La profunda voz de Pedro me despierta de nuevo.
―Paula ―Casi canta en un tono feliz―. Hay que trabajar.
Mis ojos se disparan abriéndose y me levantó sentándome, dejando que la manta caiga la mitad al suelo. ¿Cómo se me olvidó que tengo trabajo esta mañana?
―¿Qué hora es?
Salto de la cama y los dedos de mis pies cavan en la exuberante alfombra mientras corro al baño. Realmente necesito hacer pis.
Cuando me lavo las manos y vuelvo a la habitación, Pedro está acostado boca arriba en su cama en un par de sus pantalones cortos de pelea de los que tienen las aberturas a los lados y una camiseta blanca.
―Relájate ―dice sonriendo―. Todavía es temprano. Estaba pensando que podíamos desayunar, e ir al gimnasio y luego llevarte a trabajar.
Wow. Lo tiene todo planeado.
―¿Tengo tiempo para todo eso? ―pregunto, buscando en una de sus paredes un reloj. No encuentro nada.
Él se sienta.
―Sólo son las cinco. Tienes cuatro horas antes del trabajo y ya voy tarde para el entrenamiento ahora vámonos.
Lo sigo a la planta baja y el olor de la carne y los huevos es abrumador; nauseabundamente abrumador. Efectivamente, hay dos grandes filetes sangrantes uno encima del otro en la sartén y un plato fresco de huevos revueltos que están en el medio de la barra de desayuno junto a una jarra de jugo de naranja y una pila de tostadas con mantequilla.
―¿Tienes hambre? ―me pregunta con orgullo, haciéndose cargo de la estufa y moviendo los bistecs alrededor. Por supuesto que está emocionado acerca de cocinarme el desayuno, me hace sentir aún más como una idiota.
―¿Carne? Pensé en bebidas de luchador y en esos batidos hechos sin pensar.
Él se ríe.
―Hacemos eso también.
Desliza una espátula debajo de la gruesa capa de la carne y el jugo y la sangre corren fuera de él cuando lo pone en un plato y lo desliza a través del mostrador. Oh, Dios. Se detiene justo en frente de mí y casi me atraganto.
―Pedro―gimo empujando el plato―. ¿Tienes algo de fruta o yogur? ¿Cualquier cosa que no sea carne y huevos? ―Me siento grosera.
Él, obviamente, se levantó temprano para hacer esto por mí.
Sus ojos marrones se ensanchan y me mira como si estuviera loca.
Sus ojos marrones se ensanchan y me mira como si estuviera loca.
―¿No te gusta la carne?
―Lo hago, pero no tan temprano en la mañana.
―Bueno ―dice abriendo la nevera―. Estás de suerte porque tengo un montón de fruta fresca y yogur.
Coloca manzanas, naranjas, y un contenedor de arándanos y algunas fresas en el mostrador. Llega de nuevo a la nevera y saca un bote de yogur griego. Lo veo maniobrar sin esfuerzo caminando alrededor de la cocina mientras saca el recipiente de un armario y me lo trae. Pongo yogur y
arándanos en mi plato mientras Pedro se come su carne.
―¿Tu madre se unirá a nosotros para el desayuno? ―pregunto cuando estoy a mitad de mi comida.
Niega.
―No aparecerá hasta esta tarde.
Mete en su boca el último trozo de carne y toma su plato, dejándolo caer en el fregadero. Se lava la boca y deslizo mi plato hacia él.
Me pongo los zapatos de tenis y me uno a Pedro en el coche.
―¿Se puede pasar por mi casa, para poder tomar un cambio de ropa para el trabajo?
―Se puede hacer, nena. ―Se ríe, saliendo hacia el camino de entrada.
Está muy feliz esta mañana, muy optimista. Después de anoche supuse que hoy estaría deprimido.
―Estás feliz ―declaro―. Me gusta.
―No tengo razones para ser infeliz hoy. Normalmente, cuando busco a mi madre en la estación de policía me voy al gimnasio tan pronto como abre y golpeo la bolsa por un tiempo. Esta mañana, sin embargo, me desperté con tu cara bonita y me acordé de que eres mi novia. ―Sonríe de lado y llega a través a mí exprimiendo por mi muslo―. Va a ser un buen día.
El calor se propaga a lo largo de mi pecho y en mis mejillas ante la idea de despertarlo tan feliz, y no por otra razón que no sea que soy su novia. Es dulce. Es asquerosamente dulce y me encanta. Me hace sentir especial y, ¿a quién no le gusta sentirse especial?
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