sábado, 17 de mayo de 2014

CAPITULO 147



Se siente raro conducir a la oficina de Carlos. Ha pasado un largo tiempo desde que he estado en cualquier lugar cerca de ella. A propósito la he evitado por miedo a encontrarme con él. Terminamos las cosas en malos términos... y teniendo en cuenta que todavía estoy haciendo las cosas que nos hicieron pelear en primer lugar, no creo que esto vaya a ser fácil. Estaciono en el frente, feliz de que hay un espacio disponible. Reviso mi cuello en el espejo retrovisor y suspiro de alivio cuando veo la mordedura desvaneciéndose. Me tomo unos momentos para agrupar mis pensamientos. No sé por qué me siento tan nerviosa… entonces,tal vez no son nervios... tal vez es culpa. Me siento culpable porque era una empleada de mierda. Era una gran empleada antes de que cierto alguien llegara.
Llegaba al trabajo en el momento adecuado y nunca faltaba... entonces conocí a Pedro y mi mundo se volvió al revés. Dejé que me consumiera, lo dejé hacerse cargo de todos los aspectos de mi vida y me encantó. Me encanta la forma en que me hace sentir... tomar una oportunidad con él valía más para mí que trabajar de nueve a cinco.


Dejo caer mi cabeza hacia atrás contra el apoya cabeza y tomo dos respiraciones profundas. Bien podría acabar de una vez y terminar con esto.
Desabrocho el cinturón y salgo del auto. Diez minutos, me digo. Diez minutos y luego me voy de aquí. 

—¿Paula? —La voz de Mason suena a través de mis oídos y me giro de manera abrupta, casi cayendo contra mi auto. No estoy preparada para esto.

Está a punto de entrar en su oficina con un pequeño café en la mano y agito la mano tímidamente hacia él. Fuerzo mi piernas una delante de la otra, me las arreglo para caminar alrededor de mi auto y dar un paso a la acera. No puedo decir que esperaba que estuviera fuera y solo tuviera que hacerle frente a su recepcionista... la mierda sucede, supongo.


—Hola, Carlos... vine a recoger algunas de mis cosas —le digo, con nerviosismo tirando del dobladillo de mi camiseta.
Se ve bien en su traje gris claro con una corbata azul brillante, abrochado hasta el último botón. Sonríe y creo que es tanto genuino como obligado, si eso es siquiera posible.
—Claro, entra.


Mis sandalias abofetean el hormigón mientras lo sigo a su oficina. Mi mirada se arrastra sobre el familiar entorno antes de pararse en mi viejo escritorio. Una incómoda punzada de nostalgia me atraviesa y cierro mis manos en puños ansiosos. Tal vez sí echo de menos trabajar aquí... 

—Fatima, ella es Paula. Es tu predecesora —le informa Carlos con una sonrisa juguetona.

Miro a la chica pequeña detrás del escritorio. Fae es el nombre adecuado para su apariencia. Es pequeña, con cabello dorado y una pequeña nariz puntiaguda… como Campanita. Ella me mira a través de su corto flequillo. 

—No te preocupes —le digo, frotando mis palmas húmedas en mis pantalones vaqueros—. Si llegas a tiempo o te presentas siquiera, entonces ya lo está haciendo mejor que yo.

Coloca un mechón suelto sobre su oreja tímidamente y se ríe, claramente nerviosa sobre mi repentina llegada. 

—¿Algún paciente? —le pregunta Carlos y Fatima niega.
—No hasta dentro de media hora.

Carlos me hace señas para que lo siga a su oficina y le sonrío a Fatima antes de deslizarme en la habitación y cerrar la puerta detrás de mí. Sin mirar a Carlos, me dejo caer en el asiento frente a su escritorio. Por suerte, él se sienta en su silla detrás de la mesa y no en el borde de su escritorio, como lo hacía antes.

—¿Cómo has estado? —pregunta, sin hacer contacto visual y me pregunto si realmente le importa. 

Entrelazo mis dedos, no lo suficiente relajada para inclinarme hacia atrás en la silla.

—Bien, he estado bien. ¿Y tú? 

Se encoge de hombros.

—Estoy bien.


Un incómodo silencio llena la habitación y lo observo hasta que finalmente levanta sus ojos azules de su escritorio a mi cara. 

—¿Cómo está tu mamá?  

Me estremezco por dentro ante la conversación poco natural desarrollándose entre nosotros, pero me fuerzo en atravesarla, esperando que termine en que yo obtenga mis cosas y me vaya. 

—Está mejor ahora que me he mudado de nuevo con ella. 

—Oh, bien.


Se inclina hacia atrás en su silla, arrastrando los dedos por su cabello.


—Lamento lo de tu padre... cuando lo leí en el periódico, no podía creerlo.


—Gracias, fue una conmoción... pero estamos lidiando con ello.


Él asiente.


—¿Y Pedro? Están ustedes todavía…

—Sí, Pedro y yo estamos todavía muy... juntos. 

Carlos niega ligeramente y yo frunzo el ceño. ¿Por qué piensa que vine aquí?
¿Para rogar por mi trabajo de vuelta? ¿Para decirle que estaba equivocada y que debería haberlo elegido a él por encima de Pedro?


—Solo vine a recoger mis cosas, Carlos. 

