viernes, 18 de abril de 2014

CAPITULO 52



Mis ojos revolotean hasta abrirse y toma un tiempo adaptarse a la luz del sol que se filtra a través de la brecha en mi cortina. Cierro los ojos y me doy la vuelta. Extiendo mi brazo al otro lado de la cama, pero mi piel sólo encuentra el colchón frío. Me siento y me restriego el sueño de mis ojos pesados. En la almohada hay una carta con mi nombre escrito en rotulador color rosa. La letra de Pedro es horrible y escribió mal mi nombre la primera vez y lo garabateó. Lo consiguió en su segundo intento, sin embargo. En la mesita de noche hay un bloc de notas vacío abierto con una página arrancada.
La abro y no puedo evitar la sonrisa tonta que se extiende sobre mi cara. Toda la carta está escrita en rotulador color rosa. Pobre chico, supongo que no pudo encontrar una pluma.
 
Pau 
Me fui a entrenar.
Te envío un mensaje más tarde.
Pedro :)



Mi corazón palpita ante el apodo “Pau”. Estoy tan contenta de que eligiera ese en lugar de “Paupy”. Me deslizo fuera de la cama y pongo la nota en el cajón de mi mesita de noche. Miro el reloj. Son sólo las 7 a.m. Todavía tengo un hora y media antes de tener que estar en el trabajo. Odio trabajar los sábados. Gracias a Dios, hoy es mi última jornada de trabajo hasta el martes. Saco mi bata de seda del gancho de detrás de la puerta y me deslizo en ella. En la sala de estar, Vanesa sigue durmiendo en el sofá. Su rostro está arrugado en una mueca agria y me río mientras me dirijo a la cocina. Uno de sus ojos se abre y está enrojecido e hinchado.
―¿Dónde estoy? ―gime, tratando de incorporarse. A mitad de camino,se da por vencida y se vuelve a recostar.
―Estás en mi casa. Pedro te trajo anoche.  
Vanesa arroja un brazo sobre sus ojos, protegiéndose de la luz de la mañana. Hombre, no la envidio justo ahora.
―No recuerdo nada después de que llegamos a Heaven’s y Luciano pidió una ronda de tragos para todo el mundo.
―Festejas muy duro ―le digo, encendiendo el hervidor. Saco un frasco de café instantáneo de mi alacena. Siempre tengo algo aquí. Siempre que Vanesa tiene una borrachera de una noche exige café a la mañana siguiente.
Si no lo tiene, no funciona y cuando no funciona, es el fin del mundo. Todo es una molestia para ella.
―¿Café? ―ofrezco cuando el hervidor comienza a burbujear hasta hervir.
―Buen Dios, sí.
Se levanta del sofá y arrastra a su lamentable ser a la cocina. Saca la leche de la nevera y me la entrega. Sus manos tiemblan cuando camina al cuenco sobre el banco de la cocina. Es el lugar donde guardo todas mis cosas médicas como tiritas, Betadine y Advil. Vanesa saca dos calmantes de su envoltorio y los arroja en su boca. Se inclina sobre el lavabo y ávidamente traga agua directamente del grifo. Cuando se endereza y se vuelve hacia mí,no puedo evitar el estallido de risa que viene de mi boca mientras agito la leche en su café. Se ve como la mierda. Su maquillaje está manchado y corrido y sus ojos están muy pesados. Sus habituales mansos rizos rubios están envueltos en un gran lío complicado y hay un gran chupetón en su cuello.
―Así que… Luciano, ¿eh? ―insinúo, entregándole su café. Me doy la vuelta y saco una barra del armario y la desenvuelvo. Ella bebe con avidez el café.
―No lo hiciste lo suficientemente caliente ―se queja.
―De acuerdo. ―Me encojo de hombros. No hago cafés a menudo―. Y no cambies el tema.
―Luciano es un amor ―dice, evitando el contacto visual.
Entrecierro mi mirada abiertamente hacia el mordisco de amor púrpura en su cuello y me quedo mirando hasta que ella comenta.
―No he dicho que fuera un santo. ―Se ríe―. Es diferente a los chicos por los que usualmente voy. Vamos a ir a cenar en algún momento pronto para llegar a conocernos mejor antes de que nosotros… ya sabes.
Casi me ahogo con mi barra de granola.
―Jesús, Vanesa se está tomando el tiempo para llegar a conocer a un chico antes de dormir con él. Nunca pensé que vería ese día.
―Cállate. No todos vivimos en un camino estrecho, ¿sabes? A algunos de nosotros nos gusta explorar el entorno.
Le sonrío. Tirar de sus cuerdas mientras tiene una resaca es uno de mis pasatiempos favoritos.
―Tengo que ir trabajar pronto, así que me voy duchar y prepararme. ¿Necesitas que te deje en tu casa? ―pregunto. ―No, probablemente voy a relajarme aquí hasta que regreses.  
―Está bien, pero no vayas a revisar mi armario de nuevo. No necesito ropa nueva. Me gusta la que tengo.

CAPITULO 51



Sus palabras me golpearon como una tonelada de ladrillos y siento ganas de llorar. Me encuentro haciéndome las mismas preguntas una y otra vez. ¿Por qué está aquí? ¿Por qué no está por ahí follando chicas y golpeando cosas?
Me alejo de su agarre y me siento.
―No espero nada de ti, Pedro. No eres mío y ya has dejado claro que no soy tuya, aunque esta es la segunda vez que has dormido en mi cama.
Siempre estás sobre mí, siempre haciendo cosas agradables, pero luego lo destruyes con palabras duras. No quiero esto. No quiero esperar por ahí tratando de descifrar qué juego estás jugando conmigo.
Pedro me agarra y trato de escaparme, pero se inclina hacia delante,agarrando mi muslo y mi brazo, tirando de mí de nuevo hacia él. Mi pecho se alinea contra el suyo y el olor que emana de él es embriagador. Envuelve una pierna alrededor de las mías, fijándome a su duro cuerpo. Sus labios se rozan contra los míos y mi respiración se ralentiza. ―Te necesito, Paula. ―Sus manos acarician mi cabello y luego mis hombros. Mi piel hormiguea y me presiono con más fuerza contra él―. No puedo soportar estar lejos de ti. Hago cosas agradables y digo estupideces,porque tengo miedo. Pensé que iba a hacerte daño, pero esta noche cuando te fuiste, y las chicas de promoción que suelen hacerme compañía después de una pelea entraron en mi habitación, me di cuenta de que nunca te haría daño, no así. ―Sus labios besan suavemente los míos―. Quiero que seas mía, pero no estoy listo. Todavía me estoy acostumbrando a la idea de pasar la noche con una chica sin tener sexo.
Me río, a pesar de las súbitas lágrimas que humedecen mi mejilla
―Eres un hombre muy confuso.
―Oh, se pone peor.
Lo beso, desesperadamente y él está sorprendido, puedo sentir la falta de respuesta en sus labios, pero no toma mucho tiempo para que sus fuertes brazos me aplasten contra él y su lengua corra a través de mi labio inferior.
Abro boca y sus labios carnosos me consumen. Rueda su gran cuerpo en mi dirección y se mantiene por encima de mí. Su muslo presiona contra el calor entre mis piernas y yo jadeo. Él está tan tranquilo y sereno, mientras yo estoy jadeando y retorciéndome. Estoy tan tensa, tan caliente y sólo quiero una liberación.
―No puedo tener sexo contigo ―murmura contra mi boca.
Recorro sus costados con mis manos y dentro de sus calzoncillos de algodón. Mantengo la calma y trato de no hacer un gran escándalo por el tamaño de su pene. No es de extrañar que las chicas le pidan más. Sólo he tocado otro pene en mi vida y fue el de Ramiro. El suyo no se compara con el monstruo que tengo en mi mano ahora mismo. Deslizo mi mano hacia arriba por su pene y sus músculos tiemblan cuando rozo mi dedo sobre la punta de su gruesa erección. Por encima de mí se estremece y es tan sexy. Tener cualquier tipo de poder sobre esta bestia de hombre es todo el juego preliminar que necesito.
―Quieres, sin embargo ―bromeo.
 
Se mueve hacia atrás, y mi mano se cae de sus calzoncillos.
―No tienes ni puta idea ―gruñe.
Pedro presiona todo su peso sobre mí y reclama mi boca con su lengua.Cuando se aparta, estoy sin aliento y lista para cualquier cosa.

―Eres una buena chica y quiero que estés segura de que esto es lo que quieres porque no estoy garantizando nada. No hasta que esté listo. ―Su voz es pecaminosamente oscura en mi oído y cuando su respiración caliente entra en contacto con mi piel, las corrientes eléctricas ondulan a través de mí.
Hago correr mi lengua por su cuello suave, limpio y muerdo el lóbulo de su oreja.

―Esto es lo que quiero… pero tal vez no en este momento.
¿Qué diablos estoy diciendo siquiera? ¡Lo quiero ahora! Lo quiero demasiado, pero no estoy dispuesta a perder su compañía. ¿Qué pasa si hacemos esto y decide no pasar más el rato? He visto la forma en que trata a las chicas… No quiero ser una de ellas. Dice que quiere hacerme suya y no quiero nada más que creerle, pero no puedo poner mi confianza en él.Todavía no.
Pedro sale de mí, llevándome a su lado. Me gusta estar aquí. Me gusta estar metida bajo su brazo y reconfortada por su calor, pero no será así para siempre.

―Buenas noches, Paula ―murmura, apretando mi hombro.
―Buenas noches.

Me acurruco más apretada en su costado. Espero que en las próximas semanas, pueda decidir qué demonios voy a hacer con él. Es sólo un poco de diversión. ¿Está bien?, me pregunto. No puedo dejar de sentir que ha pasado más allá del punto de diversión. Diversión hubiera sido dormir juntos la noche que me llevó a casa del club. Pasar noches sin sexo juntos parece más serio que diversión. Expulso una exhalación silenciosa de mis labios y me hago la misma pregunta que siempre me hago en presencia de Pedro. ¿Qué estoy haciendo?

CAPITULO 50



―¿Tú y Vanesa…?
Él me mira por debajo de sus pestañas largas y oscuras.
―¿Qué, si tuvimos sexo?
Él sabe qué es lo que quiero decir, pero quiere que lo diga. No importa si lo hicieron, ¿verdad? Porque Pedro y yo no somos nada… Ni siquiera estoy segura de sí somos amigos. ―No, no lo hicimos.
El alivio llena mi pecho y no puedo evitar la sonrisa que tira de las comisuras de mis labios.
―Ella es tu amiga y es un poco… demasiado, para mí. Además, estuvo con Luciano durante toda la noche.
Supongo que Luciano es el amigo con el que estaba hablando cuando me fui esta noche.
―Pero sí cuidé de ella por ti. ―Las yemas de sus dedos acarician mi rótula y luego hacia arriba por mi muslo. Debajo de su toque, mis músculos tiemblan de deseo―. Luciano quería llevarla a casa, pero no lo dejé. Ella estaba demasiado borracha, así que la traje aquí.
Su cabeza descansa sobre mi estómago y paso los dedos por su cabello.
―Todo el mundo se fue a casa con sus putas y todo en lo que podía pensar eras tú.
―Vaya, gracias.
―No quise decirlo así, y lo sabes.
Las almohadillas ásperas de sus dedos rozan mis piernas desnudas e inclino la cabeza hacia atrás para disfrutar de ello. Es difícil de creer que estas manos dominaron brutalmente otro hombre más temprano esta noche.
Las mismas manos que golpean duro y rápido contra la carne ahora están acariciando suavemente mi piel. Jadeo cuando me sube arriba de él de un tirón por lo que mis piernas caen a cada lado de sus muslos. Su longitud presiona con fuerza contra sus vaqueros y en mi centro. Mi aliento se acelera, pero intento mi mejor esfuerzo para ocultarlo. Sus ojos llenos de lujuria se clavan en los míos y estoy completamente deshecha. Si me toca,me hallará empapada y lista, pero no quiero que me toque ahí… porque tiene razón. No puedo separar mis emociones del sexo y he desarrollado sentimientos por él. Sentimientos extraños y confusos. Un bulto seco se forma en mi garganta y trago fuerte mientras su frente descansa contra la mía.Sus labios están ligeramente abiertos y su cálido aliento acaricia mi rostro mientras sus manos rozan mis muslos. Un escalofrío recorre mi espalda y Pedro sonríe con esa sonrisa confiada que me gusta tanto.
―¿Qué estamos haciendo, Pedro ? ―digo.  
―Puedo pensar en un montón de respuestas a esa pregunta.
Me deslizo fuera de él y me siento en la cama.
―Sabes lo que quiero decir.
No sé lo que quiero que diga. No espero ningún gran gesto romántico o que declare sus sentimientos hacia mí. Sólo quiero honestidad. Quiero respeto.
―No sé, Paula ―afirma, cayendo de espaldas contra el colchón. Sigo su ejemplo y me acuesto junto a él. Sus grandes manos restriegan su rostro y exhala. Tal vez, es demasiado tarde en la noche para tener esta conversación
ahora, o tal vez era demasiado pronto en nuestra “relación”. Tengo que trabajar por la mañana y no puedo permitirme perder mucho más sueño.
Tiro de su brazo y me levanto de la cama para apagar la lámpara. Nos arrastramos a la parte superior de la cama y yo me meto bajo las sábanas.
Pedro se desabrocha la camisa y se la saca. Odio que la habitación esté a oscuras y no lo pueda admirar. Oigo sus jeans arrugándose en el suelo y mis entrañas chillan como una adolescente cachonda. En mi cabeza, me recuerdo  una y otra vez que no voy a tener sexo con Pedro esta noche. Ya le he dejado entrar debajo mi piel… No le puedo dar el resto de mí porque tengo miedo de lo que va a hacer cuando lo tenga. Sus brazos gruesos y cálidos se envuelven a mi alrededor, tirando de mí más cerca de él. Mi espalda
presiona firmemente contra la parte delantera de su cuerpo, y estoy teniendo problemas para mantener mi cabeza clara. Se siente tan bien. Lo imagino acariciando suavemente mis partes sensibles por detrás, mientras respira en mi oído.
―¿Paula? ―Su voz me sobresalta devolviéndome a la realidad.
―¿Hm?
―Gracias por ayudarme esta noche con todo el asunto de la ansiedad… ―Puedo escuchar la vulnerabilidad en su voz y quiero darme la vuelta y abrazarlo… pero no lo hago.
―No hay de qué. ¿Se pone peor?
La almohada se mueve cuando él asiente.
―Mucho peor. Lo que experimento antes de las peleas es nada. ―Su pulgar acaricia mi muñeca, enviando un hormigueo a través de mi mano como si hubiera golpeado mi nervio sobre una superficie dura―. A veces se pone muy mal y no puedo respirar, en absoluto. 
 ―¿Y no tomas medicamentos para ello? Niega. ―¿Has probado otras cosas, aparte de la medicación, como hablar con alguien? Ya se trate de un amigo o un profesional. ―No, gracias. 
 ―Pedro… 
 ―Deberías ser feliz de que estoy aquí hablándolo contigo. Por lo general, golpeo y follo la ansiedad fuera de mi sistema. Eres la única persona a la que me he abierto, aunque sea sólo un poquito. Nosotros no nos debemos nada el uno al otro, así que por qué mejor no apreciarlo en lugar de empujar por más. ¿Qué esperas de mí?