sábado, 26 de abril de 2014

CAPITULO 76



Me detengo frente a la gran casa de Vanesa. Grande es una sutileza. Su casa es gigantesca, demasiado grande para la gente que vive dentro. Como adolescente, la casa de Vanesa fue mi refugio. Nunca quise dejarla, también es el lugar en el que perdí mi virginidad con Ramiro. Un recuerdo de que estoy más que lista para olvidar. Vanesa aún vive con su padre y ella lo adora. Él la da su dinero, mantiene la nevera llena y no le importa qué hace ella tanto como sea responsable. Le recuerdo a menudo que necesita
comenzar a vivir por su propio pie, pero a ella no le importa. Le gusta donde está.

Cuando salgo del coche, le escribo a Pedro la dirección de la casa de Vanesa. No sé si estará aquí, pero sé que es pronto y espero que Vanesa pueda empaquetar rápidamente. Rápidamente subimos las escaleras serpenteantes y la tercera puerta a la izquierda es su dormitorio. Ella la ha cambiado un poco desde que estuve la última vez aquí. La cama de madera tamaño rey está sobre un pequeño levantamiento a la izquierda de la habitación,
envuelto en transparentes cortinas de cada color. En el centro de la habitación hay dos sofás blancos que se sientan sobre unas alfombras marrones peludas y en el medio de eso hay una larga mesa de café de cristal.
Ninguno de los colores en su habitación hace juego, haciendo que todo parezca fuera de lugar, pero al mismo tiempo… parece impresionante.

―¿Me recuerdas por qué no vivo aquí? ―jadeo, pasándola y entrando en la habitación.

Ella pone su mejor voz de “Paula.”

―Porque eres una adulta y te gusta vivir por tus propios pies.

―Eso no suena casi tan divertido cuando lo dices asi ―digo cayendo en uno de los sofás y recorriendo mis manos sobre la superficie de cuero. 
Vanesa corre al armario y vuelve con un simple par de vaqueros negros ajustados y una sudadera gris en sus manos. 

―¿Qué piensas de esto?

La miré con los ojos abiertos de par en par.

―¿Me castigas por querer llevar seda y tú quieres llevar vaqueros?

Su mirada flaquea y se desploma en el otro sofá con un resoplido.

―¿Qué pasa? ―pregunto, inclinándome hacia delante―. Si quieres llevar vaqueros, ¿quién soy yo para detenerte?

―No es eso… ―Mete la etiqueta en la parte de atrás de los vaqueros―Escuché por casualidad a Luciano diciéndole a su amigo la pasada noche que cree que lo exagero algunas veces.

―Puedo responder por eso. ―Río, contoneando mis cejas. 
Vanesa me lanza su sudadera y la suave tela se pega a mi cara antes de caer en mi regazo.

―¡No estoy hablando de eso! Estoy hablando de mi ropa, mi maquillaje y probablemente mi cabello, también.

Me vuelvo a apoyar contra el cuero blanco.

―¿Estás segura? ¿Quizá le oíste mal?
―No lo hice. ―Se mueve hacia delante―. Hazme como tú, solo durante los próximos dos días y le mostraré que puedo ser normal.

Guau. ¿Vanesa Graham quiere consejos de moda de mí? ¿El infierno acaba de congelarse? 
―Honestamente, no hay mucho en eso. Vestirse para la comodidad, no para impresionar. Llevar vaqueros ajustados, pero no esa sudadera Dios horrible. El color es la clave.

Ella me frunce el ceño.

―No puedo creer que esté haciendo esto por un chico.
―Él debe ser especial.
Veo una tonalidad rosa extenderse a través de su pecho y subir por su cuello.

―Lo que sea. ―Se encoge de hombros y se pone de pie. 
Sonrío intencionadamente hacia ella. Nunca se ha preocupado por lo que un chico piense de ella antes de Luciano. Sé que se preocupa por él más de lo que quiere decir.

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