miércoles, 12 de noviembre de 2014
CAPITULO 271
PEDRO
Me despierto por la mañana con Paula abalanzándose sobre mí haciendo rebotar el colchón, cuando de pronto hace una pausa para ir al baño agarrándose el estómago y tapándose la boca. Si eso no era suficiente para despertarme, estoy bien despierto el segundo que cierra de golpe la puerta del baño.
Pasándome una mano por la cara me vuelvo y miro el reloj, 8 a.m., supongo que me perdí el entrenamiento... Paula y yo nos quedamos hasta tarde anoche hablando, y después tuvimos sexo, y después hablamos un poco más. Ayer estaba seguro de que nunca querría volver a verme, especialmente después de todo eso de exigir que abortara a nuestro hijo. Ella me perdonó... dijo que entendía de donde venía, y luego me dejó tumbado aquí, preguntándome qué gran obra hice en mi vida para estar destinado a una chica tan jodidamente increíble. Incluso acordó esperar los quince días hasta después de la pelea... ¿qué clase de mujer espera voluntariamente quince días para descubrir un secreto de su cónyuge?
¿Una loca? Puede que una que está locamente enamorada de ti y confía en ti, idiota.
Niego y le doy una patada a las sábanas. Débilmente oigo a Paula gemir y luego escupir antes de que el grifo del baño se encienda. Le haré algo para desayunar, si va a estar vomitando el próximo par de semanas, lo menos que puedo hacer es mantener su estómago lleno.
Frotando el sueño de mis ojos me tambaleo sobre la ropa desechada y me dirijo a la puerta, la abro y me detengo cuando el olor distintivo de zumo recién exprimido y huevos asalta mis sentidos. Al cerrar la puerta detrás de mí, desciendo las escaleras y entro en la cocina.
―Buenos días ―dice Damian efusivamente, levantando un vaso de jugo de naranja.
Asimilo la escena delante de mí, Luciano está preparando tocino para freír en la sartén y Vanesa está poniendo apio a través de un extractor de jugos. ¿Qué diablos está pasando?
―Uh... buenos días.
―Estamos haciendo el desayuno ―me dice Vanesa indicando lo obvio.
―Mierda ―maldigo, dando un paso hacia Damian, que está sentado en un taburete de la barra por el banco―. ¿Se me olvidó el cumpleaños de alguien?
―No, es por... ―Las cejas de Vanesa se fruncen―. Es por... no sé por qué es, pero fue idea de Luciano.
.
Miro a Luciano, que me mira y se encoge de hombros rápidamente.
―No es nada, solo un buen desayuno en familia.
Un desayuno en familia... Me gusta el sonido de eso.
―¿Pedro? ¿Estás cocinando? ―grita Paula desde lo alto de las escaleras, por lo que Vanesa salta. Me da una mirada inquisitiva sobre el hombro preguntándome: ¿le dijiste?
Realmente me gustaría dejarla flipando y mirándome con esos ojos grandes y preocupados. No es que estemos teniendo un romance secreto, fue un beso, dos besos, y no he pensado en ello desde entonces. Niego.
―¿No se lo has dicho? ―espeta Damian en voz baja.
Vanesa gira la licuadora, ahogando el sonido de Paula bajando las escaleras.
―No, no lo hice. Le dije que se lo diré después de la pelea. Gracias por tu pequeña participación anoche, por cierto.
―Tienes que… ¡buenos días! ―vitorea Damian encima de mi hombro, volviendo a caer en su felicidad y siendo una persona alegre―. ¿Cómo te sientes?
―Estoy bien ―responde ella, deslizando sus manos alrededor de mi cintura desnuda y presionando su cara caliente en mi espalda. Ella me besa dos veces antes de escabullirse y arrastrarse sobre el taburete de la barra.
―¿No más intoxicación alimentaria? ―pregunta Vanesa, apagando la licuadora y sirviéndole a Paula un jugo fresco.
Un silencio incómodo cae y Paula, Luciano, Damian y yo intercambiamos miradas. Vanesa es la única que no sabe que Pau está embarazada.
―Nop. No más intoxicación alimentaria.
Ella le da a Paula el vaso y todos curiosamente observamos el intercambio entre las dos.
―Ya me lo imaginaba. Estás brillando esta mañana.
Me di cuenta también, y tengo que admitir que me pregunto si es porque está embarazada o mis habilidades en el dormitorio son así de buenas. Perdí la cuenta de cuántas veces la hice venirse en mis manos y me río vanidosamente, lo que desencadena una reacción en cadena con Damian y Luciano.
Vanesa arruga la nariz.
―Oh, ew.
Con un rubor rojo como la cereza, Paula lleva la copa a sus labios y bebe el jugo, a la vez que sacude su cabeza hacia mí.
―¿Qué? ―Me río―. No fue mi intención.
―Si claro, supéralo, Paula. ―Luciano se ríe, echando lonchas de tocino en la sartén.
Estas chisporrotean y hacen pop, llenando la habitación con el más delicioso olor. Descanso contra el banco junto a Paula, que inclina la mayor parte de su peso sobre mis codos. Ella se mueve incómodamente y toma un largo y nervioso trago de su jugo. Se inclina sobre el mostrador y apoya su boca contra el lado de su mano. Siento que mis ojos se abren al darme cuenta de que está a punto de
vomitar, y justo a tiempo, Paula se gira en el taburete y hace una carrera por las escaleras. Vemos hasta que ella cerró la puerta del dormitorio y escuchamos el segundo golpe del cuarto de baño. Vanesa me mira y Luciano deja caer su mirada a la sartén, fingiendo que está entretenido con el tocino. Si miro de cerca, estoy seguro de que puedo ver sus oídos intentando oír quién va a ser el que le diga Vanesa.
Damian levanta una revista cercana y tira de ella para cubrir su rostro.
Maricas. Por supuesto que van a hacer que lo haga yo.
Alcanzo el vaso de Paula y tomo un largo trago. El apio, manzana, limón y jengibre le hacen cosquillas a mis papilas gustativas. Lamo mis labios y dejo el vaso sobre el mostrador.
―No creo que tu jugo sepa tan mal. Solo está exagerando.
Vanesa cruza sus brazos con fuerza sobre su pecho mientras miradas divertidas vienen de Luciano y Damian. Me muerdo el labio, tratando de no unirme a ellos.
―¿Recalentaste el pollo salteado?
―¿Qué? ―Me río tan duro que hasta mi estómago duele y estoy seguro de que voy a morir. Luciano y Damian también lo hacen―. Paula ha estado vomitando por la mañana durante los últimos días, está brillando, no puede manejar el olor del tocino, ¿y asumes que recalenté tu salteado y la alimenté con eso? ―Me río de nuevo―. Mierda, Vanesa, tienes suerte de no haber seguido la carrera de leyes. No puedes sumar dos más dos
Ella pone mala cara con sus labios fruncidos, cada vez más frustrada.
―No lo entiendo...
Jesús. No creo que lo entendiera ni aunque se lo escriba todo para ella. Luciano debió haber llegado a la misma conclusión que yo también, porque él gime:
―Pedro preñó a Paula.
―Pedro y Paula están empezando una familia juntos ―le corrige Damian con ojos severos, haciendo toda la cosa sonar un infierno mucho más elegante que la forma en que Luciano lo puso.
Los ojos de Vanesa se ensanchan y se tapa la boca con la mano.
―¿Hablas en serio?
Asiento, incapaz de evitar a una pequeña sonrisa.
―¿Contigo?
Bueno, ahí va mi sonrisa.
―Por supuesto que conmigo. ¿De quién más sería?
Sus mejillas se ruborizan de color rosa y ella sacude la cabeza rápidamente, haciendo sus rizos rebotar.
―Bien, lo siento. ―Cae contra el armario, me mira con incredulidad―. No puedo creerlo. ¿Está bien?
―¿Se veía bien para ti?
―Sí...
―Entonces está bien.
Mientras término, Paula se pasea de nuevo en la sala, llamando la atención de todos. Ella se mueve lentamente a medida que asimila todo.
―Bueno... esto es un poco espeluznante ―murmura.
―¿No me lo dijiste? ―demanda Vanesa, empujándose fuera del mostrador.
Aprieto la mandíbula. Vanesa no tiene derecho exigir nada de Paula, teniendo en cuenta que está manteniendo sus propios secretos.
―No te enojes ―le suplica Paula a Vanesa. Tiro del cinturón de la bata de Paula y la abrazo, metiéndola bajo mi protección. Incluso sobre el tocino, puedo oler la menta en su aliento―. Acabo de enterarme ayer, y Pedro y yo teníamos algunas cosas que resolver primero.
―Si alguien tiene el derecho de estar enojado, es Paula. Ahora tiene que dejar de comprar tocino ―interrumpe Luciano, moviendo de un tirón la primera pieza crujiente de tocino en un plato.
Me río, pero rápidamente dejo de hacerlo cuando las cejas de forma perfecta de Vanesa se fruncen. Rápidamente, sus características enojadas se suavizan convirtiéndose en preocupación genuina, preocupación por su mejor amiga y como que me molesta.
―¿Estás bien? ―Da un paso hacia adelante y toca la frente de Paula, al igual que lo hace una madre cuando su hijo está enfermo. A mi lado, Damian jura por lo bajo. ¿Es Vanesa siempre tan dramática?
―Está embarazada ―le dije, sintiendo una oleada de orgullo en mi pecho―. No muriendo.
Vanesa deja caer su mano, sosteniéndola contra su pecho. Una mirada de simpatía cruza sus características y aprieto a Paula aún más.
―¿Sabes qué tan avanzado está?
Paula se encoge de hombros.
―Traté de descubrirlo, pero no sé con exactitud... tal vez diez semanas.
Ella apenas absorbe la información de Pau antes de preguntar otra cosa invasiva:
―Pero sigues siendo tan joven... ¿lo vas a conservar?
―¡Vanesa! ―Luciano y Damian gritan a la vez. No los culpo, incluso mi cuerpo se puso rígido por la manera en que lo dijo. Entiendo que esto va a afectarla, va a perder a su mejor amiga, incluso más de lo que ya lo hace y no puede ser fácil, pero Jesucristo, que tenga algún tipo de sensibilidad.
―Por supuesto que voy a mantenerlo. No tiene sentido deshacerme de un niño que he creado con Paula. Estamos casados.
Vanesa presiona:
―¿No hay nada que quieras hacer antes de tener niños? ¿Cómo viajar o estudiar?
Paula niega y la miro detenidamente. Ella tiene una pequeña curva en sus labios que hace que mi corazón lata.
―Lo estás diciendo como si no pudiera hacer esas cosas con un niño. Un bebé no te restringe de hacer lo que quieras.
―Pero hay tantas cosas que pasan en tu vida ahora mismo. Vives en Las Vegas, Luciano vive en tu casa de Portland, y la carrera de Paula no es el tipo de carrera…
―A la mierda mi carrera. ―Me encojo de hombros, enderezando mi postura y cuadrando los hombros.
La cocina se queda en silencio y solo Vanesa y Paula me miran. ¿Cómo se atreve Vanesa a venir aquí y tratar de tirar esta mierda justo en frente de mi cara?
―¿Qué dijiste? ―murmulla Vanesa.
―Dije a la mierda mi carrera y vete a la mierda tú también, Vanesa. ―Mi voz sale más fuerte de lo que esperaba.
―¡Pedro! ―reclama Paula, alejándose de mí y acercándose a Vanesa.
―Sí, cuidado, Paula ―me advierte Luciano, pero no tengo miedo de él, o de cualquiera de ellos. No me atrevo a alejar mi mirada del ceño fruncido de Vanesa.
―No me voy a sentar aquí y dejarte intentar empujar a mi esposa hacia un aborto. Ella tomó una decisión y va a mantenerla. No trates de arruinar la felicidad de la vida de otras personas porque no tienes ninguna en la tuya.
La cara de Vanesa se contorsiona en ofensiva.
―No estoy tratando de empujarla hacia nada. Como su mejor amiga, estoy cuidándola, tratando de ayudarla a tomar la decisión correcta.
―¿La decisión correcta? ¿Qué otra opción hay para hacer? Pasó, está embarazada. La cosa está hecha.
―¡Muy bien! ―interrumpe Damian, poniéndose de pie―. Esto ha ido demasiado lejos. Así es como el resto de la mañana va a ser; Vanesa, te vas a ocupar de tus propios asuntos. Pedro y Paula han decidido mantener y criar a su bebé en Portland, con o sin tu permiso, y Pedro, vas a sentar tu culo y relajarte mientras Luciano sigue cocinando ese glorioso tocino. Tengo hambre, lo que significa que no estoy de humor para esto. ¿Entendido?
Manteniendo mis ojos centrados en Vanesa, caigo sobre mi taburete.
―Entendido.
Miro a Paula, y al verla todo linda en esa bata de mierda hace que la ira se filtre desde mis poros y se desintegre en nada más que amor. Solo estoy tratando de defenderla, de defendernos. Paula tuvo que aguantar suficiente charla sobre aborto por mí parte ayer y no quiero volver a oír la palabra de nuevo. Vanesa vuelve a su extractor y lo enciende ignorando el resto de la cocina. Para ser honesto, realmente no me importa. Me giro en mi silla invitando a Paula a venir a sentarse entre mis piernas. Lo hace sin decir una palabra, y no sé si es porque ella quiere estar aquí o porque no quiere hacerme enloquecer. Una vez más, realmente no me importa, siempre y cuando ella esté cerca de mí... donde puedo tocarla y protegerla.
Una vez que se sirve el desayuno, y Paula ha vomitado tres veces más, pasamos a la mesa del comedor para comer. Mientras todos los demás llenamos con huevos, tocino y pan nuestros platos, Paula llenó el suyo con frutas frescas y
pan tostado. Fue divertido observarla.
―De todos los alimentos tenía que ser el tocino. ―Ella puso mala cara, viendo a Damian y Luciano comiendo y embutiéndose.
―Conozco la sensación ―le digo con una sonrisa.
Los bastardos sádicos cocinaron mucho tocino, sabiendo bien y verdaderamente que no puedo comer. Mi lucha es en dos semanas y tengo que asegurarme de que tenga el peso correcto. Un solo y miserable pedazo era mi límite, y lo comí todo de un solo bocado.
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