lunes, 21 de abril de 2014

CAPITULO 59



Su historia deja un sabor amargo en la parte posterior de mi garganta.Me imagino todo y en mi cabeza estoy celosa de que incluso alguien que estaba casada haya tenido a Pedro. No me mira cuando se desploma de nuevo en el sofá. Toma mis manos, las vuelve a poner sobre su rostro cálido y cierra los ojos.
―Necesito que me distraigas. Dime algo, cualquier cosa y luego te dejaré tranquila.
Sin pensarlo mucho, me deslizo sobre sus piernas, montando sus gruesos músculos entre mis muslos. Sus ojos se disparan y se abren, acaricio su rostro suave con mis pulgares. Todas sus líneas de preocupación desaparecen y cuando me inclino hacia delante, presionando mis labios contra los suyos, siento que su cuerpo se tensiona y se aleja.
―¿Qué estás haciendo?
―Distraerte. ―Mis manos se deslizan hacia arriba por su cara y hacia su cabello. Tiro de él, llevando sus labios a los míos de nuevo. Está tratando de luchar contra mí, puedo sentirlo. No abre su boca así que tomo su labio inferior entre mis dientes y lo muerdo. Jadea y su boca se abre. Meto mi lengua y paso mis dedos por su cabello mientras balanceo mis caderas ligeramente. Casi de inmediato lo siento a punto de reventar la costura de sus jeans debajo de mí.
―Paula ―gruñe en voz baja en un intento de alejarse de mí, pero no lo dejo.
―Por favor ―le susurro al oído.
Se mueve hacia mí por lo que estoy mirando directamente sus ojos.
Están llenos de demasiada emoción… deseo. Pasión. Odio. Miedo.
―Por favor ―repito, pasando mis manos por debajo de su camisa y por su pecho. Sus músculos tiemblan y se ponen un poco más húmedos.
Estoy dispuesta a cuidar de él y darle lo que necesita en este momento. No sé lo que se ha apoderado de mí. Hay una oleada de energía pulsando a través de mí y no puedo parar. Lo necesito. Lo necesito como necesito el aire.
―¿Quieres esto?
Tomo su mano y la empujo hacia abajo, a la parte delantera de mi ropa interior en respuesta a su pregunta. Inclina su cabeza hacia atrás, lanzando un gemido de su garganta. Me estremezco cuando sus dedos se desplazan hasta su posición y las yemas ásperas de sus dedos se contraen contra mi carne sensible. Su mirada oscura está en mi cara, tratando de analizar mis pensamientos y lentamente, empiezo a mecer las caderas contra su mano.
Los labios de Pedro chocan con los míos y gimo cuando hunde su lengua en mi boca, se las arregla para ponerse de pie. Envuelvo mis piernas con fuerza a su alrededor cuando uno de sus brazos me aplasta contra él, mientras el otro todavía acaricia mi centro húmedo. Cuando llegamos a mi habitación y sin apartar su boca de la mía, se saca los zapatos y caemos en la cama. Está entre mis piernas, acariciándome sin piedad ahora, estoy jadeando y gimiendo mientras instintivamente flexiono las caderas hacia su mano. Una sensación dolorosa e increíble se acumula en mi interior y cuando amenaza con desbordarse. Él se detiene.
Pedro ―me quejo, sin aliento―. Por favor.
Su cara se asoma directamente sobre la mía y está sonriendo con esa maldita sonrisa de Dios. Mete un dedo en mi interior y gimoteo, luego me estremezco cuando vuelve a hacer círculos en mi centro. Siento que mi estómago comienza a torcerse incómodo y cuando salgo disparada hacia mi clímax, se detiene de nuevo. Me quejo y él se ríe, el sonido bajo causa un repentino destello de fuego que se dispara por mi espalda. Lleva su boca a la mía y atrapa mi labio inferior entre sus dientes. Muerde y me estremezco cuando sus dedos empujan en mí, forzando mis caderas para que empujen hacia arriba. Pedro suelta mis labios, y antes de darme cuenta estoy rogándole que continúe en un jadeo desesperado, curva sus dedos, presionándolos contra mi techo. De repente, tengo una imperiosa necesidad de orinar y trato de deslizarme hacia atrás para alejarme de él. Riéndose oh… tan sexy, rueda la mayor parte de su peso sobre mí, clavándome a la cama mientras las puntas de sus dedos rozan implacablemente ese lugar. Con la voz que soy capaz reunir a través de la falta de aire, le ruego que se detenga, pero en cambio, me tira hacia él.
―Estás luchando contra él ―me dice con voz ronca―. Déjalo ir.
Aprieto los dientes en su camisa cuando un orgasmo rompe a través de mí. El calor de mi clímax me envuelve,reclamando cada centímetro de mi cuerpo por dentro y por fuera. Grito y gimo en su hombro, no deja de mover sus dedos hasta que estoy jadeando y apoyada perezosamente contra él.
Cuando la excitación se aquieta y lo miro a los ojos, me pongo colorada.
Nunca he tenido un orgasmo delante de nadie antes, mucho menos uno de ese calibre. Arrastra los dedos fuera de mí y me mira mientras pasa uno a lo largo de su labio inferior antes de chupar la punta de su dedo índice. Lo miro fijamente con incredulidad.
―Bueno ―dice, pasando su camisa sobre su cabeza y tirándola por el cuarto―. Tenía razón sobre una cosa.
―¿Y qué es eso?  
―Sí que sabes tan bien como hueles.

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