domingo, 6 de abril de 2014

CAPITULO 12




Pasar la noche comiendo bocadillos y viendo Chicas pesadas fue exactamente lo que me recetó el doctor.

Después de dejar a Vanesa en la firma de abogados de su padre, me fui al gimnasio. Voy a tener que pasar más tiempo en la cinta de correr hoy si quiero quemar todos esos azúcares y grasas trans que me comí anoche. Sin embargo, valió la pena.

Me acerco al edificio y mientras mis dedos se enrollan en la manija de la puerta, me doy cuenta de que estoy sosteniendo la respiración. La dejo salir lentamente y abro la puerta. No lo mires. No lo mires. Fallo miserablemente y mis ojos me traicionan, lanzándose directamente a donde se encontraba ayer. Hago una mueca cuando mi mirada cae sobre el espacio vacío.

Pedro no está aquí.

De repente, mi motivación para estar en el gimnasio disminuye.

―¡Paula! ―Mi papá me llama desde la ventana en el centro de la pared, al menos dos pisos más arriba. Hace señas con su mano, haciendo un gesto para que suba las escaleras.
Voy a la oficina de mi padre, deseando estar de vuelta en la cama para dormir. Entro y cierro la puerta detrás de mí. La oficina de papá es su lugar  sagrado y me siento incómoda estando aquí rodeada de recuerdos de sus artistas marciales y boxeadores preferidos, en cajas de cristal en la pared. 

Mamá no le permitiría tener una “cueva de hombres” en casa, por lo que comenzó una en el trabajo. A veces me preocupa que lleve las cosas demasiado lejos. 

―Hola, papá ―digo, dejándome caer en una silla cómoda frente a su escritorio.


Se levanta de su silla y se coloca una chaqueta. 

―Paupy, necesito un favor.

Sus palabras dejan una sensación inquietante en mi estómago, o tal vez es el uso de mi apodo. Agh. 
―… Está bien. 
―Necesito que atiendas el gimnasio por mí hoy. Esteban está de vacaciones y no tengo a nadie que ordene este lugar. Tengo unas cuantas citas médicas para pruebas al azar. ―Revisa su muñeca como si no fuera gran cosa y de repente me pongo preocupada―. Pero debería estar de vuelta en un par de horas.
―¿Está todo bien?

―Sí, todo está bien. Tu madre está preocupada por mi salud. ―Saca sus enormes ojos de cachorro y sonrío.
―Claro, puedo hacer eso por ti.

―Eres una buena chica. ―Extiende sus brazos hacia mí para que le dé un abrazo y yo salto en ellos. Sus brazos se envuelven a mi alrededor y soy atrapada por ese típico olor a padre. Ni siquiera sé cómo describirlo. En cualquier caso, es reconfortante―. Nunca pondría este estrés en ti si tu hermano estuviera aquí.  
―No es estrés, papá. Es sólo por un día. Creo que puedo manejarlo.

Me entrega una larga lista de todas las cosas que tengo que hacer, cosas por las que se niega a contratar a alguien para que las haga cuando abrió este tugurio cuando yo era pequeña. Cosas como, limpiar los equipos, recoger las toallas, vaciar los cubos donde escupen, evaluar las máquinas y un montón de otros trabajos de mierda que mi padre no debería tener que hacer. 

Ajusta una foto de mi hermano y yo de niños antes de colocar un suave beso en mi mejilla. 
―Gracias. 
Lo sigo desde la oficina y mientras cruzamos el piso del gimnasio hacia la puerta principal, veo a Pedro.

Él está aquí.

Se abre la cremallera de la sudadera con capucha negra y la tira sobre una silla vacía. Sus dedos se curvan alrededor del borde de su camiseta blanca lisa y se la saca por la cabeza, dejando al descubierto una deliciosa e  interminable cantidad de músculos. Sus labios están apretados en una delgada línea cuando toma la bolsa con las manos sin guantes. La forma en que sus puños se conectan con fuerza bruta e ira me hacen pensar que algo está mal con él. Muestra sus dientes ligeramente cada vez que los puños golpean la bolsa y sus cejas están fruncidas, envejeciéndolo.

CAPITULO 11



Alejarme de él es difícil, pero me las arreglo muy bien. Me aseguro de mantener mi mirada baja mientras me subo al auto y tiro la bolsa de Vanesa en su regazo. Ella me mira cuando salgo en reversa del estacionamiento hacia la carretera. Pretendo no notar su mirada fija en mí, pero lo hago y me está volviendo loca. 

―¿Hola? La miro brevemente.

―¿Qué? 
―Um, un bombón te persigue desde el restaurante y no me dices nada. 
Me encojo de hombros. 
―No hay nada que decir. Él tenía tu bolso y yo lo recuperé. Él me siguió hasta el estacionamiento para disculparse por la actitud de su amigo.
Ella aprieta su mano sobre su pecho. 
―Qué amor. ¿Te estás viendo con él?

Me burlo y tal vez empujo un poco demasiado fuerte el acelerador. 
―¿Qué? No, nos conocimos brevemente en el gimnasio esta mañana y…
―¡Cállate! ―chilla―. ¿Él es lo que te hizo olvidar responderme el mensaje de texto? ¿Lo hicieron, tú sabes? 

―¿Tú sabes? ¿Qué edad tenemos, doce? Ella estalla en un ataque de risa y siento mis mejillas ardiendo. 
―No, no lo hice. No soy tú.

Vanesa no tiene el libro de registro de relaciones sexuales más corto o más limpio y ella lo sabe. Vanesa levanta las manos, en señal de derrota.

―Está bien, está bien, pero si lo haces, será mejor que me lo cuentes.Pongo los ojos en blanco.
 
―Lo que sea.

Después del restaurante Vanesa y yo nos quedamos en mi casa por el resto del día. No hicimos mucho. Me ayudó a limpiar y preparar la cena y luego nos fuimos a la tienda a comprar bocadillos para nuestra noche de películas. 

Cuando regresamos a casa, extrañamente no podía dejar de pensar en Ramiro. Desplazo su nombre en mi lista de contactos y lo miro fijamente.

―Tal vez debería llamarlo… ―le digo a Vanesa mientras pone el pollo en la parrilla portátil.

―¿Llamar a quién?

―A Ramiro.

Deja de hacer lo que está haciendo y me enfrenta. Sin previo aviso, su mano golpea firmemente mi mejilla, lanzando mi cabeza hacia un lado. Mi piel quema y la ira hormiguea a través de mi carne.
―¿Qué demonios, Vanesa?

Saca el teléfono de mis manos y lo arroja al salón. Rebota en un mullido almohadón azul y luego cae en mi alfombra peluda color turquesa. 
―No puedes llamarlo. Usará cualquier mierda astuta que pueda para hacer su camino de regreso a tu vida. Te engañó, un millón de veces. Te mereces a alguien mejor que él. 
―Lo sé, pero debería llamarlo y ver si está bien.
Negaba mientras se ataba los rizos en un moño en la parte superior de su cabeza. 
―Él está bien. No te convenzas de que está sentado en casa mirando el teléfono esperando a que llames, porque no lo está. Va a estar fuera en algún lugar ligando chicas y bebiendo hasta desmayarse. Al diablo con ese ruido.
Me aparto de ella para verter la salsa César a la mezcla de ensalada. Sé que no soy la que hizo algo malo, pero, ¿se supone que deje que seis años se vayan por el desagüe como si no significaran nada? ¿Es así como funciona?
Seis años de tu vida es mucho tiempo para darle a alguien. Al menos debería aclarar las cosas entre nosotros, así me sentiré mucho mejor sobre perder tanto tiempo. 
Vanesa termina de mezclar el pollo con la ensalada y deja que se enfríe.
―Tengo que hacer pis ―anuncia, dejando la cocina en busca del baño.
Tan pronto como escucho cerrarse la puerta del baño corro hacia mi teléfono y salgo. Llamo al número de Ramiro y por primera vez en la historia,responde inmediatamente.
―¿Estás follando con un tipo llamado Pedro Alfonso? ―No hay calidez en su voz y eso me sobresalta. 
―Hola a ti también… 
―Respóndeme.

―¿Quién te dijo eso? ¿Y cómo es que sabes quién es? Es nuevo en la ciudad.

―Un amigo te vio con él en el restaurante de carnes y todos los que siguen la MMA de aficionados saben quién es. No quiero que lo veas.

La demanda en su voz me molesta al instante. ¿Cómo se atreve a decirme qué hacer?

―Puedo ver a quien quiera. No estamos más juntos, ¿recuerdas? Rompí contigo.

No niego si estoy o no estoy viendo a Pedro. Ramiro piensa que soy aburrida y sencilla, así que quiero que vea que otros hombres, hombres sexy,me desean. Quiero que vea que lo arruinó.

―Paupy ―Ramiro respira en el teléfono―. Este tipo golpea personas para ganarse la vida. No quiero que estés cerca de él. ―Su tono tiene un borde más suave y casi me llega hasta que oigo una chica en el fondo diciéndole que vuelva a la ducha. No voy a mentir, eso dolió. ¿Por qué siquiera lo llamé en primer lugar? Me gusta el aire entre nosotros así como está, sucio, como él .  
―Voy a continuar viendo a Pedro si quiero. ―Estoy segura de que puede oír el temblor en mi voz, pero estoy agradecida de que no pueda ver mis manos temblorosas―. ¡No te pertenezco, a nadie! ―Cuelgo cuando la puerta del cuarto de baño se abre. 
Vanesa entrecierra sus ojos verdes hacia mí, cruzando los brazos sobre su pecho. 
―Por favor, dime que no acabas de llamar a Ramiro.
Empujo más allá de ella.

―Sí, y te alegrarás de saber que todavía está todo terminado entre nosotros. 
Lanzo mi teléfono en el sofá y me dejo caer en una silla en la mesa de la cocina. El aspecto del pollo grillado en la ensalada me hace la boca agua. A pesar de lo cabreada que estoy, una chica tiene que comer. 

Mi estómago gruñe y estoy más allá del punto de tener hambre. Me siento un poco mareada, pero todo huele tan bien. Ataco mi ensalada comiendo grandes bocados de pollo y lechuga, tragando con gratitud. 
―Entonces ―comienza Vanesa, recogiendo en su ensalada―. ¿Vas a decirme lo que pasó con Ramiro?
―Como que le dije que tenía un nuevo novio ―digo con la boca llena de comida. 
Sus ojos se abren.


―¿Qué dijo?

―Que no quiere que lo vea.

―¿Qué lo veas?

―Le dije que estoy saliendo con Pedro.

―¿Quién es Pedro? 
¿Qué? Estoy a punto de tirarle mi tenedor. 
―El tipo del restaurante de carnes.

Coloca una cuidada mano sobre su boca y se ríe a través de sus delgados dedos. 
―Jesús, Pau. ¿Por qué hiciste eso? 
Casi me hizo gracia.

―Porque Ramiro parece pensar que soy simple y nadie más me querría.Quiero que vea que soy deseable para los hombres, sobre todo para alguien como Pedro que, seamos sinceras, tiene una cara y un cuerpo esculpidos por
Dios mismo. Él puede tener cualquier chica que quiera. 
―No todas las chicas ―dice Vanesa, tratando de hacer una declaración.

Inclino mi cabeza y estrecho mis ojos hacia ella, desafiándola. Incluso Vanesa sabe que cualquier chico guapo que hace batir una pestaña hacia ella y ella irá con él, ni siquiera tiene que ser guapo la mitad del tiempo.
Mastica un pedazo de lechuga, riendo.

―Mentí totalmente. Le dejaría tomarme. Maldición, si hubiera sido él el que pedía una mamada en el baño, lo hubiera hecho y le hubiera pagado.

Escupo ensalada por toda la mesa, sin poder contener la risa. Vanesa se ríe también y pronto, la conversación entre Ramiro y yo sale de mi mente.

Todo lo que quiero hacer es pasar el rato con mi mejor amiga.

CAPITULO 10



Echo un vistazo por encima de mi hombro y le doy una ligera sonrisa.
Sus palabras me emocionan porque suenan casi como una garantía. Vanesa tiene un firme agarre sobre mi antebrazo mientras me arrastra fuera del restaurante. Antes de que saliéramos se voltea hacia el grupo de los chicos y ellos se ríen ruidosamente. Cuando estamos afuera y fuera del alcance del oído le pregunto qué pasó.
―Son groseros ―dice con sencillez.
No presiono el botón de desbloqueo en mis llaves y ella se pone de pie en la puerta del pasajero esperando impacientemente para que la desbloquee.
―¿Por qué son groseros?
―Pensaron que era una prostituta y querían pagar por mamadas en el baño.
La forma en que sus cejas se juntan, formando una pequeña arruga en el puente de la nariz me hace estallar en carcajadas. Apoyo mi espalda contra el auto, apuntalando todo mi peso sobre ella mientras mi estómago comienza a arder. 

―No es gracioso ―gime Vanesa. 

Lágrimas exprimen su camino por el rabillo de mis ojos.
―No me estoy riendo por lo que dijeron. ―Me las arreglo para decir entre respiraciones profundas de aire―.¡Me río porque te ves tan disgustada!


