sábado, 31 de mayo de 2014

CAPITULO 193



Apenas estamos en la tienda por cinco minutos antes de que mi mirada caiga sobre un impresionante vestido de color púrpura profundo. Fluye hacia el suelo y tiene dos tirantes finos cubiertos en exquisitos patrones de cuentas que bajan y rodean la cintura. Por debajo de la cintura con cuentas, hay una delgada franja de encaje morado que expondrá una tira delgada de piel antes de que el patrón de cuentas comience de nuevo.



Este.


Este es el vestido que usaré para la cena de Pedro. Es sexy. Es elegante y es perfecto.


—¡Eso es increíble! —murmura Vanesa. Extiende la mano y lo quita del estante—. Pruébatelo.


Lo empuja hacia mis manos y la suave tela de satén se desliza entre mis dedos. Sí, este es sin duda el vestido que voy a usar.


—No necesito probármelo. Lo quiero.


Vanesa me mira con la misma mirada que Pedro me dio después de que rechacé usar su tarjeta. Su mirada no me altera como la de Pedro lo hace, sin embargo. 

 
—Tienes que probarte el vestido, para asegurarte de que te queda bien.


—Me quedará bien —le digo, abrazando el vestido más cerca de mí.


Agarra mi hombro, sus huesudos dedos se clavan en mí mientras me hace girar, empujándome en dirección a los vestuarios. 

En el interior, las habitaciones son espaciosas. Tan espaciosas que incluso hay un sofá para sentarte y ver a tus amigas vestirse. Eso no es raro en absoluto. Por supuesto, Vanesa tiene que sentarse y verme mientras me cambio. 


Una vez que me pongo el vestido, me siento diferente, y con el riesgo de sonar como una perdedora total y absoluta, me siento como una princesa. El vestido expone una porción apropiada de mis pechos y se aferra a mi cintura y caderas antes de fluir suavemente por mis piernas en un flujo interminable de perfección púrpura.


—A Pedro realmente le gustará este. —Sonrío, girando para mirar a la parte de atrás. La parte trasera del vestido elegantemente expone mi espalda. 

—Le gustará. Quién sabe, a lo mejor le gustará lo suficiente para arrancarlo de tu cuerpo.


Mis ojos se mueven hacia ella y siento que mis mejillas se ponen rojas. Pedro tiene la costumbre de romper todas mis cosas bonitas.  

—Sin comentarios.


Vanesa vuelve a caer en el sofá en derrota. 

 
—Vamos. ¡No eres divertida! Y que lo digas. Dime algo sobre Pedro y sexo.Apuesto a que es bueno, ¿cierto?


La dueña de la tienda se asoma torpemente alrededor de la puerta y Vanesa le sonríe como si nada estuviera mal. La dama le regresa la sonrisa a Vanesa con una mirada, como si fuéramos indignas de estar en su tienda, antes de resoplar una vez al acechar alejándose. Vanesa pone los ojos en blanco y sigue hablando,sin vergüenza.  


—¿Por lo menos dime una cosa que te hace que te gusta?

Procedo a bajar la cremallera del vestido.  


—No, Vane, no te voy a decir nada. Se lo repetirás a Luciano y a cualquier otro que escuche, probablemente incluso a mi madre. 

—No lo haré, lo prometo.  

Niego con la cabeza y Vanesa intenta un enfoque diferente. 


Un enfoque que sabe va a obtener una reacción de mi parte.

—¿Te gusta cuando te besa el cuello? —Doy un paso alejándome del espejo para que no pueda ver mi sonrisa emergente en el reflejo—. ¿Tal vez te gusta cuando sus fuertes manos recorren tu cuerpo, agarrándote en todos los lugares correctos?


—Vanesa —le advierto. Sus palabras me hacen quedarme sin aliento mientras me imagino vívidamente en mi cabeza todas las cosas que dice. 

—O tal vez te gusta cuando gime tu nombre... —Ella gime mi nombre en su mejor voz de “Pedro” y agarro el vestido esmeralda que cuelga en el estante. Echo un vistazo por encima de mi hombro y me sonríe con malicia mientras mi cara se calienta—. ¿Cuando él te toma rudamente desde atrás? 

Me doy la vuelta y le tiro el vestido y ella se ríe locamente, haciendo una bola con la tela.  

—¡Eres una chica tan sucia, Pau! Por debajo de ese rostro inocente hay una bestia sexual, ¿cierto? 

Quiero estar enojada con ella por ser tan sin censura, pero no puedo. Ella tiene una de esas caras, como la de Pedro, que uno simplemente no puede obligarse a odiar. Mientras se ríe como un idiota, me quito el vestido y me vuelvo a poner mis sencillos pantalones vaqueros azules y camiseta blanca.


—Compraré este vestido. Ahora, salgamos rápidamente de aquí antes de que me avergüences más. 

Troto desde el vestidor y pago mi vestido, a la vez que Vanesa se ríe a mis espaldas. No puede parar. Ama atormentarme, siempre lo ha hecho, y la dueña de la tienda no aprecia que impulsivamente me ría, una vez o dos mientras registra mis compras en la caja registradora. Creo que hasta escupí en ella un par de veces. Estúpida Vanesa, es como en el instituto de nuevo. Ya sabes, ¿cuando estás tratando desesperadamente de no reírte, pero terminas cacareando como una psicópata? Sí, este es uno de esos momentos y cuando me entrega mi recibo,no puedo salir de allí lo suficientemente rápido.


Después de la tienda de ropa, Vanesa fue a ver a Luciano y yo me fui a casa.


Me imagino que tendré un tiempo más fácil tratando de evitar mostrarle mi vestido a Pedro si no lo veo de inmediato. Curiosamente, mamá no está en casa, así que voy directamente a mi habitación y cuelgo mi vestido en mi armario. Las cajas todavía se acumulan en el suelo, junto con una cantidad ridícula de ropa.


Sucia o limpia, no tengo ni idea. Mi teléfono suena y sé que es Pedro porque programé su canción de entrada como su tono de llamada personal mientras estábamos en California.


Lo saco de mi bolsillo y lo llevo a mi oído, cerrando mi
armario e inclinándome contra él.


—¿Hola?


Me bosteza su hola. ¿En serio? ¿Estuvo durmiendo todo el tiempo que estuve fuera? De alguna manera, estuve fuera por casi tres horas.


—¿Has dormido bien?


—Lo habría hecho si estuvieras aquí. —Suspira—. Dormí bien. ¿Qué estás haciendo?


Me encanta cuando su voz es toda ronca por el sueño.


—Acabo de llegar a casa y guardar mi vestido. Probablemente voy a comenzar a empacar para Las Vegas.


—Divertido —dice inexpresivamente y sonrío. Pedro odia empacar más que yo, y sé que no empacará lo suyo hasta una hora antes de que nos vayamos—. Me dirijo al gimnasio. Damian llamó y quiere hacer una pequeña sesión de entrenamiento esta tarde.  

—Ten cuidado. ¿Cómo te sientes? En realidad no cuidé muy bien de ti en California...


—Estuviste perfecta en California y estoy bien. Casi no siento nada.


Le creo. El tiempo que pasamos en California fue tanto relajante como liberador, no tuvimos sexo y Pedro no se metió en ninguna pelea, por lo que su cuerpo tuvo una buena oportunidad de recuperarse. Sé que no va a sanar milagrosamente durante la noche, pero estará perfecto para el momento en que sea su pelea en un poco más de dos semanas. Todos nos vamos para Las Vegas en dos días, Vanesa, Luciano, Damian, Pedro y yo, además de cualquier personal que la MMAC haya asignado para Pedro.


 Desde las 12 a.m. del día de nuestra partida a Las Vegas serán exactamente t-menos dos semanas hasta la primera pelea profesional de debut de Pedro. Él parece emocionado por ello, pero me hubiera gustado que me expresara sus sentimientos, no la mierda arrogante que usa para cubrir su preocupación. Pedro tiene confianza en sus habilidades, pero también sé que duda de sí mismo más que cualquier persona que conozco. No es que él alguna vez lo admitiría.


