sábado, 15 de noviembre de 2014
CAPITULO 278
Viajamos en el taxi por lo menos veinte minutos, y cuando abro mis ojos, estamos directamente enfrente del Bellagio.
Mis labios se estiran a través de mi rostro cuando sonrío, incapaz de contener mi entusiasmo. Todo este tiempo que
hemos estado en Las Vegas,Pedro me prometió que podríamos ir y ver el espectáculo de la fuente. Preferiría verlo de noche cuando todo está iluminado, pero esto es mejor que nada y definitivamente hará el truco y dejaré de pensar en otras cosas. Pedro le paga al conductor, abre la puerta, y sale del taxi. Extiende su mano hacia mí y la tomo, apretándola con demasiado entusiasmo.
―Sé que querías verlo, pero no hemos podido salir.
Cuando mis pies golpean el suelo, salgo hacia la fuente, moviéndome tan rápidamente como mis piernas me llevan mientras arrastro a Pedro a mi lado.
Ningún chorro de agua está disparándose hacia el cielo, así que estoy segura que el siguiente espectáculo va a comenzar en cualquier momento y no quiero perderme un solo segundo de ello. Me detengo en seco cuando Pedro me da un tirón, desviándose a la izquierda. Pongo mala cara cuando me saca en dirección opuesta a la fuente.
―Tranquila, insecto de agua. ―Él ríe en voz baja―. Vamos a disfrutar del espectáculo con un helado.
Helado. La única cosa que suena mejor que el agua disparándose. Nos detenemos en una pequeña máquina de servicio atendida por un adolescente. Me concentro en las impresionantes perforaciones en sus orejas, extendidas y abiertas por un perfecto círculo de metal. Si cierro un ojo, puedo ver a una señora detrás de él buscando algo en su bolso.
―Les llaman expansiones ―dice Pedro, haciéndome saltar. Echo un vistazo entre Pedro y el chico. Ambos me miran como si estuviera loca―. ¿Quieres uno?
Le pego en el brazo a Pedro.
―Oh, Dios no. Son asquero… ―El chico de cejas pobladas, junta sus cejas negras―… samente únicas.
Pedro se ríe por lo bajo, empujándome con su hombro.
―Elige un sabor.
Su variedad no es tanta y vasta, quiero decir, son fresa o chocolate. Esas son mis opciones.
―Fre…
Pedro toca mi hombro, cortándome.
―¿Es pasteurizado? ―le pregunta al chico del helado en un tono tan lindamente preocupado que me hace sonreírle estúpidamente.
El adolescente del stand de helados alza sus hombros y mueve su cabeza, sacudiendo su largo flequillo, negro a un lado.
―No sé lo que quiere decir.
―Trabajas con el helado… ―Pedro se eleva sobre el mostrador, mirando detenidamente alrededor en el limitado espacio del chico. El chico, Tom, según la etiqueta con su nombre, traga con fuerza―. ¿No se supone que tienes una lista de ingredientes?
Tom observa el cuerpo alto, fuerte de Pedro y niega.
―Yo… no lo sé.
―¿Dónde está tu jefe? ¿Lo sabrá él?
―Pedro ―comienzo, y él presiona sus dedos en mis labios, deteniéndome. Le doy un manotazo alejándolo.
―No lo sé ―contesta Tom otra vez.
―¿Sabes algo? ―gruñe Pedro―. ¿Cualquier cosa?
Engancho mi codo alrededor del suyo y trato de alejarlo. Por supuesto, sería mucho más fácil si él no pesara lo mismo que un canto rodado de tamaño mediano.
―Tomaré uno de fresa y uno de chocolate, pero si ella se enferma, voy a regresar por ti.
Con un asentimiento temeroso, Tom llena dos conos de galleta, uno con chocolate y uno con fresa. Pedro me entrega el mío, pero mantiene sus ojos en el muchacho.
―Tú vendes helados, conoce tu producto.
―¿Quieres relajarte? ―le digo sin poder contener la risa.
Empujo a Pedro lejos del aterrorizado muchacho en el puesto.
―¿Relajarme? Estoy cuidándote. No quiero que te contagies de Listerine.
¿Listerine? Resoplo en voz alta y cubro mi cara cuando mis mejillas se calientan.
―¿Qué? ―exige él, quitando mi mano de mi boca. Me recuesto, riendo tan fuerte como puedo. Mi estómago se acalambra, amenazando con desgarrarse.
―¿Listerine? ¿Acabas de decir Listerine?
―Sí ―se ríe―. ¿Por qué es eso tan divertido?
―Creo que quisiste decir Listeria. Puedo contagiarme de Listeria.
Él rueda sus ojos y observo mientras acerca su helado de chocolate a su boca antes de cerrar sus labios alrededor de este. ¿Por qué no puedo verme tan bien como él cuando como helado?
―Solo estoy cuidando de ti.
Sonrío.
―Lo sé. Y se siente bien.
Caminamos de regreso a la fuente y encontramos un bonito asiento de primera fila a lo largo de la pared y esperamos al espectáculo de la fuente. Es curioso como hace media hora estaba llorando a moco tendido y ahora, estoy más feliz de lo que he estado en semanas. Pedro y helado, juntos, los dos trabajan como magia.
Llevo consumida una cuarta parte de mi helado cuando Pedro me pregunta si quiero hablar acerca de Vanesa y mi reacción a ella ocultándomelo. Me encojo de hombros y lamo mi helado, intentando con todas mis fuerzas parecer despreocupada.
―Nunca hemos tenido una pelea antes... ―le digo, pensando en mi infancia―. No una que importara, de todos modos. Siempre pensé que ella cuidaría mi espalda, como yo la suya. No sé... el hecho de que no compartimos más como solíamos hacerlo me hizo llorar hoy. Supongo que mamá tenía razón cuando dijo: “Tus amigos pueden asistir a tu boda, pero no puedes esperar traerlos a tu matrimonio”.
Eso no funciona.
―Vanesa es diferente ahora, Luciano la ha cambiado. Él es un tipo intenso... no hay manera de que Vanesa lo traicione diciéndote todos sus secretos. Luciano le ha enseñado la importancia de los secretos, la importancia de contar con la
confianza de alguien.
Le echo un vistazo, poco impresionada. No estoy segura de si debo estar ofendida o humilde porque él está tratando de defenderla.
―Ella le dijo a mi madre que estaba embarazada.
―Nunca dije que fuera perfecta, pero está empezando a entenderlo.No sé... cambiar por alguien simplemente no suena bien para mí.
―De la manera en que yo lo veo es, que cada persona que conocemos nos absorbe, alterando nuestras personalidades un poco. No puedes esperar seguir siendo la misma. ¿Puedes imaginar si yo fuera el mismo tipo que era cuando nos conocimos? No hay manera de que te hubieras casado conmigo y voy a apostar todos nuestros ahorros a eso ―dice él, como si leyera mis pensamientos.
―Me habría casado contigo, no importa qué pasara ―le digo y él alza una ceja―. Solo que te habría tomado mucho más tiempo conseguir un sí de mí.
Pedro se ríe seductoramente y el primer lote de rociadores de agua se levanta hacia el aire. Música clásica comienza a tocar, nada que sea capaz de identificar, y me inclino más cerca mientras blancos chorros de agua llenan el cielo, extendiéndose desde un extremo de la piscina al otro.
Ráfagas más altas se disparan rápido, seguido por las corrientes más cortas y luego incluso chorros más pequeños que se retuercen alrededor el uno del otro. Nunca he visto nada tan hermoso... Solo puedo imaginar cuan increíble se ven los chorros iluminados contra un cielo color regaliz.
A los pocos minutos me vuelvo muy consciente de la presencia de Pedro, lo cerca que está sentado. Puedo sentir sus ojos en mi rostro mientras ignora el espectáculo en frente de nosotros. Poco a poco, lo miro de reojo. Lo primero que noto son sus labios, que están curvados ligeramente, una sonrisa casi burlona.
Bajo su mirada, siento que mis mejillas se calientan y dirijo rápidamente mi atención de nuevo al espectáculo, comiendo más de mi helado. Se derrite en mi lengua, sabiendo más como un yogur helado que un helado. Más minutos pasan, más chorros de agua se disparan hacia el cielo a tiempo con la hermosa música, pero al final, todo se detiene. Me quedo mirando el agua ahora inmóvil mientras la gente que me rodea aplaude y vitorea. Pellizco el borde de mi cono de galleta y saco un pequeño pedazo. Cuando lo pongo en mi boca, Pedro le da un golpecito a mi rodilla y minuciosamente sacude su cabeza hacia algo por encima de mi hombro. Efectivamente, Vanesa se encuentra parada a tres metros de distancia, con las manos metidas en sus bolsillos. Sus, por lo general, perfectos rizos están desordenados y cuelgan sin vida alrededor de su hombro, débiles, aros negros de maquillaje chorreado oscurecen sus cansados ojos y el rímel mancha el cuello de su linda blusa blanca. No me gusta verla tan molesta, pero ¿qué quiere que haga?
Yo puedo hablar, pero ¿puede hacerlo ella?
―Deberías hablar con ella ―dice Pedro―. Si significa tanto para ti, no vale la pena tirar una vida de recuerdos por algo tan pequeño.
―¿Qué harías tú? ―le pregunto, mi voz mezclada con vacilación―. ¿Si Luciano y yo nos besamos?
Sus brillantes iris color chocolate se oscurecen junto con la curva sutil en sus labios.
―Tú y yo somos dos personas muy diferentes... si Luciano te besara como besé a Vanesa, lo mataría.
Me desplomo por dentro. Correcto, la lógica de Pedro. Me olvidé que esta no suele tener sentido.
―Ve a hablar con ella, Pau. Voy a esperar aquí.
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