sábado, 5 de abril de 2014

CAPITULO 7



Ignorando el hecho de que estamos en un lugar tranquilo, Vanesa chilla como una pre-adolescente que acaba de ganar entradas para el backstage de un concierto de Justin Bieber. De su bolso saca una mini caja con botellas de vino en tamaño bebé. Los pacientes se estremecen con su voz aguda; sólo algunos disfrutan de una rubia delgada bailando sin música y tomando vino de un trago.La puerta más cercana a mi escritorio de recepción se abre bruscamente y Carlos Peterson, mi jefe, sale enfurecido de su oficina. 
Su traje gris se aferra a su cuerpo increíblemente apretado. Está en buena forma para alguien tan viejo como lo es él, de unos cuarenta años, tal vez. Tiene una cara bonita, también. Su cabello es color oro, como pan horneado y sus ojos son de un azul sorprendente. Movió su negocio a Portland, Maine, desde Seattle hace cuatro años, debido a un divorcio abrupto. A mi lado Vanesa deja de bailar y yo dejo caer mis ojos a la pantalla en blanco, moviendo los dedos sobre el teclado, fingiendo escribir.
―¿Qué está pasando aquí, Paula? ―pregunta con severidad.Carlos es un jefe impresionante. Me deja librarme con un montón de cosas con las que la mayoría de los jefes despediría a sus empleados y ocasionalmente abuso de ello.
―No tengo idea de quién es esta chica ―digo―. Ella debe ser una paciente de aquí.
Tomo el teléfono.
―Hola, Guyers y Peterson Psicología; soy Paula.
Carlos exhala, colocando firmemente sus manos en sus caderas. Sus ojos azules se estrechan sobre mí y la decepción es evidente en su rostro.
―Paula, no soy idiota. Sé que el teléfono no sonó y Vanesa, no está permitido beber aquí. ¿Cuántas veces te lo tengo que decir?
Aprieto mis labios con fuerza para evitar reírme. No ayudó nada. La risa que estoy intentando frenar termina saliendo por mi nariz. Maldita sea,Vanesa. Ella sabe exactamente cómo hacerme volver a mi viejo yo de la secundaria.
―Vamos chicas. ¿Cuántas advertencias tengo que darles?
―Lo siento, Carlos ―me disculpo, secándome las lágrimas de risa de mis ojos y manchando mi máscara ligeramente―. No tenía idea de Vanesa iba a venir hoy. Acaba de aparecer. 

―Sí, está bien. ―Él no me cree.

―Paula rompió con Ramiro anoche.

Vaya, al parecer esa es información que todo el mundo debe saber. 
Le lanzo a Vanesa una mirada enojada y ella se encoge de hombros. Vanesa tiene la costumbre de vociferarle a la gente que no quiero que conozca mis cosas. Carlos es un buen jefe, pero también es persistente. He perdido la cuenta del número de veces que me ha invitado a salir a cenar.
―Ya era hora ―suspira Carlos―. Ese tipo era un idiota. ¿Cómo lo llevas?
Me encojo de hombros.
―Sorprendentemente bien, en realidad. ―Salí de la cama, así que es un comienzo.
―Bien. ―Saca su celular del bolsillo de atrás y marca un número―.¿Renata? Hola, soy Carlos. Sí. ¿Puedes venir hoy? Paula no se siente bien. Está bien, genial. Nos vemos pronto.
Lo miro con la boca y los ojos muy abiertos.
―¿Qué estás haciendo?
―Te voy a dar tiempo para que te relajes. Puedes volver en dos días.
Vanesa salta con entusiasmo, pero cruzo los brazos sobre mi pecho. No me gusta la gente que me hace favores, sobre todo la gente que espera cosas a cambio.
―Es innecesario.
―Está sucediendo, ahora sal de aquí antes de que me cuestes más clientes.
Llego debajo de mi silla, agarro mi bolso y me alejo del escritorio. No voy a quejarme por un día libre. Dios sabe que necesito uno. Vanesa agarra su abrigo, engancha su brazo alrededor de mi codo y me tira hacia la puerta.
Miro hacia atrás a Carlos que se posiciona detrás del escritorio. Enciende el monitor y el archivo personal de Juan Matthew se abre justo donde lo dejé.
Carlos me dispara una mirada molesta. Me encojo de hombros y empujo la puerta antes de que cambie de opinión acerca de dejar que me vaya.

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