dios, bebé ―gime, flexionando sus caderas muy ligeramente. Está apenas en mí y ya me siento completa―. No tienes idea de lo que me estás haciendo.


Muevo mis caderas en círculos, hundiéndome más en su inferior. Levanto mi cabeza lo suficiente para ver en el reflejo como su polla hermosa y limpia empuja en mí, extendiéndome hasta mis límites. Mi mirada se encuentra con la suya en el reflejo y contemplo su hermoso rostro. Sus labios se separaron y sus ojos se estrechan en hendiduras llenas de lujuria. Las comisuras de sus labios se vuelven hacia arriba en una sonrisa diabólica y sus dedos se clavan en mis caderas antes de que me traiga con fuerza sobre él, llenándome al punto de ruptura.


Pedro ―grito cuando el placer del tirón casi hace que mi cuerpo se vuelva inútil.


―Te gusta que sea duro, ¿no? ―susurra en mi oído mientras me detiene de nuevo. No tengo la oportunidad de responder antes de que más o menos me tire hacia abajo de nuevo.


―Sí, oh, mierda ―lloro, con una mano sujetándome fuertemente en el posa brazos, la otra arañando su pierna.


Miro a mi propio reflejo y apenas me reconozco. Hay una mirada de determinación en mi cara, así como una mirada de excitación total y absoluta. Uno podría pensar que mirarte a ti misma mientras tienes relaciones sexuales te haría sentir, bien, cachonda. Pero no lo hace, o por lo menos no me siento cachonda. Me siento... poderosa. Me siento sexy, me siento deseada y un millón de otras cosas.


Pedro empuja más y más fuerte, una y otra vez, veo mi senos agitarse y mi cuerpo sobresaltarse con cada movimiento. De repente, siento como si el suelo sólido hubiera sido arrancado de debajo de mí y vamos a mantener el equilibrio sobre el agua.


―No ―grito, aumentando mi agarre―. No te detengas.


Mis paredes se contraen y mis muslos se aprietan juntos mientras mi orgasmo se construye. Empuja duro, golpeándome sin descanso antes de que serpentee su mano entre mis piernas y frote mi clítoris. Tan pronto como la piel áspera de su pulgar me roza, me corro. Me manda disparada sobre la línea de la excitación controlada y directa a un abismo de caos total. Me corro. Me corro tan
jodidamente fuerte que no puedo contener mi lengua y su nombre cae varias veces de mis labios.


―Mierda,Pau ―gruñe, mientras muele mis caderas contra él―. Eres increíble.


Apenas me recupero de mi orgasmo cuando me agarra y me obliga a ponerme de pie. Su pene se cae de mí y me siento vacía. No estoy en ninguna parte cerca de terminar con Pedro, no todavía. Muevo mis pies lo mejor que puedo, mientras me obliga a el lavabo del baño. Mirar mi cara enrojecida en el espejo es diferente a la reflexión en el vidrio. El vidrio no mostró la profundidad de mi excitación... no como el espejo hace. Veo mis ojos brillar y mis mejillas se colorean de rosa. Antes de que pueda mirar a Pedro, agarra la parte de atrás de mi cuello y me obliga a inclinarme sobre el lavabo. Emoción burbujea en mi pecho y la excitación se impulsa entre mis muslos ante el pensamiento de él siendo tan contundente. No soy fanática del normalmente sexo contundente, pero le doy una mirada a los brazos de Pedro y quiero ser sostenida por ellos. Las cosas que unos músculos le pueden hacer a una chica...


Obliga a mis piernas a abrirse y se frota sobre mí. Cuando baja sus manos a mis caderas, me agarro del borde del mostrador, ignorando el dolor en mi muñeca, y nos miramos en el espejo. Al instante los ojos oscuros de Pedro están en los míos y sin previo aviso, se impulsa a sí mismo dentro de mí. Mi boca se abre cuando un suspiro ahogado se me escapa. Agarra mis caderas con fuerza, tan increíblemente duro que no puedo mover mi cuerpo hacia él o lejos de él. 


Me está anclando a ésta posición, para ir tan rápido o tan lento como le plazca.


―Te sientes tan bien ―jadeo, sosteniéndome de la porcelana para salvar mi vida.


