viernes, 14 de noviembre de 2014
CAPITULO 277
PAULA
Tomo el teléfono de Dom en mis manos y continúo viendo el vídeo. No puedo dejar que Dom consiga pasar por encima de mí. No lo haré. Finjo una sonrisa que amenaza con romper mis facciones. Pedro no tuvo relaciones sexuales con alguien más... pero él besó a una chica al azar y compartió un beso, no, dos besos, con Vanesa. Mi pecho se aprieta un poco más. Pedro me mira, con el rostro vacío de
cualquier emoción, y por primera vez en mucho tiempo, quiero darle un puñetazo en su hermosa boca traicionera.
Me aclaro la garganta y miro a Dom, que me sonríe
cruelmente.
―¿Crees que no sabía nada de esto? ―miento, sintiendo mi alma ser aplastada muy dentro de mí―. Por supuesto que lo sé.
La sonrisa vacilante en el rostro de Dom es la única cosa que me mantiene ecuánime. Echo un vistazo a Vanesa y Pedro, y la vista de ellos y sus anchos y asustados ojos aprietan mi corazón. ¿Cómo pudieron? ¿Cómo pudo Vanesa no decirme?
―Lo sabía, ¿verdad?
Ambos inclinaron sus cabezas, sin apartar sus ojos de los míos.
―Correcto ―afirma Pedro, con los ojos tristes, finalmente, cayendo al suelo.
Dejo caer el teléfono de Dom de mis dedos y se estrella contra el hormigón, cubriendo mis bajos tacones rosados con trozos de plástico y vidrio.
―Oops. ―Sonrío, volviéndome y dirigiéndome hacia el pasillo.
Tengo que salir de aquí. Si no lo hago, creo que voy a llorar delante de toda esta gente, en frente de Dom, y verme tan estúpida como me siento. A medida que me marcho, mantengo mi lengua en el techo de mi boca para detener la sensación familiar, la sensación de la explosión inminente de las lágrimas. Me esperaba algo así de Pedro, sabía lo que iba a decirme, que sería algo como esto... pero no tenía ni idea de que se trataría de Vanesa. Creo que eso es lo que me duele más. Ella es mi mejor amiga, la chica que solía decirme todo.
La chica que le dijo accidentalmente a Ramiro que no estaba saliendo con Pedro cuando le dije que lo estaba, la chica que le dijo a mi madre que estaba embarazada sin mi permiso, y la chica que le dice a todo el mundo sobre mi vida privada, pero no puede confesar algo tan grave como lo que pasó con mi marido.
¿Nos hemos vuelto realmente tan distantes? Me siento como si no supiera nada de ella, y después de esto, ¿puedo realmente llamarla mi mejor amiga? Una mejor amiga me hubiera dicho al segundo en que ocurrió, y también lo haría un marido, pero al menos Pedro prometido decírmelo.
Empujo la puerta de la habitación de Pedro y la cierro de golpe detrás de mí.
Cuando estoy sola en el interior, todo se desploma sobre mí y no tengo ni puta idea de qué hacer. Quiero a mi papá... quiero que mi papá me abrace y me diga que todo va a estar bien, que todo es parte de la MMAC y que no es nada más que un trabajo para llegar a conseguir lo necesario. Mientras estaba vomitando totalmente sola, Pedro estaba en el casino Aria besando a Vanesa para llegar a Dom.
No es extraño que los dos hayan estado tensos la última semana, han estado ocultándome un secreto. Me agacho, cubriendo mi rostro con mis manos... pero no puedo llorar. Tengo ganas de llorar, pero las lágrimas se niegan a caer. Me siento rota y traicionada, pero mi cuerpo se niega a llorar. ¿Es familiar este sentimiento y me he estado entrenado para no hacer una gran cosa de estas situaciones? ¿Así de jodida estoy? ¿He sido traicionado tantas veces que ni siquiera puedo llorar por eso? Salto cuando la puerta se abre y Pedro entra,
cerrando rápidamente la puerta tras él y bloqueándola. Él me da una mirada mordaz, una que dice: “No voy a permitir que me dejes”. Veo sus intensos ojos marrones primero y mi corazón tartamudea. Chica tonta. Lo has perdonado ya.
Ignoro las palabras razonables que flotan alrededor de mi cráneo y me pongo de pie con la espalda recta. Pedro mira mis ojos curiosamente, visiblemente preguntándose por qué no estoy llorando.
Me río una vez, nerviosamente, y él se encoge.
―¿Entonces… Vanesa, huh? No puedo decir que vi eso venir.
―Sé lo que parece, pero tenía que hacer algo a gran escala para lograr que Matt me deje solo. Lo hice por nosotros así podríamos estar juntos y en paz.
―¿Juntos y en paz? ―me burlo―. No puedo decir que haya escuchado esa excusa antes.
Él toma un enérgico paso hacia adelante, haciéndome retroceder hasta que estoy presionada con fuerza contra la pared. Sus fuertes brazos apoyados contra el concreto a ambos lados de mi cabeza y su rodilla impulsándose entre mis piernas.
―Esta no es una excusa. No tengo ninguna excusa para lo que hice.
―¿Pero quieres perdón?
―Pedir perdón por algo que decidí hacer a tu espalda sería egoísta de mi parte. Si quisiera que estuvieras de acuerdo con ello, habría pedido tu permiso antes de que esto empeorara. No quiero que me perdones alguna vez por lo que hice.
Pero ya lo hice…
―Perdonarte es fácil, Pedro. Te perdoné al segundo en que vi el video.
Él frunce el ceño y yo continúo:
―¿Quieres saber cuál es la peor parte de esto para mí?
Pedro asiente.
―Dímelo, así puedo arreglarlo.
―Quiero llorar, pero no puedo. Puedo sentirlo construyéndose y apretando mi garganta, pero no pasa nada. Mi cuerpo está registrando esto como un incidente normal. Casi sin inmutarse por toda esta situación.
―Tal vez tu cuerpo sabe que lo que hice fue por negocio… tal vez tu corazón sabe que todavía me tienes.
―Tal vez mi corazón es un maldito idiota ―exhalo, cerrando mis ojos por un largo un segundo―. ¿Qué se supone que voy a hacer? ¿Qué quieres?
―Lo que siempre quise… solamente a ti. ―Él besa la esquina de mi boca―. Te quise al segundo que te vi, te quise la noche que te lanzaste a mí, te quise cuando te pedí que te casaras conmigo y te he querido cada segundo desde entonces.
Estoy enganchada a sus palabras, una niña fascinada, colgada de cada dulce y azucarada palabra que cae de sus labios rosados.
―Incluso cuando tú…
―Especialmente entonces ―me corta, escuchando mis palabras antes de que las hable―. Te quise más que nunca ese día. Quise decírtelo, e iba a hacerlo cuando llegara a casa, pero me dijiste que estabas embarazada y todo pareció intensificarse tan rápidamente. Me acobardé. No debería haberlo hecho, pero lo hice. ―Sus manos se deslizan del concreto y agarra mi rostro. Él no deja ningún
espacio para mover mi cabeza―. Se sintió mecánico, Paula. No sentí nada cuando besé a aquellas chicas. ―Pedro arrastra sus manos por mi rostro y mi cabello. Tira de él y mi respiración se detiene en mi garganta―. Tú sabes que prefiero las morenas y tus tetas son mucho mejores que las de ambas combinadas.
A pesar de su grosería, me río y presiono mis manos contra su estómago apretado. Cortando la breve risa, trago profundamente. Esto no es sobre si él está más atraído por mí que por alguien más. Esto no es incluso sobre lo que tengo y ellas no tienen. Esto es sobre el respeto y el amor…
Esto es sobre el hecho de confiar el uno en el otro y siempre decir la verdad cueste lo que cueste. Necesito la tranquilidad de que Pedro sostenga lo que tenemos por encima de todo lo demás.
―Voy a dejar todo esto. Por ti. Por nosotros. ―Él baja sus manos y las presiona con cautela mi vientre―. Nunca querría intencionalmente poner en peligro esto. Tú y el bebé son mi vida ahora. No me importa nada más.
―Digamos que logramos seguir adelante de esto… ¿a dónde vamos desde aquí?
Sus labios se mueven, calentando mi corazón.
―Donde quieras. He escuchado que París es hermoso en esta época del año.
Me río y él presiona su frente en la mía. Se me ocurre entonces que así sin más, él gana la pelea. Y como mi mamá siempre dice: “Si alguien puede traer la luz en una situación oscura, nunca lo dejes ir”.