―Estoy disgustada. ―El viento sopla un rizo suave y rubio en su rostro y lo aparta de un golpe―. ¿Puedes desbloquear el maldito auto de Dios para que podamos salir de aquí?
Al pulsar el botón, ella no pierde tiempo en saltar dentro del auto.
Aspiro un par de veces antes de abrir mi puerta y deslizarme detrás del volante.


―Oh, mierda ―maldice Vanesa, dejando caer su rostro entre sus manos.

―¿Qué? ―pregunto mientras mi pecho hipa con una risita restante. ―Dejé mi bolso adentro. ―Bueno, no voy a volver a buscarlo. ―De ninguna manera. 

 Vanesa se vuelve en su asiento por lo que la mayor parte de su cuerpo está frente a mí. Sus grandes ojos verdes tienen un brillo suplicante mientras presiona sus palmas juntas. 

 ―¡Por favor, Pau! Por favor, no me hagas volver allí. Ya estoy lo suficientemente avergonzada así como está. 
 ―¿Te parece que estoy ansiosa por volver ahí? ―Deberías. Tu chico era una total ricura y le gustabas mucho. No, a él le gustaba el hecho de que tengo una vagina, no yo como persona. Aprieto el volante. 
 ―Él no es mi chico. ―Es lo único que logro decir. 

 ―Sólo hazlo por mí y no tendremos que ir al club esta noche. Nosotras… Antes de que termine su oración estoy fuera del auto y marchando de nuevo hacia el restaurante. 

Haría cualquier cosa por evitar ir de clubes. Abro la puerta y suena la campana. Me permito una profunda e irregular respiración antes de levantar la mirada del suelo. 
Varios pares de ojos parpadean hacia mí, pero el único par que veo son los marrones conectados a un rostro muy hermoso. Mi boca se seca al instante y me odio por ello. Él está apoyado en la parte posterior de la cabina de sus amigos con el bolso de Vanesa escondido muy bien bajo su brazo. Tiene las manos metidas en los bolsillos de sus vaqueros y por dentro, me sacudo la cabeza a mí misma. Realmente necesito comportarme como hombre. Odio sentirme tan pequeña y vulnerable frente a él, frente a un extraño. Me obligo a caminar hacia él, sosteniendo mi mano hacia la bolsa de Vanesa. Mira mi palma con una sonrisa, que es más como la contracción de la esquina del labio, pero aun así quiero chupárselo de la cara. Me aclaro la garganta. 

 ―¿Puedo tener el bolso de mi amiga, por favor? Sorprendentemente, él me lo da sin decir nada y lo tomo. Rápidamente, me vuelvo sobre mis talones y me dirijo hacia la puerta, pero antes de hacer eso, su amigo me llama.

 ―¡Oye, tú!   

Dejo escapar una exhalación lenta y me giro, forzando mi sonrisa más cortés. El tipo con el asqueroso bigote me sonríe, dejando al descubierto sus dientes. 

 ―¿Sí? 

 ―Dile que le vamos a pagar extra si vuelve y le agregaré el doble si esos labios carnosos y rosados tuyos están dispuestos a participar. ―Él me sonríe como sí que yo estuviera en el precio fuera correcto y acabara de recibir un acuerdo impresionante. Parpadeo hacia él, repetidamente. Qué. Cretino. El hombre de la gorra roja mira sobre su hombro y me sacude la cabeza, avergonzado por el comportamiento de su amigo. Miro a Pedro y su expresión divertida se convierte en asesina mientras se vuelve a su amigo. 

 ―Muestra un poco de maldito respeto ―exige con una voz que es baja y agresiva, sorprendiéndome. La cara de bigote se desploma un poco en su asiento y cuando sus ojos color avellana caen de nuevo en mí, vuelvo la atención a Pedro. 

―Gracias, pero puedo defenderme. Salgo como una fiera del restaurante y no escucho que la puerta se cierre detrás de mí cuando bajo por la pequeña escalera de hormigón. El temor se escurre a través de mi estómago porque sé que él está detrás de mí. 

―¡Paula! ―llama Pedro, obligándome a caminar más despacio. 

Me giro para enfrentarlo―. Lo siento por mis amigos. Tienden a ser un poco… estúpidos, en presencia de mujeres hermosas. Mi estómago revolotea y mi vista cae al soso hormigón por una fracción de segundo. Nunca hubiera esperado que me considerara como una “mujer hermosa”.

 ―No es tu culpa. No podemos controlar la estupidez de nuestros amigos, no importa lo mucho que queramos ―digo con una sonrisa―. Nos vemos.