Mi corazón inmóvil y mi garganta apretada. Empecé a sudar, un frío sudor que se desliza desde mi nuca bajando por mi espalda y tragué con fuerza mientras lagrimas brotaban de mis ojos.
―¿Paula? ―dijo Pedro mi nombre mientras lagrimas rebosaban el borde.
―¿Él-él está bien?
Mordí mi labio inferior tan duro que inmediatamente saboreé sangre.
Carlos se inclinó hacia adelante, pero no pude verlo. Todo lo que vi fue el rostro enojado de mi padre.
―Está vivo y está en el hospital de Portland. Estoy aquí con él y tu madre. ¿Quieres que vaya por ti?
―No, estaré pronto allí. ―No quiero que Pedro maneje todo el camino hasta aquí y de regreso al hospital. Colgué y limpié las lágrimas de mis mejillas.
―¿Está todo bien?
Lejos de eso. Negué.
―Necesito un aventón al hospital. Mi padre tuvo un ataque al corazón.
Carlos trotó hacia su oficina y agarró su chaqueta y llaves.
―Vámonos.
Me levanté de manera insegura de la silla en completa conmoción. Me aliviaba que mi papá estuviera bien, pero el pensamiento de haber estado tan cerca de perderlo me consume. ¿Es porque le grité? El carro de Carlos está estacionado justo frente a la puerta de su tienda. Es un lindo carro, deportivo, brillante y rojo. Dentro, el material es cuero y cómodo. Gracias a Dios estoy usando un cinturón de seguridad. Cada vez que gira una esquina sujetó el asiento con miedo de deslizarme de él. Frenamos afuera del hospital y Carlos me sigue fuera del auto. En otras circunstancias estaría preocupada por la reacción de Pedro al mostrarme con Carlos, pero hay cosas más grandes por las cuales preocuparme ahora.
Corro hacia la portera. La mujer se alarma por mi frenético
comportamiento y controlo mi respiración, tratando de verme menos exhausta.
―Ricardo Chaves. ¿En qué habitación está?
Muerdo mis uñas mientras ella busca en la computadora.
―4-3-0.
Carlos le agradece y yo lagrimeo por el pasillo. Tomó dos elevadores antes de conseguir encontrar su habitación.
Pedro está recostado contra el muro afuera. Está girando su teléfono en sus dedos y masticando un palillo.
―¡Pedro! ―digo en voz alta.
Su cabeza vuela hacia mí y sus ojos se derriten de preocupación a alivio, eso es hasta que pasa de mí y ve a Carlos. Envuelvo mis brazos alrededor del cuello de Pedro y lo traigo hacia mí. Sus fuertes brazos se enrollan en mi cintura y coloca suaves besos en mi cuello.
―Estaba tan preocupado ―dice―. Pensé que estabas tomando un bus.
―Carlos me trajo… eso parece un poco más realista. ―Le di mi mejor “se bueno” cara y me alejé de Pedro para entrar a la habitación de mi papá.
Maquinas hacen bip alrededor de él y mi mamá lee un libro en el sillón reclinable de la esquina.
―¿Paupy? ¿Pensé que tenías trabajo? ―pregunta papá mientras me aproximo a su cama. Su voz está un poco cansada, pero aparte de eso luce bien. Mamá baja su libro y salta de la silla a abrazarme. Cuando me lleva entre sus brazos, las lágrimas se derraman bajando por mis mejillas y no puedo detenerlas. Son lágrimas de júbilo, lágrimas de tristeza. Estoy tan aliviada de que él esté bien, pero aún me siento culpable. Si no hubiese discutido con él tal vez esto se habría evitado.
―Lo siento. ―Lloro.
Él se mueve en su cama incapaz de sentarse.
―Esto no es tu culpa. Debería haber escuchado a los doctores y a tu madre, y a ti en primer lugar.
Las manos de mi mamá frotan mis hombros mientras trata de calmarme.
―No es la culpa de nadie. Tuvimos suerte y cuando regresemos a casa no tendremos más que vegetales y alimentos a la parrilla.
Papá asintió avergonzadamente.
―Si no fuese por Pedro―dice―. No sé si estaría aquí.
―¿Pedro?
Sus ojos se mueven rápido a la cama, nerviosamente.
―Vino a mi oficina a darme una charla de “sin resentimientos” y no sé lo que sucedió. Mi mandíbula empezó a doler y creí que era por la estúpida carne que estaba comiendo, pero entonces hubo esta demoledora sensación en mi pecho…
―No necesitas revivirlo, cariño ―dice mi mamá,inclinándose sobre la baranda blanca, para besarlo―. Debemos animarnos desde aquí.
Carlos golpeó la puerta, atrayendo nuestra atención y caminando dentro.
―Uh, Paula, debo regresar a la oficina. No tienes que venir. Me haré cargo de todo.
Mamá sonrió ampliamente hacia él y yo la miré suspicazmente. Si ella está así…
―Y eso es muy amable de su parte, ¿no es así Paula?
Wow. En verdad está jugando a casamentera ahora.
―Sí, lo es ―contestó, casi entre dientes apretados―. Pero debo trabajar. He tomado mucho tiempo libre y necesito pagar la renta y la electricidad.
―Si te regresas… ―levanto rápidamente mi mano hacia ella y corto sus palabras. Estoy tan no iré allí, no ahora mismo.
―Puedo cubrir eso ―ofreció Pedro casualmente, recostándose contra el marco de la puerta. Cómo alguien puede casualmente ofrecerse a respaldar a alguien está más allá de mí. Es una gran cosa.
―No es necesario ―digo.
―Paula, no te permito regresar al trabajo. Todavía tienes doce días de paga restantes de tus vacaciones anuales. Solo te pondré en ellos. ―Carlos se inclinó y presionó un beso en mi mejilla.
Mis ojos se movieron rápidamente del rostro de Carlos. Esto no era un gesto sexual, no creo que lo haya hecho para molestar a Pedro a propósito.
Solo está siendo amigable y comprensivo, creo.
―Dame una llamada cuando estés lista. ―Salió por la puerta, pero no sin ganarse una muy sutil mirada con furia de Pedro.
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