―¿Tahití? ―pregunto―. Prefiero piñas a caracoles.
Pedro ríe en voz baja y asiente mientras presiona su boca en mi mejilla.
―Hecho.
Finalmente, levanto mis brazos y los envuelvo alrededor de él. Él no se siente diferente. Mi cuerpo completo se relaja en él con la comprensión. Estaba preocupada de que si lo tocaba, no se sentiría como mío más. Lo atraigo más fuerte contra mí. Él siente el mismo. Todavía se siente como mío.
Él deja caer su cabeza, metiendo su cara en mi cabello. Su respiración calienta mi oreja y viaja a cada hebra de cabello sobre mi cabeza, haciéndome sentir mareada.
―Te amo, nena. Solo tú, siempre ―susurra, besando el lóbulo de mi oreja―. Por siempre, solo tú.
Me sigue abrazando y no hablamos. No me aprieta más fuerte o afloja su agarre. Solamente existimos, apreciando el hecho de que, muy rápidamente, hemos salido al otro extremo de algo que destruye relaciones. No hay ninguna lucha interna entre “sí” y “no”. Lo perdono y perdonar a alguien no es ser estúpido o débil. Aprendí esto con Ramiro.
Olvidar el pasado y perdonar a alguien por hacerte daño es la fuerza en su forma más cruda. Perdonar a alguien es algo
que no todos pueden hacer y lo sé a ciencia cierta. No todos tienen la fuerza para dejar de ser felices, darle a algo una segunda oportunidad. Mucha gente dice que no se comete los mismos errores dos veces, pero si caes de tu bici regresas a ella, ¿verdad? Será mejor que tú mismo uses la bicicleta hasta que encuentres tu rutina, aun cuando sabes que vas a caer otra vez. Podría no ser hoy o la próxima semana pero, tarde o temprano, al final lo harás y sabrás en tu corazón que todavía vas a montarla. Una cosa que tomé de mi relación con Ramiro fue la experiencia. Sin esa particular experiencia, no sería capaz de ver que lo que Pedro hizo no era tan malo.
Hacer trampa es conseguir una recompensa de algo por medios deshonestos o encontrar una salida fácil para salir de una situación desagradable. Pedro no escogió una salida fácil de su situación con Matt. Pedro tomó el camino difícil, sabiendo muy bien que eso podría lastimarme. Con el fin de hacer Las Vegas mejor para mí, tuvo que hacerlo peor para él, ¿y qué es un beso si no pones tu corazón en ello, de todos modos?
Después de una pequeña eternidad, él me libera y toma mi mano en la suyas.
Él me impulsa hacia la puerta.
―Déjame llevarte a un lugar, solo nosotros.
Empujo mis pies.
―Bien, pero contéstame una pregunta primero.
―Lo que sea.
―¿Iba Vanesa a contármelo alguna vez?
La respuesta que Pedro proporcione me dirá todo lo que tengo que saber de nuestra amistad y si esta ha disminuido.
Pedro deja caer mi mano, pasando la suya sobre su rostro y contengo mi respiración cuando sus ojos oscuros golpean sobre mí.
―Ella me pidió que no te lo dijera, pero estaba asustada, Paula.
Sus palabras quiebran directamente mi bloqueo mientras mi visión se nubla.
―¿Ella te pidió… ―inhalo y muerdo mi labio inferior para impedirle temblar―… que no me lo dijeras?
Esta vez lo sé… puedo sentirlo obstruyendo mi garganta y fuerzo a mi mandíbula a apretarse irregularmente. Voy a llorar.
―Joder, Pau ―Pedro suspira, su voz llena de dolor y compasión―. No llores.
Él me rodea con sus brazos fuertes cuando la presa se rompe y sollozo. Él me aplasta contra su torso y acaricia mi cabello mientras empapo el pecho de su camisa.
Mi mejor amiga…
No consigo entenderlo, no la entiendo más. Antes de que conociera a Pedro no podía conseguir que se callara y ahora hablar con ella es como intentar atascar una palanca en un cofre soldado. Como amigas, ¿a dónde vamos desde aquí?
¿Cuál es el valor de una mejor amiga con la que no puedes hablar libremente?
¿Cuál es el valor de esa mejor amiga que escucha y comparte todos tus secretos, pero rechaza hablar de los suyos? Tantas preguntas rodean sobre mi cabeza, cada una empujándome más cerca a lo que estoy segura es el fin del mundo. ¿Estoy exagerando demasiado? ¿Están mis hormonas fuera de control ya? Solo tengo once semanas.
Arrastro una débil respiración, la sostengo, y luego la expulso. Me alejo de Pedro y deslizo la parte posterior de mis manos debajo de mis ojos, recogiendo las lágrimas que repentinamente estoy avergonzada por derramar.
―¿Podemos irnos? ―lloriqueo, rastrillando mis dedos por mi cabello. Sé que tengo que hablar con Vanesa en algún momento, pero no hoy.
―Claro, le avisaré a Damian…
―No. No quiero ver a ninguno de ellos en este momento. Solamente quiero salir e ir a algún lugar… a cualquier lugar.
Él asiente imperceptiblemente.
―Muy bien. Conozco un lugar.
Toma mi mano entre las suyas otra vez y me lleva hacia la puerta. No quiero que él la abra porque sé exactamente lo que está del otro lado y en este momento, no quiero ver a Luciano, Vanesa, o Damian. La puerta abre con un crujido y efectivamente… todos están allí de pie, luciendo sombríos y desolados. Es difícil comprender el concepto de que todos se ven así porque ellos mantenían oculto algo de mí.
Vanesa libera sus manos de los bolsillos de su falda y da un paso hacia mí.
Ella abre su boca, pero Luciano engancha su muñeca, tirando de ella hacia atrás.
Ella lo mira y él sacude su cabeza, silenciosamente diciéndole que me deje ir. Su triste mirada verde regresa a mí y rápidamente cambio la mía a la puerta al final del pasillo. Ignoro el silencio y me centro en el pulgar de Pedro que con dulzura acaricia mi muñeca. Esa es la única cosa que me impide derrumbarme y exigir una explicación de ella, de todos ellos, realmente. Entiendo que Luciano y Damian
son leales a Pedro, ¿pero qué hay de mí? ¿Qué pasó con hacer lo que es correcto?
―Sabes que tienes que hablar con ellos algún día ―murmura Pedro mientras caminamos por el estrecho pasillo hacia la salida de emergencia.
Supongo que estamos tomando la salida de emergencia así los admiradores y los reporteros no nos ven. Dudo que mis ojos hinchados y nariz moqueando lucieran bien. Me estremezco por todas las historias que podrían girar de ello y cuán feliz harían a Dom.
―Y lo haré… ―murmuro―, solamente que no aquí. No hoy.
Fuera, Pedro hace señas a un taxi y cuando se estaciona, subo.
―Al Bellagio ―le dice al conductor mientras él envuelve sus brazos alrededor mío y me mantiene cerca. El Bellagio será cualquier lugar siempre que no sea aquí o en mi habitación del hotel. El olor de Pedro me envuelve y me siento mejor, entonces cierro mis ojos.
CAPITULO 276
Estoy levantado muy temprano. Dios sabe por qué, apenas dormí anoche gracias a mi horrible pesadilla. ¿Por qué no puedo soñar con ser apuñalado o disparado? Diablos, incluso prefiero el caer de un edificio de setenta pisos antes que a Paula estando con Dom. Esa mierda está dejando cicatrices mentalmente y me estremezco al recordarlo.
―¿Estás listo, Pedro? ―pregunta Damian sobre su hombro desde el asiento del conductor.
Paula me aprieta la mano y apoya su cabeza en mi hombro. Cada movimiento que hace alivia la ansiedad que constriñe mi pecho. Alivia los efectos de la noche anterior.
―Estoy más que listo ―le contesto, forzando más confianza de la necesaria en mi voz.
―Es una pena que tengamos que ver la cara de Dom tan temprano ―dice Luciano, levantando una pierna sobre el salpicadero y haciendo a Vanesa reír―Hubiera sido un día perfecto, de lo contrario.
Sonrío y Damian da un golpe a la pierna de Luciano hacia abajo.
―¿Qué es lo que te pasa, muchacho? ¿Tus padres no te enseñan modales?
Luciano nos mira, sonriendo. Le encanta meterse con Damian y lo hace cada vez que puede. Como la foto que tomó de Damian desmayado en la cabina después de nuestra, no tan impresionante, visita al Spearmint Rhino hace un tiempo. Él lo envió en un texto a todos los contactos de su teléfono y del teléfono de Damian.
Ahora, Damian vigila cuántas bebidas toma alrededor de Luciano, y no lo culpo.
Una vez en una fiesta en la playa en Newport, me desmayé y Luciano me arrastró hasta el borde del océano. A medida que la marea subía y las olas rodaban, me empapé, perdiendo mi teléfono celular y mi cartera. Jodidamente olvídate de dormir cuando Luciano está alrededor.
Avanzamos lentamente a través del estacionamiento del edificio oficial de la MMAC. Se ve todo gris y frío. En la parte frontal, debajo del enorme logo rojo y negro de la “MMAC” está su lema: “Sé fuerte. Sé inteligente. Sé magnifico.” Me da escalofríos. No me gusta que algo tan significativo esté siendo utilizado por personas que no entienden el significado del mismo, y odio que una empresa que solía tener en tan alta estima, no es la empresa que pensé que era. Ya no importa, supongo. Una vez que haya terminado con Dom, he terminado con la empresa y voy a tomar su pequeña y bonita mentira de lema y utilizarla para mí mismo. “Sé más fuerte. Sé más inteligente. Sé más grande”. Síp. Eso se verá realmente bien en un cartel en la parte superior de mi gimnasio. No voy a tomar el camino fácil,
tampoco. Elijo tomar su lema como recordatorio de que soy más fuerte, más inteligente y más grande que ellos. Soy mejor que ellos, mejor que la totalidad de su empresa, y no puedo creer que di todo lo que tenía para entrenar y aprender a lograrlo en su mundo. Desde que estoy con la MMAC, ni una sola vez he sido feliz. Han aplastados mi alma... me quitaron la pasión para luchar por ellos. No nos damos cuenta que el pensamiento de algo es a menudo mejor que la realidad.
En la televisión y en las entrevistas, Matt Somers parece un buen tipo que deja caer la bomba con “m” con demasiada frecuencia, pero a puerta cerrada, es un maldito tiburón a la cabeza de una franquicia multimillonaria. Nuestra pasión como luchadores alimenta su carrera. Sin nosotros, él no tiene un trabajo, pero sin él, nosotros tampoco. Lo he pensado a conciencia. En lugar de confiar entre nosotros y tratarnos como socios comerciales mutuos, Matt Somers nos trata como malditos putos ponis de exhibición, como jodidos perros. Él amasa el dinero en nuestras caras y suelta nuestra correa para encontrar más y traerlo de vuelta a él, sometiéndonos a sus pies. No importa lo que creo, positiva o negativamente, siempre llego a la misma conclusión.
A la mierda la MMAC.
* * *
La sala está en silencio. Nadie hace ni un sonido. En su lugar, miran el pesaje de Dom en un televisor que está en silencio. No miro. No creo que tenga estómago para ver su rostro tan temprano en la mañana, sobre todo después del sueño que tuve. Por ridículo que parezca, quiero que pague por mi pesadilla. Quiero echarle la culpa a él, golpearlo hasta que se disculpe... ¿Qué diablos está mal conmigo?
Levanto los ojos del suelo y miro alrededor de la sencilla habitación. Está vacío, solo cuenta con un lavabo, un banco, un par de sillas y un pequeño altavoz en la esquina de la habitación. Matt Somers ha puesto un programa completo para todo el mundo el día de hoy. La sala de conferencias en la parte posterior del edificio está llena a rebosar, llena de periodistas y aficionados ansiosos. Uno tras otro quiere que salgamos y quiere que montemos un espectáculo.
―Tiene el peso correcto ―me dice Damian y yo asiento, aun evitando la pantalla―. ¿Sabes cuánto pesas esta mañana?
―Voy a estar bien ―le digo. Damian se preocupa por mis pesajes, siempre lo hace, a pesar de que suelo seguir su régimen como una “T”, con exclusión de su régimen de sexo, obviamente.
―Pedro, arriba. ―Una voz ronca y femenina anuncia a través del altavoz.
Damian salta a sus pies más rápido que cualquiera de nosotros y abre la puerta. Me pongo de pie, enderezando mi camisa, y agarro la mano de Paula cuando trata de apartarse más allá de mí. La aprieto con fuerza, manteniéndola atada a mi lado.
Sus dedos se aprietan alrededor de la mía y descansa la otra mano en mi antebrazo. Cuando me asomo hacia ella y me sonríe, estoy listo para salir de la habitación.
El pasillo es largo y vacío, no hay colores, solo matices, deprimentes tonos apagados sin brillo. Oigo zapatos conectar rápidamente contra el duro hormigón y hacen eco en mi cabeza. A lo lejos, solo puedo distinguir la radiante voz de Matt a través de un micrófono mientras le dice a la multitud sobre la historia detrás de Dom y de mí. Una y otra vez repite cuánto nos odiamos, y casi puedo sentir el
crujido de la emoción penetrar las paredes y desplomarse sobre mí. A medida que me acerco a las puertas, la adrenalina aumenta, haciendo que mis venas se llenen de espesor y mi cabeza dé vueltas. Es una sensación que voy a extrañar una vez que lo deje.
Me detengo mientras Damian y Luciano dan un paso delante y empujan las puertas. El sonido de los grandes aplausos del público causa que se me ponga la piel de gallina en la parte trasera de mi cuello y se extienda por encima de mi cráneo. Mi mirada se asienta sobre el cartel que cuelga detrás del escenario. Es de Dom y yo. Mi foto es antigua, de la primera vez que firmé con la MMAC, y el
recuerdo me hace hacer una mueca. Me muevo con rapidez, haciendo mi camino al escenario delante de mí.
Paula se mantiene conmigo, tomando pasos más largos para que coincida con el mío. A medida que rodeo la parte delantera del escenario, ella me da un último apretón de tranquilidad y suelta mi mano. La dejo deslizar sus dedos de los míos mientras ella se detiene y yo sigo adelante, inclinando mi cabeza hacia abajo para evitar los flashes de las cámaras que se disparan desde todas las direcciones.
Luciano y Damian están cerca detrás de mí, y una vez que estoy por las escaleras y en el escenario, no pierden el tiempo. Saco mi camisa por encima de mi cabeza y la tiro hacia Luciano. Uno por uno me quito los zapatos y tiro de mis calcetines. El aire acondicionado ondulante de la rejilla de ventilación por encima de mí es frío en mi piel y me paso rápidamente por debajo de él con en el pop del botón para bajar mis jeans.
Ignoro los silbidos mientras arrastro mis jeans por mis piernas y les doy unas patadas en un montón en el suelo.
Miro hacia abajo a mis apretados, pantalones cortos azules.
Me hacen sentir más femenino de lo que me gusta, pero es esto o ir desnudo, y hoy, no estoy de humor para mostrar a todo el mundo mi basura.
Me dirijo al escenario hacia Matt y Dom. Miro a Matt en primer lugar, que se encuentra con orgullo en su caro traje negro, sonriéndome como si fuera su persona favorita en el planeta. Le doy un sutil movimiento de cabeza antes de mirar a Dom que, para mi sorpresa, no tiene la arrogancia en su rostro de siempre.
Sus cejas están fruncidas, sus ojos oscuros y castigadores.
¿Él se está tomando esto en serio? ¿Por una vez en su vida va en serio? Le sonrío. Finalmente.
Doy un paso en la báscula y mantengo mis ojos hacia abajo, ya que se balancea entre el peso correcto y el sobrepeso.
Una diferencia de un kilo es todo lo que tengo. Cuando los comisionados detienen el pulsado de la barra, que se
encuentra en el cuadrado sobre los ochenta y siete kilogramos. Ese es un número bueno para un peleador de peso semipesado y ni siquiera tuve que desnudarme.
La multitud estalla de nuevo y más fotos se sobrevienen.
Después, estoy ahí para mis destinados cincuenta segundos de más, doy un paso fuera y camino hacia Damian y Luciano, para que me entreguen mi ropa. Me las arreglo para deslizarme solo en mis pantalones vaqueros antes de que Matt me agarre del brazo, haciendo caer mi camisa al suelo.
Él me lleva de nuevo hacia el lado del Dom.
―¿Fotos, en serio? ―me quejo en voz baja, pero Matt me ignora.
La sesión de fotos... la única cosa que quería evitar más que al mismo Dom.
Me detengo justo en frente de Dom y elevo mis puños. Él sigue mi ejemplo, elevando sus propias manos gigantescas.