―Si sigues hablando así, bebé, voy a explotar.


Lamo mi labio inferior antes de cogerlo entre mis dientes.


―Hazlo.


Sacude la cabeza, apretando la mandíbula.


―No hasta que te corras de nuevo.


A medida que las palabras salen de su boca, una sensación familiar amenaza con apoderarse de la mitad inferior de mi cuerpo.


―¿Quieres que lo haga?


―Sí, nena. Quiero sentir que me aprietas de nuevo. 
―Inclina un poco sus rodillas, acomodando su cabeza directo contra mi techo. Una fuerte urgencia por orinar se acumula, cada vez más fuerte y más fuerte hasta que le estoy pidiendo que vaya más y más rápido. Lo hace, también. Agita sus caderas rápidamente, tirando de las mías junto con él. Sus ojos están sobre mi cara, puedo sentirlo. Los míos están fuertemente cerrados mientras le ruego a mi cuerpo que se deje ir. Lo necesito. Necesito correrme otra vez más de lo que necesito aire. Mis pulmones no me creen. Están inhalando y expulsando aire demasiado rápido como para dejarse engañar por mi línea de pensamiento, pero por una fracción de segundo, contengo mi aliento y una luz ciega mis ojos mientras mi cerebro gira en mi cráneo. Oigo a Pedro jadeando y gimiendo mi nombre, pero suena muy lejos, en la distancia. Siento que su cuerpo se pone rígido mientras su polla se impulsa salvajemente dentro de mí y poco a poco me vuelvo al ahora, siento un par de labios calientes arrastrarse por mi espina dorsal. Sus cálidas, y de repente suaves, manos vagan por mi cuerpo, acariciando todos los lugares a los que recientemente se apoderaron. 


Abro los ojos y al instante mi visión es borrosa por las
lágrimas. ¿Qué demonios?


Me enderezo y paso mi brazo por encima de mi cara. No hace nada. Me doy la vuelta para hacer frente a Pedro y a medida que pasa sus manos por encima de mi estómago, una lágrima traicionera cae en mi nariz y en mi brazo. Hace una pausa y la mira antes de mirarme a la cara. Me asomo hacia él y la visión de su expresión de preocupación hace que mi corazón tartamudee.


―¿Estás llorando? ―Agarra mi cara, tirando de ella cerca de sí. Su nariz roza la mía y el toque sensual envía más lágrimas a surcar por mi cara―. ¿Te he hecho daño?


Niego y me trago una risa.


―No, no me heriste.


―Entonces, ¿por qué lloras? ¿Hice algo? ―Sus labios se abren, casi en pánico―. ¿He dicho algo?


―No, eres perfecto. ―Me limpio la nariz, sollozando―. No sé por qué estoy llorando.


Incluso me doy cuenta de lo estúpida que sueno. Sus cejas se arrugan.


―¿No lo sabes?


―Golpeé a alguien en la cara y me lastimé la mano. Entonces, llegué a casa y fui testigo del nov… lo que sea de mi mejor amiga, recibir una mamada en la cocina y luego tuve sexo épico con mi marido... Supongo que mis emociones están un poco a flor de piel.


Pedro lucha con una sonrisa arrogante y falla.


―Sexo épico, ¿eh?


Me desplomo contra la pared, luchando contra mi propia sonrisa.


―¿Eso es todo lo que captaste de lo que dije?


Agarra mi hombro y me tira en un abrazo.


―Eso no es todo lo que capté... para ser honesto, llamaste mi atención con mamada.


―Por supuesto que sí. ―Me reí contra su piel húmeda.


Suelto un chillido cuando me acuna en sus brazos de forma inesperada.


―La hora del baño, señora Alfonso.


Nunca me canso de escuchar eso. No sé cómo lo hace, alzarme sin esfuerzo,quiero decir. En sus brazos me siento ligera, como una almohada llena de plumas. Cuando entro en el cuarto de baño antes, burbujas prácticamente se desbordaban desde la bañera. Ahora, están repartidas escasamente por encima del agua tibia, agrupándose en los laterales. Me baja en el agua.


―El agua estaba caliente antes, te lo juro. ―Pedro se ríe, dando un paso y se baja a sí mismo en el agua justo al lado del grifo.


Observo como el nivel del agua lame su piel bronceada por encima de sus pezones. Me relajo contra la bañera, bostezando cuando Pedro saca el tapón y se enciende el agua caliente del grifo. El agua tibia se drena por el tubo mientras nueva agua caliente llena el baño. Cuando mi piel se vuelve rosada y mi pecho se siente pesado, cierra el grifo de agua caliente. El agua salpica contra mi clavícula mientras se desplaza en el baño, tirando de mis piernas entre las suyas. Sus grandes manos rozan mi tobillo izquierdo y luego mi pantorrilla. Cierro los ojos, disfrutando de la forma en que sus dedos se clavan en mis músculos.


Pedro, ¿quieres hijos? ―Mis ojos se disparan abiertos ante el sonido de mi propia voz que hace la pregunta. No sé qué me ha pasado... fue un pensamiento pasajero que se cayó de mi cerebro y en mi lengua. Nunca tuve la intención de decirlo.


Su mirada se agita hacia la mía antes de caer de nuevo a mis piernas.


―Sí... con el tiempo.


Mi pecho se exalta, hinchándose como un globo y me las arreglo para evitar mi expresión. ¿Desde cuándo el pensamiento de los niños me pone emocionada y saltarina?


―Nunca antes había querido hijos ―murmura―. Pero eso fue antes. Ahora... bueno, ahora quiero tres.


No puedo evitarlo. Esta vez sonrío. La manera en que las mejillas de Pedro se sonrojan rápidamente con rosa no se me escapa, tampoco. Por supuesto que es guapo, fuerte, protector y se sonroja cuando se trata de niños.Pedro Alfonso es oficialmente una bomba atómica a mis ovarios.


―Un niño y dos niñas ―le digo, asintiendo. Esa es la combinación que quiero. Un niño primero para que pueda proteger a sus hermanas. Pedro niega.


―Tres chicos.


Me siento un poco hacia delante.


―¿No chicas?


—De ninguna manera en el infierno. Si piensas que al Karma le gusta tu sabor, espera hasta que se entere de que tengo hijas. Ella va a asegurarse de que traigan a casa Pedro tras Pedro, idiota tras idiota.


No me gusta cuando se resta importancia, hablando como si no fuera una buena persona. Bien, Pedro no era exactamente un contendiente para el Sr. Cariñoso cuando nos conocimos, todo el mundo lo sabe, pero no era una mala persona. Aún no lo es. Peor de los casos; mis hijas traen a casa un chico como Ramiro. Claro, todo lo que Pedro quería era sexo, pero al menos era honesto al
respecto. Ni una sola vez me dio una falsa sensación de seguridad. Sabía exactamente en lo que me estaba metiendo. Pedro siempre ha sido honesto, tal vez incluso un poco desagradable, pero siempre honesto. Con el ceño fruncido, le digo:
―Tendrían suerte de encontrar a alguien como tú.


Pedro saca mi pie del agua y lo presiona contra su pecho mientras sus manos masajean el punto debajo de mis rodillas.


―Tres chicos ―repite, ignorándome―. No chicas.


Dirijo mi lengua rápidamente sobre mi labio inferior para evitar responderle mal. No es que tengamos control sobre los sexos, de todas formas.


―Dicho esto ―continúa―, no quiero tener hijos hasta que haya terminado con mi carrera. No sería justo ponerlos en nuestra vida cuando vivimos así.


Echo un vistazo alrededor del cuarto de baño grande. El baño en sí mismo es más grande que el dormitorio en el que crecí.


―¿Cómo qué?


―Un hotel en Las Vegas no es exactamente un lugar para los niños. ―Frunce los labios antes de hablar de nuevo―. El entrenamiento, la lucha, las fiestas, las peleas en los clubes... no es el tipo de vida en la que quiero estar viviendo cuando traigamos un bebé a este mundo.


―¿Qué vida es la que quieres para tu hijo? ¿Estarías dispuesto a renunciar a todo por lo que has trabajado tan duro? ―pregunto.


Parece que Pedro ha meditado realmente todo esto y el pensamiento de él pasando horas reflexionando calienta más mi corazón.


