Cierro los ojos, esperando que el ataque de náuseas que fluye a través de mí se detenga. No tengo idea de lo que me venció. Sabía que la chica iba a golpear a Vanesa y sólo reaccioné. Mierda. ¿Qué demonios estaba pensando?
No abro los ojos hasta que el aire de la noche enfría mi piel ardiente. A pesar de que estamos afuera, Pedro no me baja y no quiero que lo haga. Mis entrañas están demasiado electrificadas, zumbando como un exterminador de insectos con una enorme polilla pegada en él. Me tiemblan las manos y las flexiono en un intento de mantener el equilibrio, pero eso falla.
Rodeamos la esquina del club y oficialmente entramos en el estacionamiento cuando Pedro me pone abajo. Mis zapatos encuentran el duro suelo y me tropiezo ligeramente.
Los tequilas me han golpeado más duro de lo que pensaba.
Pedro está sonriendo con su sonrisa arrogante hacia mí y lo miro fijamente.
―No sonrías así. Acabo de atacar alguien. ―Paso mis dedos por mi cabello―. Oh, Dios mío… Acabo de atacar a alguien. Voy a ir a la cárcel.
Se ríe a carcajadas y estabiliza mi balanceo colocando sus manos sobre mis hombros.
―No vas a ir a la cárcel. Esa chica estaba demasiado borracha para darse cuenta de lo que estaba pasando.
Su cálida mano se arrastra por mi brazo y se instala en mi mano temblorosa. La jala a sus labios, colocando suaves besos a lo largo de mis nudillos.
―Eres una mala influencia, Pedro ―digo, cada vez más cerca de él.
Puedo distinguir su iris bajo la lámpara de calle por encima de nosotros y está ardiendo en los míos con tal intensidad.
Su sonrisa todavía no ha dejado su rostro y la forma en que me mira me emociona infinitamente.
Su sonrisa todavía no ha dejado su rostro y la forma en que me mira me emociona infinitamente.
―Te lo advertí ―responde él, presionando sus labios con los míos.
Toma el control y estoy indefensa ante él. Su lengua se desliza dentro de mi boca mientras una de sus manos se desliza debajo de la tela de corte bajo de mi camisa, arrastrándola hacia abajo, al centro de mi espalda. Mi pecho cae de mi camisa y un gruñido emana de él, enviando una oleada de energía a través de mí. Mientras todo mi cuerpo se calienta, me presiono con más fuerza contra él.
―¡Eso fue impresionante! ―chilla Vanesa, empujando sus manos en el.
Pedro se aleja de mí, quitando su mano de mi camisa. Tira de la tela para cubrir mi pecho de nuevo mientras Luciano pone a Vanesa abajo en el concreto. Pedro se aleja mientras Vanesa se lanza hacía mí.
Sus largos y delgados brazos se envuelven alrededor de mi cuello y casi me corta la respiración.
―No puedo creer que le diste un puñetazo a una chica por mí.
Ella tira un poco hacia atrás y presiona sus (de alguna manera todavía demasiado pintados) labios en mi mejilla.
―No quiero hablar de ello ―me quejo―. ¿Podemos salir de aquí?
Vanesa frunce el ceño.
―¿Qué pasa con los otros chicos?
Luciano se encoge de hombros.
―Están muy ocupados. Van a encontrar su propio camino a casa.
Caminamos a través del estacionamiento y subimos al coche de Pedro.
Vanesa y Luciano se besan y gimen todo el camino a mi apartamento, tan pronto como nos detenemos estoy fuera del coche, subiendo mis escaleras hacia mi apartamento sólo por alejarme de todos los ruidos de besos. Voy a buscar una botella de agua del refrigerador y me dirijo a mi habitación.