Nuestras caras están a solo seis pulgadas de distancia y sonrío hacia su cara grande y brutal que se contorsiona
en una mueca de desprecio.
―Ella no lo sabe, ¿verdad? ―murmura y el tiempo abandona mi cuerpo, mi sonrisa cayendo de mi cara.
―¿Quién no sabe? ―interviene Matt.
Muevo mi mirada hacia él, sonriendo cortésmente ante las cámaras. La comprensión ilumina su cara y él me sonríe.
―¿Paula no sabe lo que hiciste? Joder, es mejor rezar para que no se entere.
―Si ella lo sabe o no, no es tu puto asunto ―gruño, cada vez más cerca de él. Mis dedos se crispan con las ganas de conducir mis puños al estómago de los dos. Pero no lo hago. Si actúo, solo va a atraer más atención y más preguntas. No puedo arriesgarme a que Paula lo averigüe antes de que se lo diga. Tengo que ser yo el que se lo diga.
Tengo una mejor oportunidad de redención de esa manera.
―Sería una pena si alguien fuera a decirle ―dice Dom, y sin pensar... yo reacciono.
Lo golpeo en el pecho con tanta fuerza que escucho el aire forzado salir de sus pulmones. Se tambalea hacia atrás dos pasos gruñendo y lanzando hacia delante. Planto mis pies y me preparo para el impacto, pero Matt Somers se planta de inmediato en el camino de Dom, presionando sus manos planas contra el estómago de Dom. Dom se detiene inmediatamente, al no tener las bolas para empujar a través de su jefe. Si fuera yo, habría aplastado a Matt Somers donde él se encontraba. Esa es la diferencia entre el Dom y yo. Hago lo que quiero y él hace lo que se le dice. Un golpe firme en mi espalda me dice que Luciano está cerca en caso de que algo se vaya abajo. No es que necesite de su ayuda para destruir a cualquiera de los hombres que están ante mí.
―La tensión es buena, la pelea es mala ―me ladra Matt. Él mira a Dom―. Agarra el resto de tu ropa y lárgate.
Observo mientras el entrenador de Dom le entrega su camisa y él la desliza por su cabeza. Saluda a la multitud que lo vitoreaba antes de bajar del escenario.
Mantengo mis ojos en él mientras da un paseo a lo largo de la parte delantera, charlando con la gente a su paso. Matt está en mi oído, castigándome por algo, pero opto por no oírle. Toda mi atención está en Dom, que camina más y más hacia Paula. Me relajo un poco mientras él pasa por delante de ella sin mirar en su dirección hasta que un reportero lo llama en voz alta y lo tira hacia atrás por lo que está de pie junto a ella. Ella se cruza de brazos y a centímetros de él, también lo hace Vanesa. Él no se da cuenta de Vanesa en un principio, hasta que Vanesa lleva Paula por el brazo y trata de hacer que se mueva. Es entonces que veo la enorme sonrisa dibujarse en los labios de Dom. Me doy la vuelta y empujo a través de Luciano y Damian haciendo mi camino hacia ellos.
―¿Pedro? ―Oigo la llamada Damian, pero sigo en movimiento.
Observo y camino mientras Dom saca casualmente su teléfono del bolsillo mientras él habla con el reportero. La reportera con el cabello negro largo y ojos grandes saca de un bolso de documentos un periódico para Dom.
―¡Dom! ―grito, tronando por las escaleras. Sus labios se contraen, pero él no me mira. Le entrega el periódico a Paula y yo ya sé lo que está en la primera página. Ella lo alcanza, pero Vanesa lo arrebata fuera del camino, apretándolo contra su pecho. Paula le frunce el ceño a ella y luego a mí antes de poner los ojos en Dom. A medida que se aleja, Dom la agarra del brazo y la jala de nuevo, empujando su teléfono en su rostro. Al ver su cuerpo sobre el de ella me siento mal del estómago. Ella observa lo que está en la pantalla y todos sus rasgos se contorsionan juntos. Me detengo a unos pocos metros de ellos y Vanesa lentamente se aleja, nerviosamente torciendo el periódico en sus manos.
Todo el minuto que ella mira el vídeo en la pantalla se siente como una eternidad. Cada vez que ella se estremece o se encoge, mi corazón se contrae en mi pecho... y finalmente, sus ojos verdes se mueven hacia mí y veo su corazón roto.
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