Echo un vistazo por encima de mi hombro y le doy una ligera sonrisa.
Sus palabras me emocionan porque suenan casi como una garantía. Vanesa tiene un firme agarre sobre mi antebrazo mientras me arrastra fuera del restaurante. Antes de que saliéramos se voltea hacia el grupo de los chicos y ellos se ríen ruidosamente. Cuando estamos afuera y fuera del alcance del oído le pregunto qué pasó.
―Son groseros ―dice con sencillez.
No presiono el botón de desbloqueo en mis llaves y ella se pone de pie en la puerta del pasajero esperando impacientemente para que la desbloquee.
―¿Por qué son groseros?
―Pensaron que era una prostituta y querían pagar por mamadas en el baño.
La forma en que sus cejas se juntan, formando una pequeña arruga en el puente de la nariz me hace estallar en carcajadas. Apoyo mi espalda contra el auto, apuntalando todo mi peso sobre ella mientras mi estómago comienza a arder.
―No es gracioso ―gime Vanesa.
Lágrimas exprimen su camino por el rabillo de mis ojos.
―No me estoy riendo por lo que dijeron. ―Me las arreglo para decir entre respiraciones profundas de aire―.¡Me río porque te ves tan disgustada!
―Estoy disgustada. ―El viento sopla un rizo suave y rubio en su rostro y lo aparta de un golpe―. ¿Puedes desbloquear el maldito auto de Dios para que podamos salir de aquí?
Al pulsar el botón, ella no pierde tiempo en saltar dentro del auto.
Aspiro un par de veces antes de abrir mi puerta y deslizarme detrás del volante.
―Oh, mierda ―maldice Vanesa, dejando caer su rostro entre sus manos.
―¿Qué? ―pregunto mientras mi pecho hipa con una risita restante. ―Dejé mi bolso adentro. ―Bueno, no voy a volver a buscarlo. ―De ninguna manera.
Vanesa se vuelve en su asiento por lo que la mayor parte de su cuerpo
está frente a mí. Sus grandes ojos verdes tienen un brillo suplicante mientras
presiona sus palmas juntas.
―¡Por favor, Pau! Por favor, no me hagas volver allí. Ya estoy lo
suficientemente avergonzada así como está.
―¿Te parece que estoy ansiosa por volver ahí?
―Deberías. Tu chico era una total ricura y le gustabas mucho.
No, a él le gustaba el hecho de que tengo una vagina, no yo como
persona. Aprieto el volante.
―Él no es mi chico. ―Es lo único que logro decir.
―Sólo hazlo por mí y no tendremos que ir al club esta noche.
Nosotras…
Antes de que termine su oración estoy fuera del auto y marchando de
nuevo hacia el restaurante.
Haría cualquier cosa por evitar ir de clubes. Abro
la puerta y suena la campana. Me permito una profunda e irregular
respiración antes de levantar la mirada del suelo.
Varios pares de ojos parpadean hacia mí, pero el único par que veo son los marrones conectados
a un rostro muy hermoso. Mi boca se seca al instante y me odio por ello. Él
está apoyado en la parte posterior de la cabina de sus amigos con el bolso de
Vanesa escondido muy bien bajo su brazo. Tiene las manos metidas en los
bolsillos de sus vaqueros y por dentro, me sacudo la cabeza a mí misma.
Realmente necesito comportarme como hombre. Odio sentirme tan pequeña
y vulnerable frente a él, frente a un extraño. Me obligo a caminar hacia él,
sosteniendo mi mano hacia la bolsa de Vanesa. Mira mi palma con una
sonrisa, que es más como la contracción de la esquina del labio, pero aun así
quiero chupárselo de la cara.
Me aclaro la garganta.
―¿Puedo tener el bolso de mi amiga, por favor?
Sorprendentemente, él me lo da sin decir nada y lo tomo. Rápidamente,
me vuelvo sobre mis talones y me dirijo hacia la puerta, pero antes de hacer
eso, su amigo me llama.
―¡Oye, tú!
Dejo escapar una exhalación lenta y me giro, forzando mi sonrisa más
cortés. El tipo con el asqueroso bigote me sonríe, dejando al descubierto sus
dientes.
―¿Sí?
―Dile que le vamos a pagar extra si vuelve y le agregaré el doble si
esos labios carnosos y rosados tuyos están dispuestos a participar. ―Él me
sonríe como sí que yo estuviera en el precio fuera correcto y acabara de
recibir un acuerdo impresionante. Parpadeo hacia él, repetidamente. Qué.
Cretino.
El hombre de la gorra roja mira sobre su hombro y me sacude la
cabeza, avergonzado por el comportamiento de su amigo. Miro a Pedro y su
expresión divertida se convierte en asesina mientras se vuelve a su amigo.
―Muestra un poco de maldito respeto ―exige con una voz que es baja
y agresiva, sorprendiéndome.
La cara de bigote se desploma un poco en su asiento y cuando sus ojos
color avellana caen de nuevo en mí, vuelvo la atención a Pedro.
―Gracias, pero puedo defenderme.
Salgo como una fiera del restaurante y no escucho que la puerta se
cierre detrás de mí cuando bajo por la pequeña escalera de hormigón. El
temor se escurre a través de mi estómago porque sé que él está detrás de mí.
―¡Paula! ―llama Pedro, obligándome a caminar más despacio.
Me giro
para enfrentarlo―. Lo siento por mis amigos. Tienden a ser un poco…
estúpidos, en presencia de mujeres hermosas.
Mi estómago revolotea y mi vista cae al soso hormigón por una
fracción de segundo. Nunca hubiera esperado que me considerara como una
“mujer hermosa”.
―No es tu culpa. No podemos controlar la estupidez de nuestros
amigos, no importa lo mucho que queramos ―digo con una sonrisa―. Nos
vemos.
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