jueves, 6 de noviembre de 2014
CAPITULO 258
Me quejo, recostando mi cabeza en el regazo de Pedro cuando miro a las estrellas.
―Odio la pizza.
Junto a nosotros, Damian ronca, llenando de otro modo el desierto tranquilo.
Pedro me mira, sonriendo con la sonrisa más divertida del mundo.
―Te dije que te detuvieras en el tercero.
―Pero el número cuatro me rogó para comerlo y se veía muy bueno.
Una brisa fresca sopla ahora, empujando un mechón de cabello en mi cara.
Él lo aleja.
―¿Y el número cinco?
Me quejo de nuevo, rodando sobre mi lado.
―Cállate, Pedro.
Envuelve un cálido brazo alrededor de mí y tiemblo mientras la brisa rueda por mi vestido y me hace cosquillas en la columna vertebral. La piel de gallina inmediatamente se extiende sobre la superficie de mi piel y Pedro se remueve debajo de mí.
―Tengo una chaqueta en el auto ―me informa.
Me empujo para arriba en una posición sentada, haciendo caso omiso de la forma en que mi estómago se siente como si fuera a abrir en cualquier momento.
―Voy por ella. Tengo que bajar algo de esta pizza.
Por algún milagro, me las arreglo para empujarme con gracia en mis pies.
Es el contoneo al auto el que es vergonzoso. El peso extra en el vientre hace que mis pies descalzos se hundan más profundamente en la arena, pero estoy demasiado fría y demasiado llena para importarme.
Me senté en una manta sobre la arena y nada me tocó así que creo que voy a tomar mis posibilidades. Mientras me acerco al auto de Pedro, haciendo caso omiso de la sensación de la arena y ramas entre mis dedos de los pies, escucho jadeos.
Hago una pausa, conteniendo la respiración. En el peor de los casos, hay una serpiente aquí con pulmones lo suficientemente grandes para jadear como un ser humano... el mejor de los casos, es un lindo conejito que encontró una bonita flor.
Niego. ¿Qué diablos, tengo doce?
La palma de mis manos roza contra el fresco capo del auto y me asomo por la esquina. Mis labios se separan y mi cuerpo zumba al instante, tarareando y vibrando como el metal después de golpearlo con un martillo. La revoltura en la boca de mi estómago me dice que es de vergüenza, que lo que estoy presenciando no es hecho para que yo lo vea.
Pero la sensación ligera de presión contra el techo de mi estómago me dice lo contrario. Conozco la excitación cuando la siento.
Vanesa y Luciano...
Así que aquí es a donde desaparecieron.
Él la tiene sostenida con dureza contra el auto de Pedro, presionando su culo desnudo en el frío metal.
Sus bocas están entrelazadas en besos castigadores y su
mano tatuada es firme en su garganta.
―Eres traviesa ―susurra Pedro en mi oído. Salto y él rápidamente coloca una mano sobre mi boca, tirando de mí lejos de Vanesa y Luciano. Sosteniendo la mayor parte de mi peso, me tira hacia el otro lado del auto. Mi corazón late su camino a en mi estómago lleno de pizza y se apresura en mi garganta. Presiona mi espalda contra el auto y quita su mano.
―Tú, pequeña voyeur ―susurra con una ligera sonrisa―. No tenía ni idea.
Golpeo su pecho y él lo esquiva, tragándose una carcajada.
―Basta. No lo soy.
Sus ojos exploran mi cara y descansan en mis indudablemente mejillas sonrojadas. Los labios de Pedro se curvan en una sonrisa descarada.
―¿Te gustó eso, no es así?
―¡No! ―Mis mejillas se sonrojan más brillantes, haciendo a mis ojos aguarse. Me está dando esta mirada, una que tiene “atrapada” escrito por todas partes―. Tu chaqueta está de ese lado y me tomó por sorpresa. Para ser honesta, estoy un poco avergonzada.
Levanta su mano, trayéndola hacia mi pecho. Con el dedo índice extendido, el acaricia la punta a través de mi clavícula.
―No estás solo avergonzada. Estás algo más, también. ¿No es así?
La mirada conocedora en su rostro, toma los huesos de mis piernas y de repente estoy de pie en un músculo tambaleante. Niego mientras mueve sus dedos más hacia arriba trazando mi garganta y trago con fuerza mientras su repentinamente hirviente dedo acaricia mi tráquea.
―¿Es eso lo que quieres? ―pregunta con cautela. Mi respiración se atasca en la garganta mientras se inclina y traza mi mandíbula con sus labios. Son cálidos y húmedos, enviando una ráfaga de escalofríos de mi cabeza hasta en mis dedos de los pies.
Niego.
―No.
Alza una ceja y abre su palma. Pasa la palma de su mano y la punta de sus dedos por un lado de mi garganta.
―Eso no suena muy convincente.
Alejo su mano con un golpe y agarro el cuello de su camisa. Lo arrastro más cerca y aplasto mi boca en la suya. Él separa sus labios y el fuerte sabor de la menta me hace cosquillas en la lengua mientras deslizo la mía contra la suya.
Gimo en su boca antes de atrapar su labio inferior entre mis dientes. Me retiro un poquito hacia atrás hasta que Pedro hace una mueca, y luego lo dejo ir.
―No ―le digo de nuevo, esta vez con jodidamente mucha más confianza en mi voz.
Frota su labio inferior con su dedo índice y busca indicios de sangre. No lo mordí tan duro.
―Lo tengo ―responde con una contracción de sus labios―. Nada de asfixia.
Lo que sentí al ver a Vanesa y a Luciano no fue el encanto de “sexo duro”. Me sentí atraída por la pasión que esos dos tienen, que Pedro y yo tenemos. Es una cosa hermosa de ver... y sí, también resultó excitarme, no es que pueda evitar eso.
Funciona de esa manera; el cuerpo humano absorbe olores, sonidos y colores (obviamente).
Mientras procesas las cosas, tu cuerpo te hace sentir y reaccionar a las cosas que estamos presenciando y eso es exactamente lo que pasó. Vi algo que me parece hermoso y excitante por lo que mi cuerpo reaccionó a ello. Esto no quiere decir que quiero lo que ellos tienen. De hecho, me estremezco al pensarlo.
La brisa fresca sopla más fuerte, tomando mi sangre caliente con ella.
―Correcto ―murmuro, abrazándome―. Ahora tenemos que encontrar una manera de conseguir la chaqueta sin molestarlos.
―Yo lo haré. ―Se aleja y avanza con dificultad por la arena antes de desaparecer detrás del auto. Espero en el silencio.
Levanto mi mano a la boca para morder mi uña del pulgar, esperando la reacción de ellos. Cómo Pedro puede
interrumpirlos sin sentirse incómodo está más allá de mí. No me gustaría ser atrapada en una situación con mis pantalones abajo.
―No me pongan atención. ―Oigo a Pedro decirles. Vanesa chilla y me pongo de golpe una mano sobre mi boca para contener la risa―. Paula tiene frío, y por lo visto, tú también. Trata de no rayar mi auto con esas cosas.
Vanesa deja escapar un gruñido de frustración y la puerta del auto se abre y se cierra. Ni un segundo más tarde Pedro camina tranquilamente de nuevo hacia mí.
Me empujo del auto sin poder ocultar mi sonrisa.
―¿De verdad, Pedro?
―Oye, sabes que nunca pierdo la oportunidad de una broma de pezón.
Sostiene la chaqueta extendida, deslizo mis brazos uno por uno y tiro de ella sobre mis hombros. Me paro en puntillas y lo beso en la mejilla.
―Gracias.
Me levanta en sus brazos y me lleva de vuelta a la manta.
Mientras redondeamos la parte delantera del auto, Vanesa sale hecha una furia en una dirección y Luciano en la otra, pasando los dedos por su corto cabello.
―Recuérdame no invitar a estos dos a cenar la próxima vez ―murmura Pedro en mi oído.
―Solo estoy feliz de que finalmente están hablando entre sí de nuevo.
En la manta, Damian todavía está roncando, completamente ajeno a lo que estaba ocurriendo sobre el auto. No sé cómo está tan en paz aquí, en la naturaleza.
Tengo demasiado miedo de parpadear siquiera por un segundo de más. Vanesa se deja caer sobre la manta, tirando de su teléfono celular en su bolsillo.
―No hay recepción ―dice, guardándolo de nuevo―. Odio Las Vegas.
Pedro me baja sobre la manta y me giro hacia Vanesa mientras Pedro se acuesta sobre su espalda y cierra los ojos. Supongo que esa es su manera sutil de darnos a Vanesa y a mi algún tiempo de chicas. Le doy la espalda y meto mis rodillas en mi pecho. Agarro los extremos de la chaqueta y fuerzo la tela sobre mis rodillas y por mis piernas. Ah. Eso está mejor. Ahora soy una pequeña bola de calor.
Vanesa se inclina hacia atrás en las palmas de sus manos y estira las piernas antes de cruzarlas en los tobillos. Le echo un vistazo, a sus piernas, y mi mirada revolotea a la tela irregular en su entrepierna. Uppssss. Cremallera abierta. No hay nada más incómodo que una cremallera abierta. ¿Cómo le dices a alguien que sus pantalones están abiertos sin sentirte un retorcido? A la mierda. Acabo de ser testigo de ella y Luciano en el medio de algo, lo menos que puedo hacer es decirle que su cremallera está abierta.
―Mmm, ¿Vanesa?
―¿Sí?
Me aclaro la garganta y me inclino cerca de su oído.
―Tu cremallera...
Ella baja la mirada y se ríe, sus mejillas volviéndose un rosa violento.
―Lo siento. Son estos pantalones. La cremallera está siempre bajándose.
Asiento, frunciendo los labios contra una sonrisa. Decido no burlarme de ella acerca de Luciano. Si quiere decirme, lo hará… si solo lo hiciera, entonces tal vez podría ayudar u ofrecer un buen consejo. Entonces me doy cuenta, Luciano y las chicas al azar que él trae. Ella tiene que saber... y ahora es un momento tan bueno como cualquiera para decírselo.
―Vane, hay algo que tengo que decirte. No quiero, pero como tu mejor amiga siento probablemente debería.
―¿Es mi pezón? ―Vanesa se asoma hacia su cremallera de nuevo y luego a su pecho, claramente inspeccionando su ropa.
Me echo a reír.
―No, no es eso. ―Me aclaro la garganta―. Como sabes, Luciano se ha estado quedando con nosotros... y él… ―Atrapo mis labios entre los dientes. Jesucristo, esto es más difícil de lo que pensé que sería―. Trae chicas a casa,
chicas que no son tú.
De repente, ella evita mi cara.
―Lo sé.
―¿Lo sabes? ―escupí. Si no tengo cuidado, mis ojos van a sobresalir justo fuera de mi cráneo.
―Sí, lo sé.
Y ese fue el final de eso. Por primera vez desde que conozco a Vanesa, caemos en un silencio incómodo, sin nada que decir y eso duele.
¿Está ella cambiando?
¿Estoy yo cambiando?
Vanesa y yo siempre tenemos algo de qué hablar. Siempre.
―Así que ―arrastro, empujando nuestra anterior y extraña conversación detrás de mí―… ¿algún plan previsto?
Ella niega.
―Ya no tengo estómago para Las Vegas. Estoy harta. ―Hace una pausa, chupando sus labios en su boca y dejándolos ir con un pop. Es lo que la delata cuando está nerviosa... y Vanesa nunca se pone nerviosa, por lo que el movimiento me pone en el borde―. Estoy pensando en ir a casa antes, Pau ―murmura, inclinando su cabeza hacia el cielo.
Me remuevo en mi chaqueta.
―Pero todavía tenemos meses aquí.
―Tú todavía tiene meses aquí. Yo estoy aquí por Luciano, y ahora... ―Ella arrastra una inhalación por la nariz y la expulsa rápidamente―. Ahora ha terminado.
No puede irse. Sin ella, ¿qué voy a hacer? ¿Salir con Maca? No es que tenga nada en contra de Maca, es solo que, Vanesa es mi mejor amiga, mi hermana.
―No te vayas ―le ruego, empujando mis piernas fuera de la chaqueta y deslizándome más cerca―. Por favor, Vane, te necesito. No puedo hacer esto sin ti.
¿Quién va a sentarse a mi lado en la pelea? ¿Quién va a tomar mi mano y animar cuando yo no puedo?
―Paula…
―Quédate conmigo. En mi habitación ―dejo escapar. Las palabras salen sin pensar y me detengo por un momento. Ninguna objeción proviene de Pedro y no me atrevo a mirar por encima de mi hombro por temor a la mirada de muerte que probablemente está enviando directamente a mi espalda―. Dale a Luciano su habitación de vuelta y quédate conmigo por el resto del viaje. ―Mi voz está suplicando, desesperada por conseguir que se quede conmigo.
―¿Y a Pedro no le importaría? ―pregunta ella, bajando la voz.
Paso saliva, y finalmente, miro por encima de mi hombro. Como lo esperaba, sus ojos oscuros están en mí. Lo observo, tratando de comunicarme con mis ojos, y después de un concurso de miradas intensas cierra los ojos durante tres segundos y luego los abre.
―No ―dice él y mis hombros se desploman―. No me importa.
Un ruido raro y excitado fuerza su camino hasta mi garganta y por mi boca.
Me giro alrededor y me abalanzo sobre Pedro. Envuelvo mis piernas alrededor de sus caderas perfectas y agarro su rostro perfecto. Lo beso una y otra y otra vez mientras me aprieto contra él.
―Supongo que tengo algo que esperar ―dice Vanesa inexpresiva mientras ahogo a mi increíble marido en besos.
Pedro se aparta e inclina la cabeza hacia Vanesa.
―Después de lo que he visto un par de minutos atrás contra mi auto, me lo debes.
Me río mientras Vanesa rueda los ojos.
―Tengo la sensación de que nunca voy a vivir para que te olvides de eso.
―Ni en un millón de años, enana.
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