―¿Cómo puedo criar a mi hijo a seguir sus sueños cuando estoy ocupado persiguiendo los míos? Quiero que su sueño se haga mi sueño, también. Quiero apoyarlos, ser el padre que el tuyo era, el que el mío nunca le importó ser. ―Sus ojos vuelven a los míos y se quedan en su lugar―. A mi hijo, le daría todo lo que tengo.


―Ya sabes ―ronroneo, tirando de mis piernas. Aprieto mis manos hasta el fondo de la bañera y me esfuerzo para estar más cerca de él. Sigo yendo hasta que me meto muy bien entre las piernas y mi cara está a un centímetro de la suya―. No te doy el suficiente crédito por ser tan asquerosamente dulce como eres.


―Suenas sorprendida. ―Cuando habla, su voz es baja y áspera. Juro que vibra a través del agua, creando ondas contra mis partes sensibles.


―Lo estoy. A veces me olvido de lo perfecto que puedes ser.


No suelo usar la palabra perfecto alrededor de Pedro, eso tiende a írsele a la cabeza. A juzgar por la forma en que sus ojos estallan y sus labios se curvan en una sonrisa de confianza, hace exactamente eso.


―No soy del todo malo ―responde, plantando un beso suave contra mi labio inferior―. Tú me enseñaste eso.


Me besa de nuevo, en voz baja.


―Te voy a dar niños, Paula, pero no todavía.


Sus carnosos labios se moldean en los míos una vez más y me sostiene en su lugar. Mis ojos revolotean cerrándose por instinto y mi mente se vuelve aturdida. Después de la muerte de papá, mamá me dijo que si tenía suerte, me encontraría con alguien que encajara perfectamente en mi mundo. Que uno se une entre sí, por las caderas, y no puedes imaginar tu vida sin ellos. Pedro es esa persona para mí. Él es mi alma gemela, mi otra mitad. Es el amor de mi vida, la única persona que irrumpió en mi mundo exigiendo atención y me salvó de mí misma. Puedo sentirlo ahora... Soy diferente.


No soy más Paula Chaves, la chica insegura que no podía defenderse a sí misma. Soy Paula Alfonso, la fuerte esposa de un luchador que haría cualquier cosa para proteger a su propia familia.


Y voy a hacer mi mejor esfuerzo para recordar eso la próxima vez que me cuestione a mí misma.

CAPITULO 252



PEDRO



Dejé el agua caliente chorrear a través de mis dedos antes de salpicar en el baño. Las burbujas tocan mi antebrazo, amenazando con caer sobre el borde de la bañera de porcelana. Paula necesita un baño, un baño relajante y agradable. Si tratar con Dom no era suficiente, cuando llegamos a casa ella tuvo la suerte de ver a Luciano recibir una mamada contra el banco de la cocina. Me reí cuando me di cuenta que él no logró llegar al sofá o una cama, eso tiene que ser algún tipo de récord para él. Mientras me pareció divertido, Paula estaba mortificada. Con una mirada en mi dirección, ella subió hecha una furia las escaleras y cerró de golpe la puerta del dormitorio.


―¡Dijiste que vivías solo, imbécil! ―gritó la chica, limpiándose la boca e irguiéndose en toda su estatura. Era alta, delgada (fácilmente un nueve) y avergonzada como el infierno.Luciano abrió la boca para explicar, pero ella se fue antes que tuviera la oportunidad de hacerlo. Aparté la vista mientras Luciano se arreglaba y se coloca todas las piezas de carne de nuevo detrás de la tela. Cuando lo miré de nuevo, asintió, leyendo mi expresión. No era una expresión de enojo. Era una neutral, suplicante incluso. Ya sea que le gustara o no, lo que hizo fue una falta de respeto a Paula, y aunque él era mi mejor amigo, mi lealtad estaba con mi esposa. Tenía que hacer lo correcto con ella. Soy el hombre de la casa, el marido, joder, soy el rey, y tenía que hacer a mi reina feliz.


―Lo entiendo. ―Exhaló, leyendo mi mente―. Me quedaré con Damian.


Lo que me lleva a ahora.


