jueves, 1 de mayo de 2014

CAPITULO 95



Cuando nos detenemos en el camino de entrada de Ramiro las mariposas en mi estómago se han ampliado diez veces y casi lloro. El pensamiento de la vista del rostro de Ramiro cuando le regrese este anillo va a ser horrible,especialmente sabiendo que probablemente gastó mucho dinero en ello.


―¿Quieres que vaya contigo? ―pregunta Pedro, acariciando mi muñeca con su pulgar.

Una pequeña risa se cae de mis labios.  

―No, no creo que vayas a ser bien recibido.

―Estamos aquí si nos necesitas ―dice Luciano, metiendo su cabeza entre nuestros asientos otra vez. Y le sonrío. 
―Gracias. 
Saco la pequeña caja de mi bolsillo y abro la puerta. La casa de Ramiro es muy parecida a la mía. Es un complejo de apartamento con una escalera delantera que conduce directamente a su puerta. Salgo del auto y cierro la puerta detrás de mí. Ramiro aparece en lo alto de la escalera y no hay ningún signo de felicidad en su rostro. Sabía que tendría que haber venido sola. Él mete las manos en el bolsillo delantero de sus vaqueros. 
―Por favor, dime que sólo te está dejando.

Niego mientras me acerco a las escaleras.
  
―Esto no tomará mucho tiempo.

Sus ojos azules me miran ferozmente pasando de mí al auto de Pedro.  
 
Temor rueda por mi estómago cuando escucho dos puertas del auto que se abren y cierran. Doy la vuelta y veo como ellos se apoyan contra el auto esperando a que Ramiro haga algo. Luciano sacude su cabeza ligeramente casi como si dijera “te lo dije”. El rostro de Pedro intimida, incluso para mí. Sus gruesos brazos están cruzados sobre su pecho y sus ojos son oscuros y temerarios.  
Trato de darle mi mejor rostro “relajado” y estoy segura de que él sabe lo que quiero decir. Me vuelvo hacia Ramiro que todavía mira a los chicos con mucha repugnancia y odio. 
―Olvida que ellos están siquiera aquí ―digo, subiendo la escalera.

Él arrastra sus ojos sobre mi rostro y sonríe hacia mí, mostrando sus hoyuelos.   
―Fácil de hacer. ¿Quieres entrar?

―No.

Él casi se estremece.   
―¿Por qué no?

le extiendo la caja roja―. No puedo aceptar esto.

Él no la toma.  

―Lo compré para ti.

―Lo sé, pero no estamos juntos. Está mal para mí tomarlo.

―Entonces considéralo como un regalo de “quiero que vuelvas”.

Oh muchacho. Esto no va a ser fácil.  

―Es hermoso, realmente lo es, pero no lo quiero.

―Paupy, bebé…

―Y tienes que dejar de llamarme bebé. Es inadecuado.

Él levanta su voz, cada vez más enojado y dominante. 
 
―Como la mierda lo es. Fuiste mi novia durante seis años. Me he ganado el derecho de llamarte así.

Me burlo.  
―No has ganado una maldita cosa. Fuiste mi novio durante seis años.Yo fui tu novia por dos. Eso fue cuando tú comenzaste a engañarme. 
―No creo que haya sido…

―Dos años, Ramiro

Él mira fijamente, esperando que diga o haga algo. La mirada de Ramiro se arrastra sobre mi cabeza a Pedro y luego de regreso a mí.

―¿Y crees que él se interesa por ti?  

Casi me río. Pedro realmente se preocupa por mí. He pasado suficiente tiempo con él para saber que lo hace.

―Sí.

―Confía en mí. ―Su mano descansa sobre mi hombro―. Lo he visto con chicas en el Heaven. Él no respeta a las mujeres, Paupy.

 ¡Ja! Mirando. La. Paja. En. El. Ojo. Ajeno. Me encojo de hombros apartándome de él. 
 
―No sabes una maldita cosa sobre él. Entiendo qué impresión da, pero él es diferente conmigo.

Ramiro mete su labio inferior entre sus dientes, un hábito molesto que he tenido que aguantar los últimos seis años. Para evitar verlo, trato de evitar discutir con él.

CAPITULO 94




Echo un vistazo de reojo a Pedro. Su rostro es neutro, desprovisto de cualquier emoción específica. Él no haría nada estúpido, ¿verdad? La última cosa que quiero es conseguir lastimar a Ramiro o a Pedro en problemas. 

Cuanto más nos acercábamos a mi casa, más nerviosa me ponía. No tengo ni idea de lo que voy a decirle a Ramiro o si incluso estará en casa. Saco el teléfono de mi bolsillo.  

―Probablemente debería llamarlo. 

Marco su número y lo pongo en mi oreja. Él contesta inmediatamente.   

―¿Bebé?  

Pedro me mira ligeramente y frunce el ceño. Creo que lo escuchó.  

Momentáneamente, estoy insegura de qué hacer. Si lo corrijo o solamente lo ignoro.

―¿Paupy?  

Joder. Lo corregiré la próxima vez. 

 ―Ramiro, hey.

Él parece optimista y entusiasmado, como si esperara buenas noticias de mí.  

―¿Cómo estás?

Hay un silencio sepulcral en el auto y esto me desconcierta.
―Bien, gracias. ¿Vas a estar en casa hoy? Necesito…

―Sí, estaré en casa todo el día. ¿Cuándo piensas venir? 
―Debería estar allí en media hora. ―Miro a Pedro y él asiente.  

―¡Genial! Realmente te extrañé, Paupy.

Casi me estremezco.  
―Sí, nos vemos entonces.

Cuelgo y guardo mi teléfono en su sitio. Mis dedos nerviosamente se encuentran entre sí, enredándose en un tenso movimiento nervioso.

Cuando nos detenemos frente a mi casa, agarro mi bolsa de viaje del piso y salto del auto. Pedro y Luciano esperan mientras corro escaleras arriba para agarrar la pequeña caja roja. No me molesto en cambiar mi ropa. Estoy demasiado cómoda en mis vaqueros y camiseta. Paso a mi dormitorio e inmediatamente encuentro la caja roja sobre mi mesita de noche. Mi bolsa de viaje aterriza con un pequeño golpe en la alfombra junto a mí y doy un paso adelante.

Agarro la caja y siento el agradable material aterciopelado sobre mis dedos antes de que lo empuje en la palma de mi mano. Por alguna razón, mis manos tiemblan y me siento un poco ansiosa. Estoy noventa y nueve por ciento segura de lo que hay dentro… pero no sé qué tipo de emociones van a ser abiertas con la caja. Esta cruje cuando mi dedo índice la empuja para abrirla un poco. Tomo dos respiraciones profundas, dentro y fuera, dentro y afuera, y abro el resto del camino. Inhalo bruscamente, totalmente abatida por el bonito anillo de oro incrustado en la tela de seda blanca. Es realmente hermoso y algo que definitivamente habría apreciado cuando estábamos juntos. Pero ahora, no lo quiero. Esto representa todos mis errores y todo de lo que trato de aprender y crecer. Cierro la tapa y la meto en el bolsillo de mis vaqueros, haciéndolo abultarse ridículamente. No quiero pasar mucho tiempo aquí entonces corro hacia la puerta de calle, asegurándome de cerrarla detrás de mí. Le doy la dirección de Ramiro a Pedro cuando regreso al auto, pero aparte de eso nadie me dijo nada, gracias a Dios.

CAPITULO 93



Veo la casa gigante y de aspecto de arenisca de Vanesa en la distancia mientras conducimos por su calle. En el momento justo Luciano el bello durmiente bosteza,despertando de su muy larga siesta.

―¿Estamos aquí ya, huh? ―La voz de Luciano es ronca por el sueño.

Abro mi boca para contestar, pero los distintivos ruidos de besos y risas tontas me detienen y hago rodar mis ojos. Si hay una cosa que no extrañaré de este viaje son las largas sesiones de besos entre Vanesa y Luciano. Jesús. ¡Esto es de nunca acabar! Afortunadamente, nos detenemos frente a la casa de Vanesa.

―Te llamaré ―me grita Vanesa mientras sale y Luciano la sigue.

Directamente en frente del auto prácticamente follan entre sí como despedida y gimo, lanzando mi cabeza de vuelta contra el asiento.

―Tú debes ser verdaderamente feliz de estar lejos de esto. ―Pedro se ríe, reclinándose en su asiento.


―No tienes ni idea. 
Su mano se curva alrededor de mi muñeca y la hala a sus labios, besándola suavemente. Sus labios están sorprendentemente cálidos sobre mi piel y hormigueos estallan en mi estómago.  
―Cuando terminemos aquí vamos a pasar por tu casa, conseguir ese anillo y devolverlo a ese tipo de mierda.  
Inclino mi cuerpo hacia él. 
―¿Detecto celos? ―bromeo.  
Él ríe contra la palma de mi mano.  
―¿Celos? No ¿Posesión? Tal vez. Si alguien va a comprarte cosas en bonitas cajas rojas, soy yo.  
Tiro mi mano hacia atrás.  
―Gracias, pero no necesito que me compren cosas para ser feliz. Ramiro parece pensar que lo hago, pero eso solo refleja lo poco que en realidad sabe de mí. 
―¿Y qué necesitas para ser feliz? 
Me siento un rato mientras pienso. Nunca me han hecho una pregunta así antes. Meto un mechón de mi cabello detrás de mi oreja antes de hablar.  
―Quiero lo que todos quieren, supongo. Salud. Amigos leales. Amor. No sé…

Él me sonríe con satisfacción, sus ojos brillando con admiración.  
―Si escogiera algo materialista, elegiría un baño.  
―¿Un baño? ―repite, casi risueño.

―Sí, un agradable baño de espuma caliente. Han pasado años desde que he tenido uno. 
Él deja caer mi mano y pasa sus dedos por su cabello. 
 
―Eres tan buena que ni siquiera puedo manejarlo. 
―¿Soy buena? ―me mofo, casi ofendida. Nunca me han llamado buena antes―. No soy buena.

Se extiende a un lado para apretar mis mejillas ya rosadas y le doy un manotazo alejándolo.

―Bueno, ¿a dónde ahora? ―pregunta Luciano,deslizándose atrás en el auto y cerrando de golpe la puerta detrás de él. Su rostro se interpone entre nuestros asientos y lo miro. Cuando pienso en ello,Luciano y Vanesa lucen muy similares. Su cabello es un poco más oscuro, pero ambos tienen los mismos ojos verdes y la estructura facial, afilada y angular.

―Vamos a pasar por la casa de Paula y recoger algo para dejárselo a su ex ―le dice Pedro a Luciano como si no fuera gran cosa.

―¿Vamos? ¿Estás seguro que esa es una buena idea?

―No ―declaro firmemente.

―Sí ―contesta Pedro sobre mí―. Creo que es una muy buena idea. Su ex es un cretino.

Luciano se inclina hacia atrás en el asiento y su obvia desaprobación pende de un hilo, haciéndome sentir incómoda.  

―Mayor razón para no ir ―contesta.

―Eres más que bienvenido a caminar a casa ―dice Pedro, saliendo a la carretera.

Pedro

―No ―interviene Luciano―. Te acompaño, solamente no hagas nada estúpido