viernes, 7 de noviembre de 2014
CAPITULO 260
PEDRO
―Wow ―anuncia Luciano desde el sofá cuando Paula y yo caminamos por las escaleras―. La cocina de Vanesa realmente hizo un número contigo.
El ojo de Luciano ha sanado por completo y lo único que revela que él volvió a Lucky’s es el corte a través del puente de su nariz. Tengo curiosidad por ver si todavía puede luchar, si es tan bueno como recuerdo.
―Cállate, Luciano ―grita Vanesa desde la cocina.
Paula inclina la mayor parte de su peso contra mí, pero no me importa. No pesa mucho. Ella insistió en subir de nuevo a la cama, pero me las arreglé para convencerla de que estar fuera de una habitación a oscuras y con sus amigos la haría sentirse mejor. Me olvidé que sus amigos en la actualidad se odian entre sí y hacen cada segundo de estar a su alrededor un infierno. Es por eso que no jodes con gente de tu mismo círculo social. Se vuelve extraño y hace que todos estén incomodos. Creo que hay que crear unas cuantas reglas con respecto a las amistades y esa debería ser una de ellas. Tengo una idea; si dejo las luchas siempre podría hacer esas chapas con citas que la gente pega a sus carros. Tú sabes, aquellas que dicen: “Toca la bocina si eres cachondo” o “mi otro carro es un BMW”.
El mío diría, “Si quieres unirte a mi círculo social, no jodas con mis amigos. La mierda se pone REALMENTE rara, REALMENTE rápido”. Si pudiera volver el tiempo atrás y golpear las manos de Luciano para que se alejen de Vanesa… Eso salvaría mi presente de tanto estrés y tiempo.
―Nunca has tenido un problema con mi cocina, Luciano ―añade Vanesa.
―Tú has cocinado dos veces y en las dos tuvimos que salir afuera.
Mientras camino con Paula al sofá para acostarla, la tormenta Vanesa sale de la cocina con los ojos entrecerrados a Luciano. Sus labios se contraen mientras ella le grita. No tengo idea de lo que está diciendo, cuando Vanesa se enoja habla demasiado rápido. Añade un Luciano frustrado a la mezcla y tienes un lío en voz alta que nadie puede entender.
―¡Basta! ―grito, haciendo que todos salten en la habitación―. Paula está enferma. Si quieren pelear háganlo en otro lado.
Cierran la boca inmediatamente.
Paula descansa sus pies en el regazo de Luciano y él mueve su mano antes de colocarla en sus tobillos. El gesto es demasiado casual para mi gusto, sobre todo cuando sus pulgares están sobre su tobillo. Es protector con Paula, también y sé que él no quiere decir nada con eso. Luciano es mi leal amigo y nunca traicionaría mi confianza pero Paula es mi esposa. Debería ser el único que la
consuele cuando está enferma, no alguien como Luciano, que, seamos sinceros, no merece tocar alguien tan dulce como ella.
Doy un paso hacia adelante y agarro las piernas de Paula manteniéndolas lejos de Luciano.
―No lo creo, Luciano.
Con una sonrisa, él se desliza de su asiento y tomo su lugar. Agarro las rodillas de Paula y las bajo hasta que sus piernas están completamente sobre mí y su culo contra mi muslo.
―¿Mejor? ―se burla ella negando hacia mí.
―Mucho mejor. ―Sonrío, dejando caer mis manos en sus piernas mientras Luciano se instala en el sillón al otro lado de la habitación.
Me gusta por allá, donde no esté influyendo en mi esposa y la deje sin aliento. Ella dice que le gusta la “pasión” que Vanesa y Luciano tienen, pero vi el deseo en sus ojos cuando los vio contra el carro en el desierto. A ella le gusta la intensidad de Luciano, su agresividad. Estaría celoso de él, si yo no fuera, bueno, yo. Luciano es fantástico, pero él no es ningún Pedro Alfonso. Me aclaro la garganta y hago una rápida nota mental de nunca referirme a mí mismo en tercera persona otra vez.
―Ustedes dos tienen mucho sexo ―declara Vanesa, arrojando un paño de cocina sobre su hombro―. Tal vez la has embarazado.
Mi cuerpo entero se pone rígido y siento el cuerpo de Paula hacer lo mismo.
Miro a Paula, que está mirando a Vanesa.
―O tal vez tu cocina es simplemente una mierda, Vane ―responde ella con toda la confianza del mundo. Me relaja.
Las mujeres saben de su cuerpos mejor que nadie… ¿cierto?
Hablamos de los niños en el baño hace poco tiempo y quiero hijos con ella, pero decidí que no quiero hijos ahora.
Echo un vistazo a Luciano, quien me está mirando fijamente.
No hay emoción en su rostro, pero sé lo que está tratando de decirme; “más le vale que no lo esté”. Le doy una sutil inclinación de cabeza y él imperceptiblemente se relaja en su sillón. No sé por qué sentí la necesidad de asegurarle que no está embarazada. No es de su maldita incumbencia.
Tanto Luciano como Damian tienen miedo de mi relación con Paula. Están preocupados que ella vaya a arruinar todo por lo que hemos trabajado tan duro. Ellos no le dan el respeto que se merece. Si no fuera por ella, no estaría donde estoy. Fue ella quien me estimuló cuando no quería continuar. Fue ella quien me recogió después de mi pelea con Dom.
―Ahora que lo pienso ―dice Luciano―. También me siento un poco mal.
Vanesa azota su toalla, apiñándola en sus pequeñas manos, y la lanza hacia él. Su moño rubio atado en la parte superior de su cabeza se balancea cuando se arquea.
―Estás hablando mierda, Luciano. Amas mi salteado.
Se encoge de hombros.
―Tal vez solo lo dije para entrar en tus pantalones.
Él ríe y me mira para validarlo, pero no soy estúpido. No voy a ponerme voluntariamente en el círculo asesino de Vanesa y Paula. Él es un idiota que carece del gen de auto preservación.
―Que te jodan, imbécil. ―Vanesa gira rápidamente en sus talones y desaparece.
―Así se hace, imbécil ―encara Paula a Luciano. Ella intenta girar sus piernas por encima para seguir a Luciano pero dejo caer el peso de mis brazos sobre sus piernas, impidiéndole salir.
―Mantente fuera de esto ―le advierto.
Sus hermosos ojos verdes estallan en mí, me atreví a detenerla. Miro a Luciano y no digo una palabra. Un segundo después, exhala y se empuja fuera del sillón.
―Bien. ―Corre las palmas de sus manos sobre su camisa, enderezando la tela verde―. Voy a solucionar el problema.
Cuando el sale de la habitación, se vuelve silencioso e incómodo. Paula juguetea con una cadena en la manga de su sudadera con capucha, mi sudadera, en realidad.
―¿Te sientes normal? ―pregunto, después de unos dolorosos minutos.
Ella asiente.
―Tan normal como puedes estar por envenenamiento de comida.
―Bien. ―Recorro la palma de mi mano por su pierna y hacia abajo de nuevo―. No necesito una distracción como esa… ―Trago―. No creo que pueda manejarlo en este momento de mi carrera.
No le he dicho a Paula que cambié de opinión sobre dejar la MMAC. Han pasado meses, pero estaba esperando la oportunidad adecuada para decírselo.
Ella no ha sido precisamente la persona más genial para vivir en estas últimas semanas, por lo que me es mucho más difícil ser abierto con ella. Creo que estar encerrada aquí está haciéndola sentir un poco atrapada, y sé que ella espera que lo deje, aunque nunca lo admitiría. Evita el contacto visual y asiente.
―Cierto. Odiaría que pusieras un bebé a crecer dentro de mi vientre y luego darlo a luz fuera de mi vagina. Estoy segura que haría las cosas muy difíciles para ti.
Dejo caer mi cabeza contra el sofá.
―Eso no es lo que quise decir, Paula y lo sabes.
Ella exhala, sacude la cabeza.
―Ni siquiera sé por qué dije eso. No debemos pelear por algo que no está pasando.
Paula saca sus piernas fuera de mí y se levanta sobre sus pies.
―Pero si sucede un día, espero que recuerdes todo lo que me dijiste en el baño… hay un montón de cosas en este mundo que puedo manejar, pero las mentiras no son una de ellas.
―Nunca te mentiría.
―Eso espero ―responde por encima del hombro mientras da un paso hacia las escaleras. Observo su espalda mientras ella se arrastra lentamente por las escaleras y desaparece detrás de la puerta del dormitorio.
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