martes, 15 de abril de 2014

CAPITULO 39



Cuando salgo de trabajar al día siguiente, me siento con náuseas y preocupada. En tres horas estaré asistiendo a mi primera pelea y no estoy segura de qué va a suceder. Hazlo por papá. Hazlo por Pedro, me dije todo el día,pero todavía no ayudó a sacudir mis nervios.
Pedro terminó quedándose anoche y la expresión de su cara en la mañana cuando se dio cuenta que nos habíamos acurrucado toda la noche no tenía precio. Se fue temprano y luego volvió con mi coche.
Afortunadamente, la ventana no estaba agrietada.
Después de eso, se fue para ir a su sesión de entrenamiento. Me enteré que entrena dos veces al día durante tres horas cada vez. Cuando llegue a los profesionales va a entrenar tres veces al día a su límite máximo para poder mantenerse al día con todos los demás. Qué horrendo. Le ofrecí una barra de desayuno, pero se rió y dijo que necesitaba algo un poco más sustancial antes de salir corriendo por la puerta.
Conduzco a casa desde el trabajo, mordiéndome las uñas todo el camino. Cuando llego, Vanesa está sentada en mis escalones de la entrada. Le rogué a Pedro que me dejara llevar a Vanesa esta noche. Al principio estaba un poco frustrado porque la culpa por completo de lo que pasó anoche, pero finalmente cedió. La agitación llena mi estómago cuando me doy cuenta que no le he dicho a Vanesa lo de anoche. Necesito hacerlo. Tiene que avisarle a su amiga que Jose no es el tipo de chico con el que se debe estar pasando el rato. Salgo del coche y enderezo mi falda. Las cejas de Vanesa se arrastran frunciendo el ceño y sus labios se tuercen en un puchero. Uh-oh. Conozco esa
mirada.
―Sé que no llego tarde ―digo, subiendo los escalones―. Así que puedes borrar esa mueca de tu cara. ―Ella no se mueve mientras abro la puerta. Cuando está abierta, me sigue dentro.
―¿Qué diablos pasó anoche? ―Chasquea, cerrando de golpe la puerta detrás de ella.
Mi pecho se aprieta mientras un gran nudo se forma en mi garganta.  
―Tengo que hablar contigo acerca de eso. ―Me las arreglo para decir.
―¿Pedro le dio una paliza a Jose porque te acompañó hasta tu coche?¿Qué demonios, Paula?  
Retrocedo por su enfoque interesante, y sin embargo, completamente confuso de la historia.  
―Bueno, primero que todo…
―¿Por qué estaba Pedro allí en primer lugar? Mi amiga me asegura que Jose es un alma caritativa que no quiso hacer nada para provocar a nadie.¡Pedro es un maldito psicópata!  
Yo colapso. No sé qué pasó, pero de repente mi ira voló fuera de las gráficas.
―¡Cómo te atreves! ¡Eres mi mejor amiga! ¡Se supone que tienes que preguntar mi lado de la historia, no entrar arrojando acusaciones! ―le grito
y la cara de Vanesa se drena de color. Da un paso atrás y una lágrima se derrama por su mejilla―. ¡Pedro me salvó de ese mugriento pedazo de mierda quien prácticamente me atacó en el estacionamiento!  
Sus labios tiemblan y sus ojos verdes se ensanchan.
―Sí, eso es correcto. ―Mi voz es todavía fuerte y enojada―. Jose, él no-tan-caritativa-alma estaba demasiado bebido en la cena y me acompañó hasta mi coche. ¡Luego consideró oportuno poner sus manos y su boca sobre mí!  
―Paula, lo siento...
Yo inconscientemente cuento hasta diez… ocho... nueve... diez.  
―No es tu culpa. Me advertiste... después de sobornarme, pero aun así.Puedes decirle a tu amiga que Pedro no fue el problema.
Vanesa se lanza hacia mí y me tira en un abrazo. Le cuento toda la historia. Le digo que estaba un poco demasiado al máximo en la cena y que le envié un mensaje a Pedro en lugar de a ella.
―Pau… Siento que te haya pasado. No pensé que sería tan agresivo…  
―Dile a tu amiga que no debería pasar el rato con él. ―Sacudo la cabeza―. Él continuaba diciéndome que no iba a hacerme daño, pero nunca se puede estar demasiado segura.
Ella tira de un billete de cien dólares de su bolsillo trasero y lo extiende hacia mí, pero me niego a aceptarlo.
Algo no ajusta bien. Tomar el dinero por lo que pasó… se siente mal.
―Me haría sentir mejor si lo tomaras.  
―No lo quiero… No puedo tomarlo.
Discutimos sobre el dinero hasta que lo mete de nuevo en sus pantalones vaqueros.  
―¿Qué hacemos? ¿Se lo decimos a la policía?
Niego.  
―No puedo. Pedro lo lastimó… perdería todo. ―Tragué saliva―. La noche pasada ha terminado. Vamos a nunca hablar de ello y alistarnos para la pelea.  
Vanesa se precipita desde mi sala de estar hasta su coche. Arrastra la misma maleta que trajo cuando nos fuimos de fiesta.  
―Voy a hacerte el maquillaje.  
―No quiero exagerar esta noche, así que haré el mío.  
Ella me mira como si estuviera loca.  
―¿Eres conscientes de que vamos a una pelea, no?  
―Sí.
―Y va a ser grabada y pegada por todo Internet.  
―Sí.
Se encoge de hombros.  
―Haz lo que quieras, pero yo voy a verme bien.

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