Luciano ha llevado su negocio a otra parte, pero Paula sigue furiosa y dando vueltas por la habitación, tratando de decidir si debía llamar a Vanesa o no.


Naturalmente, le aconsejé que no. A ella no le gusta, ni un poquito.


Cierro el baño y me relajo en la butaca. Arrastré una butaca en el baño de la zona de lectura del dormitorio. Realmente me duele el culo al sentarme en los azulejos y los baños de Paula pueden durar entre quince minutos y tres horas.


Me gusta observarla mientras se baña. No me preguntes por qué, solo lo hace.


Al sonido del baño cerrándose, Paula camina dentro. Su cabello está despeinado, su labio inferior está hinchado y rojo de morderlo demasiado.


―Debería decírselo.


Niego y los hombros de Paula se cuadran. Está lista para refutar cualquier cosa que diga en defensa de Luciano, pero, sinceramente, no podría dar una mierda sobre Luciano o Vanesa en estos momentos. Su relación es exactamente eso, suya. No quiero ser parte de ella.


Me relajo en la butaca y doy golpecitos en mi rodilla.


―Olvídate de ellos. Déjame echarle un vistazo a tu mano.


―¿Olvidarlos? Vanesa es mi…


Estrecho mis ojos y ella frunce los labios. Con un pequeño asentimiento, se adelanta y cae sobre mi regazo. Arranco el vendaje improvisado y lo descarto mientras tomo su mano suave y pequeña en la mía. Ya me doy cuenta de lo hinchada que está. No es tan malo, pero un infierno más grande que su otra mano.


Suspira mientras paso mis dedos sobre el dorso de su mano.


―¿Te duele? ―pregunto, apoyando mi mejilla contra su hombro. Dobla su muñeca y esta vez, no hace una mueca de dolor o se aleja.


―No tanto como antes ―murmura.


―Creo que se trata de un esguince, pero Damian le echará un vistazo por la mañana solo para estar seguros. ―Le doy un golpecito de lado y ella se aleja de mí. Sonriendo, digo―: Ropa fuera. Tu baño está esperándote.


Con una sonrisa ansiosa, Paula se desliza de mi regazo y tira del nudo detrás de su cuello que sostiene su blusa. Los lazos caen junto con la blusa, dejando al descubierto sus pechos perfectos.


―¿Miras demasiado? ―Ella se ríe, dándome la espalda. 


Arrastro mi mirada por su columna y sobre sus caderas mientras curva sus dedos debajo del dobladillo de sus pantalones cortos. Los empuja hacia abajo por sus piernas, tomando su ropa interior con ellos. Su cuerpo entero está expuesto para mí y admiro su nueva suavidad. Su estómago es más suave, al igual que sus muslos y su trasero. Su cuerpo curvilíneo solo aumenta mi atracción. Ha ganado peso porque hago todas sus comidas completamente saludables y he prohibido esas barritas de mierda en la cocina. Siempre he sido un fan de las figuras suaves y femeninas y ahora tengo una para mí solo. Ella sonríe dulcemente mientras se da la vuelta y se dirige al baño. Al pasar a mi silla, capturó su cintura y tiro de ella hacia mí. 


Con un grito, cae en mi regazo. Inmediatamente me doy cuenta de cómo su piel suave se siente como la seda contra la mía.


―Tu baño está esperándote ―se burla de mí con su mejor imitación de Pedro.


Sonrío contra su piel mientras mordisqueo su hombro, moviendo mis labios a lo largo de la parte superior de su espalda y en la base de su cuello.


―De repente me siento con ganas de ensuciarme un poco en primer lugar.


Ella se estremece en mi regazo, enviando una oleada intensa de excitación a través de mi cuerpo. Por propia voluntad, mis dedos bailan a lo largo de su muslo, siguiendo adelante, hasta que las puntas de mis dedos tocan la parte superior de su núcleo desnudo. Ella inhala fuertemente y atrapó la vista de ella en el reflejo de la puerta de la ducha. 


Sus grandes ojos verdes se ensanchan y coge mi mano,
inmovilizándola contra su carne.


―No creo que este sea un buen lugar para hacer eso. ―Su voz es entrecortada, necesitada, y me pregunto si ella puede escucharla.


―No vas a privarme de observar, ¿verdad?


