miércoles, 29 de octubre de 2014
CAPITULO 239
Durante cuarenta minutos Pedro se empuja a sí mismo, más y más duro.
Cuanto más duro golpea, más frustrado se pone y me pregunto si tal vez no debería haberle tomado el pelo.
Observo su forma completa... alto, musculoso, y
peligroso. Posee una gran responsabilidad sobre sus hombros y no importa quién seas, nadie es lo suficientemente fuerte para soportar el peso del mundo.
―¡Tiempo! ―grita Damian, haciéndome saltar.
Pedro baja sus manos, jadeando. Trago mientras camina a través del ring, cada paso parece más agresivo que el anterior. En nada de tiempo, se inclina contra la jaula, y aunque pensé que él estaba enojado, él me sonríe.
―¿Mejor?
Abro la boca estando de acuerdo, pero Damian interviene antes.
―Es mejor que esta mañana, pero no tan bueno como el mes pasado. ¿Qué te pasa, Pedro?
Los ojos de Pedro se estrechan y frunce sus labios. Sin decir una palabra, él empuja la jaula y va como un vendaval hacia la puerta. Todo mi cuerpo se tensa con anticipación ya que la abre y asalta las escaleras. Su oscura mirada, fijamente en mi cara y yo estoy atrapada, incapaz de apartar la mirada. Mis rodillas se vuelven mantequilla cuanto más se acerca y si me concentro lo suficiente, puedo escuchar mis hormonas multiplicándose por segundos. Cojo la esquina de mi labio entre los dientes y gracias a Dios que los seres humanos no pueden leer la mente. Pedro me habría encerrado en un manicomio si oyese la mitad de los pensamientos obsesivos, locos que tengo sobre él.
―Estoy bien ―gruñe mientras pasa a Damian―. Nunca he estado mejor.
―Tú puedes estarlo, pero tus tiempos no lo están.
Pedro me coge de mi codo, apretándolo con fuerza mientras me aleja de la jaula. Echo un vistazo por encima del hombro a Damian y cierra su portapapeles, y me da “la mirada”. Sé exactamente lo que significa. Todo depende de mí para hablar con Pedro, para motivarlo. De acuerdo con todos los demás, soy la única a la que escucha. Según yo, él no hace nada de lo que le pido, al menos que le esté pidiendo que me folle.
Dejo que Pedro me tire a través de la sala de entrenamiento sin luchar. Todo es de vanguardia, y es obvio que la MMAC no escatima en gastos cuando se trata de sus luchadores.
Nunca he visto tantas máquinas. Pedro me tira todo el camino hasta el cuarto de baño y finalmente libera mis brazos mientras la puerta se cierra detrás de nosotros. Por desgracia, me estoy acostumbrando a la parte interior de un cuarto de baño de solo hombres. Los frescos ladrillos blancos, son fríos contra mi piel mientras me apoyo contra la pared. Dejo mi cabeza perezosamente hacia un lado mientras Pedro saca su camiseta negra sobre su cabeza y la tira al suelo. Su espalda esta hacia mí y mi mirada se pega automáticamente en cada pendiente y depresión. Conozco su cuerpo tan bien que puedo sentirlo bajo mis dedos, sin ni
siquiera tocarlo.
―Tal vez Damian tiene razón... ―digo, sintiéndome confiada ahora que sus intensos ojos no están en mí.
Pedro no se apresura en responder. De hecho, ni siquiera me mira. En cambio, se inclina para abrir la ducha de piso abierto. De inmediato, el agua caliente comienza a empañar el cuarto de vapor, asentando una sensación de pesadez en mis pulmones. Espero, con paciencia, para que Pedro me hable. Dos minutos pasan y todo lo que ha logrado hacer es mantener la mano bajo el chorro de agua caliente.
―Pedro…
Él gira rápidamente y me da una mirada feroz por debajo de sus cejas, haciéndome jadear. Solo él tiene la intensidad para hacer que alguien jadee en voz alta.
―¿Me vas a dar un sermón ahora, también?
―No, yo…
Comienza a ir hacia delante, con pasos agresivos y depredadores que tragan la distancia entre nosotros y me obliga a tragar mis palabras. Me refuerzo contra la pared, esperando algún tipo de espectáculo de dominación, en cambio, se detiene a un metro de distancia. Extrañamente, me siento fría... Quiero que su cuerpo caliente el mío.
Incapaz de resistirme a su influencia, avanzo poco a poco más cerca.
―No estoy tratando de darte un sermón... solo quiero ayudar.