—¿Y eso es todo? ¿Ninguna disculpa? ¿Nada? Has estado evitando mis llamadas por las últimas ocho semanas, pero me da la sensación de que no tiene nada que ver contigo. 

Exhalo. Tiene razón.Carlos no me hizo nada a mí. Yo fui quien le hizo daño.


—Lo siento, he estado ocupada administrando el gimnasio y sabes cómo se siente Pedro sobre ti... yo… 

—Pedro no es más que un playboy con exceso de confianza,Paula. No le tengo miedo. No puede decirte con quién puedes y no puedes hablar. Pude haber sido tu jefe, pero también era tu amigo, soy tu amigo.

Saco mi labio inferior de entre mis dientes.Carlos no puede ser mi amigo.
No puedo vernos exactamente yendo a tomar un café o juntos de compras, al menos no sin poner en peligro mi relación con Pedro. Carlos también tiene, tenía,sentimientos románticos hacia mí, haciendo cualquier tipo de relación con él,inalcanzable. Tenía que cerrar este capítulo de mi vida. Para seguir adelante con Pedro, Carlos y mi antigua vida se tienen que ir.

—Carlos, siento haber elegido a Pedro sobre mi trabajo, siento haberte abandonado y a este consultorio, pero hasta ahora esa decisión me ha llevado a donde estoy ahora... y me gusta donde estoy.

La decepción aparece en todo su rostro y me frustra. ¿Por qué nunca puede hacer las cosas fáciles para mí? ¿Qué más quiere que diga? 

—Odio ver que te hagas esto —admite, enviando afiladas flechas de frustración justo a la boca de mi estómago—. Tu relación con Pedro es una bomba de tiempo. Tú lo sabes, yo lo sé… todos lo saben. Estás perdiendo tu tiempo.Me río.

—¿Qué estoy perdiendo el tiempo con Pedro? No. Estoy perdiendo mi tiempo aquí contigo. Cada milésima de segundo que estoy con él es tiempo bien gastado.


Él me hace feliz, Carlos, lo más feliz que alguien me ha hecho alguna vez. ¿Eso no te importa? Dices ser mi amigo pero solo tomas tu propia felicidad en consideración, no la mía. Sé exactamente qué tipo de persona es Pedro. Sé lo que ha hecho y cómo es él, pero eso no me hace quererlo menos.

Carlos se pellizca el puente de la nariz brevemente antes de empujarse de su silla. Se vuelve y abre el armario de arriba de su cabeza. Alcanzando el interior saca una pequeña caja verde y cierra la puerta. Antes de entregármela, golpea sus dedos en el lado de la misma, como si quisiera decir algo más. Decidiéndose contra ello, sus cejas se arrugan y desliza la caja sobre su escritorio. 

—Aquí están tus cosas. La foto de tu padre, algunos de tus recibos, tu cheque de pago y un brillo de labios.

Agarro la caja y me paro. Doy un paso hacia la puerta y la voz de Carlos detiene mis pasos. 

—Voy a estar esperando a que me digas que tengo razón y lo harás, con el tiempo.


Giro la cabeza para darle una mirada de muerte. Sus ojos son claros, casi de disculpas y lo fulmino con la mirada. 

—No contengas la respiración. 

Salgo hecha una furia dando los últimos pasos hacia la puerta y la abro. Sin mirar en dirección a Fatima, me marcho de la oficina y salgo a la calle. Esquivo una vieja mujer empujando una cesta de compras y desbloqueo mi auto antes de dejarme caer en el asiento del conductor y dar un portazo. 

—¡Estúpido! —grito, golpeando el volante con la palma de mi mano. 

¿Cómo se supone que voy a tener una perspectiva positiva en mi relación cuando todo el mundo es tan condenadamente negativo? Todo lo que quiero es que alguien sea feliz por mí, como lo era papá o lo es Vanesa. No puedo darle a todos lo que quieren. No puedo dejar a todos contentos así que, ¿qué diablos se supone que debo hacer? ¿Cómo puedo ser feliz cuando la gente se niega a dejarme serlo? Arrastro una lenta inhalación a través de mi nariz y la expulso a la misma velocidad. Saco el teléfono de mi bolsillo y decido saltarme la llamada telefónica a Pedro. Si descubre que Carlos me disgustó, probablemente vendrá aquí y Dios sabe qué, así que le envío un texto en su lugar.

PARA:PEDRO. HORA: 08:00 a.m.
Hecho. En mi camino a casa para ayudar a mamá. Te llamaré más tarde.  
Te quiero. xx

 
Dejo caer mi teléfono en un soporte para vasos y pongo las llaves en el contacto. Cuando me alejo de mi antiguo lugar de trabajo, no puedo evitar sentir un poco de alivio bajo la enorme pila de preocupación y culpa. He cerrado oficialmente el capítulo “Carlos” de mi vida... está terminado. Nunca más tendré que ver sus ojos juzgándome o escuchar sus comentarios no deseados. Cerrar ese
capítulo en mi vida fue sorprendentemente fácil... tal vez es porque sé que cada nuevo capítulo que empiece de aquí en adelante traerá nuevas oportunidades,


nuevos recuerdos, nuevos finales, y con suerte, todos ellos contarán con Pedro.

1 comentario: