sábado, 31 de mayo de 2014

CAPITULO 192



Me encuentro con Vanesa en la tienda abierta las 24 horas al otro lado de la calle desde la tienda de ropa. Le doy una mirada a su ajustado vestido negro y tacones altos dorados y miro hacia mis pantalones vaqueros y camiseta. Al menos no me veo como una prostituta.


—¿Cuánto? —le pregunto, acercándome a ella con una amplia sonrisa.


Ella me devuelve la sonrisa y sus ojos verdes brillantes destellan hacia mí.  


—Gratis para ti, cariño. 


Envuelvo mis brazos alrededor de su estructura delgada, tirando de ella con fuerza contra mí. Ha pasado mucho tiempo desde que he salido con ella, sólo nosotras dos. —No significa nada cuando se lo estás dando a todo el mundo de forma gratuita, de todos modos. 


Me aprieta y el dulce olor de su perfume me envuelve. —Oye, sólo estoy tratando de hacerte sentir mejor contigo misma.  


Le alejo con un golpe y se ríe, dejando al descubierto sus dientes perfectos. 

 
—Antes de ir al otro lado de la calle, quiero conseguir algunos aperitivos.  


—¿Aperitivos? Vamos a comprar un vestido, no a ver una película.


—Oye, si voy a estar sentada por un rato viéndote probarte vestidos que probablemente no aprobaría, voy a necesitar todo el sustento que pueda conseguir.



Con una exhalación fuerte, le sigo a la tienda de 24 horas. 


Caminamos alrededor de la tienda y de vez en cuando, atrapo a Vanesa mirándome como si realmente quisiera decirme algo.


—¿Tengo algo en la cara? —le pregunto, frotando mis mejillas.


—No.


—¿Entonces por qué me estás mirando? Es incómodo. 

Deja de caminar mientras miro pequeños paquetes de Tylenol. Hay un pequeño latido en la parte posterior de mi cráneo y sé que va a expandirse en un dolor de cabeza por completo dentro de la próxima hora o dos.

—No te lo puedo decir. —Se queja, frustrada consigo misma.

Arrastro mis ojos desde la caja de Tylenol hacia su cara.

  
—¿Por qué no puedes…


—¡Está bien, está bien! —Suspira—. Dejé que Luciano me hiciera algo.


Meto el Tylenol bajo mi brazo mientras me ahogo con una risa.   

—Caray, ni siquiera termine mi pregunta y estás lista para contarlo todo.Recuérdame ya no contarte mis secretos. Apenas en esta cosa de interrogatorio.


Ella golpea mi brazo y cruza los brazos sobre su pecho.  

—Nunca repetiría tus secretos. 

Estrecho mis ojos.


—Por lo menos no los realmente importantes. —Vanesa aclara con un asentimiento satisfecho de su cabeza. 

—Todos son importantes, es por eso que son secretos.  

—Creo que definitivamente hay diferentes grados de secretos. Por ejemplo…

—Olvídate de los ejemplos —exijo, jalando el Tylenol de debajo de mi brazo y dándoselo a ella—. Sólo dime lo que quieres decirme. 

Ella se sonroja.

—No sé si debería decirlo. No quiero que pienses que soy rara.


Resoplo, distraídamente recogiendo una caja pequeña y leyendo la parte de atrás. Tan pronto como leo la primera frase “Ribbed aumenta el placer de ella”, le doy la vuelta a la caja y leo la parte delantera antes de meterla de nuevo en el estante. Siento correr la sangre a mis mejillas mientras Vanesa se ríe con su risa, ya sabes, el tipo de risa con la cabeza hacia atrás y la boca bien abierta, la misma risa
que también atrae atención no deseada. Me muevo de forma errática y termino tumbando toda una fila de preservativos del estante. Olvidando el lío, agarro el brazo de Vanesa y la arrastro lejos. Cuando rodeamos la esquina, se encoge de hombros fuera de mi alcance. 

 
—Relájate, tienes la edad suficiente para comprar condones. —Sus ojos se ensanchan con excitación. 


Conozco esa mirada. Es la misma mirada que pone
cuando está lista para el chisme—. Dime, ¿qué tamaño utiliza Pedro?  


—¿Por qué estás tan obsesionada con mi vida sexual y qué tamaño de condón usa mi novio? —le susurro mientras una mujer de edad avanzada se pasea pasándonos.


Le doy una sonrisa amable, una que ella regresa con gracia. 


Gracias a Dios, no me oyó. 

—Porque soy curiosa. Quiero saber. Me gusta el sexo y me gusta hablar de sexo, y ahora que por fin tienes un novio que no me importaría imaginar desnudo, quiero saber todos los detalles. —Damos un paseo por otro pasillo, otro pasillo de la tienda, y Vanesa agarra un paquete largo y delgado de Twizzlers—Entonces, ¿de qué tamaño?


—No lo sé —murmuro, evitando su cara—. Nosotros no los usamos.


Los Twizzlers caen al suelo y me quedo mirándolos antes de mirar a la cara aterrorizada de Vanesa. Uno pensaría que acaba de ver un fantasma.


—¿Estás malditamente jugando conmigo? ¿Comienzas a tener relaciones sexuales con un tipo caliente y tiras toda precaución al viento? ¿Sabes que viene de relaciones sexuales sin protección? Putos bebés, llorando, haciendo popo,comiendo, bebés. No necesariamente en ese orden y, a veces todo a la vez. 

Me río de ella, porque no hay nada más que hacer. Típico de Vanesa,armando un escándalo. 

—No te rías, Pau. Hablo en serio. No tomé esa mierda de sexo sin protección a la ligera, ¿incluso escuchaste lo que dije? Bebés. B. E. B. É. S. Jode eso.


Vanesa nunca ha sido una persona de bebés, pero yo sí. Siempre he querido niños, demonios, incluso esperaba tener al menos uno para la edad de veintitrés.


—Estoy protegiéndome —le digo, recogiendo sus dulces. 


Los toma de mis manos y los pone en el estante. Al parecer, ha perdido el apetito.


—Sí, y detectores de humo en las casas realmente evitan incendios —afirma sarcásticamente—. Para el momento en que has despertado por una alarma de humo, ya es demasiado tarde. El fuego se ha iniciado y el humo ya está llenando la casa. No confíes en la píldora. Dobla tu protección, mierda, triplica la protección. No cometas errores.


Pongo los ojos en blanco y avanzo por el pasillo.  

—De todos modos —exhalo—. ¿Qué dejaste que Luciano te hiciera?


Con un resoplido, deja caer la conversación sobre Pedro y yo teniendo sexo sin protección.


—Bueno, déjame empezar diciendo que no tengo miedo de probar ninguna cosa y soy bastante dispuesta para cualquier cosa.


¿Dispuesta? ¿Qué demonios significa eso? Pongo los ojos en blanco y Vanesa se burla.


—No me juzgues, Pau. Nací para ser impresionante, no perfecta. —Ella continúa con su historia—. A Luciano le gustan algunas cosas raras y anoche...
dejé que me amarrara.


Dejo de caminar.  

—¿Dejaste que te amarrara?


La anciana que nos pasó antes camina junto a nosotras de nuevo, esta vez escuchando mi mini estallido. Le doy mi mejor sonrisa de "realmente espero que no escuchara eso” y ella nos frunce el ceño a Vanesa y a mí antes de sacudir la cabeza y lentamente pasearse lejos.


—¿Por qué dejarías que te ate? Eres un ser humano, por el amor de Cristo,no un animal —le digo en un susurro ronco.


—Porque me gusta y me prometió que no me lastimaría.


—Es curioso, eso es lo que le dijo el asesino en serie a su víctima en el último episodio de Ley y el Orden que vi.


Ella parpadea hacia mí.


—Es una serie de televi… no importa, la chica fue encontrada en un cubo de basura. Mi punto es... —le digo—. Está bien, así que en realidad no tengo un punto. Puedes hacer lo que se te dé la gana con tu cuerpo.  

—Sé que puedo, y lo hago, pero la cosa es... que no se detiene en amarrar.Me gustaría poder decirte,Pau, pero le prometí que no diría nada. Le tomó mucho tiempo abrirse conmigo sexualmente y no quiero que se lo repitas a nadie. 

—¿A quién se lo voy a decir? ¿A mi madre? —Me río una vez—. Tú eres mi única amiga.


—Está bien, está bien. No te contaré todo, solo te diré que le gusta el sexo en público.


Eso ya lo sabía.


—Y le gusta hacerme daño.


Fruncí el ceño.


—Solo cuando tenemos sexo, no es nada exagerado. No me deja moratones o me corta o algo por el estilo. —¿Se supone que eso me haga sentir mejor?—. Le gusta darme palmadas en el trasero... muy duro y a veces con cosas como cinturones o látigos. Le gusta morderme y pellizcarme, así como tirar de mi cabello…


—Espera... —le interrumpo—. ¿Simplemente dejaste que te haga esas cosas?


Se encoge de hombros.


—Lo necesita. Él no puede... terminar, a menos que algo inusual esté ocurriendo y quiero ser la persona que le ayude.


—Lo que necesita es ayuda profesional.


Las cejas de Vanesa se juntan y sus labios se endurecen en una línea impasible.  


—Él no necesita ayuda profesional, Paula. Necesita a alguien que le entienda.


Ups. No quería ofender a nadie, pero Luciano definitivamente tiene algunos problemas profundamente arraigados. 

—¿Puedes hacer eso, sin embargo? —le pregunto directamente—. ¿Y qué pasa si quiere cosas que no puedes darle? ¿Qué pasa si trazas una línea y él quiere cruzarla? 

Ella visiblemente piensa en mi pregunta.  


—No lo sé...


—Si te gusta cuando Luciano te hace todas estas cosas, entonces está bien,más poder para ti. Todo lo que estoy diciendo es que hables con él antes de abandonarte completamente a ello porque sus problemas probablemente son más profundos y más oscuros de lo que te está mostrando.  

Vanesa abre su boca para protestar, pero le muestro la palma de mi mano. 

 
—Sé que a él no le gusta hablar, pero te estás comprometiendo por él. Haz que se comprometa por ti. 

Piensa por un segundo, antes de asentir lentamente.  

Suspiro, esperando que ella hable con Luciano. No quiero que se aproveche del alma despreocupada de Vanesa, sobre todo ahora que se está enamorando de él.


—Ahora, vamos a encontrar un vestido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario