lunes, 10 de noviembre de 2014

CAPITULO 267



PEDRO



Sabes, mi padre me prometió que eras un buen hombre... él respondió por ti cuando nadie más lo hizo. Por favor, no lo hagas quedar como un mentiroso. Vuelve a casa conmigo, Pedro... te amo.


Su triste voz juega a través del altavoz de mi teléfono y yo rastrillo mis dientes sobre mi labio inferior para que deje de temblar. Oírla tan destruida y sabiendo que es por mi culpa hace que sea mucho peor.


―¡Joder! ―grito mientras lanzo mi teléfono contra la pared de hormigón.


Impacta con tremenda velocidad, enviando piezas del teléfono en todas las direcciones. Lo dejo en el piso, sigo bajando por el pasillo hacia la habitación de Damian. Sé que me va a dar un buen consejo o me ayudará de alguna manera. No era mi intención dejar a Paula... me entró el pánico. Yo inconscientemente sabía que la prueba sería positiva... pero no me esperaba que fuera, si eso tiene algún
sentido. No estoy preparado para esto. Un niño es un gran problema y no sé qué demonios voy a hacer.


Lo que me estás diciendo. ―Su voz se quiebra―. No es algo que un marido debería decirle a su esposa...


Dejo caer mi cabeza. Le dije que se deshiciera de nuestro hijo... más o menos.


No era mi intención decirle que se deshiciera de él. No quiero eso, en absoluto, pero lo dije una vez y ya estaba dicho, me pareció una buena solución. Siempre podemos intentarlo de nuevo cuando estamos listos, ¿no? Soy un idiota... un sin corazón, un idiota egoísta.


Llamo a la puerta de Damian y espero unos segundos. No espero que él vaya a responder. Lo he cabreado bastante mal hoy y no sé si puedo dar vuelta a eso.


Lo que sí sé, sin embargo, es que necesito su consejo más que nada en este momento. Lo necesito para darme patadas en el culo y que me envíe de vuelta de arriba con Paula, quien probablemente está llorando hasta dejar su culo fuera y no estoy seguro si alguna vez me va a ver de nuevo. Necesito que alguien me diga que no es una gran cosa y que debería dejar de ser egoísta y estar feliz,
emocionado, incluso.


Para mi sorpresa, la puerta se abre casi de inmediato.


―Tenía la sensación de que iba a verte. ―Se estremece―. Por desgracia, estoy un poco sorprendido con este ridículo disturbio en el noticiero, por lo que tendrás que volver más tarde.


Intenta cerrar la puerta, pero atasco mi pie evitando que se cierre.


―Se trata de Paula.


Damian sonríe.


―¿Ha tenido el suficiente sentido común para dejar tu culo?
Niego.


―Está embarazada.


La postura de su cuerpo cambia y deja caer su mano de la empuñadura.


Damian siempre espera que haga algo estúpido por lo que no a menudo lo sorprende como ahora.


―Está…


―Eso es correcto. Paula está embarazada.


Da un paso atrás de la puerta, y me da suficiente espacio para deslizarme dentro. Me observa de cerca sorprendido como todo el infierno cuando entro en su habitación y paseo por el pasillo. Su habitación es agradable, un poco demasiado pequeña, pero aun así está bien. Entro en la sala de estar, y por supuesto, el motín del que estaba hablando era el que Luciano, Vanesa, y yo empezamos en el casino Aria. La vista de ello hace que mi estómago se revuelva.


Mientras me dejo caer en un sillón de cuero, Damian se inclina para el mando a distancia de la mesa de café y apaga el televisor.


Paula, ¿qué estás…?


―Lo sé, ¿qué voy a hacer? No necesito esta distracción a tan solo dos semanas para la pelea.


―No. ―Se cruza de brazos, por lo que su camisa naranja brillante se aprieta alrededor de su bíceps―. ¿Qué estás haciendo aquí? ¡Tienes que estar el piso de arriba con tu esposa!


Una sonrisa divide su cara y baja hasta el borde de la mesa de centro, justo en frente de mí.


―¡Vas a tener un bebé!


Arqueo una ceja. ¿Está feliz?


―Espera... ¿qué? ¿Estás de acuerdo con esto?


Su sonrisa no decae.


―¿Por qué no iba a estarlo?


―Yo... Yo supuse que estarías enojado. Un niño es una gran distracción.


Sus cejas cuidadas tiran juntas.


―Debería pegarte. Un niño es una bendición, no una distracción, y esa es la actitud que me hace pensar que has absorbido más del estúpido consejo de tu padre que de los míos.


―¿Una bendición? Bueno... Nunca pensé de esa manera. ―Aun así, la palabra no alivia el miedo absoluto de ser el cabeza de una familia, una familia real con un niño y todo―. La cagué ―gimo, dejando caer mi cabeza en mis manos.


―Vas a tener un bebé, estoy seguro de que Paula se atreve a perdonarte lo que pasó hoy.


―No. ―Niego―. No se trata de eso. Yo... le dije a Paula… que no estoy listo para un bebé, Damian. Me asusté y le grité y le dije que… ―Jesucristo. Ni siquiera me atrevo a decirlo. Estoy más jodido de lo que pensaba.


Damian no necesita una explicación más detallada. El silencio le dice todo, y cuando bajo mis manos, la mirada de disgusto solidifica su silencio.


―¿Qué demonios te pasa? ―exige. Su voz es baja y atada con una amarga decepción―. Es tu esposa... no algo de una noche que recogiste en un club.


―Eso lo sé.


―Entonces, ¿por qué la tratas como eso?


Dejo caer mi mirada a la alfombra. No tengo nada que decir a eso... No puedo objetar algo que es cierto. No puedo decir que la he estado tratando como la princesa que le prometí a su padre o la reina que le prometí a su hermano el día de nuestra boda.


―Tengo miedo ―murmuro. No creo que eso sea algo que alguna vez haya admitido en voz alta antes.


―Lo sé. La primera vez siempre es la más temible, pero para mañana, vas a llegar a un acuerdo con ello. ―Me golpea la rodilla―. No te puedes ocultar aquí, Pedro. Tienes que ir arriba.


Casi me estremezco. Paula no va a querer verme. ¿Y si quiere terminarlo? ¿Dejarme por lo que le dije?


―Si piensas que no quiere verte, entonces eres más tonto de lo que pensaba ―dice, leyendo mi mente.


―Le dije que cuando tuviera hijos, no quería pelear más... ―Su cara se mantiene neutral y me aclaro la garganta―. Si voy a hacer esto... entonces Dom es mi pasado, Damian.


No sé lo que estoy esperando que dijera... ¿tal vez que me llamará egoísta?


Tal vez que me dijera que puedo tener ambas cosas. Espero con ansiedad hasta que asiente, finalmente, y con una sonrisa orgullosa, dice:
―Así que voy a llamar a sus abogados en la mañana. Tenemos pruebas más que suficientes para reclamar un incumplimiento de contrato. Si quieres, te sacaré.


―¿Solo así?


Me muestra sus palmas antes de restregarlos en los muslos de sus pantalones.


―Solo así. ―Se empuja a sí mismo a sus pies―. Ahora lárgate de aquí.Tienes un montón de chupones que comprar.


―Sí... ―Mi pecho se llena con algo ligero y cálido. ¿Amor? ¿Felicidad? ¿Aceptación? ¿Emoción? No lo puedo decir―. Supongo que sí.


Dejo el sillón y Damian sigue de cerca detrás de mí cuando me dirijo de vuelta hacia la puerta. Alcanzo el manillar, pero él atrapa mi hombro.


―Hazme un favor y habla con Luciano antes de volver con Paula. No se lo tomará muy bien... eso le dará el día para clamarse.


Asiento.


―¿Puedes llamarla y decirle que volveré después de ver a Luciano? ―Abro la puerta y salgo al pasillo―. Lo haría yo, pero rompí mi teléfono.


Damian se apoya contra el marco de la puerta y me mira con esa desaprobación paternal.


―Por supuesto que lo hiciste.


Giro mis ojos y me alejo.


―Te veré mañana.


Camino por el pasillo hacia el ascensor. Por lo que recuerdo, Luciano se está quedando en el piso encima de Damian.


―¡Oye, Pedro! ―llama Damian, haciéndome girar alrededor. Sus labios están levantados en las esquinas, curvándose en una amplia sonrisa―. Estoy orgulloso de ti, ¿lo sabes, verdad?


―Estabas cantando una canción diferente esta mañana ―le digo, pero su sonrisa se queda enyesada en el sitio.


―Ese no eras tú, ese era el viejo Pedro. El nuevo me hace sentir orgulloso cada día.


Se desliza de vuelta a su habitación y cierra la puerta. Me pillo sonriendo estúpidamente hacia la madera y rápidamente lo dejo caer. Aún es demasiado pronto para ser feliz, tengo que hablar con Luciano y hacer las paces con Paula antes de estar a salvo y eso no va a ser una hazaña fácil. En la manera que lo veo, puede ir de dos maneras. Una, Luciano me da un puñetazo en la cara fuerte y me dice que me vaya a la mierda. Tengo la sensación de que aún está enfadado por lo que ocurrió entre Vanesa y yo. Y dos, Paula también va a darme un puñetazo en la cara (fuerte) y a decirme que me vaya a la mierda. He oído que ese humor oscilante de embarazada no es demasiado bueno para el hombre que es responsable de ellos. Entro en el ascensor y golpeo el brillante botón sobre el actual uno. Ahora que tengo una cabeza limpia, es hora de hacer algo de control de daños.

