sábado, 5 de abril de 2014

CAPITULO 8



Vanesa y yo entramos en un pequeño restaurante especializado en carnes. Ella luchó con uñas y dientes por comida mexicana, pero creo que he dejado bastante claro que no quiero volver a comer eso de nuevo. Nunca.
Nos sentamos junto a una ventana que muestra un no tan hermoso paisaje del estacionamiento y la plena carretera. 

―Estoy harta de vivir en este lugar ―gime Vanesa, asimilando el estacionamiento.
―Puedes decir eso otra vez.
Saca un pequeño vino de su bolso y me lo da. Para evitar el inevitable discurso que viene con negarle alcohol, lo agarro.
―Lo siento chicas ―dice una camarera de mediana edad mientras se acerca a nosotras, sacando un lápiz de detrás de su oreja―. No pueden traer su propia bebida. Tienen que comprar el alcohol aquí.
Vanesa toma mi vino de nuevo y lo mete en su bolsa, a la vez que sonríe dulcemente a la mujer.
―Está bien, más para mí, para más tarde.
Me río de ella mientras pide una jarra de cerveza y papas fritas con queso. Yo, por el contrario, pido una hamburguesa de pollo y una guarnición de patatas fritas. Mi estómago gruñe mientras esperamos por nuestra comida. 
No comí antes de salir de casa esta mañana, la cosa no más inteligente teniendo en cuenta que iba a entrenar. La boca se me hace agua mientras observo camareros y camareras llevando comida a otros clientes.
Sólo para tener algo en mi estómago doy unos tragos a mi cerveza. Me estremezco y hago un sonido extraño con la base de mi garganta cuando trago el asqueroso líquido. No me gusta la cerveza y, como resultado, de repente siento náuseas.
―Entonces ―comienza Vanesa, haciendo caso omiso de mi reacción a la cerveza―. ¿Qué te hizo decidir finalmente que has tenido suficiente de la mierda de Ramiro?
Sinceramente, no tengo ni idea de por dónde empezar.
―Bueno, me dejó en Salsa’s de nuevo para ir a pasar el rato con “sus  chicos” y cuando lo llamé otra chica respondió su teléfono. ―Vanesa pone los ojos en blanco, sin sorprenderse―. Me di cuenta de que probablemente iba a ser así durante el resto de mi vida y eso es todo lo contrario de lo que quiero y lo que merezco.
―Por supuesto. ¡Si yo fuera hombre, te trataría bien!
Sonrío.
―Gracias,Vane.
Segundos más tarde, la camarera trae la comida y Vanesa se sumerge con avidez en sus patatas con queso. Para una chica tan delgada y en forma,come y bebe demasiada mierda. Estoy bastante en forma y la mayoría de los días como bien, pero eso no adelgazaba las curvas de mi cuerpo. No importa cuánto lo intentara, las caderas querían quedarse. Tristemente, no hay ejercicios para adelgazar tus huesos.
Vanesa se anima, como si acabara de tener una idea genial. ―¿Quieres salir esta noche?
―No ―respondo de inmediato.
Odio los clubes. Odio a los clubes más que a los tramposos. Los clubes me ponen nerviosa. Ser molida por un montón de viles tipos al azar y que ellos lancen su aliento a alcohol/cigarrillos sobre ti es repugnante.
―Oh, vamos, Pau. Nunca sales conmigo. Ya no tienes más a Ramiro, vive un poco.
Lanzo algunas papas en mi boca y hablo con ella a través del puré de patatas.
―No se trata de eso. Odio los clubes y lo sabes.
Ella hace pucheros con sus labios y noto un salpicón de sal a través de ellos.
―No me hagas ir sola.  
―Vanesa, ya has comenzado a beber y son apenas las once de la mañana. Tú y yo sabemos que estarás fuera de combate para las cuatro de esta tarde.
―Está bien, voy a hacer un trato contigo. ―Hace una pausa, agarra su cerveza y se toma el resto antes de dejar el vaso vacío de nuevo sobre la mesa―. Si dejo de beber ahora, saldrás conmigo esta noche. Piensa en mi hígado. 
Si dices que no, voy a tener que golpearlo con el resto de esa jarra de cerveza, pero si dices que sí no voy a tocar una gota hasta esta noche.
Suspirando, pongo un trozo de lechuga en mi boca.
―Está bien, saldré contigo, pero no quiero ir a Heaven’s. Ramiro siempre va allí.
Heaven’s es la discoteca más grande de nuestra ciudad y la odio.
El tintineo de la campana conectada a la puerta delantera suena,sacándome de mi tren de pensamientos y miro como un grupo de chicos alborotados entran. Vanesa endereza su espalda y se da vuelta en la silla para poder ver al grupo. Ama a los chicos casi tanto como a la bebida, aunque por lo general vienen de la mano.
―Yum, mira qué altos son. ―Prácticamente puedo oír su boca llenándose de baba.
Mientras no está mirando tomo una fritura de queso de su plato y la meto en mi boca.
―Sí ―estoy de acuerdo, sin mirar en su dirección. Estoy decepcionada.
En realidad no es una fritura de queso… Es sólo un grueso corte de papa con un poco de rara salsa de queso.
Vanesa se vuelve hacia mí.
―¿Siquiera estás mirando?
―No.
Ella se acerca más.
―Oh, deja de ser una lesbiana y mira como pervertida a los chicos que acaban de entrar. Empiezas a preocuparme. Rápidamente, miro hacia ellos y luego de vuelta a mi plato sólo para mantenerla feliz.
―Eso no cuenta ―espeta en voz baja―. Hazlo de nuevo. Y, de hecho,mira como si lo apreciaras esta vez.
Exhalo y miro al grupo de muchachos que se sientan unos puestos más allá de nosotras. 
Dos de ellos tienen sus espaldas hacia mí, así que no puedo comentar sobre sus rostros. Uno lleva una sudadera azul con capucha y tiene hombros amplios y anchos. El otro es un poco más pequeño, con una camisa negra ajustada y una gorra roja. 
Mirando más allá de ellos veo a los dos chicos enfrente a mi dirección. No son nada especial, y uno tiene un molesto bigote.
―¿No son calientes? ―jadea, pateando mi espinilla un poco demasiado fuerte y haciéndome estremecer.
―Por supuesto ―gruño con los dientes apretados. Cuando el dolor desaparece, continúo―: Quiero decir, no son feos.
Vanesa se ríe un poco demasiado alto y dos pares de ojos caen sobre mí.
Mis mejillas al instante se vuelven de color rosa.
―¿Están mirando? ―pregunta ella, susurrando.
No queriendo provocarla, miento:  
―No.

