sábado, 24 de mayo de 2014

CAPITULO 169



Conduzco rápido, notando ocasionalmente que Luciano limpia las palmas de sus manos sobre sus pantalones vaqueros de vez en cuando.


—¿Tienes miedo de Dom? —le pregunto, agarrando fuerte el volante con mi propio miedo. 


Él resopla, como si hubiera dicho algo ridículo. 


—Dom no podría provocarme miedo, incluso si midiera unos treinta metros de alto y quince de ancho.


Mis cejas se arrugan. 


—Pedro, sin embargo. —Niega con la cabeza—. Es una situación completamente diferente.



Muerdo mi labio inferior. He visto a Pedro enojado antes, pero no lo he visto tan enojado como lo pondrá esto sin duda. Extrañamente, sin embargo, no me siento mal por ello, y si salgo bien de esto, entonces ningún daño será hecho. 


—Puedo llevarte de vuelta... no es demasiado tarde.


—No. Quiero ver la cara de suficiencia de Dom cayendo cuando se lo digas.Me arriesgaré a cabrear a Pedro por eso.


Aprieto el volante de nuevo. 


—¿De verdad crees que va a volverse loco? 


—Oh sí, él va a explotar.


Nerviosa, quito una mano del volante y deslizo el dedo índice en mi boca y comienzo a masticar mi uña.


—Tal vez debería dormir en casa de Vanesa esta noche... después de esto me puedo imaginar que no voy a ser muy bienvenido —piensa él en voz alta.


Ansiosa por cambiar el tema sobre Pedro volviéndose loco, pregunto:  

—Hablando de ti y Vanesa, ¿cuál es el problema?

Él contraargumento al instante:  
—¿Qué te dijo?

—Nada, esa es la cuestión... por lo general me dice todo, pero últimamente,nada. Estoy tratando de decidir si es porque ella está muy feliz o muy infeliz.

Luciano se pasa los dedos por su cabello. 

—Tal vez sea porque las dos son adultas ahora y no necesitan compartir cada chisme como un par de adolescentes risueñas. 

Lo miro de reojo.

—Lo siento. —Exhala—. Le he contado cosas a Vanesa sobre mí que preferiría que ella nunca repitiera, incluso a ti. 

¿Me pregunto qué es tan malo a cerca del pasado de Luciano que lo ha dañado tanto? Pedro afirmaba que su propia vida era complicada, pero aparte de un padre muerto, una madre borracha, y una hermana que había huido a Las Vegas con su novio aspirante a estrella de rock, su vida no es tan mala. 

—Había una chica... —lo provoco, mis ojos giran hacia él. Lo veo tenso. 

—No, era una mujer. “Chica” implica que había algún tipo de vulnerabilidad o inocencia en ella.

Hay una gran cantidad de emoción en su tono, no amor o deseo, sino odio... asco. Él traga saliva, como si tratara de deshacerse de un mal gusto.


—¿Era ella…?


—Mira, eres genial y todo, pero no quiero discutir sobre lo que pasé con esa puta. Ni siquiera le he contado a Pedro toda la historia y hemos sido amigos por siempre. —Flexiona sus dedos—. Me prometí que mantendría mis manos para mí mismo cuando vea a Dom esta noche, pero no puedo si tú vas a tratar de entrar en mi cabeza. En cuanto a Vanesa, si fuera infeliz, se iría.

“Si fuera infeliz, se iría”. Eso es verdad. He conocido a Vanesa lo suficiente como para saber que no hace nada que no quiere. 

—El tercer edificio a la derecha —murmura Luciano,haciendo que mi corazón se dispare en mi garganta.


De pronto, esto se siente como una mala idea. Imágenes de Pedro se filtran en mi mente con sus costillas descoloridas y el labio reventado... es suficiente para aclarar mi cabeza y permitirme agrupar mis pensamientos. 

Dom hirió a Pedro.
Dom va a continuar a lastimando a Pedro hasta que tome todo de él. 

Golpeo el pie en el freno y el auto se sacude al detenerse, enviando a Luciano y a mí hacia adelante antes de que los cinturones de seguridad nos atrapen. 

—¿Qué demonios? —gruñe Luciano. 

Sin dudarlo, desengancho mi cinturón de seguridad y tanteo para conseguir mis llaves del encendido. La ira toma curso a través de mí cuando pienso en Dom y cómo él está usándome como un peón en su juego para conseguir vengarse de Pedro. Sigo moviéndome erráticamente, sabiendo que si me detengo ahora, mi ira se desvanecerá. Tengo que actuar cuando todavía está caliente. 

—Vamos —le gruño a Luciano mientras me disparo fuera del auto. 

Sin cerrar la puerta, voy hecha una furia a través de la pequeña zona de estacionamiento y hacia el moderno gimnasio frente a mí. Luciano camina a mi lado. 

—Nada de peleas —aclaro. 

Él está de acuerdo:  
—Nada de peleas.

Golpeo las manos en las puertas de cristal, empujándolas para abrirlas y pasar. Ignoro las miradas de los asistentes del gimnasio de última hora y entro en el salón principal. Me empeño en escanear la habitación en busca de un idiota alto y calvo. Cuando lo veo parado junto al cuadrilátero charlando y riendo con un tipo enorme que tiene un ojo hinchado fresco, me vuelvo loca. En el interior, una presión comienza a construirse en el estómago antes de extenderse y llenar mi pecho. Quiero gritar y llorar. Quiero patearlo hasta que no se pueda mover... pero no puedo hacer nada de eso. Eso es lo que él quiere... y nunca le daré la satisfacción de conseguir lo que desea. 

En lugar de rabiar y acometer contra él para matarlo con mis garras, lleno mi cara con una amplia sonrisa y camino casualmente hacia ellos. El hombre tipo Hulk golpea a Dom en el hombro y hace un movimiento con la cabeza en mi dirección. Cuando la mirada fangosa de Dom cae sobre mí, mi piel se siente como si un balde de crías de araña hubiera sido vertido sobre cada centímetro de mi cuerpo.

—Paula —ronronea, dejando un mal gusto en la parte posterior de mi garganta—. Qué agradable sorpresa. 

Él sonríe, volviendo su atención a Luciano. 

—Veo que trajiste solo uno de tus perros. ¿Los otros no se sentían bien para el viaje?

Doy un paso hacia adelante, queriendo desesperadamente abofetearlo o escupirle, pero el dedo de Luciano se engancha alrededor de la fina correa de mi vestido y tira de mí hacia atrás. Dejo escapar una respiración lenta y constante. 

—Algo así —le respondo sin rodeos—. Dime, ¿cuál es el próximo evento que tienes? 

Se encoge de hombros. 

—Tengo una pelea programada.

Sonrío.
—No es en Las Vegas, sin embargo, ¿no? 

Una corriente eléctrica fluye a través de mí cuando se desvanece la sonrisa de Dom y solo así soy adicta a hacerle daño. 

—No preocupes tu cabecita sobre mí. Voy a llegar a Las Vegas un día y voy a pasar por tu chico para llegar allí.

Meto mis manos en los bolsillos de mi vestido.

—Mira, ahí es donde te equivocas. Pedro se asegurará de que nunca luches de nuevo. 

Dom se ríe y mira sobre su hombro a su amigo, quien también sucede que encuentra hilarante lo que dije.

—Odio tener que decirte esto, cariño, pero la única manera que Pedro va a detenerme de luchar es si me rompe mis dos piernas. 

Me encojo de hombros.

—O si tiene pruebas de que lo lastimaste a él y a su entrenador y las lleva al MMAC. 

Dom cruza los brazos sobre su pecho en un intento de lucir intimidante.
Analizo su rostro, observando emociones familiares parpadeando sobre él. La incredulidad se muestra primero, seguida por el miedo, luego frustración antes de que sus labios finalmente se encrespen hacia arriba en una sonrisa satisfecha. 

—Buen intento, pero no me puedes asustar. 

Luciano suelta mi vestido y lo tomo como una indicación para ir a matar. 

Doy un paso adelante. 

—No estoy tratando de asustarte, Dom. Todo lo que tú y tus amigos hicieron fue capturado en cámara. 

Su sonrisa de suficiencia se tambalea, enderezándose en una línea impasible.


—Estás mintiendo, maldita —gruñe.


Niego con la cabeza, sonriendo siempre tan ligeramente. 

—Me temo que no. 

Don me observa de cerca por unos pocos segundos y cuando se da cuenta que no estoy jodiendo, sus ojos se vuelven brillantes con diversas emociones.
Puedo decir que su cerebro está confundido, inseguro de qué sentimiento quiere que el resto del cuerpo sienta primero. Sé que no debería estar disfrutando esto como todo lo estoy haciendo, pero no puedo evitarlo y la excitante y adictiva sensación de ver a Dom débil, me incita. 

—Búscate una nueva carrera, porque esta está terminada para ti. 

Es como mover un interruptor de un tirón, un segundo él es oscuro y melancólico y al siguiente, es brillante y vivo, dándole puñetazos al enorme tipo detrás de él y haciéndolo poner de rodillas. La fuerza detrás del golpe me sacude de nuevo a mis sentidos. Santa. Mierda.

Vuelve los ojos oscuros a mí.

—Si él usa esas filmaciones juro por Dios que lo mato. 

Trago saliva, dando algunos pequeños pasos hacia atrás y no es hasta que la mano de Luciano se planta firmemente en mi espalda que me detengo. 

—Tú te has hecho tu propia cama. Duerme en ella. 

Los brazos de Dom se disparan y me agarra de los antebrazos, apretándome con fuerza innecesaria. Jadeo y aprieto los dientes contra no cerrar los ojos. No pareceré débil frente a él.

—Suéltala, imbécil —demanda Luciano, manteniendo su mano en mi espalda para reconfirmar. 

Dom no le hace caso, su oscura mirada verde permanece solamente en mi cara. 

—Te estoy advirtiendo —casi susurra—. ¡No jodas conmigo! —El resto de su oración sale en un poderoso rugido y es tan fuerte que mi cabeza da vueltas con un leve caso de trauma de guerra. Él me empuja hacia atrás y no tropiezo porque la mano de Luciano me estabiliza. Luciano se lanza hacia adelante, dando un paso delante de mí. Puedo sentir el pánico creciendo en mi pecho ante la idea de Dom y Luciano entrando en una pelea en estos momentos. Agarro el brazo de Luciano y lo tiro hacia atrás. 

—Nada de peleas —le grito y me echa una mirada por encima del hombro,claramente frustrado porque yo todavía quiero este encuentro libre de puños. Ya no interesado en nosotros, Dom destroza todo el gimnasio, dando puñetazos y tirando cosas como si no existiéramos.


—Vámonos —exige Luciano, tomando mi codo y tirando de mí hacia la salida. La gente nos mira como si fuéramos criminales, mientras que otros se agachan como si fuéramos a matarlos y cuando pasamos a una madre y a su niño de no más de doce años, me detengo. La madre agarra a su hijo y lo tira hacia ella. 

—Si la usan —grita Dom pero nosotros no miramos por encima de nuestros hombros—. Si la usan, maldita sea… ¡cuídense! 

—Lo siento —murmuro antes de que Luciano me empuje fuera del gimnasio.


Aspiro el aire fresco, llenando mis pulmones al punto máximo y mis manos comienzan a temblar. Las flexiono y agito un par de veces en un intento de conseguir que se detengan, pero no funciona. Saco las llaves del auto de mi bolsillo y se las entrego a Luciano, que está tan tranquilo como el ojo de una tormenta.

—¿Puedes conducir? 

Él asiente, toma las llaves, y se dirige al auto. 

Lo sigo y subo al asiento del pasajero. Él me conduce de nuevo a la casa de Pedro, ninguno de los dos dice una palabra sobre lo que pasó esta noche. Uso las yemas de mis dedos para masajear mis sienes, con la esperanza de ganar algo de compostura. Mi corazón se acelera, no por lo que hice, sino porque sé que Pedro estará levantado y esperándome cuando llegue a casa. No sé lo va a hacer, o lo que él va a decir, pero sí sé que lo que hice esta noche me satisfizo y no voy a pedir disculpas por ello.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario