sábado, 5 de abril de 2014

CAPITULO 9



Abro mi libro y lo levanto para cubrir mi cara ardiente. Mis mejillas son de color rojo brillante, puedo sentirlo. 
Pedro es intimidante con su marco ancho, físico ideal y rostro molestamente hermoso.Por favor, por el amor de Dios, no dejes que me recuerde.
No hubo suerte.
Dos largos dedos callosos se curvan en la parte superior de mi libro y lo sacan de mis manos.
Lo primero que noto es un par de holgados jeans azul marino y una sudadera azul que estaba por encima de su cabello negro. La cremallera está abierta, apoyada en su duro torso y exponiendo una franja de su deliciosa y desnuda sección media. Me aclaro la garganta con nerviosismo mientras mis ojos se encajan en los suyos y me esfuerzo al máximo absoluto por mantener mis ojos en él y no en la increíblemente dura, e increíblemente tentadora franja de carne.

―¿Hay lugar para uno más?

Abro la boca para decirle que está tomado, pero se deja caer en el asiento frente a mí de todos modos, colocando mi libro sobre la mesa. Un palillo de dientes cuelga de su tentadora boca y nunca he querido tanto ser un objeto inanimado en mi vida. Seth empuja las papas fritas de Vanesa fuera del camino y me inclino ligeramente para mirar más allá de él. Me encuentro con los ojos verdes de Vanesa. Ella sonríe, y me da los pulgares para arriba.
Lucho con el impulso de fruncirle el ceño y dirijo mi atención a Pedro que me está mirando, fijamente. Él tiene el mismo brillo en sus ojos que me deshizo en el gimnasio esta mañana. Su dedo índice golpea la mesa y mi centro caliente late cada vez que su dedo golpea contra la madera. Él no dice nada, pero puedo sentir sus ojos penetrando mi ropa y lamiéndome por todos lados. Tomo una inhalación profunda por la nariz en un intento por controlarme. 

―Soy Pedro, por cierto ―dice, sacando el palillo de su boca.

―Sé quién eres. ―Me estremezco interiormente. No quería que mi voz saliera tan groseramente.
Gira su cabeza en ángulo hacia un lado como si estuviera estudiándome detenidamente y la comisura de su boca se convierte en una sonrisa.
―¿Es aquí donde trabajas?
―No, yo, eh, yo trabajo como recepcionista de un psicólogo. ―Bajo la mesa, juego con mis dedos. Estoy muy nerviosa y no tengo ni idea de cómo manejar esta situación―. Estoy aquí para almorzar con mi amiga. ―Asiento hacia Vanesa con sus amigos en la cabina, pero no gira para mirar.
Sus piernas rozan contra la mía, enviando una ola de electricidad a través de mi cuerpo y me aparto. Si se tratara de cualquier otra persona, me hubiera ido ya, pero con Pedro… Parece que no puedo reunir el valor para alejarme. 

El placer llamea en las oscuras profundidades de sus ojos y me pregunto si voy por el mal camino. Él parece estar atraído por la manera en que yo lo considero. El problema es, que no sé de qué otra manera tratarlo.
Es sexy como el infierno y por un lado no quiero nada más que él rasgue mis ropas, pero por otro, me niego a ser esa clase de chica por no mencionar el hecho de que tiene novia. 
―Si no te conociera mejor,Paula, diría que te repugno.
Siento que mis labios forman una fina línea y pienso con cuidado acerca de mi respuesta.
―No me repugnas. Simplemente no soy esa clase de chica. 
Pedro empuja la capucha fuera de su cabeza, dejando al descubierto su sexy cabello oscuro y se inclina hacia adelante sobre la mesa con los codos.
Su cabello es corto, pero desordenado y mi dedos se contraen con el impulso de correr mis manos a través de él.
―¿Y qué clase de chica es esa? ―pregunta con una voz que es tan dura que hace vibrar todas mis partes sensibles. Me encojo de hombros.
―El tipo que coquetea con un chico que tiene novia…
Sorprendentemente, la sorpresa no se registra en su rostro. En cambio,sonríe una sonrisa completa que expone sus perfectos dientes blancos y puedo sentirme con el ceño fruncido. 
Se recuesta contra la cabina y los brazos de su sudadera se aprietan cuando cruza sus brazos gruesos y fuertes. 
―¿Quién? 
―La guapa morena con las grandes tetas falsas…
Mira mi pecho antes de mirar de nuevo mi cara, sonriendo sin pedir disculpas. Mi ceño fruncido se profundiza porque a él no parece importarle que lo haya visto hacerlo.
―No tengo novias.
Sus palabras desinflan un globo en el pecho que ni siquiera sabía que existía y miro por la ventana hacia el estacionamiento.

―Tengo chicas con las que me acuesto, pero ese es su alcance.
Arrastro mi mirada hacia el rostro de Pedro, mis cejas se juntan.
―Así que, ¿eres soltero?
Se encoge de hombros.
―Prefiero el término libre.
Libre Me gusta eso. Desde anoche, soy libre también y mi Dios es refrescante.
Meto una papa en mi boca y miro torpemente alrededor del restaurante. Me siento tan fuera de lugar teniendo a este gran hombre sexy hablando conmigo.
―Ahora que hemos aclarado la cuestión de la novia. ―Su pierna se inclina contra la mía y mete el palillo de nuevo en su boca. Lo mueve sutilmente por el húmedo labio inferior un par de veces, su lengua apenas se ve detrás de sus flexibles labios―. ¿Qué hacemos ahora?
Su tono implica muchas cosas, pero no tengo ni idea de lo que realmente quiere decir. Lo observo mientras está sentado delante de mí con sus hombros anchos y un fragmento de su tatuaje en el pecho se asoma por debajo de su chaqueta. 
Sus ojos se caen de los míos y se quedan fijamente en mis labios. 
El brillo juguetón que tenían hace unos momentos desapareció, y parecen estar ardiendo, a fuego lento,oscuramente hacia mí desde el otro lado de la mesa. Abro la boca dispuesta a obedecer con lo que sea que él quiera hacer, hasta que Vanesa se aclara la garganta, trayéndome de vuelta a mis sentidos. Incluso si está “libre” no soy el tipo de chica que tiene sexo con alguien a quien apenas conoce… o por lo menos creo que no lo soy. 
Pedro se lame los labios en señal de frustración antes de volver su atención a Vanesa.
Veo el pecho de ella subir y bajar rápidamente bajo su mirada. Por lo menos no soy la única afectada por su presencia.
―Pau ―dice, volviendo sus ojos hacia mí―. Nos tenemos que ir.
Ella está agitada. Puedo decirlo por la forma en que se frota los dedos contra los costados y hace una mueca con sus labios rosados. Me pregunto lo que le dijeron esos chicos.
―Lo siento ―le digo a él por segunda vez en el día―. Me tengo que ir.
Me estiro a través de la mesa y agarro mi libro antes de deslizarlo de nuevo en mi bolso. Miro mi plato. Sólo pude tomar un bocado de mi hamburguesa y todavía tengo hambre. Arrastro los pies para salir de la cabina manteniendo los ojos en la mesa. Cuando me alejo de la cabina todavía siento sus ojos en mí… analizándome.
―Te veré por ahí ―dice.

CAPITULO 8



Vanesa y yo entramos en un pequeño restaurante especializado en carnes. Ella luchó con uñas y dientes por comida mexicana, pero creo que he dejado bastante claro que no quiero volver a comer eso de nuevo. Nunca.
Nos sentamos junto a una ventana que muestra un no tan hermoso paisaje del estacionamiento y la plena carretera. 

―Estoy harta de vivir en este lugar ―gime Vanesa, asimilando el estacionamiento.
―Puedes decir eso otra vez.
Saca un pequeño vino de su bolso y me lo da. Para evitar el inevitable discurso que viene con negarle alcohol, lo agarro.
―Lo siento chicas ―dice una camarera de mediana edad mientras se acerca a nosotras, sacando un lápiz de detrás de su oreja―. No pueden traer su propia bebida. Tienen que comprar el alcohol aquí.
Vanesa toma mi vino de nuevo y lo mete en su bolsa, a la vez que sonríe dulcemente a la mujer.
―Está bien, más para mí, para más tarde.
Me río de ella mientras pide una jarra de cerveza y papas fritas con queso. Yo, por el contrario, pido una hamburguesa de pollo y una guarnición de patatas fritas. Mi estómago gruñe mientras esperamos por nuestra comida. 
No comí antes de salir de casa esta mañana, la cosa no más inteligente teniendo en cuenta que iba a entrenar. La boca se me hace agua mientras observo camareros y camareras llevando comida a otros clientes.
Sólo para tener algo en mi estómago doy unos tragos a mi cerveza. Me estremezco y hago un sonido extraño con la base de mi garganta cuando trago el asqueroso líquido. No me gusta la cerveza y, como resultado, de repente siento náuseas.
―Entonces ―comienza Vanesa, haciendo caso omiso de mi reacción a la cerveza―. ¿Qué te hizo decidir finalmente que has tenido suficiente de la mierda de Ramiro?
Sinceramente, no tengo ni idea de por dónde empezar.
―Bueno, me dejó en Salsa’s de nuevo para ir a pasar el rato con “sus  chicos” y cuando lo llamé otra chica respondió su teléfono. ―Vanesa pone los ojos en blanco, sin sorprenderse―. Me di cuenta de que probablemente iba a ser así durante el resto de mi vida y eso es todo lo contrario de lo que quiero y lo que merezco.
―Por supuesto. ¡Si yo fuera hombre, te trataría bien!
Sonrío.
―Gracias,Vane.
Segundos más tarde, la camarera trae la comida y Vanesa se sumerge con avidez en sus patatas con queso. Para una chica tan delgada y en forma,come y bebe demasiada mierda. Estoy bastante en forma y la mayoría de los días como bien, pero eso no adelgazaba las curvas de mi cuerpo. No importa cuánto lo intentara, las caderas querían quedarse. Tristemente, no hay ejercicios para adelgazar tus huesos.
Vanesa se anima, como si acabara de tener una idea genial. ―¿Quieres salir esta noche?
―No ―respondo de inmediato.
Odio los clubes. Odio a los clubes más que a los tramposos. Los clubes me ponen nerviosa. Ser molida por un montón de viles tipos al azar y que ellos lancen su aliento a alcohol/cigarrillos sobre ti es repugnante.
―Oh, vamos, Pau. Nunca sales conmigo. Ya no tienes más a Ramiro, vive un poco.
Lanzo algunas papas en mi boca y hablo con ella a través del puré de patatas.
―No se trata de eso. Odio los clubes y lo sabes.
Ella hace pucheros con sus labios y noto un salpicón de sal a través de ellos.
―No me hagas ir sola.  
―Vanesa, ya has comenzado a beber y son apenas las once de la mañana. Tú y yo sabemos que estarás fuera de combate para las cuatro de esta tarde.
―Está bien, voy a hacer un trato contigo. ―Hace una pausa, agarra su cerveza y se toma el resto antes de dejar el vaso vacío de nuevo sobre la mesa―. Si dejo de beber ahora, saldrás conmigo esta noche. Piensa en mi hígado. 
Si dices que no, voy a tener que golpearlo con el resto de esa jarra de cerveza, pero si dices que sí no voy a tocar una gota hasta esta noche.
Suspirando, pongo un trozo de lechuga en mi boca.
―Está bien, saldré contigo, pero no quiero ir a Heaven’s. Ramiro siempre va allí.
Heaven’s es la discoteca más grande de nuestra ciudad y la odio.
El tintineo de la campana conectada a la puerta delantera suena,sacándome de mi tren de pensamientos y miro como un grupo de chicos alborotados entran. Vanesa endereza su espalda y se da vuelta en la silla para poder ver al grupo. Ama a los chicos casi tanto como a la bebida, aunque por lo general vienen de la mano.
―Yum, mira qué altos son. ―Prácticamente puedo oír su boca llenándose de baba.
Mientras no está mirando tomo una fritura de queso de su plato y la meto en mi boca.
―Sí ―estoy de acuerdo, sin mirar en su dirección. Estoy decepcionada.
En realidad no es una fritura de queso… Es sólo un grueso corte de papa con un poco de rara salsa de queso.
Vanesa se vuelve hacia mí.
―¿Siquiera estás mirando?
―No.
Ella se acerca más.
―Oh, deja de ser una lesbiana y mira como pervertida a los chicos que acaban de entrar. Empiezas a preocuparme. Rápidamente, miro hacia ellos y luego de vuelta a mi plato sólo para mantenerla feliz.
―Eso no cuenta ―espeta en voz baja―. Hazlo de nuevo. Y, de hecho,mira como si lo apreciaras esta vez.
Exhalo y miro al grupo de muchachos que se sientan unos puestos más allá de nosotras. 
Dos de ellos tienen sus espaldas hacia mí, así que no puedo comentar sobre sus rostros. Uno lleva una sudadera azul con capucha y tiene hombros amplios y anchos. El otro es un poco más pequeño, con una camisa negra ajustada y una gorra roja. 
Mirando más allá de ellos veo a los dos chicos enfrente a mi dirección. No son nada especial, y uno tiene un molesto bigote.
―¿No son calientes? ―jadea, pateando mi espinilla un poco demasiado fuerte y haciéndome estremecer.
―Por supuesto ―gruño con los dientes apretados. Cuando el dolor desaparece, continúo―: Quiero decir, no son feos.
Vanesa se ríe un poco demasiado alto y dos pares de ojos caen sobre mí.
Mis mejillas al instante se vuelven de color rosa.
―¿Están mirando? ―pregunta ella, susurrando.
No queriendo provocarla, miento:  
―No.

Dejo caer mi mirada de nuevo a mi hamburguesa y la levanto para tomar un bocado. Todos los sabores del pollo y la salsa inundan mi boca: tomate, alioli, condimento de salmuera, casi gimo en voz alta. Es así de increíble. 
―Voy a ir allí. ―Se vuelve para deslizarse fuera de la cabina y yo dejo caer la hamburguesa en el plato cuando alcanzo su brazo. 
Me las arreglé para engancharla, obligándola a quedarse.  Me trago lo que llena mi boca. 
―No seas idiota. Hay cuatro. 
Ella me guiña el ojo. 
―Cuantos más, mejor. 
Vanesa se encoge de hombros fuera de mi alcance, y endereza su corto vestido gris. Ahueca su cabello largo y se vuelve hacia mí. 
―¿Cómo me veo? 
Pongo los ojos en blanco, sabiendo muy bien que ya he perdido. 
―Ve por ellos. 
No hay razón para que no se interesen por Vanesa. Ella es perfecta. Se pavonea hacia ellos y yo saco Expiación de Ian McEwan de mi bolso. Cuando Vanesa “habla” con chicos, nunca es una cosa de cinco minutos. Se tarda todo  el tiempo que puede y por suerte he venido preparada. No estoy muy adelantada, pero si es algo como la película, me encantará. Risitas tiran mi mirada de nuevo hacia el grupo. Le han hecho espacio para que se sentara con ellos, ella me mira y yo le arrugo la nariz. Está sin duda en su elemento. 
Su hermosa sonrisa, de labios rosados está en su lugar y para mi sorpresa, ella señala con un delgado dedo índice en mi dirección. Niego hacia ella mientras mi estómago se agita dolorosamente. 
El chico de espaldas a mí, el de la sudadera con capucha, coloca su brazo sobre el respaldo de la silla y pone sus ojos oscuros en mí. Yo tomo aire mientras la sangre se drena de mi cara. Me quedo mirando fijamente la sonrisa con exceso de confianza y el familiar par de iris chocolate. 
Pedro-jodido-Alfonso.


CAPITULO 7



Ignorando el hecho de que estamos en un lugar tranquilo, Vanesa chilla como una pre-adolescente que acaba de ganar entradas para el backstage de un concierto de Justin Bieber. De su bolso saca una mini caja con botellas de vino en tamaño bebé. Los pacientes se estremecen con su voz aguda; sólo algunos disfrutan de una rubia delgada bailando sin música y tomando vino de un trago.La puerta más cercana a mi escritorio de recepción se abre bruscamente y Carlos Peterson, mi jefe, sale enfurecido de su oficina. 
Su traje gris se aferra a su cuerpo increíblemente apretado. Está en buena forma para alguien tan viejo como lo es él, de unos cuarenta años, tal vez. Tiene una cara bonita, también. Su cabello es color oro, como pan horneado y sus ojos son de un azul sorprendente. Movió su negocio a Portland, Maine, desde Seattle hace cuatro años, debido a un divorcio abrupto. A mi lado Vanesa deja de bailar y yo dejo caer mis ojos a la pantalla en blanco, moviendo los dedos sobre el teclado, fingiendo escribir.
―¿Qué está pasando aquí, Paula? ―pregunta con severidad.Carlos es un jefe impresionante. Me deja librarme con un montón de cosas con las que la mayoría de los jefes despediría a sus empleados y ocasionalmente abuso de ello.
―No tengo idea de quién es esta chica ―digo―. Ella debe ser una paciente de aquí.
Tomo el teléfono.
―Hola, Guyers y Peterson Psicología; soy Paula.
Carlos exhala, colocando firmemente sus manos en sus caderas. Sus ojos azules se estrechan sobre mí y la decepción es evidente en su rostro.
―Paula, no soy idiota. Sé que el teléfono no sonó y Vanesa, no está permitido beber aquí. ¿Cuántas veces te lo tengo que decir?
Aprieto mis labios con fuerza para evitar reírme. No ayudó nada. La risa que estoy intentando frenar termina saliendo por mi nariz. Maldita sea,Vanesa. Ella sabe exactamente cómo hacerme volver a mi viejo yo de la secundaria.
―Vamos chicas. ¿Cuántas advertencias tengo que darles?
―Lo siento, Carlos ―me disculpo, secándome las lágrimas de risa de mis ojos y manchando mi máscara ligeramente―. No tenía idea de Vanesa iba a venir hoy. Acaba de aparecer. 

―Sí, está bien. ―Él no me cree.

―Paula rompió con Ramiro anoche.

Vaya, al parecer esa es información que todo el mundo debe saber. 
Le lanzo a Vanesa una mirada enojada y ella se encoge de hombros. Vanesa tiene la costumbre de vociferarle a la gente que no quiero que conozca mis cosas. Carlos es un buen jefe, pero también es persistente. He perdido la cuenta del número de veces que me ha invitado a salir a cenar.
―Ya era hora ―suspira Carlos―. Ese tipo era un idiota. ¿Cómo lo llevas?
Me encojo de hombros.
―Sorprendentemente bien, en realidad. ―Salí de la cama, así que es un comienzo.
―Bien. ―Saca su celular del bolsillo de atrás y marca un número―.¿Renata? Hola, soy Carlos. Sí. ¿Puedes venir hoy? Paula no se siente bien. Está bien, genial. Nos vemos pronto.
Lo miro con la boca y los ojos muy abiertos.
―¿Qué estás haciendo?
―Te voy a dar tiempo para que te relajes. Puedes volver en dos días.
Vanesa salta con entusiasmo, pero cruzo los brazos sobre mi pecho. No me gusta la gente que me hace favores, sobre todo la gente que espera cosas a cambio.
―Es innecesario.
―Está sucediendo, ahora sal de aquí antes de que me cuestes más clientes.
Llego debajo de mi silla, agarro mi bolso y me alejo del escritorio. No voy a quejarme por un día libre. Dios sabe que necesito uno. Vanesa agarra su abrigo, engancha su brazo alrededor de mi codo y me tira hacia la puerta.
Miro hacia atrás a Carlos que se posiciona detrás del escritorio. Enciende el monitor y el archivo personal de Juan Matthew se abre justo donde lo dejé.
Carlos me dispara una mirada molesta. Me encojo de hombros y empujo la puerta antes de que cambie de opinión acerca de dejar que me vaya.