—¿Te veré hoy? —pregunta, sacándome de mis pensamientos.


—Puedes verme en cualquier momento que quieras. Iba a empacar, pero si me necesitas en el gimnasio, estaré allí.


—No, creo que puedo manejar... solo. —Él se ríe una vez en voz baja—. Haz tus maletas y te llamaré más tarde.


—Está bien.


—Te amo. —Sus dos pequeñas palabras me hacen sonreír ampliamente y giro mi cuerpo, para así no ver mi sonrisa cursi en el espejo de mi tocador.


—Te amo, también.


Él permanece en la línea por unos segundos más antes de suspirar y colgar. 

No sé lo que pasa por su cabeza a veces. Lanzo mi teléfono en mi cama y pongo mis manos en mis caderas. No tengo que sacar mi maleta desde ningún rincón oculto, ya está abierta en el suelo de mi habitación. Doy un paso hacia ella, levantando mis pies más alto de lo normal para que las ropas delicadas no se envuelvan alrededor de los dedos de mis pies y me hagan tropezar. Me arrodillo junto a la maleta y paso las palmas de mis manos por mis muslos, dejando salir una exhalación pesada. Por último, extiendo la mano y empiezo a clasificar a través de la ropa mientras empaco para la aventura más grande de mi vida.

CAPITULO 192



Me encuentro con Vanesa en la tienda abierta las 24 horas al otro lado de la calle desde la tienda de ropa. Le doy una mirada a su ajustado vestido negro y tacones altos dorados y miro hacia mis pantalones vaqueros y camiseta. Al menos no me veo como una prostituta.


—¿Cuánto? —le pregunto, acercándome a ella con una amplia sonrisa.


Ella me devuelve la sonrisa y sus ojos verdes brillantes destellan hacia mí.  


—Gratis para ti, cariño. 


Envuelvo mis brazos alrededor de su estructura delgada, tirando de ella con fuerza contra mí. Ha pasado mucho tiempo desde que he salido con ella, sólo nosotras dos. —No significa nada cuando se lo estás dando a todo el mundo de forma gratuita, de todos modos. 


Me aprieta y el dulce olor de su perfume me envuelve. —Oye, sólo estoy tratando de hacerte sentir mejor contigo misma.  


Le alejo con un golpe y se ríe, dejando al descubierto sus dientes perfectos. 

 
—Antes de ir al otro lado de la calle, quiero conseguir algunos aperitivos.  


—¿Aperitivos? Vamos a comprar un vestido, no a ver una película.


—Oye, si voy a estar sentada por un rato viéndote probarte vestidos que probablemente no aprobaría, voy a necesitar todo el sustento que pueda conseguir.



Con una exhalación fuerte, le sigo a la tienda de 24 horas. 


Caminamos alrededor de la tienda y de vez en cuando, atrapo a Vanesa mirándome como si realmente quisiera decirme algo.


—¿Tengo algo en la cara? —le pregunto, frotando mis mejillas.


—No.


—¿Entonces por qué me estás mirando? Es incómodo. 

Deja de caminar mientras miro pequeños paquetes de Tylenol. Hay un pequeño latido en la parte posterior de mi cráneo y sé que va a expandirse en un dolor de cabeza por completo dentro de la próxima hora o dos.

—No te lo puedo decir. —Se queja, frustrada consigo misma.

Arrastro mis ojos desde la caja de Tylenol hacia su cara.

  
—¿Por qué no puedes…


—¡Está bien, está bien! —Suspira—. Dejé que Luciano me hiciera algo.


Meto el Tylenol bajo mi brazo mientras me ahogo con una risa.   

—Caray, ni siquiera termine mi pregunta y estás lista para contarlo todo.Recuérdame ya no contarte mis secretos. Apenas en esta cosa de interrogatorio.


Ella golpea mi brazo y cruza los brazos sobre su pecho.  

—Nunca repetiría tus secretos. 

Estrecho mis ojos.


—Por lo menos no los realmente importantes. —Vanesa aclara con un asentimiento satisfecho de su cabeza. 

—Todos son importantes, es por eso que son secretos.  

—Creo que definitivamente hay diferentes grados de secretos. Por ejemplo…

—Olvídate de los ejemplos —exijo, jalando el Tylenol de debajo de mi brazo y dándoselo a ella—. Sólo dime lo que quieres decirme. 

Ella se sonroja.

—No sé si debería decirlo. No quiero que pienses que soy rara.


Resoplo, distraídamente recogiendo una caja pequeña y leyendo la parte de atrás. Tan pronto como leo la primera frase “Ribbed aumenta el placer de ella”, le doy la vuelta a la caja y leo la parte delantera antes de meterla de nuevo en el estante. Siento correr la sangre a mis mejillas mientras Vanesa se ríe con su risa, ya sabes, el tipo de risa con la cabeza hacia atrás y la boca bien abierta, la misma risa
que también atrae atención no deseada. Me muevo de forma errática y termino tumbando toda una fila de preservativos del estante. Olvidando el lío, agarro el brazo de Vanesa y la arrastro lejos. Cuando rodeamos la esquina, se encoge de hombros fuera de mi alcance. 

 
—Relájate, tienes la edad suficiente para comprar condones. —Sus ojos se ensanchan con excitación. 


Conozco esa mirada. Es la misma mirada que pone
cuando está lista para el chisme—. Dime, ¿qué tamaño utiliza Pedro?  


—¿Por qué estás tan obsesionada con mi vida sexual y qué tamaño de condón usa mi novio? —le susurro mientras una mujer de edad avanzada se pasea pasándonos.


Le doy una sonrisa amable, una que ella regresa con gracia. 


Gracias a Dios, no me oyó. 

—Porque soy curiosa. Quiero saber. Me gusta el sexo y me gusta hablar de sexo, y ahora que por fin tienes un novio que no me importaría imaginar desnudo, quiero saber todos los detalles. —Damos un paseo por otro pasillo, otro pasillo de la tienda, y Vanesa agarra un paquete largo y delgado de Twizzlers—Entonces, ¿de qué tamaño?


—No lo sé —murmuro, evitando su cara—. Nosotros no los usamos.


Los Twizzlers caen al suelo y me quedo mirándolos antes de mirar a la cara aterrorizada de Vanesa. Uno pensaría que acaba de ver un fantasma.


—¿Estás malditamente jugando conmigo? ¿Comienzas a tener relaciones sexuales con un tipo caliente y tiras toda precaución al viento? ¿Sabes que viene de relaciones sexuales sin protección? Putos bebés, llorando, haciendo popo,comiendo, bebés. No necesariamente en ese orden y, a veces todo a la vez. 

Me río de ella, porque no hay nada más que hacer. Típico de Vanesa,armando un escándalo. 

—No te rías, Pau. Hablo en serio. No tomé esa mierda de sexo sin protección a la ligera, ¿incluso escuchaste lo que dije? Bebés. B. E. B. É. S. Jode eso.


Vanesa nunca ha sido una persona de bebés, pero yo sí. Siempre he querido niños, demonios, incluso esperaba tener al menos uno para la edad de veintitrés.


—Estoy protegiéndome —le digo, recogiendo sus dulces. 


Los toma de mis manos y los pone en el estante. Al parecer, ha perdido el apetito.


—Sí, y detectores de humo en las casas realmente evitan incendios —afirma sarcásticamente—. Para el momento en que has despertado por una alarma de humo, ya es demasiado tarde. El fuego se ha iniciado y el humo ya está llenando la casa. No confíes en la píldora. Dobla tu protección, mierda, triplica la protección. No cometas errores.


Pongo los ojos en blanco y avanzo por el pasillo.  

—De todos modos —exhalo—. ¿Qué dejaste que Luciano te hiciera?


Con un resoplido, deja caer la conversación sobre Pedro y yo teniendo sexo sin protección.


—Bueno, déjame empezar diciendo que no tengo miedo de probar ninguna cosa y soy bastante dispuesta para cualquier cosa.


¿Dispuesta? ¿Qué demonios significa eso? Pongo los ojos en blanco y Vanesa se burla.


—No me juzgues, Pau. Nací para ser impresionante, no perfecta. —Ella continúa con su historia—. A Luciano le gustan algunas cosas raras y anoche...
dejé que me amarrara.


Dejo de caminar.  

—¿Dejaste que te amarrara?


La anciana que nos pasó antes camina junto a nosotras de nuevo, esta vez escuchando mi mini estallido. Le doy mi mejor sonrisa de "realmente espero que no escuchara eso” y ella nos frunce el ceño a Vanesa y a mí antes de sacudir la cabeza y lentamente pasearse lejos.


—¿Por qué dejarías que te ate? Eres un ser humano, por el amor de Cristo,no un animal —le digo en un susurro ronco.


—Porque me gusta y me prometió que no me lastimaría.


—Es curioso, eso es lo que le dijo el asesino en serie a su víctima en el último episodio de Ley y el Orden que vi.


Ella parpadea hacia mí.


—Es una serie de televi… no importa, la chica fue encontrada en un cubo de basura. Mi punto es... —le digo—. Está bien, así que en realidad no tengo un punto. Puedes hacer lo que se te dé la gana con tu cuerpo.  

—Sé que puedo, y lo hago, pero la cosa es... que no se detiene en amarrar.Me gustaría poder decirte,Pau, pero le prometí que no diría nada. Le tomó mucho tiempo abrirse conmigo sexualmente y no quiero que se lo repitas a nadie. 

—¿A quién se lo voy a decir? ¿A mi madre? —Me río una vez—. Tú eres mi única amiga.


—Está bien, está bien. No te contaré todo, solo te diré que le gusta el sexo en público.


Eso ya lo sabía.


—Y le gusta hacerme daño.


Fruncí el ceño.


—Solo cuando tenemos sexo, no es nada exagerado. No me deja moratones o me corta o algo por el estilo. —¿Se supone que eso me haga sentir mejor?—. Le gusta darme palmadas en el trasero... muy duro y a veces con cosas como cinturones o látigos. Le gusta morderme y pellizcarme, así como tirar de mi cabello…


—Espera... —le interrumpo—. ¿Simplemente dejaste que te haga esas cosas?


Se encoge de hombros.


—Lo necesita. Él no puede... terminar, a menos que algo inusual esté ocurriendo y quiero ser la persona que le ayude.


—Lo que necesita es ayuda profesional.


Las cejas de Vanesa se juntan y sus labios se endurecen en una línea impasible.  


—Él no necesita ayuda profesional, Paula. Necesita a alguien que le entienda.


Ups. No quería ofender a nadie, pero Luciano definitivamente tiene algunos problemas profundamente arraigados. 

—¿Puedes hacer eso, sin embargo? —le pregunto directamente—. ¿Y qué pasa si quiere cosas que no puedes darle? ¿Qué pasa si trazas una línea y él quiere cruzarla? 

Ella visiblemente piensa en mi pregunta.  


—No lo sé...


—Si te gusta cuando Luciano te hace todas estas cosas, entonces está bien,más poder para ti. Todo lo que estoy diciendo es que hables con él antes de abandonarte completamente a ello porque sus problemas probablemente son más profundos y más oscuros de lo que te está mostrando.  

Vanesa abre su boca para protestar, pero le muestro la palma de mi mano. 

 
—Sé que a él no le gusta hablar, pero te estás comprometiendo por él. Haz que se comprometa por ti. 

Piensa por un segundo, antes de asentir lentamente.  

Suspiro, esperando que ella hable con Luciano. No quiero que se aproveche del alma despreocupada de Vanesa, sobre todo ahora que se está enamorando de él.


—Ahora, vamos a encontrar un vestido.