CAPITULO 266



PAULA



Cinco pequeñas respiraciones. Tomo cinco pequeñas respiraciones y bajo mis manos de mi cara. El palo confirmó mi miedo... el miedo a un bebé pequeño que crece dentro de mi cuerpo. Ya mi cuerpo se siente ajeno a mí, como si me estuviera dividiendo en dos. Pedro se queda mirando al palo... su rostro carente de cualquier emoción.


―Di algo... ―pronuncio, rastrillando mis dientes dolorosamente sobre mi labio inferior―. Di cualquier cosa...


Se pasa su gran mano por la boca antes de apretarse el mentón. Cuando se cae de su rostro, se aparta del mostrador rastrillando los dedos por su cabello. Lo observo de cerca y veo que se vuelve cada vez más ansioso con cada segundo que pasa. Todo va a estar bien, me consuelo, él lo prometió... y Pedro nunca me ha roto una promesa.


―¿No has estado tomando la píldora? ―Su pregunta es tranquila. Tan tranquila que apenas escucho.


―No eres exactamente una eficaz advertencia como método anticonceptivo, Pedro. Quiero decir, mírate. Te quitas la camisa y mi cerebro deja de funcionar, me duelen los ovarios, y mi cuerpo se impone en la ovulación, independientemente de la madre naturaleza o las pastillas que estoy tomando.


―¿Vamos a ser padres? ―me pregunta, sin mirarme ni una sola vez.


―Yo... supongo que sí. ―Mi labio inferior tiembla―. Pedro


―No puedo ser padre… ―susurra, agachándose y ahuecando su rostro―. No puedo ser un padre.


―Es un poco tarde para eso, ¿no crees? ―digo, dando un paso adelante.


Abruptamente, Pedro se endereza y se eleva sobre mí, pero me niego a acobardarme ante él.


―No es demasiado tarde, Paula.


Me estremezco, mientras mi aliento se atasca dolorosamente en mi garganta.


Jamás sugeriría que haga algo así... ¿Abortar a mi bebé… a nuestro bebé?


―Estás fuera de tu mente si piensas que voy a hacerle daño a nuestro hijo.


Frunce el ceño, verdaderamente perplejo con mi respuesta.


―Aún no es un niño.


Mi corazón se rompe y golpea dolorosamente en mis pulmones. No puedo respirar. Las lágrimas queman mis ojos, pero no me atrevo a apartarlos de su mirada, su fija mirada de chocolate oscuro.


―Lo que me estás diciendo... ―Mi voz se quiebra y mi nariz chorrea, pero no me importa―. No es algo que un marido debería decirle a su esposa...


Hay dolor en su rostro... Lo veo tan claro como el día, pero no voy a expresarlo. No me está dando una razón para compadecerme de él. Quiere ser culpado, quiere que lo odie, para que sea más fácil para él. Pedro está buscando una manera de hacerse daño a sí mismo, lo sé. Es lo que hace.


―Siempre has dicho que quieres la verdad de mí. Ahí la tienes.


Gruño mientras lo empujo con mis manos en su estómago. 


Apenas retrocede, dando un sutil paso atrás


―¿Por qué haces esto? ¡Dijiste que íbamos a estar bien!


Lo empujo otra vez y da un paso más. Estoy llorando horriblemente mis ojos se sienten hinchados, la garganta obstruida por los sollozos. Lo prometió...


―Y vamos a estar bien, pero tenemos que resolver esto.


No hay nada que resolver. Si está demasiado asustado de ser parte de esto, entonces está bien, no lo necesito para hacerlo.


―Voy a mantenerlo, Pedro ―sollozo―. Y no estoy pidiendo tu permiso.


―¡Me estas acorralando! ―estalla. Inmediatamente el arrepentimiento llena sus brillantes ojos, pero esto ya es el colmo.


―¿Eso es lo que estoy haciendo? ¿Acorralándote? ¿Cómo crees que me siento? ―Mis gritos hacen eco a través del cuarto de baño, rebotando en las paredes―. ¿No crees que me siento atrapada? ¿No crees que estoy jodidamente petrificada? No estoy lista para ser madre.


