lunes, 26 de mayo de 2014

CAPITULO 176




Tres fuertes golpes tocan a la puerta y mis ojos se abren de golpe. Es casi de noche, la sala de estar es dos tonos más oscura. Me fuerzo a dejar el sofá y levantarme adormilada sobre mis pies. Mi estómago gruñe y se revuelve porque no he comido hoy. En lugar de darme hambre, eso me quita la mera idea de comida. 


Hay otro golpe contra la madera y arrastro lentamente los pies hacia allá.


Toco ligeramente la luz para encenderla y abro la puerta. Al otro lado de la reja está Pedro en una camisa blanca que se aferra firmemente a su pecho y brazos. Mi ritmo cardíaco se dispara al instante. No por miedo o intimidación, sino por puro e inmoral deseo, y la idea de tener que pedirle disculpas. Él va a hacerlo tan doloroso como sea posible. 


—Estás feliz de verme, no lo niegues. —Baja la mirada a mis pechos—. O por lo menos tus pezones lo están. 

Ignorando mi menos que impresionada expresión, abre la reja y la sostiene al mismo tiempo que me mira como si fuera la cosa más divertida del planeta.


—¿Has estado dormida todo este tiempo? 

Me encojo de hombros. 

—Anoche no pude dormir mucho. 

Pero por supuesto él sabe eso.

La divertida expresión de Pedro desaparece, volviéndose seria.

   
—No discutiremos por un segundo más, Paula. —Su voz es imponente, como ordenándome que pare de estar enojada con él—. Todo lo que tienes que hacer es decirme que estoy...


—Estás en lo cierto —lo interrumpo—. No debería haber ido donde Dom, o por lo menos, debería haberte dicho. —Avanzo—. Y tú no deberías haber herido a ese chico para vengarte de mí. Eso fue cruel. Prométeme que no harás eso de nuevo. 

Él niega con la cabeza.


—No puedo prometerte eso.

Pedro… 

Él se inclina un centímetro hacia adelante. 

—No voy a prometerte algo que no puedo mantener. Puedo prometerte que siempre estaré aquí para ti o que nunca te seré infiel, pero no puedo prometerte que no te heriré en otras formas. Es lo que hago, es lo que soy. Tengo salidas extrañas y así es cómo trato las cosas. 

Me abrazo a mí misma mientras el aire frío roza mi piel. 

—Pero todas esas personas que no te hacen nada. 

—Ellos firmaron un contrato en el que se comprometen a ser mi bolsa de boxeo como sea y de la manera que yo quiera. Si a ellos no les gusta, siempre pueden irse. 

El hecho de que sea tan descuidado me sobrepasa y francamente, eso aumenta mis niveles de frustración. 

—Sabes quién soy. Yo he sido más que honesto contigo desde el principio.No cambiaré, no ahora. Nunca.

—No quiero cambiarte. 

—Entonces ¿qué quieres? ¿Qué puedo decir… o hacer… o darte para hacerte feliz? 

No quiero decirle qué me hará feliz. Quiero que él lo sepa automáticamente, lo cual tiene que ser la cosa más estúpida que alguna vez he pensado porque aún no sé lo que quiero… lo quiero a él. Quiero que seamos felices y no actuemos como niños. 

—No quiero pelear contigo. Tú ganas. 

Su rostro se suaviza de una manera que me hace quererlo apretar.


—Me encanta ganar... ¿así que por qué me siento como una mierda ahora?


—Él avanza y juguetonamente traza mi brazo con su dedo índice—. Tal vez son los enorme ojitos que me estás poniendo.   

         
Mis labios se curvan en una sonrisa. 

—¿Esto te hace sentir mal? —pregunto, sacudiendo mis pestañas.  

          
Pedro se ríe una vez. 

—Sí, en realidad lo hace.


Doy un paso a un lado y Pedro cruza el umbral y entra a la casa. Antes de que anochezca, cierro todas las cortinas y reviso todas las habitaciones. Extraño. 

Mamá no está aquí. Paseo por la cocina donde Pedro casualmente se sienta sobre el mostrador, bebiendo un vaso grande de agua fresca. 

—Tu mamá dejó una nota. —Esconde su sonrisa demasiado confiada tras el cristal mientras toma otro trago. 

Una elegante letra se extendía pegada en la nevera, hay un mensaje de mamá.
 
Paula,
Estaré fuera hasta tarde esta noche. Yendo a una cena crucero con tu tía Kate, ¿recuerdas?
Nos vemos mañana por la mañana.
PD: ¿Quién te mordió? No importa.


Siento vergüenza, deslizando mis dedos bajo mi camisa de algodón y sobre la carne donde Pedro hundió sus dientes anoche. 

—Bueno, esa tiene que ser la nota más rara que he recibido. 

Pedro se ríe, escabulléndose del mostrador y viniendo detrás de mí. Siento el duro frente de su cuerpo raspando débilmente sobre mi espalda y mi respiración se traba mientras sus dedos se curvan alrededor de las puntas de mi cabello y lo jala al otro lado de mi hombro. Saca mis dedos de la mordida y casi de inmediato, los labios de Pedro sensualmente acarician ésta. 

—Siento haberte mordido —murmura profundamente, enviando escalofríos descendiendo en cascada por mi espina dorsal. Hay algo en su voz ronca y baja que consigue persuadirme siempre. En. Todo. Momento. 

—No te disculpes. —Respiro, mis dedos temblando al tocarlo—. Me gusta.


Y me gustó. Sin mentir. El escalofrío de energía que sus dientes enviaron a través de mí mientras ambos llegamos fue intoxicante y algo que lo dejaría hacer una y otra vez. 

—Esto es mucho mejor. —Suspiro, relajándome contra él—. No me gusta pelear contigo. 

Él sonríe contra mi piel.

—A mí tampoco, pero no me arrepiento.

—¿No?


—No. Aprendí un montón de cosas nuevas sobre ti.

Me doy la vuelta. 

—¿Cómo qué? 

—Eres apasionada. Terca y te gusta cuando te follo duro. 

Casi me ahogo, sintiendo el calor de mis mejillas inmediatamente. 

—No lo hago. 

Mi aliento se traba mientras viene a mí, una mano sujeta mis muñecas y rápidamente la otra toma un puñado de mi culo. Él me golpea duro contra la nevera y corrientes eléctricas fluyen a través de mí, agrupándose en los lugares más sensibles mientras él sujeta mis brazos por encima de mi cabeza.


Vergonzosamente, mi respiración se acelera y mi ropa interior se moja.

—Te lo dije —dice. 

Él no sonríe… no hay victoria en su expresión, sólo oscuridad… dulce y excitante, oscuridad y yo quiero todo eso para mí. Para siempre.

Su boca encuentra mi cuello y lo succiona y muelo mis caderas contra él con urgencia. Lo puedo sentir duro contra sus vaqueros y presionar con impaciencia en mí. Estoy lista para que él me  arranque la ropa y me tome en el mesón ahora...


o por lo menos lo estoy hasta que su teléfono suena. 

Él lo saca de su bolsillo trasero y lo desliza sobre el mesón, todo sin quitar su boca de mí. Estoy más que feliz por ignorarlo. Quiero toda su atención en mí,donde importe. Conecto mi dedo sobre el dobladillo de sus pantalones vaqueros y casi desabrocho el botón cuando su teléfono suena otra vez. Él se aleja con un gemido frustrado también, y manteniendo mis brazos fijados por encima de mí, toma su teléfono. Cuando lee la pantalla duda por un momento. 

—California —murmura entre dientes, respondiendo y poniéndoselo en la oreja—. ¿Hola? Sí. ¿Visitas? —Hace una pausa mientras la persona le habla en la otra línea—. ¿Cómo está ella? —Una pausa más larga—. Está bien. Allí estaré pasado mañana. 

Él cuelga y libera mis muñecas. Lo espero para hablar mientras él amontona sus dedos a través de su cabello y expulsa una exhalación de sus labios.

—Vamos a California. 

—¿Nosotros? ¿Cómo tú y yo?

Él arquea una ceja. 

—No, la nevera y yo… por supuesto, tú y yo.


Pongo mis ojos en blanco alegremente a su sarcasmo.

—¿Qué hay acerca del gimnasio? ¿Quién va...? 

Él me silencia con un dedo contra mis labios, y trae su teléfono de vuelta en su oreja. Lo golpeo para alejarlo, y él sonríe, acercando sus dedos en el bolsillo de mi pantalón mezclilla y tirándome más cerca. Me río una vez mientras me alejo de él y escapo de su control.


—Luciano, soy yo… todo está bien. Necesito que me reserves dos pasajes a California para mañana por la tarde. Sí, y después cuida el gimnasio durante unos días… —Pedro frunce el ceño—. Porque me voy a California. —Se ríe—. Gracias.


Sonrío. Me alegro de que estén en buenos términos. Golpea su teléfono contra la palma de su mano.

—Luciano tiene el gimnasio y Selena probablemente ayudará.


—¿Y qué hay de tu entrenamiento? 

Pedro se inclina contra el mostrador de la cocina cruzando las piernas en los tobillos. 

—No voy a poder resolver eso por teléfono. —Él gime—. Tengo que irme.

Mis entrañas se desinflan.

—¿Irte? No puedes irte. Acabábamos… estaba… ¿En serio? 

Se ríe, dejando el mostrador y me rodea en sus brazos. 

—Te compensaré, te lo prometo. Cuando estemos en California, voy a hacer lo que quieras que te haga.


La idea de ir a California a ver a la madre Pedro de repente se vuelve tolerable. 

—Trato, pero tú harás tu mejor desempeño. 

Su mano se desliza bajo la tela de mi camisa y alrededor de la parte baja de mi espalda. 

—¿No lo hago siempre?


Sonrío. Seguro que lo hace. 

Pedro planta un rápido beso en mis labios y se va sigilosamente de la casa,abriendo y cerrando la puerta tras él. Caigo en el sofá con un suspiro pesado. La idea de volver a ver a Julia me pone nerviosa... La última vez que la vi, Pedro la llevaba desmayada desde la estación de policía. Ha tenido mejores momentos,estoy segura, y espero que ella esté mejor, por su bien. Creo que a él le haría bien tener a su madre de vuelta.

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