domingo, 16 de noviembre de 2014
CAPITULO 280
PEDRO
Después del pesaje, los días pasaron rápidamente, todos ellos sin incidentes. Vanesa se quedó con nosotros y apenas vi a Luciano. Pasó la mayor parte de su tiempo fuera de casa haciendo Dios sabe qué con Dios sabe quién.
Yo pasé la mayor parte del mío trazando estrategias con Damian mientras Paula salía con Vanesa. Escuchaba lo que Damian tenía que decir, pero al final del día, esta era mi pelea y Dom pagaría sin importar cómo lo hiciera…
...Y ahora estamos aquí. La noche de la pelea.
“Él puede quedarse con todo por lo que has trabajado tan duro, Pedro”. La voz de Damian corrió a través de mi cerebro y mi sangre vibró en mis venas, como si fuera una tira de metal siendo atravesada por un rayo.
La. Jodida. Noche. De. La. Pelea. La noche que he estado esperando desde hace meses. Esta es la última noche que voy a prepararme en una habitación como esta. Esta es la última vez que mis manos van a ser envueltas para una pelea profesional y esta es la última vez que voy a luchar frente a decenas de miles de personas. La habitación está tranquila. El único sonido llenando mis oídos es el rápido latido de mi corazón. Me paseo de ida y vuelta, ida y vuelta.
El cemento fresco bajo mis pies hace cosquillas en mis plantas, pero apenas lo noto. Los hormigueos en mi pecho son más predominantes esta noche.
Por última vez, caliento y estoy listo para hacerlo. Aprieto y aflojo mis manos, poniendo a prueba mis protectores y guantes. A diferencia de la última vez, todavía hay suficiente espacio para que la sangre fluya hacia la punta de mis dedos. Reboto sobre las puntas de mis pies y giro mis brazos, mi movimiento favorito antes de pelear. Ignoro a todos los demás en la sala a propósito. Mi mente está en esta lucha y solo en esta lucha. Estoy preparado, más que preparado. No hay secretos que me sujeten y no hay preocupaciones en el fondo de mi mente. Dom podría haber arruinado mi matrimonio con el truco que jugó en el pesaje y ahora va a pagar por ello.
Tiro del cuello de mi sudadera, incómodo en ella. Quiero arrancarla y hacer esto ahora. Quiero pelear ahora, no en… echo un vistazo al reloj, veinte minutos. No quiero esperar veinte minutos para destruir la carrera de Dom y luego patear la mía a la mierda.
Es un poco surrealista, saber lo que es esto para mí.
Después de esto, nunca tendré que experimentar el nerviosismo antes de la pelea y no tendré que empujar mi cuerpo al borde del agotamiento cada día. Podré ser normal... podré llevar una vida normal con mi esposa y mi hijo.
―Soga ―dice Damian, entregándome la cuerda de saltar.
Sin decir palabra, la tomo de sus manos y me pongo con ella. No quiero que mi cuerpo se relaje ni por un segundo.
Tengo que ser rápido y fuerte... voy a ser rápido y fuerte.
Veo a Paula por el rabillo de mi ojo, sentada en una silla contra la pared. Lleva una camisa apretada con “Pedro” escrito al frente. Ya que estará sentada en mi rincón esta noche y olvidó traer una, el MMAC le proporcionó esta.
Estoy seguro de que le dieron un tamaño demasiado pequeño a propósito. Se aferra a sus hermosas curvas y expone la más pequeña “barriga” de bebé que he visto. No es mucho teniendo en cuenta que todavía está en los primeros meses del embarazo, pero al menos es un comienzo. Si no sabes que está embarazada, no te darías cuenta, pero yo veo y toco su cuerpo todos los días.
Puedo sentir sus ojos en mí, observando cada movimiento que hago. Me encanta cuando me mira. Me encanta lo que esto hace con ella. Vuelvo la cabeza y mis ojos encuentran los suyos. Al instante, sus mejillas se oscurecen y sus labios se curvan tímidamente. Lo que sea que está haciendo, hace que mi cuerpo queme. Lanzo la cuerda a un lado de la habitación y miro a Damian. Ni siquiera tengo que decirlo.
Sabe lo que quiero. Con una inclinación de cabeza, abre la
puerta.
―Todo el mundo fuera.
Todos se van sin protestar y la sala se queda en silencio cuando la puerta se cierra detrás de ellos. La silla de Paula raspa contra el hormigón cuando se levanta de ella. Con una inhalación cautelosa, dirige las palmas de sus manos sobre los muslos de sus pantalones vaqueros.
―Me gusta tu camisa ―le digo―. Me veo bien en ti.
Sonríe tímidamente, sus mejillas calentándose mientras recuerda la línea que utilicé durante esa primera pelea en Portland.
―Sí ―responde, cada vez más cerca―. Sí, lo haces.
Paula mete un grueso mechón de cabello largo y chocolate detrás de su oreja.
―¿Estás nervioso?
Cuando está lo suficientemente cerca, envuelvo mis brazos alrededor de su cintura y la tiro hacia mí.
―No.
Miro hacia abajo a su cara, nuestros ojos se encuentran.
Ella sí que es bonita... tenerla cerca me recuerda la primera pelea a la que vino. Éramos tan diferentes en ese entonces, juntos en un lugar completamente diferente. No quería tener nada que ver conmigo y yo estaba tratando desesperadamente de meterme en sus pantalones... y luego sacarla de mi mente y tratar de comenzar a salir de nuevo.
Era un idiota, falto del gen de compromiso, y ella era la chica inocente, en busca sin saberlo de encontrar algo rescatable sobre el amor. Y lo había encontrado.
Le doy un codazo.
―¿Qué?
La esquina de mi labio se retuerce hacia arriba.
―Hemos llegado tan lejos, ¿no es cierto?
―Sí. ―Se ríe entre dientes―. Creo que sí.
―Esta es la última vez que vamos a estar en una habitación como ésta juntos... ¿cómo te sientes?
Una pequeña sonrisa juega en sus labios mientras pasa sus manos por mis brazos, apretándome a través de la tela de mi sudadera con capucha.
―Siempre y cuando te tenga a ti, no me importa en qué habitación estemos. ¿Cómo te sientes tú?
Mejor ahora que me estás tocando.
―Me siento... listo. Me siento contento.
Sus manos se deslizan por encima de mis hombros y se enganchan alrededor de mi cuello. Me tira más cerca, lentamente. Cuando sus labios rozan los míos, se abre la puerta. Se aparta de mí mientras un idiota con una cámara apunta hacia nosotros. La luz de ese lado parpadea en rojo y Paula se niega a mirarlo. Si fuera cualquier otro día, arrancaría su cámara y la estrellaría contra la pared de
concreto, pero ya que es mi última pelea, supongo que su cámara puede vivir para ver otro día.
―Es hora de irnos, Pedro ―dice Luciano desde detrás de la cámara.
Bueno, no hay manera de que vaya a irme a mi pelea antes de un debido beso a la cámara. Voy hacia adelante y agarro a Paula. Mientras tiro de ella, coloco mi mano libre frente a la lente de la cámara, bloqueando su vista mientras aplasto
mis labios contra los suyos. El hombre trata de liberar la cámara, así que exprimo el tubo metálico delgado que sostiene la lente. Efectivamente, se agrieta y Paula se aleja de mí con un jadeo.
―Oh mi Dios, Paula―jadea, volviéndose hacia el hombre―. Lo siento mucho.
―Oh ―exclamo, imitándola y dejando ir su cámara―. Lo siento mucho.
La mirada del camarógrafo profundiza mi sarcasmo y con una sonrisa, engancho la muñeca de Paula y me empujo más allá de él.
―No puedo creer que hayas hecho eso ―dice en voz baja.
Me río, lanzando mi brazo por encima de su hombro.
―La próxima vez recordará tocar la puerta.
Resopla junto a mí, pero no puedo dejar de sonreír. Pensé que era divertido. Afuera, en el pasillo, escucho mi música altísima. Fluye a través de mí, y me convierto en una bola de energía agresiva. Me detengo ante las dos grandes puertas dobles y giro. Paso a Paula, a Luciano y arranco mi sudadera con capucha. Damian y un miembro de la MMAC que nunca he visto antes comienza a frotar vaselina sobre los bordes afilados de mi cara. No me gusta la sensación
de la sustancia espesa, pero esto es mejor que ser cortado a través de la ceja, eso es seguro. Damian empuja mi protector de boca en su lugar y las puertas se abren. Por última vez en mi vida un mar de gente llena la arena delante de mí y cantan mi nombre. Luces parpadean y carteles con mi nombre se encuentran sostenidos en las alturas. Es un momento agridulce para mí, así que me tomo mi tiempo y absorbo todo por...
...una última vez.
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