Enciende su cigarrillo e inhala profundamente. Exhala el humo con un suspiro relajado y me mira. Siento mi ceja arquearse y acusar.
—A Luciano no le gusta cuando fumo —dice con una pequeña sonrisa.
—¿Entonces te escondes de él?
—No me escondo… bien, sí, me escondo. Es difícil de tratar y preferiría no frustrarlo.
¿Soy la única que no sabe quién es Luciano?
—¿Él casi golpeó a tu papá? —pregunto de la nada.
Ella sacude su cabeza, casi decepcionada.
—Sí… fue tan jodido. Él no entiende como es papá. Sabes cómo es él, es un idiota, es estricto y espera mucho de mí.
—Sí, pero a ti nunca te importo realmente en lo que él quería que te convirtieras.
Ella se encoge de hombros, balanceándose ligeramente.
—Quizás está entendiéndose ahora. Estoy cumpliendo veinticuatro malditos años y aun actúo como si tuviera diecisiete. Quiero crecer ahora y pienso que estoy lista, pero no sé qué quiero. No sé si quiero seguir viviendo con papá.Quiero viajar. No estoy segura de si quiero estar con Luciano a largo plazo… solo no lo sé —recita de un tirón sus oraciones en orden al azar, pero me las arreglo para mantener el ritmo. Tener conversaciones con Vanesa sobre crecer es algo que nunca pensé que compartiría con ella. Hasta recientemente, ella estaba completamente feliz con su vida despreocupada. ¿Qué ha cambiado?
—¿No sabes si quieres estar con Luciano?
Arrastra una inhalación a través de su cigarro, haciendo que la brasa roja al final se queme brillantemente.
—Él en verdad me gusta —exhala—. Pero no es la clase de chico de a largo plazo…. Y no es como que yo sea la única con la que ha tenido sexo las semanas pasadas.
—¿Qué? Te engañ…
—No es engañar, Pau. No estamos juntos y al momento sucede, estaba ahí también, pero se sintió diferente.
Me estremezco. Por supuesto que estaba refiriéndose a un trío. Me muerdo la lengua y le pregunto si se refiere a algo diferente. No quiero escuchar los detalles sucios de su vida sexual, pero soy su mejor amiga y necesita sacar las cosas, lo que significa tengo que tomar la responsabilidad.
—Normalmente, cuando hago esa clase de cosas estoy bien con eso… pero la otra semana, cuando sucedió me sentí… casi asqueada.
—¿Fue la otra chica?
—No, la otra chica era casi perfecta, prácticamente un diez.
—¿Entonces cuál es el problema?
Vanesa se encoge de hombros.
—Creo que estaba celosa… no quería compartirlo.
—¡Awww! —chillo, envolviendo mis manos en puños como un niño emocionado—. ¡Te gusta él! Como, gustar-gustarte.
Ella niega con su cabeza de nuevo, como si no estuviera feliz por eso.
—No quiero que me guste…
Corre una mano sobre su cara y doy un paso más cerca de ella, ya no importándome sobre el humo de cigarro que me envuelve.
—¿Por qué no? ¿Qué sucedió?
—Él es demasiado… —escucho su voz temblar y ella aclara su garganta—Él es difícil, Paula. Ni siquiera puedo comenzar a explicártelo. No le darás sentido.
—Inténtalo.
Sopla aire fuera de sus mejillas.
—Es muy demandante, siempre necesitando cosas hechas de cierta manera y con el sexo, necesita duro y rápido, dolor y placer, toda esa mierda. Esta dañado,tan malditamente dañado, y sé que no debería molestarme con él, pero no puedo alejarme.
—Si no eres feliz, entonces vete.
—Soy feliz, estoy más que feliz con él, pero no es la clase de chico que estés destinada a enamorarte. Él es el que te follas una o dos veces y luego sigues adelante. No es con quien sientas cabeza.
—¿Y qué si no lo es? Deberías al menos intentar comunicar tus sentimientos con él.
Vanesa se ríe una vez.
—Eres linda, pero Luciano no es Pedro. Él no es cabrón con los chicos y luego lindo y adorable tras puertas cerradas con su chica. Luciano es duro de la cabeza a los pies y no traería nada profundo y significativo con él. No quiero asustarlo.
Abro mi boca para decirle que tome un clavado, pero una puerta balanceándose me interrumpe. Vanesa deja caer su cigarrillo y lo pisa mientras mueve su cabello alrededor de sus hombros. De su bolsillo trasero saca una pequeña botella espray de menta para la boca y lo rocía en su lengua. La observo,curiosamente mientras corre su lengua sobre sus dientes y cambia su peso a su otra pierna como si estuviéramos contemplando entrar en la piscina.
—Iba a sugerir ver una película, pero nadar desnudos suena mucho más divertido —anuncia Luciano, tirando su ajustada camisa sobre su cabeza y exponiendo su estómago ondeado. Vanesa se ríe, tirando de su propia blusa. Esta luciendo un poco más suave estos días, más curvilínea. Es increíble lo que unos kilos extra pueden hacer para tu atractivo sexual. Su cuerpo esta curvilíneo y Luciano lo aprecia, también. Incluso en el leve brillo de la luz de la piscina puedo ver como sus ojos con avidez beben sus características mientras ella desliza su pequeña falda negra abajo por sus piernas.
—Mantén la ropa interior —suplico cuando el dedo de Luciano se curva alrededor de la ropa interior de Vanesa y tira de ella más cerca de él—. Por mi bien.
De repente, luces brillantes dentro de las rocas rodeando el borde de la piscina se enciende y ya no tengo que depender de la escasa luz en el fondo de la piscina como mi principal fuente de luz. Miro alrededor del patio, pensando en todas las características que me perdí en la oscuridad. La piscina es estándar, forma de gomita rodeada con rocas oscuras, dando el efecto perfecto de “laguna”.
Mi mirada sigue la piscina desde las escaleras de la casa de la piscina, a través del agua, sobre el spa y en una hermosa, amplia tumbona debajo de un hermoso como toldo de roca oscura.
Luciano y Vanesa pasean de la mano hacia los escalones y se sumergen en el agua. Se ríen y hablan en susurro mientras me siento en el borde, sumergiendo los pies en el agua fresco.
—Lograste hacerlos mantener sus ropas. Bien hecho. —Pedro se ríe,sentándose junto a mí y sumergiendo sus piernas en el agua.
Vanesa se ríe mientras Luciano tira de ella hacia él. Miro justo a tiempo para ver su lengua salir y lamer su labio inferior.
Me río.
—Tengo el sentimiento de que no va a durar mucho.
El tobillo de Pedro se engancha alrededor del mío y miro abajo a nuestras piernas. Me gusta Pedro en pantalones cortos. Me gusta ver la definición de sus pantorrillas, tan gruesas y perfectamente formadas.
Miro de vuelta a Vanesa y Luciano. Para mí, son la pareja perfecta. Ambos hermosos, ambos divertidos y despreocupados… observo cuando la boca de Luciano se hunde en la garganta de Vanesa y ella jadea, hace un gesto de dolor... y ambos sin vergüenza de tener una audiencia. No pensé nada de eso hasta que la ropa interior negra de Vanesa flota cerca de Pedro y yo.
—Hora de irse —me quejo, sacando mis pies del agua.
Con una risa cansada, Pedro se levanta y me sigue. Camina cercanamente detrás de mí al volar del patio de la piscina y regresar al área de barbacoa. Tomo mi teléfono y reviso la hora. Siete y cuarto.
—Probablemente debería irme ahora… —le digo con un pequeño mohín.
Quiero quedarme con él, para finalmente dormir en sus brazos otra vez, pero no puedo. No esta noche. Con un pequeño asentimiento, Pedro va dentro de la casa y recupera las llaves de su auto de la banca. Lo sigo a través de la casa, pisando sobre cajas vacías y periódicos apretujados, antes de finalmente salir por la puerta frontal. Mientras caminamos por el camino, Pedro entrelaza sus deseos a través de los míos.
—¿Te quedaras conmigo mañana en la noche?
No puedo evitar sonreírle. Como si necesitara una invitación.
—Absolutamente.
Nos acercamos a su Range Rover blanca y abre la puerta para mí.
—Siempre un caballero —digo, deslizándome en mi asiento.
—Un caballero, ¿dices?
—De pies a cabeza.
Sus labios se curvan en su sonrisa característica.
—Tendremos que cambiar eso.
Él cierra mi puerta y rodea el auto, subiendo detrás del asiento del conductor.
—¿Por qué quieres cambiar eso? —le pregunto por curiosidad. Ser un caballero es una cosa buena.
—No me va, soy todo menos caballeroso.
—No estoy de acuerdo. Eres muy cuidadoso… —pienso sobre mis palabras
—… cuando quieres serlo.
—Sí, bueno, no le digas a nadie. Golpeo caras para vivir, recuerdas. —Me sonríe y enciende el auto—. Ser gentil no hace mucho para ayudar mi factor de intimidación.
Va en reversa fuera de la entrada y observo su cara. El pequeño tirón feliz en sus labios hace a mi corazón revolotear. Creo que lo hago tan feliz con mi presencia.
Yo.
Paula
La chica que se rehusaba a dejar su larga relación de mierda con su novio infiel, la chica cuya experiencia sexual se reduce a dos, la chica quien ignoró sus responsabilidades de trabajo en el momento que alguien atractivo mostró interés en ella, y la chica quien es demasiado simple cuando se pone contra la apariencia de Pedro y su personalidad extrovertida. Extrañamente, él me ve como igual…
como si fuera tan intensa y atractiva como lo es él.
—No me dijiste cuál es tu posición sexual favorita, por cierto —dice él, humedeciendo su labio inferior con su lengua. —Me gustan todas.
—¿Todas? ¿No tienes una favorita específica?
Me encogí de hombros.
—Tú no la tienes.
—Lo hago, pero seguro como el demonio que no iba a compartirla con Vanesa y Luciano.
Cruzo mis brazos.
—Bien, entonces, ¿cuál es?
Él me mira de lado y luego de vuelta al camino.
—¿Quieres saber?
—Sí.
—¿Realmente quieres saber?
Golpeo mis palmas en mis piernas, impaciente con su tortura.
—¡Pedro, vamos!
—Contigo, es el misionero.
Una risa fuerza su camino arriba por mi garganta y cubro mi cara con mis manos.
—¿El misionero?
—Sí, el misionero. —Parece casi ofendido—. ¿Qué está mal con eso?
Acomodo mi cabello detrás de un oído y tiro mis manos lejos de mi cara.
—Nada está mal con eso. Solo asumí que tendrías una favorita que sería un poco más… sucia.
—No me tomes a mal, me gusta las otras casi tanto, pero contigo el misionero es mi favorito. Me gusta estar cerca de ti.
Mi pecho deja de moverse con las risas cuando una expresión casi tímida cruza los rasgos de Pedro.
—Me gusta estar cerca de tus labios… me gusta sentir tu aliento en mi cara o en mi oído y me gusta cuando tus manos se deslizan sobre mis brazos y hombros.
Me mira de nuevo, conteniendo una sonrisa.
—Como sea, ese es mi razonamiento. ¿Cuál es tú favorita?
Fruncí mis labios contemplando decirle o no. No quiero porque mi posición no es la misma que la suya y no hay manera que pueda elaborar una razón tan dulce como esa. La verdad es, la posición que más me gusta es puramente por razones primitivas. Me gusta tener a Pedro debajo de mí y entre mis piernas. Me gusta tomar control de él por un cambio.
—Todas las de arriba.
Se ríe una vez y golpea el volante.
—Sabía que no ibas a decirme, ¡soy tan incauto! Supongo que vamos a tener que hacerlas todas.
—¿Todas?
Aprieto mis muslos más fuerte ante el pensamiento.
Él asiente.
—Decidiré cuál te vuelve más loca.
Ruedo mis ojos.
—Por supuesto que convertirías esto en un reto.
—Demonios, sí, y puede que sea mi reto favorito, incluso.