Dejo caer mi mirada de nuevo a mi hamburguesa y la levanto para tomar un bocado. Todos los sabores del pollo y la salsa inundan mi boca: tomate, alioli, condimento de salmuera, casi gimo en voz alta. Es así de increíble. 
―Voy a ir allí. ―Se vuelve para deslizarse fuera de la cabina y yo dejo caer la hamburguesa en el plato cuando alcanzo su brazo. 
Me las arreglé para engancharla, obligándola a quedarse.  Me trago lo que llena mi boca. 
―No seas idiota. Hay cuatro. 
Ella me guiña el ojo. 
―Cuantos más, mejor. 
Vanesa se encoge de hombros fuera de mi alcance, y endereza su corto vestido gris. Ahueca su cabello largo y se vuelve hacia mí. 
―¿Cómo me veo? 
Pongo los ojos en blanco, sabiendo muy bien que ya he perdido. 
―Ve por ellos. 
No hay razón para que no se interesen por Vanesa. Ella es perfecta. Se pavonea hacia ellos y yo saco Expiación de Ian McEwan de mi bolso. Cuando Vanesa “habla” con chicos, nunca es una cosa de cinco minutos. Se tarda todo  el tiempo que puede y por suerte he venido preparada. No estoy muy adelantada, pero si es algo como la película, me encantará. Risitas tiran mi mirada de nuevo hacia el grupo. Le han hecho espacio para que se sentara con ellos, ella me mira y yo le arrugo la nariz. Está sin duda en su elemento. 
Su hermosa sonrisa, de labios rosados está en su lugar y para mi sorpresa, ella señala con un delgado dedo índice en mi dirección. Niego hacia ella mientras mi estómago se agita dolorosamente. 
El chico de espaldas a mí, el de la sudadera con capucha, coloca su brazo sobre el respaldo de la silla y pone sus ojos oscuros en mí. Yo tomo aire mientras la sangre se drena de mi cara. Me quedo mirando fijamente la sonrisa con exceso de confianza y el familiar par de iris chocolate. 
Pedro-jodido-Alfonso.


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