jueves, 6 de noviembre de 2014

CAPITULO 259



PAULA


Siete semanas después
Diecisiete días para el encuentro Pedro vs. Dom



Aprieto la taza de cerámica del inodoro con mis brazos. Esta es la tercera vez en mi vida que soy víctima del pollo salteado de Vanesa. Envenenamiento por comida. Esto me sucede cada vez que ella cocina y por la suerte que tengo, soy la única en la casa que no tiene un estómago de hierro. 


Vanesa, Pedro, Luciano, Damian y su esposa lo comieron, pero parece ser que yo fui la única que tenía las piezas
dudosas. La única razón por la que comí fue porque Pedro y yo estuvimos encerrados con llave desde hace semanas. 


Estoy cansada de su machismo, y de conseguir mala comida sin grasa. Mi estómago se revuelve y rápidamente meto un mechón de cabello detrás de mí oreja. Arcadas. 


Arcadas de nuevo. Más arcadas hasta que no puedo respirar y mi garganta quema. Entonces los calambres de mi
estómago y las ganas de vomitar se van. Libero la taza y me desplomo contra la pared del baño, completamente agotada. Es extraño, teniendo en cuenta que me desperté hace menos de una hora. Dejo caer mi cabeza sobre mis rodillas y cierro los ojos. No me gusta estar enferma. No me gusta estar enferma por nada en el mundo. No te das cuenta de tu salud hasta que te sientes mal.


―¿Pau? ―llama Vanesa desde mi habitación―. ¿Estás bien?


No respondo. Tengo miedo de que si hago un pequeño movimiento, mi estómago escapará a través de mi boca. Hay un pequeño golpe en la puerta del baño y gimo un “Pasa”. Incluso admitiré que más bien sonaba como un gemido moribundo que un permiso para abrir la puerta.


―¿Cómo lo llevas? ―pregunta, su voz llenando el silencioso cuarto de baño.


―Te odio ―me quejo, sin levantar mi rostro.


Ella ríe.


―No sé qué decir, Pau. Aléjate de mi salteado si no puedes manejarlo.


La palabra “Salteado” me hace temblar. Nunca, nunca quiero comer cualquier variación de eso de nuevo.


―¿Te importa si me relajo aquí por un tiempo? Luciano está aquí y realmente no quiero verlo hoy.


Asiento. Este tiene que ser el peor sitio de la casa para esconderse, sobre todo cuando alguien vomita la cena y el ácido estomacal de la noche anterior, pero, bueno, es su elección. Hay una rutina que Vanesa y Luciano siguen cada pocos días. Él viene. Ellos hablan. Ellos tienen sexo. Él viene (literalmente). Ellos pelean.


Él se va. Él está aquí así que eso significa que es el día de “joder”. Mi estómago se agita ante la idea. Realmente estoy empezando a lamentar el acuerdo que tengo con Vanesa… y la cantidad de peleas que Pedro y Luciano tienen entre los dos es ridículo.


Pienso que Pedro está algo desesperado por estar encerrado aquí todo el tiempo. El nunca sale por todo lo del tema de “Dom”, incluso entrena en casa. La sala es un desastre, lleno de pesas, cintas para correr, cuerdas para saltar, barras, guantes de boxeos, y otras formas extrañas de guantes, nuestra casa se ha convertido en un gimnasio y Pedro ha establecido su propia rutina. Sexo. Entrena.
Come. Sexo. Entrena. Come. Más sexo. No enjuaga, solo repite. Está tan atrapado en su rutina que ya no me seduce en el sexo. Él solo me da esa mirada… tan sexi, esa mirada oscura debajo de su frente que dice “ropas fuera” y ahí vamos. Ha estado agresivo y de mal humor, lo ha estado por las últimas cuatro semanas. Él tiende a cambiar un poco en el periodo previo a una gran pelea, así que no voy a
reprochárselo. Solo espero que cuando todo haya terminado recupere a mi Pedro de vuelta, el Pedro con el que me casé, el que es encantador, dulce, apasionado y cariñoso.


―Paula ―llama Pedro detrás de la puerta de madera, sacándome de mis propios pensamientos.


Exhalando, levanto mi cabeza y la dejo caer contra la pared. 


Vanesa se sienta contra los armarios bajo el lavabo del baño. Sus rizos rubios están atados en un lindo y desordenado moño, en la parte superior de su cabeza y ella tira más su bata esponjosa alrededor de sus hombros.


―¿Qué hora es? ―le pregunto a Vanesa y ella busca su teléfono de un bolsillo.


―Las ocho.


Suspiro.


Pedro ha terminado el entrenamiento y va a querer una ducha.


Wow. Su rutina se ha vuelto tan extensa que en realidad sé muy bien los tiempos de sus duchas.


Vanesa levanta las palmas de sus manos y se levanta sobre sus pies.


―No hay más que decir. Iré a esconderme a otra habitación hasta que Luciano se vaya.


―Voy a salir en un minuto. Tal vez pueda asustar a Luciano con mi rostro tan pálido como la muerte ―le digo, y con una incómoda sonrisa ella sale del baño, dejando entrar a Pedro.


Me quedo sentada contra la pared, observando como Pedro se saca su sudadera por encima de la cabeza. Ahora está tres tonos más oscura de lo que era cuando él se la puso, todo el sudor que tiene hace que caiga rápidamente al suelo mientras él la tira. Mi vista recorre su espalda mientras él gira su cuerpo en mi dirección. Espero pacientemente, tratando de descifrar con que Pedro voy a estar tratando esta mañana.


―¿Te sientes mejor?


Pienso en su pregunta. Mi estómago ya no duele, mi garganta ya no quema, pero todavía me siento aletargada.


―Me siento mejor ahora que he vomitado todo el pollo de Vanesa.


Pedro ríe y extiende su gran mano hacia mí. Echo un vistazo, pero dudo en tomarla. Pedro frunce el ceño.


―Tengo miedo que si me pongo de pie… podría vomitar en todas partes, ―confieso, tirando mis rodillas a mi pecho.


―Te ayudare. Ve despacio.


Acepto su comportamiento dulce, confundida.


―¿Por qué tengo que levantarme?


―Porque voy a tomar una ducha contigo. Va hacer que te sientas mejor.


Extraño. Pedro ha tomado todas sus duchas solo desde que entrena en casa.


Cuando le pregunté a Damian acerca de Pedro y la forma en que está actuando, me aseguró que todo es parte de la “preparación mental” de Pedro.


―¿Qué pasa, Paula? ―pregunta, con su mano aún extendida.


―No hemos tomado una ducha juntos en semanas ―le recuerdo―. ¿Seguro que quieres…?


―Quería una ducha juntos esta mañana. ―Su voz es baja y dominante―. Dame tu mano.


Sin pensarlo dos veces, deslizo mi mano en la suya y recorre un áspero pulgar sobre la parte trasera de ella mientras me tira a mis pies. Me balanceo un minuto y él hace una pausa esperando a ver si tengo que doblarme sobre la taza del inodoro. Afortunadamente, mi estómago se queda en su lugar. Pedro agarra el dobladillo de mi camisa antes de jalarla por encima de mi cabeza. Con el aire fresco de la mañana mis pezones se endurecen y mi piel borbotea con piel de gallina. Pedro toma mis pechos y sus picos endurecidos y abre su boca.


―Yo…


―Si dices una sola broma de pezones, juro por Dios que te voy a golpear donde más te duela.


Cierra su boca y vuelve su atención a sus pantalones de cordel. ¡Lo sabía!


Sabía que iba a decir una broma sobre pezones. Uno a uno tira de los cordones mientras hago el trabajo rápido de mi ropa interior y la lanzo a un lado. Doy un paso más allá de Pedro y entro en la ducha. A Pedro le gusta que sus duchas sean calientes así que gira las manijas. Ochenta por ciento del grifo de agua caliente y el otro veinte por ciento del grifo de agua fría. Personalmente prefiero temperaturas más frías. Donde fluye entre cálido y frío. Me quedo fuera del camino de la corriente caliente, mojando solo una esponja y añadiendo una gota de gel de baño de granada. Pedro dice que odia mi gel de frutas perfumado, pero en secreto creo que le gusta.


Hemos estado juntos desde hace tiempo y no he visto que lo sustituya todavía.


Pedro entra en la ducha e inmediatamente empapa su gran cuerpo debajo del flujo constante de agua. Inclina su cabeza hacia atrás, dejando que el agua corra por su rostro y su cuerpo.


Pasan unos minutos y él me mira por encima del hombro. 


Estoy en el banquillo enjabonándome con mi esponja. 


Simplemente esperando a que me haga saber si quiere mi ayuda. Las gotas de agua, se extienden fuera de los bordes
filosos de su rostro antes de gotear en su pecho.


―¿Estás bien? ―Oigo la preocupación en su voz, y aunque Pedro ha sido un poco distante y desagradable, siempre ha sido protector y se preocupa por mí.


Eso no ha cambiado.


Asiento.


―Solo estoy permaneciendo fuera de tu camino.


Sus cejas bien formadas se unen.


―¿Por qué?


El sale de la ducha y se acerca a mí. Su cuerpo es de un ligero tono rosado por el agua caliente e incluso un tono tan femenino le queda muy bien.


Me encojo de hombros, dejando caer mi mirada al suelo.


―Has sido diferente últimamente. Distante y difícil de manejar… no sé lo que quieres.


―Lo que quiero es lo mismo ―me dice, enganchando un dedo debajo de mi barbilla y acercándome―. Ten paciencia conmigo, Pau. Una vez que esto termine, voy a estar de vuelta normalmente, lo prometo.


Asiento de nuevo y mantengo la promesa en mi corazón. 


Pedro toma la esponja de mis manos.


―Gira.


Haciendo lo que él dice, me doy la vuelta y le doy la espalda. Mueve mi cabello a un lado y presiona la esponja en mi hombro. Casi gimo en voz alta mientras rodea mi hombro izquierdo y luego el derecho. Me inclino hacia adelante, apoyando la frente contra las frías baldosas.


―Es bueno saber que mi Pedro sigue ahí en alguna parte ―murmuro mientras recorre mi columna vertebral con la esponja.


―Todavía estoy aquí ―responde cepillando el cabello de mi cuello―. Estoy bajo mucha presión, pero sigo aquí.



Sonrío. Es todo lo que necesito escuchar.

3 comentarios:

  1. Muy buenos los 2 capítulos! ya falta poco para la bendita pelea! ojalá sepan manejarlo!

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  2. Ayyyyyyy, qué lindos caps!!! Cada vez más interesante esta novela.

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  3. que nervios la pelea !! estará en camino el heredero?

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