Tomo unas cuantas respiraciones profundas cuando nos detenemos frente a la casa de mis padres. Mirarla duele.
Echo un vistazo a Vanesa y ella está mirándola también.
―¿Debería ir a ver a Sandra?
Asiento a pesar de los sentimientos que me dicen que le dé espacio a mamá.
―Sí, entra y si está demasiado alterada puedes irte.
Miro a la casa de nuevo. Puedo ver el resplandor de la luz de la sala de estar a través de las grietas en la cortina. Definitivamente está en casa. Cuando bajamos del auto, agarro mi labio inferior entre mis dientes.
Portland se siente como si hubiera cambiado. Vanesa y yo caminamos ruidosamente a través de los sonidos de los guijarros, incluso algo tan simple como eso grita casa.
Soplo el aire fuera de mis mejillas. Tengo que calmarme. Al otro lado de esa puerta de madera, mamá podría necesitarme y tengo que ser fuerte para ella. Llamo a la puerta, dándole un momento para reunir su compostura, si es que lo necesita. Sorprendentemente, la puerta se abre rápidamente y estoy mirando a la cara sonriente de mamá.
Se seca las manos en un delantal rosa con dibujos.
―Oh, cariño, volviste pronto a casa. Hola, Vanesa. Por favor, adelante.
―Da un paso al costado, pero Vanesa y yo no nos movemos. La miro de cerca. No parece afectada por la muerte de su marido.
―¿Mamá?
Ella mete un rizo suelto detrás de su oreja.
―No se queden ahí, entren. He hecho pastel, ¿tienen hambre?
¿Qué diablos está pasando? Me doy cuenta que mis manos están en apretadas bolas a mis costados. No sé si sentirme sorprendida, enojada o preocupada.
―Debería irme ―murmura Vanesa, pellizcando mi brazo―. Lamento su pérdida, señora Chaves.
La sonrisa de mamá casi se tambalea, pero se las arregla para asentir y darle las gracias. Mamá tira de mí dentro de la casa, cerrando la puerta detrás. Los olores, diferentes deliciosos olores me arrastran e inhalo. Mamá desaparece en la cocina y me quedo mirándola.
―Voy a poner la mesa ―dice en voz alta―. Podemos cenar juntas.
Obligo a mis piernas a ir hacia la cocina, mi mirada cae sobre los marcos de fotos llenas de recuerdos de la amorosa familia. Hay una foto que me llama la atención. Es mi padre fuera de su gimnasio abrazando el cartel de “vendido”. Su rostro es tan vibrante, tan vivo. Aflojo mis manos y temblorosamente la alcanzo. Antes de que pueda tocarla, tiro de mi mano hacia atrás porque mi pecho se aprieta insoportablemente y me muerdo la lengua para contener un sollozo.
Nunca voy a ver su cara otra vez. Nunca lo abrazaré o lo besaré…
Realmente se fue. Subo mi camiseta hasta poder limpiar mis ojos. Tengo que ser fuerte por mamá, algo está definitivamente mal aquí. Entro en la cocina.
―Mamá… ―Estoy mirando a los bancos de la cocina llenos de pasteles dorados y de todo tipo. Mamá tira de un pollo asado al horno, rodeado de crujientes verduras cocidas. Mi mano vuela hasta taparme la boca. Ella está fuera de control. Ha estado cocinando sin parar, todos los alimentos favoritos de mi padre.
―¿Tienes hambre? ―Me sonríe, pero luego me ve. Su rostro se tensa, está tratando realmente duro de no romperse y no estoy segura de si lo está haciendo por mí, por ella misma o por papá. Es lo más triste que he visto en mi vida y no tengo ni idea de qué hacer.
―Mamá ―digo de nuevo. No me gusta que esa sea la única cosa que me las arreglo para exprimir fuera de mi boca.
Me mira, su labio inferior tiembla. Niega y lleva la bandeja caliente hacia la mesa vacía. Se las arregla para quemarse el dedo antes de que llegue allí, dejando caer el pollo asado y las verduras al suelo. Las manos de mamá se disparan para cubrir su boca y la alcanzo, pero ella se estremece, alejándose, demoliendo otro pedazo de mi corazón.
―Estoy bien. ―Respira, tragándose su tristeza.
―Habla conmigo ―le digo―. Por favor, di algo.
Se apoya en el banquillo, empujando dos pasteles al suelo.
Ellos se rompen en las baldosas, enviando los colores púrpura y rojo por todas partes, llenando la habitación con un delicioso olor a fruta. Ella está temblando incontrolablemente, pero se niega a reconocerlo.
Ellos se rompen en las baldosas, enviando los colores púrpura y rojo por todas partes, llenando la habitación con un delicioso olor a fruta. Ella está temblando incontrolablemente, pero se niega a reconocerlo.
―Tendremos un pastel de manzana para la cena. Espero que esté bien.
Saca un cuchillo del cajón superior y corta el pastel.
―No quiero pastel. ―Mi voz es severa y no quiero molestarla, pero me está volviendo loca.
―Bueno, ¿qué quieres?
―Quiero que me hables.
Arroja de golpe el cuchillo en el fregadero y yo salto ligeramente.
―¿Qué quieres que te diga, Paula? ¡Estoy tratando de seguir adelante!
El agujero en mi pecho se profundiza.
―¿Esta es tu idea de seguir adelante? ¿Cocinar todos los alimentos preferidos de papá? ―Mantiene sus ojos en el fregadero―. No tienes que seguir adelante, todavía no. Murió hace un par de horas… un par de horas,mamá. Necesitas hacer el duelo, necesitas sentirte…
Ella asiente.
―¿Quieres que sienta? ¿Quieres que me rompa? ―Mamá agarra el pastel de manzanas y lo tira al suelo. Lo pisa fuertemente mientras agarra una bandeja de pasteles de calabaza. Tira el plato de cerámica contra el armario y lo estrella. Me estremezco, incapaz de contener las lágrimas.
La veo destruir todo en la cocina, incluida ella misma, y no puedo hacer nada.
La veo destruir todo en la cocina, incluida ella misma, y no puedo hacer nada.
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