―No necesito ayuda ―me espeta, y yo retrocedo un poco―. Estoy muy bien yendo a mi propio ritmo.
Frunzo el ceño.
―¿Y cuándo Dom te derrote?
Él viene hacia adelante, empujándome con fuerza contra la pared. Ahí está la muestra de dominación que esperaba. No vacilo, no porque no tenga miedo, no, tengo miedo, estoy jodidamente aterrorizada. No vacilo, porque sé que le molesta cuando dejo que me afecte. Su pecho está al ras contra el mío y sus muslos se imponen entre mis piernas.
Me sujeta, completamente inmovilizada.
―¿Crees que me va a vencer? ―gruñe Pedro y sacudo rápidamente mi cabeza.
Su aliento es cálido y rápido en mi cara y solo quiero dar marcha atrás, pero tengo que ser la que le diga que tiene que trabajar más duro. Nadie más tiene las bolas, y además, necesita escuchar esto de todos modos. He perdido la cuenta de sus noches sin dormir, y ya no puedo calcular sus estados de ánimo fluctuantes.
Él es impredecible, incluso más que antes, y por primera vez desde que hemos empezamos a salir, no sé cómo leerlo.
―Creo que le dejarías.
Se inclina aún más cerca, robándome el aliento.
―Si puedes mirarme a los ojos y decirme, honestamente, que a ti te parece que no estoy trabajando lo suficientemente duro, entonces voy a esforzarme más duro, al igual que he hecho hoy.
Rastrillo mis dientes sobre mi labio inferior. Creo que Pedro lo está haciendo bien, pero yo no soy el que lo estudia y toma las notas.
―Creo que es necesario que te esfuerces más, no por mí o Damian, por ti mismo. No te lo tomaste muy bien cuando perdiste con Dom la última vez.―Permito que mis dedos rocen sus duros lados―. No quiero ver que suceda de nuevo.
―No va a suceder de nuevo ―dice, con dureza, y esta vez, me estremezco.
No estoy tratando de pelear con él... no quiero volver a molestarlo intencionalmente, pero a veces las cosas tienen que decirse. Cómo él las tome depende de él. Mis intenciones nunca han sido otras que querer ayudarlo.
Exhala, apoyando su frente contra la mía. Los músculos previamente tensos de sus brazos, se relajan, y él los deja caer desde su posición defensiva en la pared, antes de acariciar suavemente mi mejilla.
―Mentalmente, estoy agotado y necesito solucionarlo antes de empezar a empujar mi cuerpo hasta el límite. No puedo estar mental y físicamente agotado, no es bueno para nadie.
Asiento, acariciándolo. Eso es comprensible. Tomo su mano de mi mejilla y la tiro hacia mi boca. Sus ojos revolotean cerrándose brevemente mientras beso la palma de su mano.
Huele y sabe como a sudor y caucho, pero no me importa.
―¿Qué puedo hacer para ayudarte? ―le pregunto.
Arrastra el pulgar por mi labio inferior y resisto las ganas de chuparlo en mi boca.
―Necesito que estés conmigo, no contra mí, y tienes que ignorar todo lo que diga Damian porque ya soy consciente de ello. Sé que no estoy empujándome a mí mismo. Sé que tengo que entrenar más duro, pero también sé que... no puedo.
Casi pongo mala cara.
―¿Es algo que hice? ¿Hay algo malo en mí?
Pedro agarra mi cara, lo que obliga a nuestras frentes a presionarse juntas.
―Cariño, esto no tiene nada que ver contigo. Pacificas mis pensamientos erráticos, lo sabes. Todo esto es acerca de mí y que dejo que Dom y mi padre se metan en mi cabeza.
Estuve a punto de hundirme en el alivio.
―¿Cómo podemos sacarlos?
Sacude la cabeza y libera mi cara.
―No lo sé... pero estoy trabajando en ello.
Su ceño se surca profundamente y aún sumido en sus pensamientos, es sexy.
No puedo evitarlo. Cuanto más lo miro, más lo necesito.
Puedo sentir el remolino de fuego a través de mi estómago y fluir hacia el sur. Se mueve lentamente, pero arde caliente como la lava, y cuando llega a mi centro, explota como un barril de pólvora. En mi cabeza me imagino aplastando mis labios contra los suyos y tomando exactamente lo que quiero de él. Me imagino tirando de su cabello y maldiciendo, gritando y gimiendo. Me imagino mordiendo, chupando, lamiendo al grado más duro, follándolo hasta que no recuerde quién es Dom, hasta que no se acuerde ni de su propio nombre. Me obligo a volver a la realidad con un trago duro y seco.
―Tengo una idea temporal ―le digo, sonando más nerviosa que sexy.
Los ríos dorados de miel en su iris llamean y su lengua se mueve por su labio inferior. Chillo cuando se las arregla para tirarme hacia delante y agarrar mi culo. La cremallera de mis pantalones cortos vaqueros se clavan en mi clítoris y la fricción provoca oleadas de excitación que pulsan a través de mí.
―Ten cuidado ―murmura con voz sexy, ronca que me hace respirar profundamente―. Solo hay ciertos golpes que mi resistencia puede tomar―. Él asiente en mi camisa―. Y ya estoy teniendo dificultades para mantener las manos fuera de ti, en esta camiseta apretada.
Miro a sus labios de nuevo, brevemente, y luego de vuelta a sus ojos. ¡Dios!
Mis entrañas están líquidas.
―Tienes razón ―le susurro, dejando caer las manos―. Esta camiseta está muy apretada. Deberías quitarla.
Él sonríe y se inclina. Sus manos liberan mi trasero y encuentran mis caderas.
Las aprieta mientras me impulsa más fuerte contra él.
―Te diría que te vas a arrepentir de esto, pero ambos sabemos que no es cierto.
―¿No lo es?
Sacude la cabeza, coge su labio inferior entre sus dientes y lo libera.
―Cuando haya terminado, vas a pedir más, no arrepentirte de lo que ha sucedido.
Sonrío y me encuentro mirando su boca de nuevo... una boca dulce y vulgar.
―No estoy segura de si alguna vez alguien te lo ha dicho, pero estos niveles de confianza son irritantemente altos.
―Ahora que lo mencionas, había una chica que en repetidas ocasiones se refirió a mí como demasiado confiado y molesto. Ella también me dijo una vez que me odiaba... o algo muy parecido a eso.
Me río en voz baja y continúa:
―Resulta que ella era una mentirosa terrible, con un caso grave de negación.
Ella terminó casándose conmigo.
―Que idiota.
Él asiente muy ligeramente, trayendo su boca peligrosamente cerca de la mía. Su labio inferior cálido y pleno roza el mío y me quedo sin aliento.
―Tal vez, pero ella es mi idiota ahora.
Solo Pedro puede hacer que un insulto suene tan asquerosamente romántico... o tal vez hay algo mal en mí.
En el caso eventual de que sea yo, no quiero nunca
volver a estar bien. Alejo el pensamiento de mi mente. No hay nada de malo en mí. Estoy segura que cualquier chica perdería toda línea de pensamiento con una boca tan tentadora como la de Pedro cerca de sus labios... o su torso desnudo presionado tan alineado contra ella. Él se burla de mí por unos segundos, manteniendo su boca cerca y casi rozando. Quiero lanzarme más y besarlo, pero estoy paralizada, incapaz. Es como si su boca tuviera el control de mi sistema nervioso y él está bloqueando todo en su lugar.
―En verdad quieres besarme, ¿no es cierto?
Respiro mi respuesta. Síp, mi boca estaba demasiado seca para hablar, así que respiré mi respuesta a él.
Definitivamente hay algo mal en mí. Él se ríe bajo y profundo, golpeando todos los acordes correctos.
―No puedo escucharte ―bromea, chasqueando su lengua y rápidamente lamiendo mi labio inferior.
Dulce madre de Satán.
―S… sí, desesperadamente.
―¿Qué tan desesperadamente? ―pregunta, apretando el muslo más duro entre mis piernas y haciéndome suspirar.
―Como si necesitaras una explicación ―me las arreglo para dejar salir, sonando como un ser humano normal que no está a punto de agredir sexualmente a otro ser humano, para variar.
―Por el contrario, cariño, necesito una explicación muy buena. Quiero escuchar todos los pensamientos traviesos que actualmente están zumbando en tu pequeño sexy cerebro, para que pueda hacerlos realidad, aquí mismo, ahora mismo.
Sus palabras despiertan algo travieso dentro de mí. Ha pasado un rato desde que Pedro ha sido su acostumbrado ser insolente y sexy. Últimamente, he sido tratada con abrazos silenciosos, sexo duro, y Pedro de mal humor en general. De vez en cuando, el dulce Pedro muestra su rostro, pero no suele ser sin un estímulo extremo de mi parte.
―Desafortunadamente, no tenemos el tiempo suficiente para que hagas todos mis pensamientos traviesos realidad. Al menos, no aquí de todos modos.
Él replica.
―Tenemos un montón de tiempo.
―Por favor, no dejen que mi presencia los detenga.
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