miércoles, 12 de noviembre de 2014
CAPITULO 272
Cuando terminó el desayuno, envié a cada uno por su camino para que Paula y yo pudiéramos tener un tiempo a solas antes de mi sesión de entrenamiento de esta tarde. Me quedé recostado con cojines en el sofá solo viendo el rollo de las nubes por fuera de mi ventana. Soplan rápidamente.
Debe ser un día de viento en Las Vegas.
Unos pasos atraen mi atención de nuevo a la habitación y mi mirada se centra en dos pequeños pies lindos con las uñas de color rosa. Se acercan más y más, y finalmente, levanto mis ojos a las manos de Paula y veo como lentamente deshacen el cinturón peludo que mantiene su bata atada.
La abre, revelando su rosa y transparente babydoll, el cual ella se puso anoche, provocando nuestro segundo acto de pasión. Mis ojos se centran en su barriga plana y suben lentamente a sus alegres pechos hinchados... coincidiendo con la ropa interior a juego, que es el único tejido por el que no se ve. Una mujer ha diseñado el conjunto, obviamente. Ningún hombre jamás se burlaría de otro hombre tan horriblemente. Ellos saben exactamente lo incómodo que se siente al ser objeto de burlas.
La túnica cae por sus brazos y ella coloca su largo y chocolate cabello sobre sus hombros antes de deslizarse hacia mí. Su cuerpo se siente tan jodidamente bien contra el mío, tan cálido y perfecto. La miro con cautela, a la espera del truco.
Realmente no me ha hablado desde que le reclamé a Vanesa y ahora está toda sobre mí. Hay algo mal.
―¿Eres feliz con esto ahora? ―pregunta, su voz ligera y esperanzadora mientras ella pone una mano sobre su vientre.
―Absolutamente ―le contesto, alcanzando y metiendo un mechón de cabello detrás de su oreja―. Quiero decir, no voy a ser perfecto y probablemente lo voy a estropear un montón de veces, pero te tengo. Lo que quieras, lo que necesites y lo que se te antoje, tengo todo cubierto.
Poco a poco, ella se inclina hacia delante y sensualmente besa mi barbilla, despertando todas las células de mi cuerpo.
―Aprecio lo que hiciste por mí ―dice ella, esta vez besando mi labio inferior. De repente me doy cuenta de sus muslos desnudos presionando firmemente contra cada lado de mis caderas y siento mi polla despertarse.
―¿Con Vanesa? ―aclaro y ella asiente―. ¿Lo haces?
Ella asiente otra vez, tomando mis manos entre las suyas y colocándolas en su culo firme. Mete mis muñecas por debajo, obligando a mis manos a levantar su ligero babydoll y flexionar sutilmente sus caderas contra mí.
―Sé que lo hiciste por mi bien. ―Ella me besa una y otra vez―. Me encanta cuando me defiendes.
Pau baja su boca a mi cuello, capturando una pequeña fracción de piel entre sus dientes. Gimo, presionando su culo hacia abajo y empujándola directamente en contra de mi excitación a través de mis pantalones de chándal, sin duda va a estar sintiéndolo. Ella mueve sus caderas, presionando su núcleo contra mí, e incluso a través de la tela puedo sentir el calor irradiar de entre sus piernas. Muelo
mis caderas hacia ella y gime moviéndose contra mi polla oculta. Si no tengo cuidado, voy a arruinar mi par favorito de pantalones de chándal. ¿A quién estoy engañando? Venirme por ella moliéndose en mi polla no es la peor manera de perder un par de pantalones.
―¿Te gusta eso? ―gruño, tirando de ella hacia adelante, presionando su frente con la mía.
―Sí. ―Su respiración golpea mi cara en una explosión necesitada de aire.
Cierra los ojos y traga saliva, pero sus caderas nunca dejan de moverse. Se roza contra mí, moviéndose estratégicamente, con urgencia, y sé lo que quiere.
Quiere venirse ahora, no quiere todo el espectáculo, solo quiere venirse egoístamente, por sí misma. Sonrío. Voy a dárselo. Es lo menos que puedo hacer, de verdad.
Liberando su culo, tiro de su babydoll y lo saco por su cabeza antes de lanzarlo al suelo. Sus pechos están expuestos, saltando y moviéndose directamente en mi cara, y me miran hipnotizándome completamente. No hay lugar en el cual prefiero estar en estos momentos. Esto es jodidamente el cielo. Pellizco un pezón con mi pulgar y dedo índice mientras chupo el otro con mis labios. Ella arquea su espalda, sus ojos nunca dejando los míos. La miro de cerca, sus labios entreabiertos en rendijas, lujuria. Ella está cerca, puedo decirlo por la forma en que sus mejillas se vuelven de color rosa como una puesta de sol. Empujo con fuerza una vez que frota sus caderas.
―¡Pedro! ―gime en una voz ronca y cansada antes de que sus muslos aprieten mis caderas y su cuerpo se mueva de forma desigual contra el mío.
Ella se viene. Se viene sin ponerme en su interior y sin utilizar mis dedos para frotarla. Cuando desciende de su orgasmo, me mira con su pecho todavía en mi boca y jadea mientras tira con sus dedos de la cinturilla de mis pantalones.
―Sácate estos ―ordena ella en un susurro áspero y dejo ir su pezón con una sonrisa.
Bueno, mierda. Creo que me va a gustar esta cosa del embarazo.
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