martes, 15 de abril de 2014

CAPITULO 41


Estoy bien cuando les damos nuestras entradas a las chicas en los cortísimos shorts y bikinis y estoy bien cuando entramos en la habitación en la que Pedro estará peleando. Es enorme, casi como un estadio. La última vez que estuve aquí, fue para una feria del libro y estaba sosa y vacía, llena sólo de mesas y libros baratos. Ahora, tiene una grada temporal alrededor de toda la habitación, proporcionando un montón de asientos. El ruido atronador de la risa y la charla llena mis oídos y apenas puedo oír mis pensamientos. Siento la sangre drenarse de mi cara cuando mi mirada se posa en una jaula sin techo en el centro de la sala, es circular y cubierta de anuncios y logotipos de los patrocinadores. Vanesa engancha su codo a través del mío y me arrastra por el pasillo hacia el frente de la plataforma.
―¡Paula! ―Apenas distingo la voz de mi padre.
Dirijo mi atención hacia la izquierda y veo su cara feliz y sonrisa amplia. Sacude una mano hacia mí y nos apretujamos para pasar un par de hombres de traje. Los reconozco de la sala de entrenamiento en el gimnasio.
Detrás de mí, oigo a Vanesa reír y decir hola. Cuando me arrastro más cerca de papá, agarra mi muñeca y me jala el resto del camino. Él apenas puede contener su emoción. Lleva puesta una camiseta de color negro con “PEDRO” escrito en la frente y un par de pantalones de mezclilla, metidos dentro de un par de botas de trabajo de color marrón.
―Esto es lo más cerca que he estado en un ring de la MMA ―grita en mi oído.
Miro hacia la estructura intimidante. Aquí es donde Pedro luchará y yo estoy justo aquí. Estoy lo suficientemente cerca como para conseguir sangre y sudor sobre mí y no me gusta. Ni un poco.
El pulgar de papá corre sobre la parte superior de mi mano. ―Estoy muy orgulloso de ti.  
―¿De mí? ¿Qué hice?  
―Estás aquí y sé el gran problema que las peleas son para ti. ―Sus labios delgados se curvan en una sonrisa cálida―. Él debe ser muy especial para ti.  
―Papá, Pedro y yo no somo…  
Alguien me golpea ligeramente mi hombro y me giro para ver a Damian, el entrenador de Pedro. Hay una arruga tallada en su frente y sus labios llenos y oscuros se presionan firmemente juntos.  
Pedro quiere verte ―dice por encima de la charla de los espectadores.
Abro la boca para preguntar para qué, pero no me molesto. Las decisiones de Pedro no suelen venir con razones comprensibles.
―Voy a estar de vuelta ―le grito a papá y Vanesa.

CAPITULO 40



Me deslizo en un par de jeans ajustados negros, tiro de una camiseta blanca y un suéter crema encima de eso. Me enfundo un par de tacones blancos pequeños y cuando estoy a punto de pasar mi cepillo por el cabello,hay un golpe en la puerta. Vanesa saca la cabeza en el cuarto de baño. Su cabello está atado en una bola desordenada en la parte de arriba de su cabeza y la mitad de su rostro está cubierto de maquillaje. Me encojo de hombros mientras camino junto a ella y abro la puerta. Mis ojos se encuentran con un cronómetro familiar. Es el entrenador de Pedro, Damian.  
Lleva puesta una camiseta de color negro con la palabra "coach" cosido en el pecho y sus pantalones son de un extraño color caqui.
―¿Hola? ―pregunto cautelosamente.
―Srta. Chaves, aquí están sus entradas para esta noche. El lugar está en el reverso.
―¿El entrenador hace diligencias personales? ―le pregunto, aceptando las entradas.
Él se burla y sus manos encuentran sus caderas.  
―Síp. Será mejor que él consiga un asistente personal cuando llegue a profesionales porque no firmé por esto. ―Hay una sonrisa en sus labios mientras habla―. Te veré en la pelea. ―Se gira y se dirige a las escaleras. En la parte posterior de la camisa está el apellido de Pedro en grandes letras blancas y sonrío. ¿Cómo conseguí estar tan involucrada en su mundo?
Apenas la semana pasada hubiera afirmado que éramos enemigos.
―¿Quién era? ―grita Vanesa desde la habitación. Cierro la puerta y voy dentro. Muestro rápidamente los dos boletos y ella hace un ruido agudo en su garganta―. Sabía que ser amiga tuya me compensaría un día. ―Me guiña un ojo y yo le saco la lengua.
Pongo las entradas de forma segura en mi mesita de noche y vuelvo al cuarto de baño. Me quedo mirando mi apariencia. Mi cabello es liso y cuelga por mis pechos. Parece tan… simple y sin vida. Necesito volumen esta noche. Agarro mi rizador de un cajón y me ondulo el cabello. No lo hice demasiado loco, lo suficiente para darle un poco de cuerpo y un pequeño giro. Aseguro las partes delanteras de mi cabello hacia atrás y aplique el mínimo maquillaje. Doy un paso atrás para admirar mi trabajo. Me veo sencilla. Me veo bien y eso es exactamente lo que buscaba.
Vanesa se lleva un poco más de lo que esperaba en prepararse. Tenemos que salir dos horas antes de la pelea para evitar el tráfico y las masas de gente. En vez de ello, nos vamos una hora antes de la pelea. Por suerte, no hay pesaje para la clasificación amateur de esta noche de lo contrario sin duda nos la hubiéramos perdido. Conduzco sobre el límite de velocidad para llegar al centro de exposiciones lo más rápido posible. A mi lado,Vanesa cierra de golpe pequeñas botellas de vino. Afirma estar muy nerviosa,pero veo la gran sonrisa en su cara y apenas puede mantener sus piernas quietas. Está más emocionada y está confundiendo la adrenalina corriendo por sus venas como nerviosismo. Yo estoy nerviosa. Me siento enferma y el volante está húmedo por el sudor que se filtra de mis palmas. Cada intersección que paso contemplo hacer una vuelta en U y dirigirme de regreso a casa. Conduzco debajo del centro de exposiciones y encuentro un lugar de estacionamiento justo mientras alguien más está dando marcha atrás. ¡Me encanta cuando eso sucede!
Entro en el lugar y apago el coche. Me tomo un poco de tiempo para sacar las llaves del contacto.
―Paula, las peleas no son un problema tan grande. Es como el sexo, es entre dos adultos que consienten. ¡Es bestial y es divertido! Relájate un poco.  
¿Las peleas no son un gran problema? ¿Soy el único bicho raro que las encuentra terribles? Vanesa cae sobre sí misma mientras se arrastra desde mi coche, exhibiéndome su ropa interior blanca.
―¿Cómo puedes estar ya achispada? ―Me río de ella―. Sólo tomaste dos wine coolers .
―No he comido hoy. ―Endereza su corto vestido blanco y chasquea sus rubios rizos por encima del hombro―. Hagamos esto.  
Inhalo una gran bocanada de aire y lo dejó escapar.  
―Hagamos esto.

CAPITULO 39



Cuando salgo de trabajar al día siguiente, me siento con náuseas y preocupada. En tres horas estaré asistiendo a mi primera pelea y no estoy segura de qué va a suceder. Hazlo por papá. Hazlo por Pedro, me dije todo el día,pero todavía no ayudó a sacudir mis nervios.
Pedro terminó quedándose anoche y la expresión de su cara en la mañana cuando se dio cuenta que nos habíamos acurrucado toda la noche no tenía precio. Se fue temprano y luego volvió con mi coche.
Afortunadamente, la ventana no estaba agrietada.
Después de eso, se fue para ir a su sesión de entrenamiento. Me enteré que entrena dos veces al día durante tres horas cada vez. Cuando llegue a los profesionales va a entrenar tres veces al día a su límite máximo para poder mantenerse al día con todos los demás. Qué horrendo. Le ofrecí una barra de desayuno, pero se rió y dijo que necesitaba algo un poco más sustancial antes de salir corriendo por la puerta.
Conduzco a casa desde el trabajo, mordiéndome las uñas todo el camino. Cuando llego, Vanesa está sentada en mis escalones de la entrada. Le rogué a Pedro que me dejara llevar a Vanesa esta noche. Al principio estaba un poco frustrado porque la culpa por completo de lo que pasó anoche, pero finalmente cedió. La agitación llena mi estómago cuando me doy cuenta que no le he dicho a Vanesa lo de anoche. Necesito hacerlo. Tiene que avisarle a su amiga que Jose no es el tipo de chico con el que se debe estar pasando el rato. Salgo del coche y enderezo mi falda. Las cejas de Vanesa se arrastran frunciendo el ceño y sus labios se tuercen en un puchero. Uh-oh. Conozco esa
mirada.
―Sé que no llego tarde ―digo, subiendo los escalones―. Así que puedes borrar esa mueca de tu cara. ―Ella no se mueve mientras abro la puerta. Cuando está abierta, me sigue dentro.
―¿Qué diablos pasó anoche? ―Chasquea, cerrando de golpe la puerta detrás de ella.
Mi pecho se aprieta mientras un gran nudo se forma en mi garganta.  
―Tengo que hablar contigo acerca de eso. ―Me las arreglo para decir.
―¿Pedro le dio una paliza a Jose porque te acompañó hasta tu coche?¿Qué demonios, Paula?  
Retrocedo por su enfoque interesante, y sin embargo, completamente confuso de la historia.  
―Bueno, primero que todo…
―¿Por qué estaba Pedro allí en primer lugar? Mi amiga me asegura que Jose es un alma caritativa que no quiso hacer nada para provocar a nadie.¡Pedro es un maldito psicópata!  
Yo colapso. No sé qué pasó, pero de repente mi ira voló fuera de las gráficas.
―¡Cómo te atreves! ¡Eres mi mejor amiga! ¡Se supone que tienes que preguntar mi lado de la historia, no entrar arrojando acusaciones! ―le grito
y la cara de Vanesa se drena de color. Da un paso atrás y una lágrima se derrama por su mejilla―. ¡Pedro me salvó de ese mugriento pedazo de mierda quien prácticamente me atacó en el estacionamiento!  
Sus labios tiemblan y sus ojos verdes se ensanchan.
―Sí, eso es correcto. ―Mi voz es todavía fuerte y enojada―. Jose, él no-tan-caritativa-alma estaba demasiado bebido en la cena y me acompañó hasta mi coche. ¡Luego consideró oportuno poner sus manos y su boca sobre mí!  
―Paula, lo siento...
Yo inconscientemente cuento hasta diez… ocho... nueve... diez.  
―No es tu culpa. Me advertiste... después de sobornarme, pero aun así.Puedes decirle a tu amiga que Pedro no fue el problema.
Vanesa se lanza hacia mí y me tira en un abrazo. Le cuento toda la historia. Le digo que estaba un poco demasiado al máximo en la cena y que le envié un mensaje a Pedro en lugar de a ella.
―Pau… Siento que te haya pasado. No pensé que sería tan agresivo…  
―Dile a tu amiga que no debería pasar el rato con él. ―Sacudo la cabeza―. Él continuaba diciéndome que no iba a hacerme daño, pero nunca se puede estar demasiado segura.
Ella tira de un billete de cien dólares de su bolsillo trasero y lo extiende hacia mí, pero me niego a aceptarlo.
Algo no ajusta bien. Tomar el dinero por lo que pasó… se siente mal.
―Me haría sentir mejor si lo tomaras.  
―No lo quiero… No puedo tomarlo.
Discutimos sobre el dinero hasta que lo mete de nuevo en sus pantalones vaqueros.  
―¿Qué hacemos? ¿Se lo decimos a la policía?
Niego.  
―No puedo. Pedro lo lastimó… perdería todo. ―Tragué saliva―. La noche pasada ha terminado. Vamos a nunca hablar de ello y alistarnos para la pelea.  
Vanesa se precipita desde mi sala de estar hasta su coche. Arrastra la misma maleta que trajo cuando nos fuimos de fiesta.  
―Voy a hacerte el maquillaje.  
―No quiero exagerar esta noche, así que haré el mío.  
Ella me mira como si estuviera loca.  
―¿Eres conscientes de que vamos a una pelea, no?  
―Sí.
―Y va a ser grabada y pegada por todo Internet.  
―Sí.
Se encoge de hombros.  
―Haz lo que quieras, pero yo voy a verme bien.