―Por lo menos sabes que serás una buena madre. No puedo ser un buen padre, no he tenido a nadie en el infierno para aprender, ¿cómo puedo ser un buen padre cuando ni siquiera estoy seguro si soy una buena persona?


Suavizo mi pelea... siempre se trata de Pedro y su incapacidad para ver lo bueno en sí mismo.


―Eres una buena persona. ―Mis lágrimas corren inundándome―. ¿Cuántas veces tengo que decirlo antes de que me creas?


Sacude la cabeza y empuja más allá de mí.


―Me tengo que ir.


Me volteo con su cuerpo, mirando su espalda mientras él entra en el dormitorio.


―¿Qué? ¿Adónde vas? Si huyes de mí ahora, entonces todo lo bueno que he pensado en ti no es cierto.


No responde, solo se va... los portazos a su paso. Me quedo clavada en mi lugar, esperando que vuelva con una hermosa sonrisa en su cara y riéndose, diciéndome que todo es parte de alguna broma de mal gusto.


No regresa. Me quedo quieta, esperando durante veinte minutos, pero no regresa. Una sola lágrima cae de mi ojo quemando y se desliza por mi mejilla. Me la limpio apartándola, junto con mi tristeza. La única cosa que me llena ahora es rabia... ¿Jodidamente se fue? ¿Solo así? 


Camino como una tormenta por la habitación, recogiendo un lindo adorno de un león. Tiro de la puerta de la habitación abriéndola, y por primera vez en mi vida, lanzo algo... que navega sobre la barandilla de la escalera y cae en el suelo, rompiéndose en mil pedazos minúsculos, al igual que mi relación, la relación que he defendido desde el comienzo. 


Me vuelvo sobre mis talones y me tiro en la cama. Huele como él, por supuesto que jodidamente lo hace. Dios no permita que absorba mi olor, algo que no me haga arder o aplaste mi alma. Amontono las sábanas de satén y entierro mi cabeza en ellas. Va a volver. Sé que lo hará... pero a pesar de que lo creo, hay una incertidumbre que gira alrededor de mi estómago.


Tengo que llamarlo. Me siento mientras saco mi teléfono de mi bolsillo y marco su número. Suena, yendo directamente al correo de voz. Después de la señal, le dejo mi mensaje:


―Quiero que vuelvas a casa... Necesito que vengas a casa. ―Me trago un sollozo―. Todo este tiempo que te he permitido tenerme y dejarte hacer lo que quieras hacer conmigo, era porque te amo y creía que me cuidarías sin importa qué. No te culpo, Pedro. No te culpo porque me engañé a mí misma con la creencia de que no eras la persona que todo el mundo decía que eras. Mi corazón me está diciendo que tú eres un buen hombre, pero mi cerebro me dice que un buen hombre nunca habría abandonado a su esposa cuando más lo necesitaba. Yo también tengo miedo. Tengo un ser humano en el vientre que tengo que cuidar.
Tengo este bebé que es la mitad de mí y con el que tengo que compartir mi cuerpo y estoy aterrorizada. Estoy asustada de que soy responsable de otra vida cuando apenas puedo cuidar de la mía propia. ―Me enojo secándome una lágrima―. ¿No estás listo para esto? Yo soy la que tiene que tomar todos los riesgos y ¡estoy enloqueciendo! Estoy loca por creer que eras lo suficientemente hombre para aguantar, pero no te quedaste. Estoy sola en la habitación... está vacía y hace frío, y huele a ti. ―No puedo evitar la sonrisa que tira de mis labios mientras su increíble olor se filtra por mi nariz con cada inhalación―. Sabes, mi padre me prometió que eras un buen hombre... él respondió por ti cuando nadie más lo hizo. Por favor, no lo hagas quedar como un mentiroso. Vuelve a casa conmigo, Pedro... te amo.


Cuelgo el teléfono y me dejo caer contra el suave colchón. 


Dejo que mis dedos se arrastren por encima de mi abdomen y me pregunto si el bebé puede sentir lo triste que estoy... ¿Estoy haciéndolo sentir triste? ¿Puede oírme? ¿Tiene oídos todavía? Estoy embarazada... y no tengo ni idea de lo que esto implica exactamente. No sigo estando enojada con Pedro... Lo perdono. Está asustado y quiero que vuelva a casa.


Cierro los ojos y tomo respiraciones calmantes. En mi pecho, mi corazón todavía late rápido y mi garganta se estremece. El rostro de Pedro parpadea a través de mi mente. Veo sus hermosos ojos marrones y su sonrisa desgarradora, y lo pierdo. Los sollozos brotan de mi garganta y ruedo sobre mi lado, agarrando las sábanas y tirando de ellas hacia mi cara para absorber las lágrimas...



Se fue.