Atrapa su labio entre sus dientes, claramente incómoda con la idea. Lamo su hombro, manteniendo mis ojos en los de ella y viendo cómo se estrechan en ranuras lujuriosas. Esa es toda la persuasión que se necesita para que la mano de ella se distancie, lo que me permite moverme y tocarla de nuevo libremente.


Cambio mi posición, separando sus piernas con mis rodillas. 


Todo su cuerpo se tensa, mientras su respiración se profundiza. Ella aleja la mirada del reflejo, pero yo no puedo. Estoy atrapado, completamente hipnotizado por la escena, por ella.


Mi polla está dura, a punto de estallar a través de mi cremallera y tomar lo que quiere, lo que quiero. Pero esto no es acerca de mí... Lo que voy a hacer con ella no es sobre mí y lo que quiero. Se trata de ella, sobre relajarla y hacer que descanse después de una noche estresante. Incluso con las piernas separadas, sus labios permanecen juntos. 


Todo es estrecho y en su lugar, una simple raja en una porción de otra manera suave y desnuda de carne. Paso los dedos sobre su clítoris, moviendo mis yemas ásperas alrededor de su dulce manojo de nervios. A los pocos minutos, sus labios se separan mientras expulsa respiraciones embriagadoras y sus caderas se balancean al mismo ritmo que mis dedos. Tiene los ojos cerrados, la cabeza contra mi hombro e inclinada lejos del reflejo.


―Me estás mirando fijamente, ¿no es así? ―murmura con voz temblorosa.


―No puedo quitar mis ojos de ti, incluso si lo intentara. ―Le beso el cuello, en el sitio justo en su oído―. Tú eres la jodida perfección, Pau.


―¿Sí?


―Demonios sí. ―Me río en voz baja―. Quiero estar en ti tan desesperadamente. ―Atrapo su oreja entre mis dientes, haciéndola jadear―. Quiero follar tu pequeño cuerpo perfecto y quiero verlo todo. ―Ella sonríe, atrapando su labio inferior―. Quiero ver tus tetas rebotar y tus piernas temblar mientras estoy enterrado profundamente dentro de ti.


Los ojos de Paula se abren de golpe, de inmediato enfocándose en los míos a través del reflejo. Lo veo entonces, todos los rastros de su malestar anterior desaparecidos. Todo lo que veo ahora es oscuridad, la oscuridad que se apodera de ella cuando no quiere nada más que complacerme.


―Hazlo. ―Respira, temblando—. Quiero verlo, también.


Salgo de la butaca, llevando a Paula conmigo. La fuerzo hacia adelante hasta que ella está inmovilizada contra la puerta de la ducha. Su aliento empaña el vidrio mientras jadeos pesados y rápidos salen de sus labios. Arquea la espalda bajo el peso de mi cuerpo mientras me presiono más fuerte contra ella.


―Date prisa —gime.


―Siempre impaciente ―bromeo, plantando un beso en su hombro.


―Sabes que lo soy cuando se trata de ti, Paula.


Bajo mis manos al botón de mis jeans y lo suelto. Empujo rápidamente mis jeans por mis piernas, sin retirar mi cuerpo de ella, y agarro sus caderas. Me las arreglo para salir de mis jeans y tirar de ella de nuevo a la butaca sin tropezar. 


En un movimiento fluido, la tengo sentada en mi regazo de nuevo y la he vuelto a ver en el reflejo del cristal. Mis ojos atrapan los de ella, y esta vez, aleja la mirada.


Sus ojos están brillando, suplicándome que la toque, así que paso mis dedos sobre su vientre firme y poco a poco los serpenteo entre sus piernas. Gruño mientras su humedad recubre mis dedos.


―Estas tan jodidamente mojada.


Ella asiente, dejando escapar un gemido desesperado. 


Agarro su pecho perfecto con mi mano libre, pellizcando su pezón mientras muerdo su cuello.


Paula se arquea hacia mí, finalmente dejando caer la mirada del reflejo mientras su cabeza cae hacia atrás sobre mi hombro. Sus movimientos son de entrega completa y felizmente lo acepto. Lo absorbo todo como si este fuera nuestro último momento y el mañana no existiera.