martes, 27 de mayo de 2014

CAPITULO 179




Paula
 

Mi coche rueda hasta detenerse frente a la casa de Pedro. Afortunadamente, ni el coche de Luciano ni el de Vanesa se encuentran en la parte delantera y estoy esperando que se hayan ido a otro lugar para pasar la noche. Pedro me lo ha   contado todo sobre su precioso plan para nosotros, cena en la piscina, el vino y un baño. Estoy emocionada. Mi sangre fluye rápidamente a través de mis venas,haciendo que mi cabeza gire como si ya hubiera ingerido alcohol. No he traído nada para nadar, lo hice a propósito, también. Nunca he nadado desnuda en mi vida, incluso cuando Vanesa insistía en que era genial y rutinariamente lo hacía en
su piscina. Para mí, estar desnuda en una piscina no era algo en lo que estuviera interesada, es decir, no hasta ahora. Me deslizo desde el coche y me acerco a la puerta principal. Tiro del dobladillo de mi vestido, odiando haber optado por usar algo tan corto y saltarme la ropa interior. 


Apenas llegaba a mitad del muslo y sentía el tejido suelto, que fluía por mi trasero. El vestido era de un bonito azul
real y de corte bajo, exponiendo los lados de mis pechos. Había comprado el vestido hacia dos días. Poco tiempo atrás, Pedro y yo habíamos ido de compras. 


Realmente le gustaba el vestido, pero insistió en que era demasiado “revelador”.Volví al día siguiente y lo compré, con la esperanza de que hubiera un momento aislado, en el que lo pudiera usar para él. Decidí usar mi cabello recogido en un moño desordenado esta noche, también. Si hay una cosa que odio de las piscinas,es lo que hace el cloro en el cabello. Hace que se quede todo seco y viscoso, no es sexy, en absoluto.


Abro la puerta y entro. Un delicioso olor se filtra a través de mi nariz y mi boca instintivamente se hace agua. Lo que él está cocinando, huele increíble. No presto atención a la iluminación tenue mientras hago mi camino hacia la cocina.
Mis piernas no van a las órdenes de mi cerebro, sino de mi estómago. Quiere llenarse con el delicioso aroma de la albahaca y el tomate. 


 Cuando entro en la cocina, está limpia, sólo el calor de una comida recién cocinada permanece en el aire. Exploro el cuarto y espero unos segundos. No veo Pedro. Cuando estoy a punto de pasar hacia la sala para sentarme y esperarle, me doy cuenta de que la puerta de atrás está abierta y yo instintivamente me dirijo hacia ella. Escucho sonidos de porcelana y cubertería chocando y una maldición saliendo de sus labios. Está preparando la cena, en el patio de la piscina. Mi corazón palpita. Nunca esperé que Pedro fueran de los tipos que cocinaban. Quiero decir, es obvio que tiene que hacer comidas locas para mantener su nutrición, pero ¿Cocinar para dos? No puede ser algo que haya hecho antes. Sigo los peldaños hasta la puerta y miro a través de los barrotes. La mera visión de él, manda mi latido al cielo, vaqueros sueltos y una camiseta ajustada, mi favorita. Me gusta la forma en que se extiende sobre la espalda, mostrando todas las líneas de sus músculos. 


Ajusta el enorme plato de pasta, desplaza una silla y mueve una copa de vino. Da un paso atrás y pone sus manos en la cadera, analizándolo. Con un frustrado “bah “cambia la taza de nuevo a su posición original y empuja la segunda gran silla, lejos. Cuando el asiente con aprobación, abro la puerta y chirria. Poco a poco, él mira por encima del hombro, con sus ojos puestos inmediatamente en mis piernas. ―No mires... ―Sus labios tiemblan mientras reconoce el vestido. Comestible. Siento que mi piel arde bajo su intensa mirada y si no fuera por mi estómago gruñendo, me hubiera saltado la comida he ido directamente hacia el postre.


 ―Tú cocinaste. ―Sonrío―. Huele increíble. Los labios de Pedro se enroscan en una sonrisa orgullosa y gira su cuerpo hacia mí.


 ―Hice un tazón gigante de pasta para que podamos compartir. Él me mira como si tuviera que decir algo y yo reprimo una carcajada. 


 ―Está bien. 


 ―¿Está bien? Pensé que estarías un poco más emocionada que eso. Me rasco la cabeza. 


 ―¿Sobre un plato de pasta? Se ríe y el sonido es tan áspero que envía piel de gallina ondulando en la superficie de mi piel. No hay palabras para describir la forma en que la risa de alguien te eleva más alto que las nubes y no, la risa de Seth Rogen no cuenta, no importa cuán glorioso es y no importa cuántas veces lo configuré como tono de notificación y texto solo para escucharlo una y otra vez. Yo no hice eso... está bien lo hice, pero sólo fue mi tono de mensaje durante dos días antes de darme cuenta de que había cruzado la línea de “sano“ y peligrosamente divertido a estar en el borde de “loca de mierda”.    


Es extraño cómo mi cuerpo reacciona a él. Ayer por la noche, después de que enviase a Pedro una foto mía recién salida de la ducha, él se acercó y pasó la noche conmigo. No tuvimos sexo... pero le hice pasar la mayor parte de la noche con su rostro entre mis piernas. Una y otra y otra vez que me hizo venir... Pensé que estaría fuera de orgasmos durante unos días, pero al verlo ahora, riéndose y tratando de ser romántico, me humedezco. 


Me puedo sentir, resbaladiza y húmeda entre mis muslos.


―Has visto la dama y el vagabundo, ¿no? ―me pregunta.


―Por supuesto. 

―Bueno, a las chicas les encanta la dama y el vagabundo. ―Estaba casi orgulloso de sí mismo. Me río una vez en su referencia a icónica película, famosa por el “beso de la pasta”. 


 ―¿Quién lo dice? 


 ―Vanesa la estaba viendo cuando llegué a casa esta tarde. 

Ella dijo que la habían visto un millón de veces. 


 ― Sí ―estoy de acuerdo—. Cuando teníamos doce.



Pedro rueda los ojos y se pone en el asiento. 

 
―¿Quieres compartir un plato de pasta conmigo o no? 

 
―Me encantaría. ―Yo camino hacia la silla vacía y cuando estoy a punto de caer en ella, Pedro chasquea la lengua de una forma desaprobatoria—. Ese no es tu asiento.  


Hago una pausa medio sentada.  


―¿Dónde me siento?  


Sus gruesos dedos despreocupadamente tocan su rodilla.  
―Justo aquí.  


Levanto una ceja.  


―Espera, ¿quién es el vagabundo aquí? No creo que una dama se siente en las rodillas de un hombre en la mesa para cenar. 

 
Sus ojos estallan, al parecer disfrutando de las bromas.  


―Siéntate en mi rodilla antes de que te incline sobre ella.  


Cumplo porque sé que él es un hombre de palabra. Me deslizo sobre sus rodillas y me aprieta contra su pecho, avanzando la mesa de cristal cerca de nosotros. Aspiro sutilmente mientras su olor me envuelve. Es ese olor fresco y limpio de la ducha, el tipo de olor que se filtra a través de la nariz y se rezaga en la parte posterior de la garganta, encendiendo mi sangre. Tragas saliva en un intento de saciar las ganas de lamer la carne de la que emana el olor, sólo que no puedes. Nada apaga el deseo, no hasta que la piel se vuelve resbaladiza con tu saliva mientras deslizas tu lengua sobre ella muy suavemente.


1 comentario: