Pedro insistió en acompañarme a la oficina esta mañana, para gran consternación de Carlos. Desde entonces no ha hecho nada, además de ladrarme órdenes. Le he enojado a lo grande y sé exactamente por qué.
―Disculpe. ―Una mujer de edad avanzada exige. Mete un corto rizo blanco alrededor de su oreja. Los pacientes han sido extraordinariamente perros hoy―. He estado sentada en esta sala de espera una hora. Mi cita debería haber sido… hace cuarenta minutos. ―Ella no dijo nada ofensivo o fue una perra, pero todo se trata de su molesto y agudo tono. Lucho con el impulso de fruncir el ceño y le sonrío cálidamente en su lugar.
―Gracias por ser tan paciente. ―Sí, claro―. Usted será la próxima. El Dr. Peterson no tardará mucho más tiempo.
Con un suspiro alargado, se aparta de mí. Carlos sale de la sala de terapia con un paciente. El hombre que sale es Gary Voss, quien mantiene la cabeza gacha y se pasea nerviosamente por la oficina.
La anciana salta a sus pies cuando Carlos la invita a la sala de terapia, mientras dirige las hojas de los análisis de Gary Voss hacia mí.
―Archiva esto. ―Lo desliza hacia mi mesa y se va. Yo hago lo que me dice, y sin una mirada entro en el archivo.
Cuando termina con la mujer y ella se va, me doy cuenta de que no hay nadie más reservado como hasta mediados de la tarde. En mi bolsillo mi teléfono vibra. Lo saco y echo un vistazo a la pantalla. Pedro. Golpeo ignorar. No puedo hablar ahora. Además, realmente no hablamos después de la ducha en el gimnasio y no quiero molestar a Carlos más aún.
Hablando de Carlos, sale de su oficina, con las manos metidas en los bolsillos de sus pantalones negros.
―¿Cómo estuvo Concord? ―me pregunta lo suficientemente amable.
Sus cejas rubias se fruncieron ligeramente, pero sé que está tratando de aclarar las cosas entre nosotros.
―Bien ―respondo―Vanesa y yo pasamos mucho tiempo juntas, así que estuvo muy bien.
Mi teléfono vibra otra vez, haciendo un sonido de zumbido sordo.
―Tu teléfono va a reventar.
―Estoy en el trabajo. Tendrá que esperar.
Los labios de Carlos se curvan en una sonrisa juguetona.
―¿Te sientes bien? ¿Cuándo has ignorado un texto o una llamada de teléfono en el trabajo?
―Bueno, te lo debo ahora. Te has puesto al día con un montón de mi…
―Maldita sea. No puedo encontrar la palabra correcta.
―Mierda.
―Así es. ―Me río―. Es hora de que te lo devuelva y actué como una empleada adecuada.
Se inclina sobre el escritorio y al momento la animosidad entre nosotros se va.
―Por favor, no empieces a hacer las cosas para las que te contraté,las hago por mi cuenta.
Me río.
―¡No soy tan mala!
Mi teléfono se pone en marcha de nuevo, vibrando contra mi muslo.
―Respóndele. Voy a ignorarlo sólo por esta vez.
Sonrío con gratitud hacia él y saco mi teléfono de mi bolsillo.
Es Pedro de nuevo. Inclino mi pantalla hacia mí un poco, por lo que Carlos no puede ver.
Es Pedro de nuevo. Inclino mi pantalla hacia mí un poco, por lo que Carlos no puede ver.
―¿Hola?
―Paula, ¡Jesucristo! ―Su profunda y furiosa voz me sobresalta.
Incluso Carlos oyó. Sus cejas se levantan un poco y su mandíbula se tensa―¿Por qué no has estado contestando el teléfono maldito Dios?
Siento que mis mejillas se calientan y mi corazón bombea la sangre con rapidez a través de mis venas. ¿Qué podría tenerlo tan al borde? Él parece desesperado y preocupado. Su voz hace que mi estómago se contraiga,amenazando con devolver los arándanos y yogur que tuve para el desayuno.
―Estoy en el trabajo, recuerdas. ¿Qué está pasando? ¿Por qué estás tan enojado?
―Lo siento. ―Toma una profunda respiración para calmarse―. Tu padre ha tenido un ataque al corazón.
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