miércoles, 16 de abril de 2014

CAPITULO 42



Ella se mueve a mi asiento para hacerle compañía mientras la mano de Damian se envuelve alrededor de mi muñeca y me guía fuera de la plataforma, por el pasillo y por cuatro guardias de seguridad que no había notado cuando entré.
―Ella está con Pedro ―dice Damian, mostrando su pase “backstage”. Los guardias se separan como el mar rojo para dejarnos pasar. Él tira de mí a través de dos grandes puertas dobles blancas y suelta mi brazo.
Pedro está teniendo un poco de problemas… ―La voz de Damian rebota en las paredes del amplio pasillo central. Es mucho más tranquilo aquí―. No sé si lo sabes, pero sufre de ansiedad leve. Normalmente, le doy una bolsa de boxeo y trabaja a través de ella de esa manera, pero últimamente parece que prefiere otro método.  
¿Pedro tiene ansiedad? Nunca hubiera imaginado esa. Quiero decir, a veces me doy cuenta de que se pone un poco alterado, pero por lo general no dura mucho tiempo. No como la que yo tuve la primera vez que Ramiro me engañó. Fue horrible. No podía respirar con mi estómago enrollado y torcido. Sentí ganas de vomitar por todas partes y lo peor de todo, se sentía como que no iba a terminar y me iba a morir.
La forma en que Damian me mira lo dice todo.  
―¿Yo? ¿Yo soy el otro método?
―Supongo que sí.  
Mi pulso está latiendo en mis oídos mientras pasamos un montón de puertas más pequeñas cerradas. Nombres están escritos en pedazos de papel con marcador permanente y pegados en el centro de la madera. Sonne. Jacobs. Russell. Smith. Donskov. Pino. Kennedy y luego Alfonso.
El mango de la puerta de Pedro encaja perfectamente en la palma de la mano de Damian mientras lo gira. La puerta se abre y doy un paso dentro. Mi mirada cae en los anuncios de batidos de proteínas y otros suplementos en la pared de atrás. Tenían nombres que ni siquiera podía pronunciar.
Finalmente, arrastro mis ojos de la pared hacia Pedro y algo en mi estómago aletea. Está sentado en el banco, sin camisa y rígido. Sus músculos del muslo sobresalen de las ranuras en sus pantalones cortos negros. Mi garganta se seca de inmediato y no hay humedad en mi boca que pueda tragar para arreglarlo. No hay falta de humedad “ahí abajo”, sin embargo. Dos hombres están ante Pedro, uno es un hombre regordete con el cabello largo y blanco atado en una cola de caballo en la base de su cuello y está envolviendo las manos de Pedro. La gasa envuelve la palma, soporta la muñeca y se extiende entre los dedos.
El otro hombre, con el cabello negro de punta y enormes ojos azules está observando. Los ojos de Pedro están ocultos por sus largas pestañas. Su pecho se mueve fuerte y profundo, como si estuviera tratando de calmarse.
Sus párpados giran abiertos y sus ojos oscuros color chocolate me rastrillan.
Obligo a mis piernas rígidas a pararse más cerca. Los dos hombres evalúan la envoltura de manos y en susurros y palabras bajas deciden que es suficiente. El hombre de cabello blanco empaca su pequeña caja de herramientas, le desea a Pedro suerte y pasea por la habitación. Pedro flexiona los dedos y los aprieta en puños frente a él.
―Déjennos solos. ―La voz de Pedro es suave, pero lo suficientemente alta para que todos oyeran.

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